José Antonio Gurriarán (Ourense, 1939) confiesa mantener secuelas del atentado terrorista que padeció en 1980, ocupó un puesto destacado en la redacción de Pueblo, con una arriesgada compatibilización de sus cargos en aquel órgano del sindicalismo vertical franquista con su militancia clandestina antifranquista en el sindicato socialista UGT y el periódico El Socialista. El veterano periodista concede una entrevista telefónica sobre su trayectoria a Periodista Digital.
¿Por qué decidió ser periodista?
«En realidad cuando era niño lo que quería era ser escritor y el periodismo me pareció una buena vía para entrar en el mundo de la literatura. Después sucedió lo contrario, he sido toda mi vida un periodista al cien por cien, que, de vez en cuando, escribía un libro relacionado con sus vivencias o contactos como periodista. Cuando se ejercita en cuerpo y alma el periodismo es una profesión tan exigente como atractiva y generosa que te devuelve todo lo que le des y más, te permite abrir muchas puertas y ventanas que estaban cerradas, desvelar muchos porqués y, aunque sea solo como espectador, asistir a guisos importantes de la historia contemporánea de tu país».
¿Por qué afrontó el riesgo, en plena dictadura, de ser afiliado a la UGT?
«Yo no puedo presumir de grandes riesgos, todo lo más un consejo de guerra estúpido, algunas expulsiones laborales y denuncias. El riesgo lo corrieron millones de españoles que querían vivir en paz y libertad y contribuir a desmontar las raíces y los malos modos de la dictadura. Los sindicatos y partidos democráticos me parecieron la mejor herramienta para reconstruir un país sometido militar y policialmente durante décadas. Y lo que yo sentía más próximo eran UGT y el PSOE en donde estaban mis ideas y mis amigos».
¿Qué balance haría de su etapa en los periódicos aperturistas del Opus, El Alcázar de PESA y Nuevo Diario?
«Fue una etapa de aprendizaje y allí tuve a mis primeros maestros en el periodismo escrito y sus tecnologías. Había en aquellos medios grandes profesionales de la comunicación con los que aprendí a documentarme, escribir una noticia, hacer un reportaje, abordar una entrevista o macizar los pies de fotos en talleres. El director José Luis Cebrián, Jesús Hermida, Joaquín Arozamena, Julián Navarro, Manuel Cerezales, Luis Apostúa, Julián Candau, Luis Cancela, de todos aprendí algo y me especialicé pronto en el periodismo viajero e internacional.
Usted fue muy joven director de Diario Montañés ¿cómo era la libertad entonces para un director?
«No había libertad, teníamos que conquistarla en un mar de censuras, expedientes y coacciones provocadas por las autoridades locales y por el Ministerio de Información y Turismo, cuyo titular era Fraga Iribarne. La comunicación dependía del ministro que había aprendido las primeras lecciones de democracia en Londres y en algunos aspectos había evolucionado, pero que antropológicamente era un dictador fiel al ordeno y mando, que hizo una ley de prensa liberal pero no nos permitía aplicarla.
¿Cómo fue pasar de los diarios del Opus a ser uno de los hombres de confianza de Emilio Romero?
«El delegado de Información y turismo de Santander, aliado con el obispo Cirarda y con la reacción local, me calificaron de librepensador y comunista y me pusieron en la calle. Entonces caímos todos los directores jóvenes de periódicos que había en España e intentamos hacer real la libertad de prensa que Fraga pregonaba, pero no toleraba: Muniaín, José María de Juana, Rafael González y yo mismo. Mucha gente de Pueblo se había ido al vespertino Informaciones con Jesús de la Serna, el periódico buscaba redactores jefes y yo entré con Alfonso Calviño, Julio Merino y otros».
Usted formó parte de un equipo junto a Emilio Romero y Cristóbal Páez que intentó ‘democratizar’ la Prensa del Movimiento, ¿cómo recuerda aquel experimento?
«Emilio Romero, por encargo de Adolfo Suárez, dejó Pueblo y se fue a dirigir y modernizar los medios escritos de comunicación del Estado. A mí me propuso la dirección-adjunta de Arriba bajo la dirección de Páez. Le respondí que al Arriba solo iría a quitarle las flechas de Falange que figuraban en su cabecera. «Eso es lo que hay que hacer», me respondió. Le pedí llevarme como subdirector a Javier Figuero, un hombre con imaginación e ideas modernas. Fuimos, retiramos las flechas y no nos fue difícil liberalizar el periódico, pues, pese a su procedencia, en su redacción había hombres y mujeres muy progresistas y sueltos de pluma, muchos de los cuales militaban clandestinamente en sindicatos y partidos de izquierda. Se decía entonces que los periódicos del Estado y de la derecha estaban minados por la izquierda y, en cierto modo sucedía así, en ABC, Ya, Arriba y Pueblo, donde las elecciones las ganaban de calle los sindicatos de clase».
¿Cómo definiría la relación entre Emilio Romero y Adolfo Suárez?
«Los dos eran consejeros por Avila y, al principio, hablaban frecuentemente y su relación era buena. Después parece que tuvieron algunos choques y empeoró».
Usted fue el último director del diario Pueblo. ¿Cómo fue para usted el fin de ese periódico?
«Aquellos días los recuerdo con especial dolor. En Pueblo el personal de la redacción y los talleres formábamos un equipo de amigos dispuestos a ensayar fórmulas que garantizaran su independencia y evitaran su desaparición. El cierre fue un drama para los que trabajábamos en él. Intentamos salvarlo por medio de cooperativas y otras alternativas, consultamos a especialistas, se lo propusimos a miembros del poder y de la oposición pero, al final, los más coincidieron en la decisión de cerrarlo, con el argumento de sus pérdidas y de que en la Europa democrática no había periódicos del Estado».
¿Por qué en España podía haber televisión del Estado, pero no prensa del Estado?
«Nosotros entonces nos hacíamos la misma pregunta que me hace usted, ¿por qué podía haber radios y televisiones del Estado y medios escritos no? Lo importante es el mensaje, el contenido de los medios, y no que su soporte sea el papel -el periódico-, el teléfono, la radio o la televisión. Treinta años después aquel debate lo reactualiza, en cierto modo, el que hay ahora con motivo de la situación que viven Telemadrid, la televisión de Valencia y otras cadenas autonómicas y lo mismo entonces que ahora en torno él se mueven opiniones muy respetables favorables y contrarias a la existencia de medios públicos, pero también intereses económicos de medios de comunicación privados ansiosos por heredar su publicidad y audiencia».
«Si la presión de estos intereses, aliada con la crisis económica, logra inmovilizar o cerrar las televisiones y radios autonómicas españolas habrá que ver quién dedica sus espacios a los temas institucionales y de interés nacional, a debates plurales, y a cuestiones culturales, educativas, medioambientales y religiosas que no suelen tener audiencias millonarias. Habrá que ver quién ofrece un concierto de música clásica, quién atiende a las minorías y a los marginados, quién cubre un viaje real…Todo parece apuntar a un Gran Hermano global y berlusconizado…»
¿Cuál es su balance de las siguientes figuras políticas?
Manuel Fraga
«Hay dos Fragas, el que arrasó el diario Madrid, incoó infinidad de expedientes a los periodistas díscolos, fue responsable de los sucesos de Montejurra, trataba con desprecio a sus subordinados y decía que la calle era suya. Ese no me merece ningún respeto. Hubo, sin embargo, otro Fraga que sí lo merece, el que evolucionó, se apuntó a la transición democrática y contribuyó a acercar a la Constitución a sectores importantes de la derecha y del viejo régimen».
Arias Navarro
«Me parecía un hombre triste. Un pobre hombre».
Adolfo Suárez
«Fue el hombre clave y providencial que España precisaba, para desmontar los anclajes de la dictadura que tan bien había conocido por dentro. Hábil, maniobrero y decidido. Otros habrían provocado mayores recelos y desconfianzas. Producen rubor, sin embargo, los elogios que, con motivo de su muerte, le dedicaron algunos de sus colaboradores que lo habían dejado solo en el momento en que más los necesitaba».
«Pero se está intentado destacar mucho a Adolfo Suárez para quitar a otros personajes de en medio. Hay una fobia a Felipe González terrible, no se le perdona que ganara cuatro veces las elecciones y si volviera todavía daría algún susto».
Felipe González
«Ha sido el político español más brillante del último tercio del siglo XX y, todavía hoy, el de mayor prestigio internacional. Junto con el Rey Juan Carlos y con Adolfo Suárez forma el trío de personalidades más destacadas de la transición del franquismo a la democracia. Intuitivo, directo y excepcional comunicador».
Santiago Carrillo
«Demostró su pragmatismo político al aceptar la bandera nacional y al expresar su simpatía personal por el rey Juan Carlos y defender su papel en el 23 F. Todos los que hicieron la transición Roca, Alfonso Guerra, están en un lugar muy destacado».
Usted padeció un atentado terrorista cuyas secuelas aún padece a día de hoy. ¿Qué piensa al reflexionar sobre el tema?
«Pienso lo mismo que pensaba antes del 29 de diciembre de 1980, cuando el comando armenio que me hirió colocó la bomba en una cabina telefónica de la Gran Vía: que el terrorismo nunca es eficaz, ni suele conseguir sus fines. Las bombas más eficaces han ido el pacifismo y el diálogo, lo demostraron Ghandhi en la India, Luther King en Estados Unidos y otros apóstoles de la no-violencia. El primero logró la independencia de su país sentándose en el suelo, parando la producción y sin un tiro».
«En marchas silenciosas consiguió el segundo la ley de derechos civiles que igualaba a negros y blancos. ¿Qué logró en 1881 el Naróvnaya Volia ruso con la muerte de Alejandro II? Lo contrario de lo que pretendía. El zar era un soberano con ciertas ideas constitucionalistas y liberalizadoras que puso en movimiento con la emancipación de los siervos, la abolición de la pena de muerte y las reformas de la administración y de la justicia. La bomba que acabó con su vida en San Petersburgo puso también fin a estas reformas y reinició un largo periodo de represión. que sufrió el pueblo ruso. Lo mismo sucedió en Uruguay con los atentados de los tupamaros: movilizaron a los sectores más conservadores del ejército y dieron un golpe de estado contra la democracia más estable de Sudamérica. Regis Debray les calificó como «asesinos de la democracia.»
A muchos le sorprende que usted no sienta rencor hacia los criminales
«Rencor hacia los autores de mi atentado no lo sentí en ningún momento y creo que fue una suerte. Lo reivindicó el ESALA, el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia, yo tenía curiosidad por conocerles, quería saber qué pretendían y porque estaban tan desesperados que colocaban bombas, me enteré de que sus acciones tenían como objetivo presionar a Turquía para que reconozca el genocidio de 1915, planificado por el gobierno de los Jóvenes Turcos, que exterminó a millón y medio de armenios».
«Año y medio después del atentado los responsables del ESALA y los miembros del comando que actuó en Madrid me recibieron en su base de las montañas de Líbano y fui tan ingenuo que les hablé de pacifismo. Treinta y tres años después el director francés de cine Robert Guediguian va a contar esta historia en una película que comienza ahora a rodar en Líbano y Berlín. Me ha entrevistado, conoce bien mis dos libros sobre el tema- ‘La Bomba’ y ‘Armenios, el genocidio olvidado’, y ha escrito una versión muy libre del tema que me ha enviado. Leí el guión y me ha gustado, pues respeta lo esencial la víctima de un atentado que busca desesperadamente a sus verdugos. Quiere estrenarla el próximo año, en el que se cumple el centenario del genocidio armenio».
¿Qué opina del ‘revisionismo’ crítico que se está haciendo ahora sobre la transición y sobre temas con el 23-F?
«Soy un republicano que simpatiza con el Rey Juan Carlos, no tengo dudas sobre el gran papel que representó el 23 F, estoy leyendo el libro de Agustín Remesal sobre Unamuno en Portugal y los que tengo en espera para leer en verano son libros inocuos que nada tienen nada que ver con dolencias «revisionistas». Hay gente intentando manipular la historia. Hay grandes manipuladores siempre con amigos en la prensa».
¿Qué opina sobre el libro de Pilar Urbano?
«El libro de Pilar Urbano sólo desprestigia a Pilar Urbano. El Rey es un personaje inequívoco, yo he hablado con él muchas veces. Además el Rey es tremendamente liberal. Yo en el libro que hice, ‘El Rey en Estoril’, cuento cosas que pensaba que no le gustarían, como la muerte de su hermano Alfonsito o, por ejemplo, sus amores con una hija pequeña de Humberto de Cavia, que era muy guapa. Estaba yo de corresponsal en Bruselas, el Rey fue allí con motivo del aniversario de Carlos V y me dio la enhorabuena y un abrazo. Yo pensé que le molestaría que contara eso. Lo de Alfonsito fue terrible, pero fue un accidente y fue muy innoble los que intentaron culpabilizar al Rey como si hubiera sido algo a propósito. Está clarísimo cómo fue. Yo hablé con el doctor Lourelio».
¿Cuál es su visión de la crisis del periodismo actual?
«Las presiones que está sufriendo el periodismo actual recuerdan las que sufrimos en el franquismo, cuando nos regateaban el papel de prensa para limitar nuestras tiradas, nos negaban la publicidad oficial o nos amenazaban con los tribunales. Es un pésimo momento para el periodismo y para todo lo que supone libertad. La crisis no es solo económica, es una crisis de creatividad. Tenemos un gobierno aburrido, cansado y sin imaginación política. ¿Cómo se puede combatir el paro al tiempo que se deja a centenares de miles de trabajadores en la calle? ¿Cómo se puede ayudar a la creación de pequeñas y medianas empresas propiciando el cierre de las que existían? Los políticos de la Transición dieron respuestas más rápidas y eficaces a las crisis del momento. Y, además, consensuaban los temas de interés nacional».