Cuando la niña llegó, tras ser tan pésimamente diagnosticada en el Centro de Salud de El Mojón, al Hospital de la Candelaria, ya se vio allí que el informe que la acompañaba era un puro dislate
Podría entenderse que a Diego, el muchacho detenido el martes pasado en Tenerife, la opinión pública le despojara automáticamente de la presunción de inocencia por la radical repugnancia que inspira el maltrato a los niños y por la recurrencia con que éstos se producen.
La primera valoración médica a la víctima, la niña de tres años que fallecería al poco, y la diligencia policial y judicial en arrestarle, parecían dar por sentada su culpabilidad aún antes de efectuarse las más elementales pesquisas forenses y, desde luego, muchísimo antes de instruirse el proceso en el que el acusado hubiera podido defenderse.
Eso, mal que bien, se podría entender, pero lo que de ningún modo puede entenderse, y menos aún admitirse es que un servicio de urgencias esté atendido por un tuercebotas como el que, por confundir un golpe fortuito en un parque infantil con signos de maltrato continuado y un prurito alérgico con quemaduras provocadas, mandó a un inocente al infierno del repudio social y de la tantas veces kafkiana maquinaria de la Justicia.
La cara de ese inocente, apabullado por su detención tras llevar al hospital a la niña y no menos por los feroces insultos de los transeúntes, la vieron en los noticiarios de televisión millones de españoles, algunos de los cuales no se habrán enterado aún del desenlace del suceso y conservan la imagen de Diego en la carpeta mental de los violadores y los asesinos.
Ese médico indigno de ostentar el título que le faculta para ejercer la noble profesión si, como parece, erró de forma tan brutal y tan acusatoria en su diagnóstico, es, sin embargo, el primer escalón en la cadena de torpezas que echaron sobre Diego el baldón más infamante.
Cuando la niña llegó, tras ser tan pésimamente diagnosticada en el Centro de Salud de El Mojón, al Hospital de la Candelaria, ya se vio allí que el informe que la acompañaba era un puro dislate, pues no se compaginaba con la realidad de las lesiones que, al cabo, acabarían con su vida.
El juez, entonces, dispuso los análisis pertinentes para establecer la verdad, pero, entre tanto, Diego era detenido, expuesto a las cámaras y unánimemente condenado por la opinión.
¿No se podía haber esperado esas pocas horas para, en el caso de hallarle sospechoso por el resultado de los análisis, haberle detenido con algún fundamento? ¿Vale tan poco el honor? ¿Y tanto el garabato de un médico al pie de una sarta de disparates?
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HOSPITALIZADO TRAS ‘HUNDIRSE’ POR EL FALLECIMIENTO
El padrastro de la niña fallecida en Tenerife, Diego P.V., ha sido ingresado en un centro hospitalario tras «hundirse» por el fallecimiento de la menor la pasada semana. Así lo ha informado su abogado, Plácido Peña, quien señaló estar «muy preocupado por el muchacho», que no ha logrado superar la muerte de la chiquilla desde que abandonó los juzgados de Arona el pasado sábado por la tarde.
Peña explicó además que la menor será enterrada este martes en Madrid acompañada de su familia más cercana. Aseguró, no obstante, que Diego P.V. –que está acompañado de la suya– no hablará ante los medios de comunicación hasta que «no esté en condiciones».
El letrado también indicó que a día de hoy, «sólo los medios de comunicación están siendo humildes y reconocen los errores». «Nadie ha pedido disculpas», aseveró Plácido Peña que reconoció que éstos después de todo «sólo han informado de lo que le han dicho».
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LA PRENSA SIN PRESUNCIÓN DE INOCENCIA
Derecho a la presunción de inocencia. Ese es el derecho universal y constitucional que los medios de comunicación y la sociedad se han saltado a la torera.
¿Qué ha fallado? ¿Ha sido una cadena de errores humanos? ¿Qué parte de ese perverso esperpento le corresponde a los medios de comunicación? ¿Han sido inocentes los periodistas?, se pregunta Agustín López en El Economista.
- Se podrá decir que el error proviene de los profesionales médicos y no de los portavoces mediáticos. Pero nada absuelve a los periódicos que ignoraron la presunción de inocencia de Diego, y que, para que ningún adjetivo les arruinara la vistosa noticia, lo calificaron de «criminal» incluso en las portadas.
- Hay que hacer acto de contrición y propósito de enmienda porque en periodismo no todo vale. Y hay que decirlo alto y claro para que quede constancia pública.
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EL HOMBRE QUE MIRA A LA CÁMARA
El hombre de la gran foto, que incluimos arriba, se llama Diego Pastrana, tiene 25 años y fue detenido hace cuatro días como presunto autor de violación y de las heridas que causaron la muerte a la hija de su novia, de tres años. Los malos tratos incluían golpes y quemaduras. Miren esa mirada y pregúntense a sí mismos que sintieron al verla.
Hablaré por lo que me toca: me pareció un culpable, la encarnación del mal y la certificación de que el mal existe.
Un error. Y escribe Santiago González -«La mirada que interpela«- que era la mirada la que estaba interpelando a la cámara y no al revés.
¿Cómo ha sido posible la unanimidad emocional que se ha producido en torno a la foto? Los médicos erraron todo su diagnóstico: ni había violación, ni quemaduras, ni señales de malos tratos y el fallecimiento de la niña es perfectamente compatible con la caída del columpio que el falso culpable alegó en todo momento.
Piensen ahora en lo que habrá pensado su novia durante su detención, bombardeada con su imagen esposada.
¿Es posible salvar una relación de una tragedia como la muerte de su hija asociada socialmente a la culpabilidad de su novio?
Relean los comentarios que durante estos días se han escrito en Internet, imaginen un caso como éste ante un jurado popular.
Ojalá su anunciada querella contra el equipo médico y los medios que se encarnizaron encuentre un juez que sepa fallar una indemnización modélica.