Ignacio Camacho: "La eclosión de candidatos de plasma es la versión posmoderna y en prime time del viejo arbitrismo español"
Desconocemos si en San Jorge de 2014 los columnistas se enfrascaron tanto en visitar librerías y leer que dejaron para última hora sus obligaciones con la escritura para los periódicos con los que colaboran. En cualquier caso, mucho de ellos han estado muy sosos en los textos que se publican en los diarios de papel al día siguiente, el 24 de marzo. Encontramos, eso sí, unas cuantas excepciones honrosas, alguna incluso brillante, de las cuales vamos a dar cumplida cuenta tras hacer sonar nuestra armónica de afilador.
Arrancamos en esta ocasión en ABC, con dos artículos que afrontan la relación entre política y televisión, pero en aspectos concretos diferentes. Rosa Belmonte titula Lo de Ana Mato una columna dedicada a comentar la pretensión de la ministra de que los diferentes canales adelanten el horario de emisión de sus programas estrella, incluidos unos informativos que, según la mujer que no veía un Jaguar en su garaje, no deberían comenzar nunca antes de las ocho de la tarde.
Mucha gente sigue saliendo de trabajar a las ocho. No es que vayan a perderse mucho si no ven los informativos, pero no llegarían. Hay más. Ana Mato debería pensar también en el absurdo metraje de las series españolas. Si consigue que dejen de durar 90 minutos con varios cortes publicitarios será nuestra heroína. Tampoco parece que la Champions League vaya a dejar de ser a las 20.45. Y las cadenas aguantarán su programación estrella hasta que acaben los partidos. Por no hablar de los de Liga que empiezan a las 22.00 horas. Queremos horarios razonables. Pero en todo. Poniéndome en modo Aznar, ¿me va usted a decir a qué hora tengo que ver la tele? Claro, que peor lo tienen los canarios si acaban viendo a Ana Blanco a las siete de la tarde.
Al afilador de columnas, de natural desconfiado hacia cualquier intervención del Gobierno (cualquiera y de cualquier nivel) en el sector privado, no le hace ninguna gracia que una ministra se dedique a presionar a las televisiones para que cambien sus horarios. ¿Que podrían ser más cómodos para muchos? Es cierto. Para empezar, nosotros mismos tenemos que renunciar a ver capítulos de nuestras series favoritas por empezar muy tarde. Pero eso no implica que el poder deba presionar para que eso varíe.
No creemos que haya una conspiración de altos directivos de televisión destinada a lograr que los españoles duerman poco. Si tienen esos horarios será por algo, tal vez porque se adaptan mejor a las costumbres de unos espectadores que de cualquier manera se acostarían tarde. Además, muchas veces las intervenciones del poder político generan un daño directamente proporcional al daño que dice pretender arreglar.
Por su parte, Ignacio Camacho escribe sobre los Candidatos catódicos.
Para combatir el denostado bipartidismo, que tiene grietas pero aún no se halla en estado de desplome, la desarticulada sociedad civil española postula una democracia de tertulianos. La eclosión de candidatos de plasma es la versión posmoderna y en prime time del viejo arbitrismo español. Las europeas de mayo van a ser las elecciones más catódicas de nuestra historia: una pléyade de telepredicadores enfrentada a la nomenclatura convencional de los partidos de Estado. Populismo de TDT contra el aparato de las viejas maquinarias de poder.
Se refiere a los candidatos de «los prometedores Ciudadanos de Albert Rivera, la escisión pepera de Vox o los radicales bolivarianos de Podemos».
No cree Camacho, sin embargo, que esta estrategia les vaya a funcionar:
Si las encuestas no dan gatillazo, UPyD e Izquierda Unida han tomado posiciones preferentes para repartirse con ventaja los escombros de un bipartidismo al que todavía no se le han derrumbado más que las cornisas.
Ya veremos qué dicen las urnas, pero cierto es que la confianza en que aparecer en tertulias sea ya de por sí suficiente para sacar un escaño puede que esté equivocada.
Y si en el diario madrileño de Vocento Ignacio Camacho escribe de los pequeños partidos que quieren romper con el bipartidismo, en la contraportada de El Mundo Raúl del Pozo dedica su artículo a lo opuesto. Hombres de Estado está dedicado al PP y el PSOE.
Viene a confirmar lo que ya se comentaba desde hace un tiempo:
Los del PP, que ya tienen su estadista, ven de pronto a Alfredo Pérez Rubalcaba, tercer león de las Cortes, como un hombre de Estado. Antes les parecía una mezcla de refinado Maquiavelo y maligno Satanás; ahora lo consideran un hombre imprescindible para salvar la unidad nacional. Uno que sabe todo lo que pasa en Génova lo ve así: «No es ni nacionalista, ni republicano. Es fundamental que siga, los demás serían un desastre. Por fin ha enderezado al Partido Socialista, alejándolo de las veleidades nacionalistas, recuperando el patriotismo de los dirigentes históricos del PSOE».
Pero no sólo explica la clave en la relación PP – PSOE, sino también en términos internos de los socialistas:
Madina-me dicen-, «todo aparato», apoya ahora a Alfredo, pero si lo ve derrotado afilará el puñal. Serán inútiles las conjuras, porque Alfredo Pérez Rubalcaba tiene siete vidas políticas y zarpa de terciopelo, como los gatos.
Muy mal deben de andar las cosas en el PP para confiar en el apparátchik que creyó que siendo secretario general se convertiría en un líder socialista. Y mal lo tiene que ver Madina para apoyar, aunque sea sólo por mera estrategia, al hombre que soñó con protagonizar el milagro de Pe Punto.
VERDAD O MENTIRA: VOTE LAS FRASES DE SALVADOR SOSTRES
Seguimos en el periódico ahora dirigido por Casimiro García-Abadillo, donde Salvador Sostres escribe contra uno de las jornadas más sacrosantas del imaginario catalán. Titula San Jordi:
San Jordi es el día por excelencia en que Cataluña se siente moralmente superior; la envidia del mundo civilizado. La discreta galantería de regalar una rosa, convertida en la ostentación pequeño burguesa de hacer, una vez más, lo que todo el mundo hace: esa horterada. Y un país de iletrados presume de regalarse libros. Sólo hace falta ver qué libros, y que leerlos es la última intención y el último motivo.
El columnista, que considera que esa jornada «es el día de los que no leen y de los que nunca piensan en flores», concluye:
Ese gusto por el gregarismo, ese sistemático crimen contra todo lo que algún día fue intenso, poderoso y bello, justo antes de que las fauces de la turba lo sometieran y lo arrasaran. Ese gusto, acaso el más sórdido, por el nosotros devastador que nos llena el corazón y nos vacía el alma.
Yo es que veo gente en la calle, y sueño tanques y más tanques.
Lo cierto es que algunos no necesitamos el Día de Libro (en su versión catalana pero también en la madrileña, algo menos popular) para que nos regalen uno o para animarnos en la lectura de otro. Pero, a diferencia de Sostres, este humilde lector de columnas cree que esa jornada puede tener algo bueno (además de para los editores, que ven aumentar sus ventas) en esa Barcelona en la que se regalan obras.
Si a alguno de esos a los que se les regala un libro se anima a abrirlo y leerlo, tal vez sea la primera vez que lo haga y le coja gusto a la costumbre. Eso casi siempre es bueno.
Y entrados en materias relacionadas con tierras catalanas, en La Razón topamos con un artículo de César Vidal titulado ¿Cataluña?
Hace apenas unos días, ante un auditorio selecto del sur de Estados Unidos, al responder una pregunta, pronuncié la palabra «Cataluña». La reacción inmediata de la gente fue musitar: «¿Qué? ¿Dónde?». Sólo cuando expliqué que se trataba de una región en el noreste de España, los presentes asintieron con la cabeza mientras decían: «¡Ah! ¡Oh!». Fuera de España, prácticamente nadie conoce sus regiones.
Concluye:
Fuera de España, Cataluña no llega a Croacia. Es, como mucho, Kosovo. Ni siquiera se la asocia con el Barça o Barcelona por la sencilla razón de que a nadie le importa ni le interesa ni la conoce. Ignoro si un día Artur -antes Arturo- Mas se levantará con la barretina de cuadros y declarará unilateralmente la independencia. No sé tampoco si, llegado ese caso, se saldría o no con la suya. De lo que no tengo la menor duda es de que Cataluña cuenta algo en el extranjero por ser una región de España que, por añadidura, no es una superpotencia. Fuera de eso, se enuncia no como tal sino como «¿Cataluña?».
Muchos nos tememos que un artículo así puede molestar a algunos nacionalistas de modo más profundo que otro en los que se les critique por sus planes o por sus acciones. Lo que realmente no soportan algunos es que les recuerden que Cataluña es un lugar poco importante e, incluso, desconocido para gran parte del mundo. ¿O acaso muchos españoles, por ejemplo, saben el nombre de varios länder alemanes o de diversas provincias argentinas?
Terminamos en El País, donde Jorge M. Reverte escribe un interesante artículo sobre Escritores y política.
Recuerda cómo afectó la existencia de Fidel Castro, al que define como «un libertador que se troncó en tirano» a los grandes de la literatura latinoamericana en los siglos XX y XXI.
El ‘caso Padilla’ dividió desde 1971 a toda la intelectualidad occidental. Muchos seguidores de aquellas luminarias optaron enardecidos por un escritor u otro en función de su postura hacia el castrismo. Leer a Cabrera Infante fue, durante mucho tiempo, un síntoma de rendición al imperialismo. Y no digamos a Vargas Llosa, al que se le han regalado todo tipo de insultos por su continua defensa de la libertad como un bien inalienable.
Con Mario Vargas afortunadamente vivo, y con las cenizas de Gabo recién distribuidas entre sus dos patrias, es un buen momento para apreciar lo baldío de la pelea. Todos ellos son grandes, muy grandes. A todos ellos se les puede leer con un deleite que nos aparta de la pelea externa al arte.
Eso es cierto. Y si preguntan al afilador de columnas, su preferido es sin duda alguna Mario Vargas Lllosa. Que además concuerde con casi todas sus ideas (disiente de él en algún punto concreto) es mera coincidencia.
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