Hoy he decidido obviar el asunto del mes. Huele a puchero rancio, nos convierte en un país de opereta y no hay modo de aclararse entre una oposición que se agarra a un clavo ardiendo para volver a la poltrona, un partido autista en el poder y unos periódicos que se mueren por jugar a quitar y poner presidentes. Tampoco quiero atizarle más a la derecha oficialista mediática. Cuando el mejor modo de parodiar a alguien es citarle la cosa pierde toda la gracia -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
¿Qué queda, después de poner el titular con que abre ABC, “Rajoy no cede al chantaje de Bárcenas y sus cómplices”? Nada, salvo llorar. ¿Hay algo que decir tras enseñar la portada de La Razón, ese ubicuo Rajoy, en imagen y palabras, ahora con el dedo señalando el esplendoroso futuro bajo la declaración “Voy a cumplir mi mandato”? Sólo el silencio. Por lo demás, si el mandato de Rajoy es hacer lo que ha hecho hasta ahora, no sé qué utilidad tienen los programas electorales; que los manden a Venezuela, que tienen un problema de desabastecimiento especialmente humillante.
Decía Jefferson preferir un país con periódicos y sin Gobierno, que con Gobierno y sin periódicos, pero en el nuestro los periódicos –los medios– son extensiones de los partidos políticos, de un servilismo atroz. ¿Cuarto poder? No me hagan ustedes reír… Nuestro venerado director, a quien Dios guarde luengos años, describía el lunes una ficticia anécdota en la que a unos manifestantes se les caía literalmente la cara al suelo. Doble ficción, porque aquí la tenemos todos acorazada. El País puede sermonear con cara larga en su editorial, “Explicación pendiente”, aunque nadie espera de ellos que expliquen cómo el Gobierno –este y todos los anteriores– ha tenido que mediar una y otra vez para que los bancos, que no sueltan un euro ni exprimiéndoles, sigan prestando millonadas a una empresa, Prisa, con una deuda que da miedo sólo citarla.
Esa es una información que no vale la pena escribir, supongo. Los más fanáticos hablan de esto como si fuera cosa nueva, nunca visto en la izquierda; los más moderados hablan de la corrupción de los partidos, pero también como si fuera algo extraordinario y en absoluto esperable, y la cosa consistiera en apartar las tres grandes manzanas podridas –PP, PSOE y CiU– o depurarlas. Y leyes, claro, muchas leyes. Llego desde Público al blog de Juan Carlos Monedero y su última columna, “Una modesta proposición para salir del sainete democrático” donde propone que un juez puro aplique la Ley de Partidos y los ilegalice. De un plumazo. Añade: “Esa ilegalización del PP, del PSOE y de CiU obligará a que en las nuevas listas políticas que surjan, como le ocurrió a Bildu, tendrá que presentarse gente nueva que nunca antes haya optado a un cargo electo”.
¿No hay nada que les haya sonado raro? ¡Naturalmente! La ausencia de Izquierda Unida. Pues ahí va una mala noticia, Juan Carlos: los casos de corrupción de IU se corresponden grosso modo con su influencia política. En Google me salen bastantes: 20 casos abiertos en 2009, por ejemplo y, más reciente, cuando dejaron de pagar las cotizaciones a la Seguridad Social de sus empleados en la Comunidad de Madrid el año pasado. No, no es un “y tú más”. Es un triste recordatorio de que, pace Monedero, la solución propuesta nos devolvería a la casilla de salida para una partida que acabaría igual. Monedero pretende que los partidos más votados están llenos de personajes atrabiliarios dispuestos a pillar lo que se deje, pero esa es una versión muy poco realista de cómo son los cosas.
La política siempre va a atraer a cierto número de aprovechados, como las guarderías tientan a los pedófilos o la policía a los matones. Es la naturaleza humana. Que siga la purga. Pero el mal no va a acabar nunca, y no va a mitigarse con leyes con trampa incorporada –todas– ni con sustituciones maniqueas. Quizá si no hubiera tanto dinero controlado por los políticos tendrían menos que robar. Pero ese es un argumento que jamás aceptará la izquierda.