Este 6 de julio de 2015, escribe Fernando Sánchez Dragó en El Mundo una columna titulada ‘Grecopolleces’ en la que arranca diciendo:
Es asombrosa la cantidad de tópicos baratos que medio mundo está vertiendo a propósito del papel desempeñado por Atenas en la Historia de la humanidad. Por favor, amigos, no sean paletos ni me salgan ombligocéntricos. El Mediterráneo es una minúscula parcela del globo terráqueo y Atenas otra parcela minúscula de lo que fue la Hélade.
Añade que:
El sistema democrático en cuestión, que nunca se aplicó en las demás ciudades de la Hélade, era, en realidad, tan oligárquico, tramposo y corrupto como lo es el nuestro y, por añadidura, asambleísta (sinónimo de bolchevique, nazi y mussoliniano. Que se lo pregunten a Sócrates). Grecia también legó a la posteridad otros modelos políticos: el de los Tiranos, por ejemplo, y el de Esparta, más duradero y vigoroso que el de Atenas, y mucho más grávido en lo que al devenir de la Historia se refiere (monarquías absolutas, teocracias, revoluciones, comunismos, fascismos, peronismos, castrismos, chavismos, yihadismos, Pol Pot, Putin, Al Sisi, Corea del Norte, China…).
Y concluye que:
Todo eso también forma parte del legado que tanto conmueve a los ‘grecopollas’. ¿Y la filosofía? Parménides y Heráclito, padres primordiales de la ‘sophia’ helénica, nacieron y vivieron en sendas tiranías de la Magna Grecia. Platón creía que sólo los sabios pueden y deben gobernar la polis. Alejandro, al que también invocan los ‘grecopollas’, fue guerrero, emperador e imperialista. Ayer se celebró en Grecia un referéndum estúpido. ¿Democracia? No. Asambleísmo. O sea: fascismo.
