A Gabriel Albiac y Luz Sánchez-Mellado les desagradan las vacaciones pagadas: antigua conquista social, hoy causa de depresiones
A medida que nos acercamos a agosto de 2015, clarean los huecos en las secciones de opinión como las filas de los soldados en la batalla de Waterloo. El calor y las vacaciones hacen de metralla, pero aquí las bajas son sólo temporales. En septiembre regresarán los que ahora anuncian su despedida.
Es 30 de julio de 2015 y si a los columnistas se les acaban las ideas y los adjetivos, a mí se me agotan los Ducados y el café buscando columnas que recomendarle, amigo lector.
El viejo maestro de periodistas Luis María Anson se gusta tanto que se besa. Vuelve a repetir en su columna de El Mundo una frasecita que saca una y otra vez, como los abuelos muestran las fotos de sus nietos. Comienza un texto dedicado a ensalzar al presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, así:
Pues no, en España no ha habido crisis bancaria.
Esto mismo ya lo escribió en noviembre de 2011, y lo ha repetido en otras ocasiones, como diciembre de 2012, octubre de 2014, o abril pasado en un billete dedicado a otro banquero: Isidre Fainé.
Raúl del Pozo (El Mundo) nos mete el miedo en el cuerpo a cuenta de los residuos nucleares que el Gobierno quiere llevar a su Cuenca natal en vez de trasladarlos a Francia.
En un secarral van a meter los materiales más nocivos que jamás han existido en la Tierra y, su capacidad de destrucción, durará sólo 100.000 millones de años. El apocalipsis está a 140 kilómetros de Ossa de Montiel (Albacete) donde hubo recientemente un terremoto. Pero el acalde no piensa en las elecciones y la Tierra es ya un inmenso cementerio donde no habrá balada de esqueletos, ni podremos vender nuestros huesos para hacer dados, como soñaba Ginsberg. No seremos más que polvo en el basurero nuclear.
Abel Hernández (La Razón), también de pueblo, aunque no de uno de Castilla la Nueva, sino de Castilla la Vieja, también enfrenta a las grullas con los hombres.
Nunca podían imaginarse hasta ahora que ellas iban a ser mal recibidas por las gentes del pueblo, tan cercanas a la Naturaleza. Pero de pronto, hemos sabido que en Villar de Cañas empiezan a odiar a las grullas casi tanto como al nuevo presidente de Castilla-La Mancha, el socialista Emiliano García-Page, que nada más tomar posesión del cargo con la ayuda de Podemos, ha tenido la ocurrencia de intentar frenar en seco la construcción del silo nuclear, destinado a albergar los residuos nucleares de España y a dar trabajo a la comarca, poniendo como pretexto a las inocentes grullas.
Pilar Rahola (La Vanguardia) se cisca en los cazadores, como Manuel Vicent en los toreros.
Nunca podré entender el gusto por colgar cabezas de animales en un comedor, o por alardear de hazañas de cacerías, como si disparar a un animal fuera algo festivo y noble. No lo es. No lo es para nada, es primitivo, es cruel, es inhumano, es malo.
¿Va a condenar la ‘doctora’ Rahola a la hoguera los libros de Miguel Delibes?
Y si usted, querido lector, leyó el 29 de julio de 2015 el editorial de El País contra Xavier García Albiol, le puedo decir que ya ha leído la columa de Enric Juliana. El periódico progresista contraponía al rudo exalcalde de Badalona el suave, elegante y cosmopolita Josep Piqué. Hoy, Juliana, en un rasgo de originalidad hace lo mismo. ‘De Josep Piqué al sheriff Albiol’, se titula su pieza, en la que vuelve a caer, como el cojo sin muleta o el periodista sin ideas, en la cita de viejas películas, en este caso El bueno, el feo y el malo.
Quemada Alicia Sánchez Camacho, la candidatura de Albiol era la más consistente. El PP asume sin problemas la dureza del personaje. Ya le va bien. Encaja perfectamente con el propósito de hacer frente al independentismo mediante la dramatización de las elecciones de septiembre. Atrás, muy atrás, quedan los tiempos de Josep Piqué, que en el 2005 intentó abrir, en nombre del PP catalán, una vía de negociación sobre el Estatut con el ministro socialista Jordi Sevilla. Fulminaron a Piqué. Y a Sevilla, también.
¡Qué malos son en ‘Madrit’! Y eso que Zapatero le regaló el nuevo Estatut a Artur Mas.
CAUNDO SE QUEMÓ A LEGUINA POR DUDAR DE CÁRITAS
Menos mal que en ABC encuentro columnas con unos pellizcos de originalidad.
Isabel San Sebastián explica la ojeriza de muchos tertulianos y columnistas al PP por culpa de las inspecciones fiscales de Cristóbal Montoro.
Claro que hablando de políticas fiscales acude inmediatamente a la mente el nombre de Cristóbal Montoro, artífice de una línea de actuación que ha logrado enemistar al PP no sólo con la abrumadora mayoría de sus votantes, integrantes de la clase media trabajadora crujida a impuestos, sino con la totalidad del sector de la cultura y el periodismo creador de opinión. Si sumamos ese castigo al evidente respaldo económico y administrativo brindado a los grupos multimedia más despiadadamente críticos con el centro derecha, a instancias del propio Ejecutivo, llegamos a la conclusión de que la autocrítica realizada en materia de información se queda muy corta. No es que haya habido «errores de comunicación», como se ha dicho. Es que toda la política relacionada con prensa, radio y televisión llevada a cabo desde la Moncloa ha sido un completo disparate, cuyas consecuencias se constatan ahora.
Un par de columnas apoyan la portada del 30 de julio de ABC, sobre los pocos niños que se han apuntado al plan de comedores para no pasar hambre: de los 25.000 que había, según Manuela Carmena, sólo 600. La primera es la de Mayte Alcaraz.
Tanta energía empleó la alcaldesa de Madrid en convencernos de que los pequeños madrileños eran un trasunto del autorretrato que Frank McCourt dibujó de su infancia en su desasosegante obra «Las cenizas de Ángela», que habíamos terminado por creerla a pesar de que ningún indicio en nuestro entorno, laboratorio doméstico nada desdeñable, cimentaba esa hipótesis.
Se ha construido un discurso grosero, demagógico y nada ingenuo, según el cual, cuanto más dramática se exponga la situación, más réditos recibe su ponente. Y de ese saco, sálvese quien pueda: desde las tertulias en las que la escaleta parece obra de Dickens hasta los partidos que han recogido frescas nueces en forma de votos. Carmena sabe de qué hablo.
A los pocos que, como Joaquín Leguina, se les ha ocurrido negar la infalibilidad de las estadísticas de exclusión social o del paro en España, les han lanzado a la pira porque donde esté un discurso ramplón y gratuito que se quite cualquier razonamiento por duro que resulte.
Bieito Rubido señala en su billete a los «los sofistas de la extrema izquierda» de mentir:
Según ellos, miles de menores están malnutridos en Madrid. Suenan las señales de alarma, se culpa de tanta precariedad a los insensibles de la casta, y resulta que tan sólo 600 chavales se sientan ante los cubiertos de emergencia. Quedan vacías el 90% de las plazas ofertadas en los comedores escolares. Alguien miente con las cifras. La terca realidad es otra. Lo peor ya no es que mientan; lo verdaderamente perverso es que utilicen el hambre de los niños.
DE LA CAMISA AZUL A LA CAMISA MORADA
En El Mundo, Arcadi Espada sigue buscando similitudes entre los podemitas y los falangistas. Hoy es el tuteo, común a José Antonio Girón y Dionisio Ridruejo (¿ya Juan Luis Cebrián?) y también a Manuel Carmena.
El doble populismo español vocea ahora que viene a hacer la enésima transición y a limpiar a fondo. Hay que observar con atención este doble neofalangismo. La alcaldesa Carmena, sus labores, y su envilecedor tuteo a unos ciudadanos a los que Adolfo Suárez había devuelto el usted. Los saltos del protocolo que se permiten los que ignoran que también Girón de Velasco, aquel león de Fuengirola, fue vestido como le dio la gana a la proclamación del Rey. El resultado visual de comparar cómo la democracia arrancó el yugo y las flechas de Alcalá 44 y cómo el nacionalismo seccionó con cuatro hórridas columnas el bello skyline de Montjuïc.
César Vidal publica sobre el mismo asunto en La Razón, sólo que con un matiz: las simpatías entre los falangistas y los sindicatos de izquierdas.
Me lo contaba años atrás José Luis Balbín. A un programa de «La clave», dedicado a los sindicatos, acudió José Solís, ministro de Franco. Tanto el representante de CC OO como el de UGT lo acogieron con reticencias, pero, al acabar, salieron del bracete mientras Solís les espetaba: «Yo he llega’o a donde podío ahora os toca a vozotro…». Por extraño que resulte, Solís estaba enunciando una verdad como un templo: si hay algo que se parezca a los sindicatos verticales del régimen franquista es CC OO y UGT, y si hay un sector que haya repetido más hasta la saciedad la cantinela de lo «sosiá» -que tanto pregonaba el sector más azul de la dictadura- es la izquierda.
Si hay tanta identidad entre los falangistas y los podemitas, no comprendo por qué éstos quieren eliminar a los primeros de los callejeros. Alfonso Ussía (La Razón) reivindica a Agustín de Foxá, al que trata de quitarle la camisa azul para ponerle la verde de los monárquicos (le explico, lector curioso: verde es el anagrama de Viva el Rey de España).
El falangismo de Foxá fue un disfraz. Foxá era un monárquico convencido, y en su poemario son muchos los versos que dedica a las personas y la Institución. Nostalgias de niño. Paseos por el Retiro, y el coche de la Reina con sus ruedas doradas de hojas secas. El Romance al Rey Muerto, Alfonso XIII, en una habitación del Gran Hotel de Roma. «Por las calles de Madrid/ no llevan al Rey de España».
Agustín de Foxá toco todas las teclas de la Literatura, y brillantemente. Fue un diplomático cumplidor, un lujo para sus compañeros. Enamoró a las mujeres con su palabra, que eclipsaba a su nada agraciada figura. Escribió, probablemente, la mejor prosa de aquella generación irrepetible. «¿Por qué eres de derechas, Agustín?», le preguntó en Buenos Aires Rafael Alberti. «¡Qué pregunta, Rafael! Soy conde, soy gordo, soy diplomático, tengo algo de dinero, me gusta beber y me encanta comer, ¿qué coños quieres que sea?».
Dudo de que los concejales Maestre y Zapata indulten a Foxá por mucho que Ussía subraye su monarquismo, su ingenio y su amistad con Alberti.
RUBÉN AMÓN CONFÍA TODAVÍA EN EL ‘SENY’ CATALÁN
Y pasemos a la tabarra catalana, aunque vista desde Madrid. En El Mundo no gusta la designación de García Albiol como candidato del PP a la Generalitat. Victoria Prego le censura que haya atacado a Ciudadanos.
Y en esa campaña el candidato Albiol ha cometido un primer error que conviene que vaya enmendando: arremeter contra Ciutadans, olvidándose de que aquí el PP no se juega sólo su posición en los resultados electorales, que lo que se juega es la posición de España ante sí misma. Y ahí no caben enfrentamientos entre rivales que lo serían en cualquier otro campo de batalla, pero no en éste. Debería Albiol afinar más su puntería y elegir otros objetivos para sus dianas.
Para Rubén Amón, tanto García Albiol como la multa al FC Barcelona y al Athlétic de Bilbao por los pitados al himno y al Rey son gasolina para los separatistas.
El soberanismo trata de demostrar que España es Mariano Rajoy. Y Mariano Rajoy se empeña en confirmarlo. De otro modo, no hubiera desenjaulado a Xavier García Albiol ni desempolvado a la Comisión Antiviolencia para multar alicuotamente a los hinchas insumisos que pitaron el himno en la final de la Copa del Rey.
La multa beneficia la leyenda victimista tanto como redunda en el escenario de la estupefacción. Estupefacción porque ni siquiera desde la coacción ambiental de los medios informativos públicos y concertados puede comprenderse que la sociedad catalana asuma la autodestrucción o condescienda con los brochazos de Mas en la iconografía de la tierra prometida.
Se despide con la esperanza en que al final los catalanes recapaciten.
Impresiona que el mito de la construcción patriótica haya secuestrado la propia razón, pero decepcionaría aún más que la sociedad catalana perseverara en la adhesión a este estrafalario equívoco. Con más razón cuando el voto es secreto.
No me sorprende que Amón se vaya a El País, porque piensa igual que la tropa catalanista en el periódico progresista: Josep Ramoneda, Xavir Vidal-Foch, Lluis Bassets…
Pablo Planas (Libertaddigital.com) revela quién es la cineasta Isona Passona, que ha recibido del Ministerio de Cultura y de RTVE dos subvenciones que superan 1,4 millones de euros.
Passola forma parte de las doscientas familias catalanas que se encuentran en el Palau de Millet, el palco del Barça, el Círculo del Liceo y en Cadaqués, una diva local que blasona de mecenas porque escolta, hacer cine es carísimo. Isona, que el pasado 13 de julio depuso esto en las redes sépticas: «Con un Estado en contra, leyes y presupuestos deficientes, perseguidos durante años, siglos… y seguimos aquí, vivos y despiertos queriendo un #paisnou». Días después escribía: «Tenemos los mecanismos suficientes para decir que no queremos ser una colonia de España. Tenemos dignidad. Votemos el 27-S». Y esto otro: «Animo a Ada Colau a que no sólo retire del Ayuntamiento un busto del exrey sino que luche para dejar de ser súbditos de su hijo».
Un millón cuatrocientos mil euros es el premio por chotearse de los españoles, del Rey, babear con Mas y Junqueras y criticar unos «presupuestos deficientes». Isona, no fotis. ¿Albiol? Lo de Cataluña está perdido desde que el golpe de Estado está sufragado por el Estado. No se ríen, se carcajean. Y en Moncloa lo saben.
LA INDIGNACIÓN «DOTA AL IDIOTA DE DIGNIDAD»
Me alegro de poder citar a Màrius Carol por una idea inteligente que hay en su billete de La Vanguardia: la crítica al prestigio que ha alcanzado la indignación.
La indignación no siempre ha tenido prestigio social. Herbert Marshall McLuhan, gurú de la aldea global en los sesenta, escribió que la indignación es la estrategia para dotar al idiota de dignidad. Pero la indignación ha conseguido el reconocimiento con la reciente crisis que hemos vivido, hasta el punto de que ha dado lugar a movimientos de personas que han desplazado en parte a los dirigentes políticos. No les faltaba razón: los ciudadanos se empobrecían, los mandatarios no sabían dar una respuesta y los casos de corrupción se sucedían. Sin embargo, hemos llevado las cosas al mismo punto que aquel ciudadano italiano que, viendo llover en una playa del Adriático, proclamó: «Piove! Porco governo».
Javier Marías escribió recientemente un artículo (PS) en el que explicaba que hoy quien no se indigna por algo parece que sea un acomodaticio, un dócil, un sumiso o simplemente un tonto. Y le preocupaba que «la reacción inmediata de demasiados españoles es poner el grito en el cielo por cualquier zarandaja».
Recuerdo que hace unos pocos días Ignacio Ruiz Quintano escribió con más ironía sobre la indignación como nueva costumbre social. Y como me gustó tanto lo que leí, se lo vuelvo a recomendar, amigo lector:
La indignación, que no es más que impotencia, es un recurso de español bajito. De hecho, yo no sé que se indigne un sueco por no saber montar el tresillo del Ikea o un masái por fallarle tres veces a un león. El español, si se siente bajito, se indigna por todo
Ignacio Camacho (ABC) escribe sobre la huida de Zapatero del Consejo de Estado, donde él mismo se había asegurado un puesto como expresidente mediante la oportuna reforma legal. De manera muy discutibe, el periodista elogia a Zapatero por estos años como consejero, olvidando sus vaijes a Guinea, Cuba y el Sáhara ocupado, y concluye preguntándose si Sánchez no andará el mismo camino.
Como consejero de Estado ha sido poco zapaterista, revelando un criterio mucho más prudente y discreto del que exhibió cuando sus improvisados requiebros se convertían en decretos y leyes. Sólo que desde que salió de la Presidencia ha parecido en un eterno conflicto consigo mismo, aguijoneado por su indomable espíritu de zascandil. Y en cuanto se consideró fuera de cuarentena no ha podido resistir la tentación de aligerar la moderación institucional con ocasionales incursiones en la intriga.
Pedro Sánchez es testigo -y víctima- de sus enredos en el partido como el ministro Margallo lo es de sus manejos en política exterior. Cuando no cenaba con Pablo Iglesias se reunía con los Castro; siempre escorado a la misma amura. Su sucesor no le va añorar con desconsuelo, harto de que enciñazase su trabajoso liderazgo dando alas a Susana Díaz o auspiciando alternativos candidatos a primarias. Está por ver sin embargo que Sánchez no se le acabe pareciendo, y no como relativamente inofensivo ex sino como mandatario en ejercicio según ese inquietante principio de la repetición histórica como tragedia y como farsa. Aunque tratándose de Zapatero, al que la paz acompañe, será objetivamente difícil superarlo en cualquiera de ambos géneros.
A ALGUNOS NO LES GUSTAN LAS VACACIONES PAGADAS
Permítame, amigo lector, que yo también caiga en la nostalgia. Por viejas lecturas de libros ya de hojas amarillos, recuerdo el entusiasmo con que en los años 30 del siglo XX se presentaban a las masas obreras las vacaciones pagadas. Así los dependientes, los mecánicos y los peones disfrutaban del trocito de un privilegio de aristócratas y burgueses. Recuerdo que también presumían de haberlas concedido tanto el scoialista francés León Blum como el nacionalsocialista alemán Adolf Hilter, y en España, más modestos, el falangista José Antonio Girón.
Bueno, pues para algunos columnistas sobre todo de la izquierda o que se apacentaron en ella durante sus años mozos, las vacaciones pagadas son un asco.
Gabriel Albiac (ABC):
El verdadero ciclo de los hombres lo marca esa pequeña muerte que son las vacaciones: la esperanza blindada, de que el jodido mundo que cada doce meses nos deja sin aliento, cascarones vacíos hartos de repetirse un día detrás de otro, va a ser puesto en suspenso. Y que, en cuatro semanas, todo estará borrado: nuestro deber tasado, y, en él, nosotros mismos, que somos sólo sombra de nuestras disciplinas. Quisiéramos matar los gestos repetidos. Lo hacemos, de algún modo: lo intentamos. Fallido, casi siempre, ese intento nos deja la piadosa mentira de que un día volveremos al cero. Y, así, cada verano irrumpe el fin del mundo. De un mundo, nuestro mundo, que es lo único a lo cual sabemos llamar mundo. Veranos de la infancia: territorio infinito. Tan efímero ahora. Igual es la cesura. Mentimos el paréntesis de todos los estíos. Vivir es el monótono retornar sin saberlo.
Luz Sánchez-Mellado (El País):
Puede que para muchos esta sea la semana más larga del almanaque. Esos que ven el sábado, 1 de agosto, como el inicio de lo que sea que lleven anhelando el resto del año. Algunos, la supuesta libertad de levantarse a la hora que se despiertan y no a la que les taladra el cerebro la alarma del móvil. Otros, la ilusión de ser dueños de su cuerpo, de su tiempo, de su vida. Todos, la desconexión de aquello que sienten que les da de comer, pero les esclaviza, aunque sea con el Estatuto de los Trabajadores y la Constitución en la boca. Y no me refiero a lo de Cataluña.
Volveremos al redil. Añoraremos estas vísperas como se extraña la inocencia perdida. Y cuando nos pregunten por las vacaciones, diremos que fenomenal, gracias, aunque solo hayamos cambiado unos días de cárcel.
Pues nada, Luz y Gabriel, si tanto os molestan o deprimen las vacaciones, poneos a chapar y dejad de lloriquear.
Por ello, aplaudo la columna de Jorge Martínez Reverte sobre el cierre del Café Comercial en El País, porque encuentro en ella algo tan escaso como la sensatez.
En el Café Comercial nadie gastaba más de cuatro euros por consumición, ni estaba menos de ocho horas aferrado a alguna de sus mesas. Era imposible que aquello fuera rentable. Sólo una oportuna declaración de la alcaldesa Carmena diciendo, por ejemplo, que cada madrileño tenía al año un cafelito cortado gratis allí por vivir en Madrid: eso y sólo eso, que habría puesto el número de consumición por encima de los cuatro millones y medio de euros anuales, habría salvado sus cuentas.
El asunto es que Madrid se va quedando sin ese tipo de establecimientos. Cuando la cerveza está bien tirada (que no era el caso) y el café bien hecho, que a veces sí, es muy de lamentar. Pero sobre todo es de lamentar que uno ya sólo puede sentarse cómodamente a cambio de dinero. ¡Qué romántico era sentarse gratis allí!