El parlamentario de UPyD Toni Cantó ha protagonizado un suceso tan tormentoso como escandaloso. Afirmó el lunes 25 en Twitter que “la mayoría de las denuncias de violencia de género son falsas” -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Ante la avalancha de críticas, casi inmediatamente pidió perdón por el mismo medio. El martes volvió a hacerlo en el Congreso. Y el miércoles, en la Comisión de Igualdad, donde ofreció sus “disculpas” admitiendo un “grave error” al difundir “datos no contrastados”.
Cantó cometió varios errores. En primer lugar, plantear tan compleja como estigmatizada cuestión vía Twitter, un medio que impide enormemente, la profundidad del debate. Erró, en segundo lugar, al entender que saldría indemne: o muy audaz, o un poquito ingenuo.
Desatados los demonios, ya no era posible ponerse de lado: un simple tuiteo no podía ser medicina suficiente. ¡Debía ser castigado! En el punto de mira de las feministas radicales, a Toni Cantó sólo le restaba tratar de sobrevivir; pues pelear limpiamente no es posible en desigualdad de condiciones.
No en vano, discriminación positiva para las mujeres implica discriminación negativa para los hombres. En tercer lugar erró, Toni Cantó, al pedir perdón, rindiéndose casi sin pelear, acaso por consideraciones tácticas; no juzgaremos su intención. Pero hemos visto sus consecuencias.
Con tal proceder se desacreditó personal y políticamente. Sumisamente, reconoció su culpas, falta de rigor, desconocimiento de las estadísticas “reales”; dando por buena la propaganda de sus detractores. Y con ello, lo que es más grave: desacreditó la causa alegada, plegándose a lo políticamente correcto. Este episodio permite, además, extraer algunas conclusiones más generales.
LA LEY DE LYNCH
De entrada, no es ninguna temeridad afirmar que se ha escenificado un verdadero linchamiento, hasta el punto de que un líder comunista, el concejal Jorge García Castaño, reclamó ¡el empalamiento del actor! Tampoco es de extrañar: el que tuvo, retuvo. Y ya se sabe lo proclives que han sido siempre los comunistas al exterminio del disidente.
En cualquier caso, y dejando a un lado la anécdota comunista, de los tópicos se pasó a los eslóganes propagandísticos. Y a la agresión personal… al menos verbal, de momento. Segunda constatación. Pese a todo lo dicho, si despejamos el horizonte de tópicos y propaganda ideológica, observamos que ¡no ha habido ningún debate! Se ha desarrollado, por contra, un juicio político en el que el acusado apenas se ha manifestado: eso sí, muy moderno y virtual; al uso de los tiempos.
Tal ha sido la secuencia de hechos: unas ideas torpemente desarrolladas en un medio inadecuado han desatado un alud de pseudoargumentos, escenificándose un verdadero juicio mediático y –cómo no- en sede parlamentaria.
Dada la modalidad mediática empleada por Cantó, su inmediata rendición, y la explosión mediática reconvertida en proceso inquisitorial, ni Toni Cantó, ni nadie más en el ámbito del Parlamento y los mayoritarios medios de comunicación, nadie, repetimos, nadie ha desarrollado un mínimo intercambio de argumentos.
¡No ha habido debate! ¡No se ha permitido! Pero sí se han desbordado ríos de demagogia de tintes totalitarios; autodefensa oligárquica, excluyente y anticientífica, que en nombre de la justicia, la libertad y la igualdad, las asesinan una y otra vez con su prepotencia. Así es el régimen: fuerte con los débiles; débil con los fuertes. Se ha evidenciado, con tales mañas, una sorprendente unanimidad táctica e ideológica.
Ante las afirmaciones de Toni Cantó, los valedores del sistema han saltado cuales muelles sometidos a extrema presión: ¡no se puede permitir tamaña disidencia!, ¡no es admisible discrepancia alguna! De tal modo se han comportado los políticos de TODOS los partidos, periodistas, los portavoces diversos del mundo judicial y, cómo no, la punta de lanza del movimiento ultrafeminista.
Nos referimos, con este último, a esas 50 asociaciones –reales o ficticias- que monopolizan la “verdad sobre las mujeres” y que han logrado imponer, con sus acomplejados compañeros de viaje, una agenda de discriminación positiva; tan antidemocrática como segregadora. Entidades, recordemos, que viven casi exclusivamente de las subvenciones públicas y el sufrimiento de decenas de miles de “usuarios” forzosos de sus “servicios”; en su mayoría, menores de edad.
El “incidente Toni Cantó” ha acreditado la mala, malísima, salud del pomposamente denominado sistema democrático. Un sistema ajeno al pueblo, oligárquico, unánime en sus intereses reales, corrupto en sus medios, hipócrita y moralista, carente de cualquier ética o atisbo moral.
¿Qué une, entonces, a tan variopintos personajes de la escena política, judicial y mediática española? Pues su ánimo de beneficio crematístico –particular y de secta-, aferrándose a cualquier precio al poder. Y una mínima ideología común: la de “género” y demás dogmas de lo políticamente correcto.
Desengañémonos. Aunque hubiera querido y tuviera cualidades para ello, Cantó difícilmente podría haber actuado de otro modo: habría sido expulsado definitivamente del sistema. Pero, pese a todo y a casi todos, el todavía diputado de UPyD ha logrado aflorar una situación maldita, soterrada y prohibida. Lo que no es poca cosa.