Las columnas del 10 de octubre de 2012 se despiertan con la dura, purísima crítica (y nada velada) de Elvira Lindo en El País a la decisión del diario de PRISA de prescindir de la gente veterana. Está claro que la escritora los tiene bien puestos, como en su momento una vez la viñeta de El Roto criticando de una manera bastante evidente las contradicciones capitalistas de Juan Luis Cebrián.
La escritora arranca así su texto titulado La Madurez:
«Eric Kandel, 83 años, premio Nobel de Medicina, dirige un equipo de neurociencia en la Universidad de Columbia. Woody Allen, 67 años, director de cine con un ritmo de una película al año. Philip Roth, escritor, 79 años, su etapa de excelencia creativa tuvo lugar a partir de la década de los noventa. Charlie Rose, 70 años, presenta el programa más respetado de entrevistas de la televisión pública americana. Alice Munro, 81 años, la Chéjov canadiense, su último libro Demasiada felicidad se publicó hace tres años».
Lindo da muchísimos más nombres de prestigiosas personas que han alcanzado la cima en todos los campos del saber a una edad que pasa sobradamente de los 50 y hasta de los 60 años, de ahí que, ante la decisión que han adoptado los popes prisaicos de la calle Miguel Yuste la conclusión de la escritora sea ésta:
«Son personas que han dado lo mejor de sí mismos después de los 50 años. ¿Por qué entonces se considera que los periodistas están acabados a partir de esa edad?».
También en el diario independiente de la mañana (aunque cada vez más dependiente de la Dirección General de Trabajo) David Trueba –Pedrada– aprovecha que el CIS pasaba por ahí para no sólo poner de vuelta y media a la clase política (aunque poniendo el acento en los populares) sino para alabar la independencia del juez Pedraz, el nuevo crisol y paladín de la Justicia española:
«La pedrada del juez Pedraz contra el cristal de los políticos en un auto procesal fue un arrebato que los propios políticos provocaron, al intentar apañar un escarmiento a los manifestantes desproporcionado y oportunista. Usar la ley para acojonar, que se dice en la calle. También mandan sacar la porra a la policía el primer día y luego reculan ya reducida la afluencia. Pedraz hizo honor a su apellido, fatigados los jueces de ver también su prestigio hundido por ir de la mano con los partidos. El CIS es otra pedrada. A lo mejor la mayoría no es tan silenciosa».
En El Mundo, Federico Jiménez Losantos recuerda en –¿Quién paga el separatismo?– que el diario en el que colabora fue el único que el día después del clásico no abrió con una imagen del partido, sino con una gran imagen y texto sobre el pulso secesionista en el Nou Camp:
«Ayer le dio Rajoy 1.000 millones de euros al Gobierno del referéndum ilegal y la In-de-pen-den-cia. Y ayer supimos que los 40 millones de cursos de formación que paga el Ministerio de Empleo en Cataluña se cobrarán si son sólo en catalán, porque se prohibe el español. ¿Constitución? ¡Ja! El separatismo catalán lo paga toda España, incluida Cataluña, por orden de Madrit. Churchill nunca apreció el alarde cívico y pacífico de los alemanes de Nüremberg, pero Chamberlain ayudó mucho a llenar el campo. ¡Era gratis!»
En La Vanguardia, Pilar Rahola –El morbo de Ruth y José– le da un toque de atención a las dos grandes televisiones privadas, Antena 3 y Telecinco, a las que culpa de esta alimentando el morbo y que compiten por ver quién es la primera que puede ofrecer el dato más escabroso sobre cualquier crimen, aunque ahora el que prima es despalillar hasta el detalle lo que ha trascendido con la muerte de los niños Ruth y José:
«Con todo lo dicho, creo en los límites de la televisión, aunque no los sitúo en la misma frontera que otros. Y uno de esos límites, que me preocupa desde las épocas del crimen de Alcàsser, es el que tiene que ver con el dolor. Es decir, me preocupa más la televisión amarilla que la rosa, y muchísimo más el dolor de una madre en pantalla gigante, que el culo de alguien. Y como esto lo he escrito en muchas otras ocasiones, creo que tengo un cierto aval».
Añade la hoy periodista y antes política que:
«En este sentido, el espectáculo diario que desde hace más de un año nos vienen dando con el caso de Ruth y José me parece un ejercicio de morbosidad que debería herir la sensibilidad de cualquiera. Día a día, dos cadenas de televisión compiten a la misma hora por ver quién saca más jugo de un pelo, o de la declaración de un familiar, o de un titubeo del presunto homicida. Han ido estirando de tal forma el caso, que al final nadie recuerda que el telón de fondo son dos niños asesinados. Y es así como en el proceso de un larguísimo juicio paralelo, se ha estrujado el dolor hasta convertirlo en un simple jugo de naranja que se beben en la televisión como desayuno».