De vez en cuando, la lectura de los columnistas nos depara alguna sorpresa. Pensamos que Pepito que piensa así y asá va a escribir así y asá sobre tal personaje o asunto, y no lo hace. Hoy, 1 de octubre, Alfonso Ussía, debelador de los nacionalistas vascos y catalanes, dice en La Razón que le molesta el derribo de la estatua de Jordi Pujol.
Y los motivos de ese sentimiento no son políticos, sino estéticos. Ya decían los clásicos que peor que una muchedumbre aplaudiendo a un gobernante era esa misma muchedumbre, o parecida, colgando al césar al que habían aclamado.
No me seduce, ni alegra ni divierte que se derriben estatuas y monumentos. Hay algo de asesinato frustrado en esas acciones de masas incultas y vengativas. Los ucranianos acaban de derribar la última estatua de Lenin. Es un caso diferente. Lenin, como Mao, llegó a tener un monumento por cada kilómetro cuadrado de sus territorios esclavizados. Un abuso. Se me antojó terrible la escena de la demolición de la estatua de Sadam Husein. Esa rabia contenida y cobarde de quienes no se atreven a derribar los monumentos con los dictadores en el poder. Sucedió con muchas estatuas de Franco, que se eliminaban con nocturnidad y alevosía durante las madrugadas. Felipe González lo afeó: «Es muy fácil bajarle a Franco del caballo cuando lleva treinta años muerto. Pero nadie se atrevió a hacerlo cuando vivía». La Historia está ahí, y los monumentos la recuerdan para bien y para mal.
No entiendo que Pujol sea derribado en bronce como tampoco alcanzo a comprender que se le hiciera tan ridículo monumento. Si a Felipe González o José María Aznar les hubieran llegado noticias de que el Ayuntamiento de una localidad cualquiera -Dos Hermanas o Quintanilla de Onésimo- habían aprobado en pleno levantarles un monumento en sus plazas principales, seguro estoy de su rechazo. Sucede que Pujol enloqueció -como en la actualidad su chico de los recados-, y se creyó de verdad el Padre y Fundador de la nación catalana. Y esas creencias siempre van acompañadas del gozo de la adulación y de la orgasmía del poder.
Al final uno de los lazos que unen a los hombres es la estética. (¡Ah! querido Alfonso, el libro de Antonio Menchaca que citas, Las cenizas del esplendor, no es un ensayo, es una novela.)
En El Mundo, Santiago González también se declara partidario de dejar las estatuas en sus pedestales, pero como recuerdo de tiempos y personas oprobiosos.
Yo creo que las estatuas de gente como Franco o Pujol deberían quedarse sobre sus peanas o sus caballos para siempre, como tributo de la memoria a la realidad de un tiempo miserable y majadero, al igual que en todas las ciudades que padecieron inundaciones se pintan rayas rojas con la leyenda: «Hasta aquí llegó la riada en agosto de 1983».
La figura de Pujol amaneció ayer por los suelos de la plaza que lleva su nombre, como un Sadam Husein en abril de 2003. Tenía los dedos rotos, qué metáfora, como si el azar ignorante de los vándalos le hubiera aplicado deliberadamente la ley del talión, mutilándolo «por do más pecado había». El Ayuntamiento, al retirarlo, le ha infligido una última sevicia a su memoria: el gran líder ha sido levantado del suelo colgado del cuello por una grúa, como si fuera un homosexual iraní. Dónde se ha visto, qué vergüenza.
… Y MARIANO RAJOY COMO EL GENERAL ARMADA
Si Ussía y González comparan a Pujol con Franco, Jiménez Losantos (El Mundo) compara a Mariano Rajoy con el general cortesano y golpista Alfonso Armada, y recuerda al ‘Pontevedro’, apodo de Pablo Sebastián, que Armada fracasó en sus planes y acabó en la cárcel.
La tarea del Gobierno de España debería ser la de desarticular y combatir el golpismo separatista, padre del plebiscito anulado por el TC. Pero temo, ay, que lo que quiere Rajoy es pactar con los golpistas: ser el Armada de Tejero von Pujol. Y ante el separatismo, golpismo letal, sólo cabe llamar a la nación para defender -si quiere- su soberanía en las urnas. Ni en 1981 hubo solución Armada ni en 2014 hay solución desarmada. Programas, propuestas y a votar.
¿Y con qué responde el Estado a la rebelión separatista? Como escribió ayer Ignacio Ruiz Quintano (ABC), con abogados, en vez de con soldados, como hizo en octubre de 1934. Hoy Quintano repite su comparación. Es tan buena que no se lo voy a reprochar.
Ocurre que desde Tocqueville los abogados juegan en América el papel de la nobleza en Europa, mientras que en España, con la nobleza dedicada a las artes (Siruela) o al fútbol (Del Bosque), los abogados constituyen la única «force de frappe» contra los decisionistas periféricos. En Madrid se cree que sólo con hacerle ver a Mas que tendrá que hacerse cargo de las minutas el caso de la consulta está ganado, aunque también hay gente en Madrid que cree que Boyer fue un sabio.
David Gistau da en ABC otro hallazgo literario, al meditar sobre la educación que han tenido muchos españoles en democracia de que España y lo español eran fachas: «la simpatía nacionalista era una piedra pómez para sacarse España de la piel».
La primera generación de la democracia fue educada en un ambiente que no disoció España y franquismo, sino que incluso trató ambos conceptos como equivalentes y potenció la sensación de culpa por el delito casual de nacer español. Mientras, por el mero hecho de ser una reacción contra esa fusión culpable, cualquier nacionalismo era benigno y progresista por definición, aun cuando incurriera en excesos patrióticos que ya eran imposibles de ver en la resignación española.
España no ha sido liberada completamente de su fatídica asociación de ideas. Tal vez porque nadie en la Transición -y menos la izquierda, que descubrió, a lo Vázquez Montalbán, que la simpatía nacionalista era una piedra pómez para sacarse España de la piel como Camba pedía en las saunas turcas que le rascaran el catolicismo-, inventó para España un relato postfranquista, un sentido de pertenencia para el porvenir ajeno a las águilas fascistas e incluso a la apropiación fascista de la historia, muy a la manera de Mussolini con Roma, que terminó haciendo creer a la pobre Carmen Calvo que los centuriones de Augusto, por cómo saludaban, eran «camisas negras» con milenios de anticipación. En España sólo se trató de fabricar orgullo con la coartada inocua, infantil, del deporte, aunque fuera rebajando el concepto español, igual que se rebaja el vino demasiado fuerte con agua, con eufemismos como «La Roja» y «La Eñe».
La columna de Ignacio Camacho (ABC) completa la de Gistau:
Durante años hemos renunciado todos a la pedagogía mientras el poder autonómico de Cataluña levantaba las estructuras políticas y sobre todo sentimentales de la secesión. Les hemos dejado inventarse una nación por la cara.
De modo que mientras España y sus demonios buscan un relato, los nacionalistas explotan el suyo. Una mitología sencilla, atractiva, seductora, aglutinada en torno a la solemne épica de la emancipación; da igual que se trate de una superchería cuando a su favor cuenta con la sensación de certeza superficial que proporcionan los argumentos sencillos. Han logrado que la España democrática aparezca como una madrastra autoritaria que cohíbe por la fuerza su ímpetu de libertad. Y dominan la estrategia del ruido. Acostumbrados a rentabilizar el victimismo se han apoderado de la comunicación y llevan ventaja. El Estado ha frenado en seco la ofensiva, pero para derrotarlos es menester algo más que la ley. Se necesita fe y no está claro que España sepa creer en sí misma.
Y Victoria Prego (El Mundo) enuncia la consecuencia de la dejadez madrileña y la perversión nacionalista catalana.
Los catalanes que se han creído y han hecho suya la sarta de mentiras que les han ido inoculando desde hace años, se manifiestan ahora para protestar. Claro, era inevitable que sucediera, aunque a quienes deberían exigir las explicaciones por el fiasco es a sus responsables políticos, no al Gobierno de España, que ha cumplido con su obligación. Pero no sucederá así.
La mentira protege a los poderosos con más inmunidad que un regimiento de soldados.
«¡LOS TANQUES, QUE VIENEN LOS TANQUES!»
El otro día, Enric Juliana, que debe de sufrir mucho teniendo que vivir en el áspero Madrid como corresponsal de La Vanguardia, mezclándose con funcionarios indolentes y taxistas ariscos, inventó un nuevo mote para definir a esta Legión posmoderna: Brigada Aranzadi.
Casualmente (todo en el aparato de propaganda del catalanismo ocurre por pura y simple casualidad), Joan Tapia recoge el mote y lo emplea en su columna de ElConfidencial.com. El ex director de La Vanguardia repite, también casualmente, la queja de un editorial de hoy de su antiguo periódico sobre el agravio que es para los catalanes que los Presupuestos Generales del Estado no les den más dinero, aunque quieran romper con los demás españoles.
Es inexplicable -e imperdonable- es que en tres años de gobierno no haya sido capaz de hacer ningún gesto significativo hacia Cataluña. En política no mostrar empatía es suicida.
El último incidente estúpido es el de los Presupuestos del 2015, en los que la inversión pública en Cataluña es sólo el 9,5% del total español, la mitad de la aportación catalana al PIB, violentando así no sólo un artículo (cierto que hoy no imperativo) del Estatut, sino también una reivindicación catalana unánime y la racionalidad económica que aconseja no obstaculizar el progreso de las regiones motoras.¿Es lo más inteligente -e incluso lo más propio de un Gobierno conservador- en este momento de eclosión independentista?
Hoy es muy recomendable la lectura de La Vanguardia para comprender a través de la opinión publicada el peculiar estado de ánimo de gran parte de los catalanes.
Antoni Puigverd, hasta ahora moderado y sensato, asegura que el pretendido desafecto de los catalanes hacia España es culpa de los españoles, y pone un par de ejemplos.
No suelo citar textos excesivos de la prensa de Madrid. Me repugna el juego periodístico que consiste en señalar las barbaridades de los demás para justificar las propias. Sin embargo, la nostalgia de Victoria Prego por los tanques demuestra que el pleito catalán es observado en el resto de España, incluso entre gente muy cuerda, con tremenda intemperancia.
Mientras escribo, unos amigos me envían por WhatsApp fotografías de la concentración que se está produciendo en las plazas de sus pueblos y ciudades. Son catalanes que quieren lo mejor para su país y, a diferencia de mí, están convencidos de que el diálogo con España es imposible. Están hartos de recibir respuestas como las de Margallo y Prego. Desde el intento de reforma del Estatut, llevan escuchando palabras parecidas. Aquel intento fue completamente legal, pero generó una reacción igualmente visceral y tremendista. (…) Se preguntaba el novelista Javier Marías, de dónde ha salido la euforia independentista. Admirado Marías: es una reacción a la falta absoluta de empatía.
Claro, claro, querido Antoni, el eslogan de Espanya ens roba, el 3% de CiU, lo de ni una gota de agua del Ebro para Valencia pronunciado por Maragall, el desprecio de Carod a la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos, las columnas de Pilar Rahola, la discriminación administrativa de la lengua castellana (reconocida por numerosas sentencias)… son también conspiraciones españolas.
En el mismo periódico, Salvador Cardús es una muestra del autismo intelectual de los catalanistas: o España reconoce que Cataluña es un ente distinto y separado, una nación, o nos enfadamos y nos vamos. Y encima Cardús nos regala un diagnóstico médico: los españoles padecemos de «dependencia patológica» de los catalanes.
Históricamente, el catalanismo -y hasta hace cuatro días- había buscado un marco de relación con España que, a partir del reconocimiento del su yo nacional, pudiera participar activamente en la construcción de un Estado plurinacional e incluso, en el caso de Unió Democràtica, estableciendo una relación confederal. Pero la historia de la negación del carácter nacional de Cataluña por parte de un determinado proyecto de nación española ha sido la verdadera fuente del desencuentro actual. Quiero decir que quien mantiene un vínculo de dependencia patológico con Cataluña es España, que no sabe imaginarse a ella misma sin esa atadura.
De ahí, también, la visión dramática que desde España se tiene de una supuesta división, que no es entre catalanes como afirman, sino la que ellos sufren por la pérdida de lo que consideran de su propiedad. Y por eso, también, de la secesión política y administrativa deriva una inevitable desconexión total, innecesaria y absurda desde el punto de vista catalán. Para la mayor parte de catalanes, la separación está exenta de todo dramatismo. Desligar no es desconectar, sino la condición para establecer una relación más saludable.
JULIANA COMPARTE LA VERSIÓN DEL PSOE SOBRE LA REVOLUCIÓN DE 1934
En esta avalancha de columnas de catalanes indignados no puede faltar Juliana. En la suya, introduce una mentira más propia de los seguidores de la memoria histórica. Según él, lo que ocurrió en España en octubre de 1934 fue una huelga revolucionaria.
El próximo lunes, 6 de octubre, se cumplirán ochenta años del día en que Lluís Companys se asomó a la plaza de Sant Jaume para proclamar el Estat català de la República Federal Espanyola, mientras el PSOE y la Alianza Obrera se lanzaban a la huelga general en toda España contra la «derechización» del gobierno de la República.
Como Juliana no añade nada más, cabe deducir que comparte la visión que dan los intelectuales de la izquierda, los Ángel Viñas y Julián Casanova, de que la Revolución de Octubre no fue más que una protesta popular conga un Gobierno facha, cuando fue una sublevación armada planeada por el PSOE, el PCE, la UGT y ERC contra un Gobierno parlamentario que se extendió por media España y causó más de 1.200 muertos. ¿Qué diría Josep Pla si leyese al pobre Juliana?
Después de leer La Vanguardia, tan burguesa y moderada ella que hasta Franco la leía, no puedo más que asentir tras leer el primer párrafo fe la columna de Francesc de Carreras en El País:
Los nacionalistas catalanes suelen quejarse siempre de que en España no se comprende a Cataluña. Lo cierto es que, día tras día y durante muchos años, en los medios de comunicación catalanes se dedican ímprobos esfuerzos a lo contrario, a que los catalanes no comprendan a los españoles y, sobre todo, les cojan manía si no odio. Pero el foso que en los últimos treinta años se ha estado cavando para separar afectivamente a España de Cataluña, y que en estas semanas alcanza su cénit, no es una incomprensión natural y espontánea, sino intencionadamente inducida.
Desde luego, compare, amigo lector, la sorpresa que causan (al menos a mí) las columnas de Santiago González y Alfonso Ussía en la prensa de Madrid por inesperadas con el aburrimiento de las previsibles y repetitivas columnas de la prensa de Barcelona.
MONEDERO DICE A RAÚL DEL POZO QUE EL ALEMÁN ES DIFÍCIL
Uno de los defectos del periodismo español es que se comporta de manera espasmódica. Ante una noticia, produce un torrente de reportajes, artículos y columnas durante dos días; y luego, la nada. Se ha dado tierra a Miguel Boyer y ya ha desaparecido de los periódicos. Sin embargo, Joaquín Luna (La Vanguardia) firma una curiosa columna sobre el odio que generaban Presyler entre muchas mujeres y Boyer entre muchos socialistas.
El idilio entre Miguel Boyer e Isabel Preysler fue tergiversado desde el primer día por un sector del PSOE, el guerrismo, que empleó métodos estalinistas: hurgar en la vida personal para destruir la figura pública. La derecha española siempre ha tenido mala uva, pero ha sido poco dada a emplear esta artimaña, por temor al efecto bumerán. De esa estrategia vienen apodos despectivos -«la China»- y leyendas sobre sus habilidades amatorias, entroncadas con las exóticas Filipinas. Una táctica barriobajera muy parecida a la campaña de chistes nada azarosa que desprestigió al canciller Fernando Morán (al que Washington y sus servicios secretos tenían muy poca simpatía).
Isabel Preysler daba la impresión de ponerse el mundo por montera a la manera conservadora, una valentía que le reportaba muchas críticas y caudales de envidia. No recuerdo, en cambio, que los ataques personales vinieran de amigos, sino más bien de amigas (algunas de edad más joven incluso que la homenajeada).
A mí me parece que una de las esencias del periodismo es contar historias molestas, aunque verdaderas.
Raúl del Pozo (El Mundo) escribe una columna titulada Hölderlin. Como con un poeta alemán del Romanticismo ya desconocido es difícil llenar una columna para víctimas de la Logse y tecnoadictos, el escritor tiene que recurrir a meter la actualidad en su pieza como sea: Ángela Merkel… y Juan Carlos Monedero. Raúl del Pozo nos cuenta que el cerebro de Podemos le ha hecho una revelación:
Se van muchos jóvenes de España, arquitectos para cuidar ancianos. Aprenden desesperadamente alemán, a pesar de que, como me explicaba Monedero, ésa es una lengua muy difícil, aunque merezca la pena para entender la brevedad de la puta vida.
El alemán es una lengua muy difícil… Yo nunca lo habría pensado si no nos lo hubiese dicho Monedero.
La columna ridícula del día es para David Trueba, cuya última película, ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, ha sido elegida por la Academia del Cine para que represente a España en los Óscars. Una película que fue un fracaso de taquilla. En su columna de televisión, Trueba da otra prueba del grosor de la burbuja en que se mueve la supuesta elite del cine español al defender al dimitido director general de RTVE.
Ha sido de tal desmesura el recorte monetario añadido por Hacienda a todo lo que se identifica con cultura y conocimiento, que el propio González-Echenique en un gesto que le honra se ha ido del cargo absteniéndose en la votación para la aprobación del presupuesto del año que viene.
Querido David: el 40% del presupuesto de RTVE se va en gastos de personal. La gente está harta de pagar estos enchufes que tú llamas cultura.