Mientras haya una Corona para echarle de comer a los tiburones, los políticos dormirán a pierna suelta
Para eso sirve un Rey en el siglo XXI. Para llevarlo a la guillotina mediática y decapitarle una y otra vez ante un pueblo que necesita sparrings para desahogar su justificada ira acumulada. Para que Cayo Lara se sienta Robespierre durante unos días, y Tomás Gómez Dantón, y Patxi López Marat y Rosa Díez Olympe de Gouges, en un carnaval colectivo en el que España disfruta disfrazada de Revolución Francesa.
En los medios escritos y las redes sociales aparecen Rouseaus y Voltaires debajo de las piedras, y a la reina Sofía se le mira de reojo como a una María Antonieta compartiendo los «males gananciales».
El delfín deambula como alma en pena por los actos oficiales, mientras el pueblo discute a la hora del cafelito si la historia le ha estampado ya fecha de caducidad.
Ondea la tricolor aprovechando que cualquier Pisuerga pasa por cualquier Valladolid, y los grupos parlamentarios emulan a La Montaña, a los Jacobinos, a los Cordeleros, en una conmovedora versión de 350 parlamentarios y 46 millones de españoles en busca de autor.
Aunque sólo sea por esta semanita que lleva el Rey encerrado en Las Tullerías esperando sentencia, y la familia Real en la picota, y los ciudadanos pasándoselo como indios practicando el hobby oxidado de la «caza mayor» del Borbón, ha merecido la pena conservar a Juan Carlos I embalsamado en La Zarzuela.
Durante unos días ha quedado aparcado el paro, los avisos de desahucio, los «vuelva usted mañana» de los que buscan empleo, los ERES que no cesan, los insomnios de los padres y las madres que no ven la luz al final del túnel hacia el futuro de sus hijos, las pesadillas de los autónomos, el infierno de los comerciantes, la peste de las Pymes y los mil y un amaneceres en los que tantos españoles se han ido resignando a darle los buenos días a la pobreza.
Sólo por esta inesperada sesión de terapia colectiva o el simple «efecto placebo» de un Rey al que le ha salido un tiro por la culata, puede merecer la pena conservar la monarquía al vacío para otro caso de apuro, para otra crisis, para otro momento de la historia de España en el que la clase política, los líderes de los partidos, los dirigentes financieros, los gurús sindicales, los patriarcas empresariales, los guías espirituales mediáticos, hayan puesto tanto empeño como el de estos años en confirmar empíricamente el Principio de Peter.
Mientras haya una Corona para echarle de comer a los tiburones, los políticos en general, los gobernantes, los parlamentarios, los cargos públicos, los jueces, los dirigentes sindicales, los charlatanes de las patronales, los nuevos aristócratas en esta sociedad en los que aumentan, con prisa y sin pausa, los muertos de hambre, pueden seguir durmiendo a pierna suelta.
La máxima pena que se les impone por practicar el gobierno del pueblo, para el pueblo pero sin el pueblo, son unos cuantos años de exilio en la oposición.
Pero esta rastrera nobleza postiza de derechas o de izquierdas, centrípeta o centrífuga, monárquica o republicana, que ha dejado el presente y el futuro de este país a merced de las telarañas, no puede irse de rositas. No puede utilizar a un Rey títere de escudo humano para que un pueblo cabreado se entretenga, mientras todos ellos, juntos y revueltos, están matando a España transmitiendo la cínica sensación de que ella sola se ha ido muriendo.
Esto, España, no se trata de quitar o poner Rey. Ni siquiera de montar un terapéutico proceso republicano, para que las distintas especies de oligarcas por nacimiento, por oposición o con el aval de las urnas, sigan ganando tiempo, mientras los españoles lo perdemos errando por la historia.
Con Corona o sin ella, en la placenta sociológica de una Monarquía Parlamentaria o una República, este país necesita un repaso, una criba, una desinfección política, económica, social y cultural que le permita salir del círculo vicioso de los mismos perros con distintos collares.
Es un sarcasmo que tantos culpables que andan sueltos por los cuatro puntos cardinales políticos, económicos, sindicales, mediáticos, culturales e ideológicos de España, utilicen ahora un Rey amortizado como chivo expiatorio.
Quizá la Corona sea un tumor maligno, pero España presenta metástasis en los Hemiciclos, en los Partidos Políticos, en los Agentes Sociales, en la Banca, en la Justicia, en los Medios de Comunicación, en las Comunidades Autónomas, en los Municipios y en la propia sociedad que, estos días, ni siquiera percibe que le han puesto delante el árbol del Rey para que, una vez más, no pueda o quizá no quiera ver el bosque.