La doble vara de medir de Ciudadanos en Madrid y en Andalucía a la hora de exigir tajantemente medidas contra los corruptos, las vacilaciones socialistas en Cataluña o la resaca de la cogida del torero Fran Rivera conforman el principal menú de las columnas con las que este 13 de agosto de 2015 se pueden encontrar en los diarios. A diferencia de El Fumador, no les puede ofrecer café subsahariano y Ducados, pero sí un rico desayuno a base de pan con tomate, zumo de naranja y café con leche. Que ustedes lo disfruten.
Arrancamos en La Razón donde Alfonso Merlos habla de la corrupción socialista en Andalucía y, ya que está de moda el término, transversalmente le mete un palo a los Ciudadanos de Albert Rivera:
Una cosa es ser tranquilo; otra, impasible; una tercera, indolente. Ninguna de estas actitudes vale hoy en la lucha contra la corrupción. Y el PSOE en Andalucía está reproduciendo a su manera cada una de ellas. Inaceptable.
Asegura que es una quimera pedirle responsabilidad express a los socialistas:
La consecuencia de no haber entendido nada. También es verdad que pedirle a los socialistas una reacción inmediata e incondicional, irrestricta y ejemplar frente a esta lacra es pedir lo imposible: que la Luna no se deje ver cuando cae la noche. Y aun así, la señora Díaz debería corregir ipso facto -va siendo tarde- la respuesta que se dispensó en el pasado a los imputados que ocupaban cargos públicos. No. Ya no valen las medias tintas. Sólo cabe la salida y la defensa desde la otra orilla de las instituciones de quienes deberán aclarar en sede judicial que no son malhechores.
Y son, hasta donde se sabe, cinco. Hasta donde se sabe, porque el PP está probando ante los herederos de Chaves y Griñán una vigilancia férrea de quienes malversan la confianza de la gente entregándose, por ejemplo, a la prevaricación. Y porque ha entendido que los delitos que se han apilado en esa región de España trascienden el caso Guinness que significan los ERE falsos.
Concluye que:
Conocido el paño, falta comprobar ante este iniciático escándalo los hechos (no las palabras) de Ciudadanos. Quizá debieran aplicar el implacable puño de hierro con el que amenazan en Madrid cuando aparece algún político que representa una situación embarazosa.
En ABC, Ignacio Camacho pone al descubierto las contradicciones del PSOE al defender lo mismo y lo contrario en Cataluña:
El Partido Socialista debe su abultada pérdida de relevancia en Cataluña a un doble fenómeno retroalimentado. De un lado, la deriva soberanista emprendida por Maragall y las élites barcelonesas trató de disputarle la hegemonía a Convergencia por el procedimiento suicida de competir con ella en aspiraciones identitarias. Por otra parte y de manera simultánea, la quiebra social de la crisis provocó que los jóvenes inmigrantes de tercera generación se hicieran independentistas sin pasar por el nacionalismo. Comenzaron a votar a ERC como una forma de protesta radical, casi antisistema, aunque ahora estén desplazando hacia Podemos ese voto de rechazo poniendo en peligro la mayoría del bloque de secesión.
Todo ese proceso se produjo de forma acumulativa en este siglo, sin que el éxito catalán de Zapatero fuese otra cosa que un espejismo efímero debido a su insostenible apoyo al delirio estatutario. Cuando el Constitucional frenó -y sólo en parte- el dislate se produjo un desplome inevitable. La confusa quimera maragalliana no le alcanzó siquiera para ganar unas autonómicas; el precio del tripartito fue la liquidación de la vía catalanista y socialdemócrata para acomodar al partido como realquilado en el marco mental de un pensamiento único.
Detalla que:
Así se destruyó la mayor fuerza transversal de la política catalana, que abarcaba desde las clases acomodadas de Sant Gervasi a las populares del cinturón industrial. La aparición de Ciudadanos le birló una buena cuota de voto españolista y muchos obreros de Badalona acabaron respaldando a García Albiol. Simplemente el socialismo se quedó sin sitio en Cataluña, jibarizado en un achique de espacios del que sólo lo puede consolar la mala perspectiva del PP.
Y subraya lo desnortadas que están las huestes de Pedro Sánchez:
Pero es que el desnorte catalán ha perjudicado también, y de qué modo, al proyecto nacional del PSOE arrebatándole cohesión y creándole graves problemas de credibilidad. El mantra federalista es la abstracta cobertura teórica de esa dificultad para presentarse ante los españoles como un partido unitario con una idea común de país y de Estado. Sin embargo, ante la tensión soberanista, la estrategia de Pedro Sánchez vuelve a las concesiones al particularismo. La asimetría federal es un oxímoron retórico, una contradicción semántica y un desatino político. Una milonga.
Y apunta directamente a esa incoherencia de la que vienen haciendo gala los prebostes de Ferraz:
Resulta una inmensa paradoja que un partido que enarbola la bandera de la igualdad social pretenda levantar al mismo tiempo la de la desigualdad territorial. La nación de ciudadanos iguales no es compatible con las ventajas identitarias, ni la solidaridad fiscal con los conciertos financieros. Sucede que Sánchez sigue buscando improbables vías intermedias para diferenciarse del PP y, sobre todo, para abrir hueco a posibles entendimientos de investidura con el nacionalismo. Y quizá no piense tanto en los escaños del PSC en el Parlament como en los de Convergencia y ERC en el Congreso.
Hughes se centra también en el caos que vive el PSC-PSOE:
Lo que el PSC quiere es que, siendo Cataluña una nación, esté dentro de España, pero en su plena singularidad. ¿Y cómo? No valdría si el resto también son naciones. Lo que importa tanto o más que ser nación es que quede reconocida la diferencia. Aquí habría diferenciantes y diferenciados, obviamente.
De esta forma, España, más que nación, sería un sistema integrado por distintos elementos que se definirían no por igualdad, unidad y solidaridad, sino por la diferencia.
Un imposible, un disparate, dirán. Pero aquí es donde entra la creatividad del PSC, que, de verdad, yo creo que un poco sabios sí son. Ya decía Hume que los legisladores son los grandes inventores.
Destaca que:
Sin saberlo o sabiéndolo mucho, proponen que el ordenamiento recoja su singularidad constitutiva (Cataluña) dentro de una estructura (España) para la repetición de relaciones de diferencia expresada en términos de ordinalidad.
Esto no sería un Estado racional, una constitución deseable, sino la plasmación jurídica de lo real, de una relación de fuerzas, solo posible por prescindir de la soberanía y de la nación.
Y explica que:
Según esto, la singularidad catalana sería genuina y pre-existente como el fenómeno natural que una función matemática recoge. A partir de ese hecho determinante se constituiría un Estado basado en las diferencias internas. Ni nación, ni igualdad, ni solidaridad: la singularidad y la condena a una relación de distancia entre regiones.
Ha habido muchas explicaciones de España. Américo Castro y Menéndez Pidal, las autonomías y Felipe V, pero un concepto así no se conocía. Rizando el rizo (y el rizoma), el PSC propone la España diferencial. En su abstrusa sofisticación esta terminología contiene no poca desfachatez.
Luis Ventoso se centra en la bestial cogida sufrida en la plaza de toros de Huesca por Fran Rivera:
Fran Rivera tenía diez años cuando «Avispado» mató a su padre en Pozoblanco. Hay que tener mucho cuajo para elegir el mismo oficio. A Fran, de una dinastía de colosos, le fue bien, siempre entre los mejores del escalafón. Aun así, el papel cuché que lo envolvía y cierta fama de reservón hacían que se le demandase un último pellizco de arrojo, o de nervio. Pero como reza una estrofa de una vieja canción noctámbula de Calamaro, músico exquisito, poeta mayor del rock en castellano y gran aficionado a los toros, «no era un juego, era fuego». Riverita bailaba cada tarde con el dolor y la muerte, como todos sus colegas.
Recuerda que el diestro se había retirado de los ruedos:
Fran se había retirado en 2012. Pero volvió -siempre se vuelve- para cruzarse con «Freidor», que lo despanzurró de manera espeluznante, como ha contado Ángel González Abad en ABC con la hondura exacta de los clásicos. La sangre en Huesca de Rivera, ese torero guapo y pequeño, con cierto aire Tom Cruise, vuelve a confirmar que las plazas de toros son el teatro de los valientes. Allí se escenifica el valor de la manera más plástica, repitiendo el rito neolítico en el que el hombre domeñó por vez primera a la bestia. Allí se custodian las últimas loas a la virilidad, el aplauso ante una hombría pausada, obligada por un código ancestral, la misma que nos lleva a admirar a los héroes que discurren de Homero a John Ford. Allí arde la llama de la libertad frente un mundo pacato e inquisitorial, un aquelarre de mediocridad e intolerancia del que a veces nos salvan Los Toros. En mayúscula y por muchos años.
Finalmente, Antonio Lucas en El Mundo se centra en lo sucedido en Salou con la muerte de un ciudadano senegalés:
Las imágenes no traen nada nuevo, porque la violencia es viejísima y sus motivos igual de ancestrales. Las protestas de los negros en Salou, manteros la mayoría, traen algo así como una realidad inesperada cuando en verdad se trata de una tensión constante que de vez en cuando estalla de nuevo. Y siempre salta por los aires del mismo modo.
Detalla que:
Lo de Salou y los Mossos d’Esquadra no advierte de una trifulca más, sino de un problema que está muy cuajado también en España: los inmigrantes siempre están expuestos a una redada, con motivo o sin él. Y si eres oscuro, un poco más. Es lo de siempre. Que confundimos el patriotismo con el envase al vacío, con las fronteras selladas, con cada cual en su casa. No es plática de ONG, sino realidad con sus cifras. El delito primero del inmigrante es la diferencia (por dentro o por fuera). Y su condena, la invisibilidad. Lo digo así, a bulto, sin entrar en la praxis preventiva de hablar de buenos y malos.
Y aprovecha para meterle un palo al Gobierno de España:
Alguien tendrá que regular. Y eso no se hace por fuera de las fronteras, sino por dentro de los países de huida, dirigidos algunos por tiranos financiados grácilmente desde democracias ejemplares de varios continentes. Siempre la misma melodía.
Los negros de Salou protestan. Los Mossos d’Esquadra reparten. Las imágenes alertan y ponen al «pobre negrito» en cuarentena, por si las moscas… La actitud de España respecto a la inmigración está basada en una indecencia constante y mal disimulada.