La trama del vídeo sexual de Pedrojota Ramírez, resuelta judicialmente, todavía mantiene claroscuros periodísticos

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El Desquite... de Pedrojota

Periodista Digital, Jueves, 10 de junio 2004
Siete años después de la subrepticia grabación y difusión de imágenes de contenido sexual sobre su persona, Pedrojota Ramírez ha publicado un libro titulado El Desquite en el que relata su pormenorizada visión de los años 1996-2000 en España con el vídeo como hilo conductor. El director de El Mundo está estos días en plena promoción --firmas en la Feria del Libro, bolos en televisiones y radios--, tras avanzar varios capítulos en las propias páginas del diario e incluso artículos de los periodistas Antonio Rubio y Manuel Cerdán sobre cómo desvelaron el enredo del vídeo sexual.

Aunque judicialmente la trama del vídeo sexual está cerrada --los autores de la grabación y posterior difusión han sido condenados a penas de cárcel--, periodísticamente la historia presenta todavía numerosos claroscuros. Sombras y dudas que el propio Pedrojota pone negro sobre blanco en las 650 páginas de su libro.

A continuación, reproducimos extractos de El Desquite en los que Pedrojota explica su versión de los hechos:

El día que Felipe González me llamó «canalla» sabía por qué y para qué lo decía. (Pág. 127)

El día que Felipe González me llamó «canalla», Barrionuevo, Corcuera y, sobre todo, Vera pensaron que se había quedado corto. (Pág. 131)

El día que Felipe González me llamó «canalla», a Jesús Polanco le pareció justo, adecuado y oportuno, pues no en vano me consideraba --y así lo repetía una y otra vez El País-- como el cerebro e inspirador de las iniciativas que el Gobierno había venido adoptando desde el Pacto de Nochebuena para defender el pluralismo, y que él interpretaba como una intolerable «campaña de acoso» contra el grupo Prisa. (Pág. 140)

El día que Felipe González me llamó «canalla», Antonio Asensio les dijo a sus colaboradores que sabía a qué se refería, que hacía más de una semana que él había comprobado que eso era verdad y que estaba en sus manos demostrárselo a España entera. (Pág. 150)

El día que Felipe González me llamó «canalla», la presunta Emma se quedó de piedra cuando lo escuchó en la televisión, mientras cocinaba una sopa de verduras africana en su pequeño apartamento. (Pág. 159)

–Emilio [Rodríguez Menéndez] dice que hay un vídeo con una prostituta negra en el que apareces realizando todo tipo de prácticas sexuales. [Alfonso Rodrigo, director general del Ya, a Pedrojota, en la cafetería del Hotel Villamagna] (Pág. 203)

¡Un vídeo sexual! No podía creer lo que escuchaba. (…) En un instante traté de repasar mentalmente todas mis relaciones a lo largo de un montón de años. Yo no había estado nunca con una prostituta negra. Con alguna mujer de color, sí; incluso con una en particular no hacía muchos meses. Pero no tenía látigo… o al menos yo juraría que no lo tenía. Bueno, tal vez entre las bromas de aquel día, con la sorpresa del juego que me tenía preparado Emma… Por un lado intentaba centrar la hipótesis de que tal grabación pudiera existir; pero simplemente me parecía inverosímil. (Pág. 204)

Volví a casa sumido en una pesadilla. ¿Sería cierto o falso lo del vídeo? (Pág. 205)

–José María González Sánchez-Cantalejo (…) me enseña dos vídeos: uno en el que se ve a una persona con una señora de color (…). Me dice que él mismo lo ha grabado con una súper 8 desde dentro de un armario y me enseña el otro vídeo, que muestra cómo hicieron una agujeros con una taladradora y los taparon luego con una máscara africana a través de la que filmaron todo lo que ocurría en ese apartamento de Sor Ángela de la Cruz. [Rafael Navas, director de la revista Dinero, a Pedrojota en su despacho de El Mundo] (Pág. 206)

Las últimas dudas que yo tenía sobre lo que podía haber ocurrido se disiparon cuando escuché la dirección. Sor Ángela de la Cruz. ¡Maldita sea! Había caído en la trampa más infame y estúpida que pudiera imaginarme. Todo encajaba con una peripecia tonta y algo sórdida que hacía ya unos meses había borrado de mi memoria con la conciencia de que jamás sería un lance del que alardear, pero sin la menor sospecha de que durante varios años se enredaría muy desagradablemente en mi vida. (Pág. 207)

A finales del 89, justo cuando estábamos a punto de lanzar El Mundo, yo había conocido en la sala de espera del estudio de la calle Oquendo (…) en el que se grababa el programa de Antonio Herrero para Antena 3 Radio, a una chica guineana tirando a gordita que dijo llamarse Emma y que hacía de representante artística de un cantante que, según ella, era su hermano. Me pareció simpática y sobre todo tenaz, porque con el pretexto de que promocionáramos su disco comenzó a telefonearme insistentemente y me convenció de que un día fuera a su casa a tomar un café, de que fuera a visitarla en alguna otra ocasión. (Pág. 207)

{pag}Después de unos cuantos meses, tal vez un año, sin verla, la tal Emma había dado señales de vida a primeros de marzo. Con su insistencia a prueba de bomba, llamando una y otra vez a mi secretaria a través de la centralita del periódico, había logrado atraer mi curiosidad y que me pusiera al teléfono. Me había dicho que tenía algo muy especial que enseñarme, pero que sólo cuando fuera a su casa sabría de qué se trataba. Llegué a pensar que podría ser algo relacionado con la oposición guineana, pues recordaba haberle escuchado comentarios sarcásticos contra Obiang.

Tan pronto como toqué el timbre de su domicilio me di cuenta, sin embargo, de que se trataba de algo muy distinto. Lo que Emma –ataviada ya con una ropa interior muy agresiva en la que no faltaba algún detalle de cuero– pretendía enseñarme no tenía nada que ver con la política y estaba bastante a la vista. Bueno, sólo a medias, porque entre sus insunuaciones, sonrisas y balbuceos fui dándome cuenta de que lo que me proponía era una especie de juego de disfraces en el que se invirtieran los roles habituales de la guerra de los sexos. En cuanto me llevó a su dormitorio vi que el atrezzo, presidido por un pene de plástico de ciertas dimensiones, también estaba desplegado. Me sirvió una copa y yo la dejé hacer. Siempre he tenido una actitud liberal hacia las relaciones y variaciones sexuales. Si hubiera sabido lo que iba a proponerme, probablemente no hubiera acudido, pero una vez que estaba allí… Bien, ¿por qué no?

Cuando ella empezó la ronda de lo que espíritus más pacatos catalogarían como perversiones, yo no sentí la menor incomodidad en participar. Tuve sensaciones extrañas –una mezcla de mareo y jaqueca– que se acentuaron al llegar a casa y se convirtieron en un extraño dolor de cabeza a la mañana siguiente. Desde luego no era para estar orgulloso de lo sucedido, pero como de vez en cuando decimos los varones con el más genuino tic machista, en fin, siempre puede alegarse que en peores garitas hemos hecho guardia. (Págs. 208-209)

Lo primero que hice fue hablar con Ágatha, que estaba en Italia. Le adelanté algo por teléfono.

–Creo que hay una operación horrible contra mí. Me he enterado ahora de que hace unos meses me tendieron una trampa y tienen imágenes mías con una mujer guineana…

Ella pasó lógicamente del estupor al enfado. Enseguida me di cuenta de que ésa iba a ser la parte más dura de todo lo que se me podía venir encima, porque mi relación con Ágatha es algo absolutamente central en mi vida. Pero también supe desde el primer momento que podría contar con ella. Quedamos en hablar despacio cuando volviera. (Pág. 213)

La conversación con Ágatha a su vuelta de Italia fue inevitablemente turbulenta. Yo le terminé de contar los hechos y ella estalló indignada.

–Estoy harta de tu GAL, tus políticos y todas tus mierdas. Mira qué bonito esto del vídeo… pero no, claro, tú es que tenías que salvar a España… Yo lo que quiero es irme a vivir a París con los niños y trasladar allí el estudio. (Pág. 216)

–Acaba de llegarme el vídeo. Voy inmediatamente para allí.

La llamada preocupada y sombría de Enrique Gimbernat me interrumpió el miércoles 15 de octubre pasadas las nueve de la noche (…)

Con el corazón en un puño –por fin íbamos a saber la que se nos venía encima– avisé a Cerdán y Rubio y también a algunos miembros del equipo directivo del periódico, como Jorge Fernández, Fernando Baeta y Casimiro García-Abadillo. Varios de ellos se resistían a ver la cinta, pero yo les convencí.

–Esto no va sólo contra mí como persona. Afecta al periódico y quiero que tomemos las decisiones juntos. No me importa nada que lo veáis. Todo esto del sexo es una tontería…

Apenas comenzó la reproducción me di cuenta de que sí que me importaba. No ya que lo vieran mis amigos y compañeros, sino cualquier otra persona. Efectivamente, todo lo relacionado con el sexo era una “tontería”, pero hasta los individuos más liberados y con menos prejuicios éramos rehenes de un código de valores, de una forma de mirar a la que habíamos sido acostumbrados desde nuestra infancia. Y lo que se veía ahí, empezando por el enorme trasero oscuro de Emma y siguiendo por el mío, a merced de unos rudimentarios juegos de sex-shop, no iba precisamente a mejorar mi prestigio social.

La grabación era deplorable. La imagen aparecía enmarcada en una especie de embudo u ojo de pez negro y se movía como si al camarógrafo le estuviera temblando el pulso. Todos los planos estaban tomados mientras nosotros permanecíamos de espaldas. A ella nunca se le veía la cara y a mí sólo de perfil en un par de tomas. La voz contribuía a reconocerme, pero sólo si previamente se había llegado al convencimiento de que era yo el protagonista. Las imágenes resultaban reiterativas y cutres, aunque recogían el esbozo de lo que los antiguos manuales de buenas costumbres denominaban "desviaciones sexuales". O más bien el catálogo de los descarados reclamos que los anuncios de prostitución disfrazados bajo el epígrafe de "masajes" incluyen en todos los periódicos.

Entre tanto el sonido iba llenándose de jadeos y expresiones estúpidas propias del juego sexual. (...) Buuuf, qué desagradable, qué vergonzoso, qué humillante resultaba aquello. Qué cuesta arriba se me iba a hacer explicarlo. (...) De todos los coítos ridículos que políticos, jueces, banqueros, militares o periodistas habíamos consumado alguna vez en la vida, esos desalmados habían tenido que ir a grabar precisamente el más estrambótico de los míos. (Págs. 227-228)

{pag}El envío recibido por Gimbernat incluía también un texto escrito, fechado el 1 de octubre, que no iba dirigido a él, sino genéricamente a quien lo pudiera leer, En esas líneas la mujer del vídeo se presentaba, para colmo de horrores, como Exuperancia Rapú Muebake. “O sea, que así es como en realidad se llama la tal «Emma»”, pensé mientras se me iba poniendo cara de gilipollas. En ese escrito, Rapú Muebake inventaba la falacia de que había sido mi amante y aseguraba haber estado obligada a participar en todo tipo de aquelarres por una persona todopoderosa y sin escrúpulos como yo. La difusión del vídeo tenía como objeto desenmascararme y exponer mi verdadera personalidad ante la sociedad. (Pág. 228)

Lo que más me fastidia de todo es lo del nombre. Está mal que te hagan esto y lo otro, o que te metan no sé qué por no sé donde, pero a ver cómo te recuperas de haberte dejado engañar por una mujer con ese nombre. Mira, estaba preparado para todo… menos para que Emma se llamara Exuperancia. (Pág. 230)

Cada hora que pasaba y alguien más decía que también a él le había llegado, mi preocupación y mi depresión crecían. Era inevitable ya que el mío se convirtiera en el trasero masculino más conocido de todos los tiempos por los españoles o por lo menos por las élites política y mediática. ¡Maldita sea! Veinte años escribiendo artículos todos los domingos, diecisiete años dirigiendo periódicos con éxito, tantas grandes exclusivas, tantas revelaciones trascendentales, tanto supuesto poder, tanta influencia y tanta vaina, para que al final lo que vaya a contar es que un día te dejaste hacer filigranas por una negra. Perdón, por una chica de color. (Pág. 233)

Los “compañeros” de El País llamaban todos los días a la redacción de El Mundo tratando de confirmar la noticia de que yo ya había dimitido. (Pág. 239)

La juez Revuelta me había citado a declarar el viernes 7 de noviembre, a efectos de que ratificara personalmente la denuncia. (…) La víspera de concurrir a esa cita, Manuel Cerdán me anunción una importante e inesperada novedad:

–La policía acaba de detener a Rapú por orden judicial (…)

A la mañana siguiente conocí a Ana Revuelta (…). La juez dio una orden al secretario.

–Que suban a la presa del calabozo.

Menos de cinco minutos después, Exuperancia Rapú Muebake entraba esposada en la habitación (…). Ana Revuelta me hizo una única pregunta.

–¿Es ésta la persona a la que hace referencia en su denuncia?

Yo no contaba con tener que realizar ese trámite, pero tampoco me importaba en absoluto hacerlo. Ella me miró con un esbozo de sonrisa desafiante. No sentí odio ni ninguna otra emoción. Yo le había dado unas muestras de confianza que obviamente no merecía. Ella había abusado de mi amistad –por llamar de alguna manera a una relación tan vaga– hasta el extremo más inaudito. (…)

–Sí, Su Señoría. Ésta es la persona a la que yo he conocido como Emma.

–Bien, puede usted retirarse y firmar su declaración. (Págs. 241-242)

Rapú declaró que después de grabarlo habían vendido el vídeo y que a ella le habían correspondido tres millones de pesetas. (…) El fiscal pidió su prisión provisional (…). Ana Revuelta no dudó lo más mínimo y, accediendo a la demanda del ministerio público, concluyó la vistilla decretando el ingreso de Rapú en el centro de mujeres de la prisión de Carabanchel. (Pág. 243)

Antonio [Rubio] y Manolo [Cerdán] recibieron la llamada desde Alicante de un guineano que se identificó como Norberto Echuaca Noah. Les dijo que Rapú Muebake había sido durante muchos años su pareja y que había tenido algún contacto con El Mundo cuando había tratado de abrirse camino como cantante (…) Hasta en eso me había mentido Emma: cuando promocionaba el disco me dijo que el cantante era su hermano. (Pág. 248)

Daba la impresión de que la falsa Emma había modelado el relato [la declaración judicial] para que pareciera que se había resistido reiteradamente a tenderme la trampa y que al final había cedido por una mezcla de despecho y necesidad. La historia del millón de pesetas era un invento y también lo era que yo la hubiera llamado ni el día de la encerrona, ni ningún otro día, como no fuera respondiendo a su insistencia. (Pág. 269)

Tuve claro que no debía buscar una coartada moral, ni siquiera una explicación científica, para mi conducta sexual sobre la base de que me habían drogado, porque ése es un ámbito en el que nadie debe tener que dar nunca cuentas públicas de nada, porque yo ya había hablado con quien tenía que hacerlo y porque en todo caso yo no me sentía ni culpable, ni avergonzado ni arrepentido de nada, excepto del pecado de estupidez. (Pág. 271)

Joaquín Leguina y el diario El País habían cruzado el Rubicón de la indignidad. El diario que durante tantos años se había presentado como paladín del progresismo y las libertades publicaba esa mañana un artículo infame del ex presidente madrileño, propio de la carcunda más reaccionaria.

Según nos dijeron amigos de la redacción, el texto –titulado “La procesión y el vídeo”– había sido incluído en contra del criterio del director, Jesús Ceberio, y por decisión personal del consejero delegado, Juan Luis Cebrián.

{pag}Su tesis era que yo, “el gran desvelador de secretos ajenos, el muñidor electoral de Aznar, el paladín de la transparencia” quería “ocultar” mis “secretillos”. Por eso una juez había encarcelado a Rapú. (Pág. 275)

TRIBUNA: JOAQUÍN LEGUINA

La procesión y el vídeo 

El autor denuncia las distintas varas con que, según los casos y las circunstancias, se miden asuntos que afectan a la intimidad de las personas.
  
Joaquín Leguina es diputado socialista.

EL PAÍS  |  España - 15-11-1997     

El domingo, 9 de noviembre, iba yo paseando por delante del palacio de Oriente cuando una reducida pero abigarrada multitud me cerró el paso. Se trataba de la procesión de la Almudena caminando hacia la catedral que con ese nombre inauguró el papa Juan Pablo II hace unos años. El Trono y el Altar volvían a cogerse de la mano sobre el Campo del Moro gracias a las subvenciones que el Ayuntamiento, la Comunidad y el Gobierno (los tres, dirigidos al inicio de las obras por socialistas) habían aportado al empeño de Angel Suquía, por aquel entonces arzobispo de la capital. Asistí el día de la inauguración a la inacabable misa que ofició allí el Papa, y con tal ocasión vi comulgar a personas que nunca hubiera imaginado libres de pecado.En fin, he de confesar que no asisto hace años, ni veo, aunque sea desde la lejanía, procesión alguna. Quizá por eso ésta que cuento me llamó la atención.

Aparte del arzobispo Rouco y una docena de sacerdotes, desfilaban, delante y detrás de la Virgen, un nutrido grupo de señoras, todas ellas enlutadas, todas con mantilla y peineta. A su zaga, unos caballeros cubiertos con largas capas blancas, una banda de música, diríase que en representación de alguna casa regional, manolos y manolas como recién salidos de La verbena de la Paloma y el inevitable alcalde de la Villa y Corte (cada vez menos villa y más corte... de los milagros). Iba el edil acompañado de su esposa, tan enmantillada como las damas, aparentemente viudas, que les abrían paso, y unos pocos concejales (todos del PP), armado él con el bastón de mando, se arropaba con el collar que en su día diseñó e hizo fabricar (supongo que en la Fábrica de la Moneda) el ilustre y valeroso falangista Jesús Suevos, concejal sempiterno que fue durante la era de Franco. Cerraba el cortejo una banda de Infantería, algo desganada.

Al final del cortejo, y fuera de la cosa oficial, unos pocos fieles y cuatro o cinco fascistas enarbolando una bandera con el águila monocéfala. Al doblar el último recodo, antes de entrar en la catedral, al paso de las autoridades, un grupo levantó una pancarta donde podía leerse: "Se recogen firmas contra Setién". Fuesen y no hubo nada.

Tuve, lo reconozco, la desapacible sensación de lo déjá vu. Volví por un momento a mi niñez y juventud, a los rosarios de la aurora, a los maitines, a las misiones,a los sermones del padre Vázquez, que sudaba como nadie. Pensé en el tango: "Es el pasado que vuelve a encontrarse con mi vida". Así que me metí en un bar y me dispuse a tomar una cerveza y a leer el periódico con la esperanza de volver al presente. Separé las innumerables partes de las que se compone los domingos la prensa (revista, dominical económico, cómic infantil, coleccionable, resumen semanal, etcétera) y me encontré, para mi desasosiego y desgracia, con la siguiente noticia:

"Una mujer ingresó el viernes en la prisión de Carabanchel, acusada de descubrir y revelar secretos de la intimidad del director de El Mundo, Pedro J. Ramírez. La detenida, Exuperancia Rapú Muebake, se encuentra a disposición de la juez Ana Revuelta... La juez se basó en el artículo 197 del Código Penal, que en su apartado 5 castiga con una pena de entre dos y cuatro anos a quien revele la ideología, religión, creencia, salud, origen social o vida sexual de otro sin su consentimiento".

O sea, que el gran desvelador de secretos ajenos, el muñidor electoral de Aznar, el mejor asesor de Villalonga, el paladín de la transparencia,. quiere ocultar sus secretillos. Él, sostenedor con irrefutables argumentos de que "los hombres públicos no tienen vida privada", remueve y moviliza Roma con Santiago, justicia y policía, que parecen estar a sus órdenes, porque hay unos vídeos., Pero ¿en qué lo involucran?, ¿en qué posturas han retratado a este san Antonio?, me pregunto. Me lo pregunto y llamo a un amigo periodista, generalmente bien informado, miembro activo del mentidero madrileño. Y lo hago en buena hora, pues me invita a comer, y comemos.

El vídeo te lo pongo después de la comida, que no quiero yo quitarte el apetito -me dice nada más entrar en su casa.

- Es muy fuerte -me dice su mujer mientras me da la bienvenida.

- Es curioso -insisto- este caballero que ha publicado en su periódico cuanto le ha venido en gana. Por ejemplo, las cintas del Cesid, robadas, incluyendo todo tipo de conversaciones privadas, sin que ninguna juez Ana Revuelta ni fiscal general alguno hayan tenido a bien mover un solo dedo en defensa de los agraviados, pese a las denuncias de éstos ante los tribunales. El perejil de todas las salsas, el activista de todas las conspiraciones...

- Los poderosos siempre se creen impunes hasta que son pillados como alguaciles alguacilados -me corta mi acogedor samaritano.

Comemos y, ya tomando el café, vemos la película en un silencio espeso. "¡Madre mía!", acierto a decir por todo comentario cuando la tremenda proyección concluye. "Inenarrable", como diría el actor principal de la cinta que acabamos de ver. Quedo un rato callado. Nadie se atreve a romper el silencio. Para hacerlo, les cuento la procesión a la que acabo de asistir, y de pronto recuerdo otra, la procesión de un Jueves Santo en Carabaña.

En aquélla, viéndola desde. un balcón, estaban, si no recuerdo mal, Aznar, Rato y Ramírez, el de marras, junto con sus señoras. ¿Qué opinará Ana Botella después de ver este vídeo? -pienso.

No se trata de que un poderoso resulte, además, libertino. No se plantea una cuestión que atañe a la moral sexual, acerca de la cual cada uno tendrá su opinión, como la tienen, por ejemplo, los señores obispos, dueños de la emisora de radio en la que con gran empeño colabora este caballero. Se trata de un asunto psicológico, o psiquiátrico. De una actitud que explica muchas cosas de las que hace este señor cuando se quita el uniforme y ejerce de predicador.

Las imágenes del vídeo pueden asustar, es cierto, pero lo que de verdad da miedo es la respuesta del Estado: juez, Fiscal general, policía, para ponerse a la tarea y a la orden del señor Ramírez. Se reimplanta la censura previa ("la juez Revuelta prohíbe al Ya la publicación de cualquier otro fotograma del vídeo objeto de las diligencias previas"). Se interviene la correspondencia. Se decreta prisión sin fianza para Exuperancia Rapú Muebake, etcétera, etcétera. En fin, que estamos ante un asunto de Estado, ya se ve.

Cuando tantas intimidades fueron invadidas desde El Mundo y los ofendidos recurrieron al amparo de la justicia, exhibiendo precisamente el mismo artículo que ahora se aplica para llevar a la cárcel a la señora Rapú Muebake, sus denuncias fueron archivadas sin que fiscal o juez alguno se atreviera a aplicar esa misma ley que ahora sí se aplica. En este caso hay una canallada (la grabación del vídeo) y un delito (la difusión) igual que ocurrió, entre otros escándalos, con el de las cintas robadas del Cesid y con una diferencia, la difusión de este vídeo es clandestina, las grabaciones del Cesid se difundieron en un periódico y, eso sí, con dos respuestas desde el Estado ante los delitos, no sólo diferentes, sino diametralmente opuestas. Dos varas de medir que ponen demasiadas cosas en evidencia. Convendría saber qué deudas, qué obligaciones contraídas o qué miedos suscita este acreedor, tan rápida y eficazmente atendido en sus demandas.

Durante la etapa final del Gobierno socialista se introdujeron prácticas consistentes en la aparición de un periodismo que no se puso límites a sí mismo a la hora de obtener por cualquier medio información contra el Gobierno. Se sindicaron con él intereses políticos y judiciales. Se perpetraron venganzas personales. Se crearon vientos y tempestades arrasadoras. Se despreció cualquier principio ético y se implanto el todo vale. Vemos ahora con horror que aquel ambiente, tanto ardor guerrero, han acabado por invadir la sociedad y el Estado. Aquellos polvos traen estos Iodos. Este barrizal que involucra al Estado y que va más lejos que un vídeo deplorable.

Nuestro periódico se refirió siempre desde ese momento al “montaje contra el director de El Mundo”, mientras El País habló constantemente del “vídeo sexual de Pedro J. Ramírez”. (Pág. 280)

{pag}Varios años después de ocurridos los hechos, aún me seguiría pareciendo increíble que el diario El País hubiera podido hacer lo que hizo aquel domingo 23 de noviembre, publicando con la solemnidad formal de un largo editorial un compendio de infamia y juicios miserables titulado “El vídeo”. (Pág. 289)

EDITORIAL

El Vídeo 

EL PAÍS  |  Opinión - 23-11-1997     
 
LA GRABACIÓN clandestina de un vídeo, y su posterior difusión, que revela las muy personales aficiones sexuales del director de El Mundo, Pedro José Ramírez, ha terminado por convertirse en un problema político y judicial de considerable envergadura. Naturalmente, el primer y único comentario que merece el hecho es la repugnancia que inspira esta violación inadmisible de la intimidad de una persona, en contra de sus derechos más elementales y de lo que la ley estipula. Contra lo que algunos piensan -entre ellos, y paradójicamente, la propia víctima de esta agresión-, los personajes públicos sí tienen vida privada, y aunque Ramírez sea un individuo popular, eso no desmerece la protección jurídica y moral que su intimidad reclama. De modo y manera que nos encontramos ante algo absolutamente rechazable, sin ningún género de matices, por más que el destinatario de la infamia haya podido ser autor de otras de similar o parecido calibre.En circunstancias normales, aquí deberíamos haber puesto punto final a este editorial. Pero ha sido el propio director de El Mundo quien, con desprecio de su propia intimidad, ha situado la cuestión de ese infame vídeo en el centro de la atención pública, tratando de convencer a los españoles de que los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), que no operan desde 1986, se han reorganizado y son los responsables de un auténtico montaje contra él. No nos interesan ahora las primeras y mentirosas versiones del propio Ramírez en el sentido de que el vídeo era un trucaje y él no era el protagonista. Quien es asaltado en su propia fama de manera tan vituperable tiene derecho incluso a mentir para defenderse.

A lo que no tiene derecho es a convertir sus propios y peculiares problemas en cuestión de Estado, por mucho que el director de El Mundo sea un asesor frecuente de la política del Gobierno en el terreno de la comunicación y quizá en otros. Y, sin embargo, el Estado, con todo su poder, se ha mostrado en este caso dispuesto a defender la dignidad violada con una contundencia que para sí quisieran los ciudadanos corrientes y molientes a la hora de ver defendidos sus derechos.

El relato de acontecimientos es casi bochornoso: la coprotagonista del vídeo fue- encarcelada en prisión sin fianza durante una semana, y sólo salió de la cárcel cuando se mostró dispuesta- a declarar conforme convenía a las tesis de Pedro J. Ramírez. La juez encargada del caso intervino correspondencia privada y aplicó la censura previa de prensa para impedir la difusión de las imágenes. Y el encomiable celo empleado por el Ministerio del Interior para investigar este caso contrasta con la falta de reacción que ha mostrado en otras ocasiones, incluso cuando el diario El Mundo ha. desvelado la vida privada y violado la intimidad de las más altas magistraturas del Estado. ¿Por qué? Sin duda porque el Gobierno necesita que estos vicios privados de los que se hablan no le salpiquen y no encuentra mejor camino para ello que tratar de convertirlos en una virtud pública: es necesario que nos encontremos otra vez ante los GAL, y no ante el ánimo de lucro de unos desalmados y el de venganza de quienes se sienten víctimas de Pedro José.

Semejante abuso argumental, cuando ya parece evidente que no medió violencia alguna para conducir al director de El Mundo a la situación en que aparece, ha tenido su corolario en la irrupción en la causa, como elefante en cacharrería, (¡oh sorpresa!) del magistrado Gómez de Liaño. Incumpliendo claramente las normas procesales, este juez, tan conocido ya por los españoles, pretende relacionar nada menos que la vida sexual de un periodista con un fantasmagórico resurgimiento de los GAL. Y a partir de ahí, con el beneplácito de la fiscalía de la Audiencia, hoy en manos de sus muy amigos Fungairiño y Gordillo, ordena registros, decreta detenciones y establece -¿cómo no?- el secreto del sumario.

Es todo tan chusco que produciría hilaridad si no anduvieran por medio la intimidad de una persona -que él mismo parece despreciar-, la respetabilidad de la justicia y la dignidad del Estado. Porque la gravedad del caso radica en que tal -cúmulo de despropósitos e irregularidades no pueden sino crear una sensación de inseguridad jurídica incompatible con la normal salvaguardia de los derechos individuales de los ciudadanos en un Estado de derecho.

Por repugnante que nos parezca -y que efectivamente es- el método empleado para dañar la imagen personal de Pedro José Ramírez, no dejan de ser también detestables- los métodos que éste emplea a la hora de defenderse. La politización de un delito privado para salvar la cara del director del periódico más afín a José María Aznar es algo inadmisible. La involucración de la Audiencia Nacional y del juez Liaño debe llamar nuevamente la atención del Tribunal Supremo y del Consejo del Poder Judicial sobre las extrañas actitudes de este magistrado.

Pero lo más curioso de todo es que, cuando la violación de que ha sido objeto el director de El Mundo ha sido tan flagrante que nadie podía hurtarle su solidaridad, él mismo se ha encargado de pasar por encima de su propia reputación con tal de seguir combatiendo a sus enemigos políticos. Porque el honor o deshonor de Pedro J. Ramírez no se encuentra en sus escenas de cama, que tanto dan, sino en la práctica profesional que él mismo ha desarrollado a lo largo de los años.

No podía creer lo que acababa de leer. Estaba de verdad alucinado.

{pag}Si a Juan Luis Cebrián, a Polanco o a cualquier otra persona destacada de El País o de cualquier otro periódico, alguien le hubiera montado una operación parecida, no me cabía duda de que yo habría desenvainado mi espada editorial para salir incondicionalmente en su defensa.

Ahora ellos lo hacían para intentar rematarme. ¿Cómo podían haber caído tan bajo? (Pág. 292){ladillo}Cerdán y Rubio cuentan como desvelaron la trama del vídeo sexual de Pedrojota {/ladillo}
El Mundo (31/05/04, 09.48 horas)

A veces un simple dato, aparentemente sin importancia, se convierte en la punta de lanza de grandes investigaciones periodísticas: un número de teléfono o de fax, una matrícula de automóvil, una dirección, una sociedad Con la matrícula de un Mercedes llegamos hasta los intermediarios del secuestro de Emiliano Revilla; con el nombre de la sociedad Enseco, a las comisiones de Sarasola por las obras del Metro de Medellín; con un fax de París, a la placentera vida de Francisco Paesa tras el anuncio de una muerte ficticia; con un domicilio, a la localización del gal Mendaille en la Costa Brava...

En el caso del montaje del vídeo contra Pedro J. Ramírez, los números de teléfono de Exuperancia Rapú, la mujer que se prestó para urdir la encerrona, y de José María González Sánchez-Cantalejo, la persona que grabó la cinta subrepticiamente desde el interior de un armario, nos abrieron las puertas para llegar hasta los intermediarios, los colaboradores necesarios y los inductores y financiadores del montaje.

En esa trama aparecían como intermediarios Agustín Valladolid -entonces director de Interviú y ex director de Prensa de José Luis Corcuera en el Ministerio del Interior- y Domingo Martorell, directivo de Antena 3. Como colaboradores necesarios: Emilio Rodríguez Menéndez, conocido abogado de turbios asuntos como los de El Nani, la Dulce Neus o El Francés; Goñi Tirapu, gobernador de Guipúzcoa en la etapa de Corcuera, y Angel Patón, alto cargo de La Moncloa que tenía su despacho a 25 metros del de Felipe González. Y como inductores: Rafael Vera, ex secretario de Estado de Interior en varios gobiernos de González, y otros cargos socialistas.La propia Rapú señaló a Vera como la persona que facilitó la financiación para comprar el vídeo.

Las sospechas también envolvieron a los abogados Cobo del Rosal y Jorge Argote, pero tuvieron la suficiente astucia para librarse del proceso.

Tras la detención de Rapú y la incautación, por parte del juzgado, de su agenda y del diario de las negociaciones, verificamos que nuestras investigaciones iban en buena dirección: todos los personajes aparecían relacionados por la mujer con una trama vinculada a los GAL. Como en cierta ocasión le recordó Cantalejo y ella recogió en su diario: «Hay que llevar cuidado. Es gente peligrosa de los GAL».

Cuando en mayo del año pasado fuimos invitados para participar en el Global Investigative Journalism (GIJ), el congreso sobre periodismo de investigación organizado en Copenhague, nos pidieron que explicáramos los ataques que había sufrido la prensa española durante los últimos años del Gobierno del PSOE. Los presentes se quedaron helados cuando fuimos desmenuzando las investigaciones realizadas para descubrir la trama que había detrás del montaje del vídeo contra Pedro J. Ramírez.

Entre los periodistas-congresistas estaba lo más representativo del IRE norteamericano (Reporteros y Editores de Investigación), muchos compañeros que habían sufrido presiones por ejercer con libertad su profesión y la magistrada Eva Joly, que instruyó el caso Elf en Francia, por el que se vio sometida a seguimientos y controles telefónicos de los servicios secretos.

Todos los presentes, tras conocer los hechos, preguntaron cómo y cuándo pudimos descubrir a todos los personajes que participaron en esa trama, que terminó siendo la banda de Interior. Les aclaramos que los primeros indicios surgieron en septiembre de 1997, después de que publicáramos que José Luis Corcuera y Rafael Vera habían estado en Andorra «realizando operaciones bancarias». La información iba acompañada con una foto de los dos paseando por una calle céntrica, a escasos metros de la entidad bancaria de donde acababan de salir.

Vera, rabioso por el descubrimiento, no se pudo morder la lengua y soltó en una emisora de radio que «dentro de poco, los españoles se van a enterar a qué dedica su tiempo libre Pedro J. Ramírez, director de El Mundo».

Los vídeos comenzaron a llegar anónimamente a entidades y personalidades.Las primeras investigaciones nos desvelaron que el vendedor del vídeo se llamaba Sánchez-Cantalejo y que había trabajado en Iberia.

Pudimos descubrir que el fin de la operación consistía en anular a Ramírez, acallar la voz crítica del periódico por los juicios que se avecinaban contra los ex responsables de Interior por delitos de secuestro (caso Marey) y apropiación (caso fondos reservados).

Detrás de Cantalejo estaba un antiguo amigo: Angel Patón, que fue secretario de Julio Feo, secretario de la Presidencia con Felipe González.

{pag}Los vértices del triángulo estaban claros, pero había que rellenar todo el espacio que existía entre cada uno de ellos. Exuperancia Rapú, el cebo, vivía en un apartamento de Patón y éste (al igual que Sánchez-Cantalejo) no pasaba por un buen momento económico.Quién había podido financiar tan vil campaña fue la siguiente pregunta.

Fue cuando apareció implicado en la conjura José Emilio Rodríguez Menéndez, el polémico abogado que desde hacía tiempo se había entregado a la causa de los Corcuera, Vera, Rodríguez Galindo, Jorge Argote y al catedrático Manuel Cobo del Rosal.

Rodríguez Menéndez nunca se había caracterizado por ser una persona prudente o recatada. Todas las reuniones de la banda de Interior sobre el montaje del vídeo se habían desarrollado en su chalé y el propio abogado se había encargado de difundirlas sin ningún recato en la redacción del Ya.

Cuando todo estaba preparado para que Menéndez, acompañado del fiel servidor Goñi Tirapu, llegara a un acuerdo económico con Sánchez-Cantalejo y Patón, llamamos al antiguo chaqueta roja de Iberia para preguntarle por la operación vídeo. Fue tal el susto que se llevaron que salieron todos corriendo como en una estampida.

Rapú y Cantalejo llegaron hasta isla Margarita, en Venezuela, donde se refugiaron durante un tiempo con los 50 millones de pesetas que lograron sacarles a sus socios.

Después, con todos los integrantes de la banda de Interior identificados, todo fue mucho más fácil. Uno a uno fueron cayendo, informativamente hablando, hasta terminar con sus huesos en el juzgado. Fueron imputados y procesados por la titular del Juzgado de Instrucción número 28 de Madrid y, más tarde, condenados por la Sección Primera de la Audiencia Provincial.

La magistrada Joly y los compañeros del IRE y del GIJ siguen pensando que no es real, que es ciencia ficción.{ladillo}Editorial: "Ni víctima, ni periodista"{/ladillo}
Periodista Digital (10/06/04)

El libro "El Desquite", publicado por Pedrojota Ramírez siete años después de que su intimidad quedara grabada en vídeo, acompañado de los nefandos intentos de coartar la libertad de expresión y la libertad de prensa por parte del director de El Mundo, ilustran de forma particularmente espectacular algunos de los abusos en el ejercicio del periodismo que se han extendido en esta era de la telebasura y de exacerbado egocentrismo de algunos periodistas.

El director del diario El Mundo, en un asombroso ejercicio de soberbia, ha escrito un libro en el que, con el vídeo como eje central e hilo conductor de la historia, restriega por el rostro de algunos de sus enemigos --reales o supuestos-- que puede hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Da la impresión de que, después de hacerse millonario con su periódico y de lograr que hasta los más pacatos del entorno Aznar le volvieran a acoger como uno de los suyos, sentía la necesidad de alimentar su ego firmando ejemplares en la Feria del Libro y paseándose por platós de televisión y estudios de radio como la "víctima" que logró vencer a sus agresores: la banda de los GAL.

Para ello, no ha dudado en desvelar su intimidad dedicando decenas de párrafos a sus aventuras sexuales, poner de nuevo el vídeo sobre el tapete y --aquí reside la clave-- mentir sobre su relación con Exuperancia Rapú. Mentir por mentir, porque podría haber obviado el "antes" del vídeo y centrarse sólo en el "después". Ahora, la "víctima del vídeo" muestra su verdadera faz y amenaza a este diario online con el asesinato mercantil si osa hacer su trabajo y contar la verdad.

Lo que más repugna a la ética del periodista es la manipulación de los lectores, a quienes en el libro se encandila con visiones de conspiraciones y cifras millonarias. Justamente son la soberbia, el ego y el lucro los móviles de la mascarada en El Desquite sobre su "vaga relación" con Exuperancia. Sólo se justificaría, quizá, el mentir si, en los primeros momentos, actuara el impulso de salvaguardar a su familia del devastador impacto de un escándalo de tamaña naturaleza, como el provocado por la difusión del vídeo. Pero, siete años después y tras numerosos repasos a las galeradas, mentir es un atentado a la inteligencia. Aquí sólo se busca carnaza , para ese morbo que la prensa amarilla conoce tan bien y que ayuda a vender libros y periódicos.

Tras este caso se encuentra, además, una flagrante cuestión de credibilidad: ¿Quién puede dar por buena la versión de un hombre, autoproclamado adalid del periodismo y de la libertad de expresión, que no duda en amenazar con demandas multimillonarias a un periódico online por contar la verdad o que incluso llega a amenazar con represalias terribles a la empresa donde está alojada la publicación? ¿Qué confianza merece un profesional de la tergiversación periodística en cuantas empresas aborda?