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Los dos fallecimientos más destacados de la jornada anterior, el de Margaret Thatcher y el de Sara Montiel, eclipsan cualquier otro asunto en los espacios de opinión de la prensa de papel española el 9 de abril de 2013. Casi se podría decir que es un alivio para el Rey y su familia, puesto que les saca del foco del debate por un día. Tan sólo hay una excepción a la norma. En el diario de Unidad Editorial sí se publican varias columnas dedicadas a la Casa Real, pero con un giro de 180 grados con respecto a la línea mayoritaria en el rotativo hasta el momento. Ahora toca defender a capa y espada a Juan Carlo I y, de paso a la infanta Cristina. El argumento más absurdo llega de la mano del antaño director de periódicos y cortesano mayor del Reino.
Y puesto que ya le hemos nombrado, arrancamos con Luis María Anson. El título de su reverencia, perdón, columna, lleva a confusión: El jaque al Rey de la infanta Cristina. Pareciera que va a criticar a la hija para salvar al padre, pero no. Las primera palabras que le dedica son la expresión escrita de una genuflexión cortesana:
La Infanta Cristina, con su título universitario, sus cuatro idiomas, su preparación para las relaciones internacionales, su reconocida sensibilidad para la cultura, percibe un sueldo discreto de la Caixa de Barcelona. No se empleó allí para hacer el paripé durante unos meses de que trabajaba como los demás españoles.
Tras la adulación llega defensa de ella:
[La infanta Cristina] Ha trabajado tanto que ha tenido poco tiempo para estar enterada de las presuntas trapisonderías de su marido Iñaki Urdangarín.
Ya sabe usted, querido lector, si sospechan que usted es cómplice de cualquier delito tan sólo tiene que decir: ‘es que trabajo tanto que no me entero de lo que hace mi pareja’. El problema de este tipo de excusas es que al final hace pasar por tonta a la defendida.
Recuerda que el Rey dijo en su día que la ley es igual para todos, y añade:
La ley, sí, es igual para todos. Sería lamentable que a una mujer, con presuntas prevaricaciones, no se la imputara por ser Infanta de España, pero también sería muy grave que se la impute, sin evidencias, por ser Infanta de España.
Los que atizan la campaña contra el Monarca se equivocan al pensar que los ciudadanos nos chupamos el dedo. Multiplicarán los pretextos para crear un clima irrespirable que exija la abdicación y después de la renuncia del Rey le perseguirán hasta la extenuación, dedicándose a continuación a desmontar a su heredero.
Tras elogiar a Pedrojota Ramírez –le gusta mucho a Anson esto de derretirse en halados destinados a su director en El Mundo–, concluye:
El Jefe de la Casa del Rey no puede equivocarse en este asunto. Debe caminar con pies de plomo y agilidad de tigre. La prudencia, la mesura, el buen sentido, la diligencia en las respuestas, la flexibilidad y la firmeza son las palabras clave para la acción de la Casa del Rey. Sobre todo teniendo en cuenta que el Gobierno mucho, mucho, no va a hacer. Mariano Rajoy permanece genuflexo en las naves del templo de Nikko, en su permanente adoración de los tres monos sagrados: «No ver nada, no oír nada, no decir nada».
No va a negar este humilde lector de columnas que el registrador de la propiedad metido a gobernante tenga mucha responsabilidad en muchas cuestiones, pero en este asunto su función no debería ser otra que ver y callar. No debe intervenir el Gobierno en ningún proceso judicial, afecte a una infanta o a un bedel de instituto.
También Victoria Prego se lanza a una encendida defensa de la monarquía, si bien ella se centra en la figura del Rey. A diferencia de otros, ella no ve conspiraciones republicanas en quienes piden la abdicación del Rey en Felipe, tan sólo torpeza. Titula la veterana periodista: Si se tambalea el Rey se tambalea la Constitución.
Dice Prego:
Por el deterioro evidente de su prestigio y popularidad [del Rey], está en marcha una importante corriente de opinión sustentada por personas serias, sólidas, prestigiosas y leales a su país y a su Rey, que le piden respetuosamente que abdique en su hijo. No se trata sólo de una propuesta espontánea, aunque quizá también. Es un proyecto, un plan, conocido por responsables de altas instituciones del Estado. Un plan que puede tener éxito o no tenerlo, pero que de ningún modo es escandaloso ni debe mover a la sospecha de maniobras oscuras. Maniobra, puede que sí, pero clara como el agua clara.
El objeto de esta petición es que la Corona, que ahora mismo es objeto de rechazo por una aplastante proporción de jóvenes -que ni han vivido la Transición ni se sienten deudores de ella ni de sus protagonistas, y tienen razón-, salga reforzada porque el Príncipe de Asturias es un muy digno heredero, de trayectoria personal impecable y que cuenta en estos momentos con mucho más apoyo popular que su padre.
Ve un problema en la abdicación del Rey:
Lo que pasa es hay un nuevo y enorme peligro en todo eso. O muchos peligros, todavía no está claro. Y es que en estos días han empezado a aparecer en medios editoriales informaciones que apuntan directamente a la Princesa de Asturias, y que involucran de forma indirecta a su marido, Felipe de Borbón. Son datos claramente atentatorios contra su intimidad y que buscan someterla, a ella y al Príncipe, al juicio o al escarnio públicos.
Concluye:
Imaginemos que el Rey hace saber que considera la posibilidad de abdicar y, al mismo tiempo, el Príncipe pasa a estar también bajo el foco crítico y descarnado de la opinión pública, víctima de rumores o informaciones descalificatorias sobre su esposa o, como efecto derivado, sobre él mismo. Y daría igual que esos datos fueran ciertos o falsos, porque su efecto sobre el pueblo español sería en todo caso vitriólico. Y entonces podríamos encontrarnos con un escenario en el que resultaría que el padre no, pero el hijo quizá tampoco.
Hay que repetirlo: si la Monarquía se tambalea, se tambalea la Constitución, se tambalea nuestro edificio jurídico-político y, con él, nuestro futuro, ya destrozado por una dramática crisis económica y social a la que hay que sumar la amenaza secesionista que palpamos cada día. Un escenario de desastre.
Por todo eso, pensemos antes en nosotros y en lo que nos conviene como país. En España antes que en la Corona. Por todo eso, el Rey no debe de ninguna manera abdicar. Ahora, no. No en estas circunstancias.
La crítica a un miembro, o varios de ellos aunque en el titular sólo se cita a una persona, nos llega de la mano del director de La Gaceta, José Javier Esparza. Titula su breve artículo: Lo de Doña Leticia. Recuerda la jura de Santa Gadea –explicación para las jóvenes víctimas del sistema educativo español que forman parte de la supuesta generación mejor preparada de nuestra historia: Antes de ser coronado rey de Castilla, Alfonso VI tuvo que jurar en dicha iglesia burgalesa que el no había matado a su hermano, Sancho II; quien tomó el juramento fue el Cid–. Añade:
En cualquier caso, el episodio corresponde a un tiempo en el que se pensaba que los reyes no podían estar por encima de la ley natural ni del bien común. Porque la verdad, la justicia y todos esos sublimes conceptos que han construido la civilización han de prevalecer sobre el interés directo y personal del monarca. Modernamente, hay quien considera que no, que al Rey o a las reales personas hay que dejarles hacer lo que les viene en gana y no criticarlas, no vaya a ser que la institución se deteriore. Y así nos va.
Pasamos a El País, donde Rosa Montero se dedica a otro tema. Escribe un artículo dedicado el elogio de Esos jueces:
La apabullante abundancia de corruptos y las zozobras de la crisis están teniendo una consecuencia inesperada: la entrada en escena de un puñado de jueces que, de pronto, parecen haberse convertido en nuestra última esperanza.
Cita a varios togados, y es de elogiar que empiece por la juez Ayala, dado que no es gusto del diario de PRISA hablar del tema de los ERE:
Y, así, admiramos a Mercedes Alaya, sola e implacable ante la marranada de los ERE (tiene una página de fans en Facebook que ya va por los 17.000 seguidores); y desde luego al juez Castro, que ha tenido el coraje y la dignidad de imputar a la Infanta, devolviendo al país la credibilidad en el sistema legal; y a Vigués, el decano de Valencia que hizo el informe contra los desahucios; y a los muchos magistrados que, desde Vigo hasta Lanzarote, se están negando a echar a la gente de sus casas.
Concluye:
Estamos tan necesitados de héroes civiles, de poderes protectores y de paladines, que, de seguir así, los jueces se convertirán en el estamento estrella. Lo cual enseñaría a los políticos que recuperar el aprecio ciudadano es cosa fácil. Bastaría con dejar de perseguir ferozmente a quienes protestan (veo más violencia en las declaraciones políticas que en la mayoría de los escraches, según testigos) y con demostrar que por lo menos son capaces de escuchar el dolor de la calle.