Fin de las vacaciones de verano para muchos de los habituales de esta sección de análisis político. Los columnistas empiezan a tomar posesión de su mesa y de su silla para traerles a ustedes este 1 de septiembre de 2015 unas columnas que ya rezuman a elecciones por los cuatro costados. Con las catalanas en el horizonte del 27 de septiembre de 2015 y las generales para, previsiblemente, el 13 de diciembre de 2015, las emociones se prevén fuertes.
Arrancamos en ABC y con uno de los articulistas que se ha mantenido al pie del cañón durante todo el mes de agosto de 2015, Ignacio Camacho. Quien fuera director de este rotativo se hace eco en su tribuna de las confidencias de los militantes de Ciudadanos y el temor a que votantes de su partido, el sector que tiene más de 40 años, acabe volviendo al redil del PP:
Está trajinando su iPad en un banco de la estación, con el bronceado playero enfundado ya en el traje de despacho. En Ciudadanos, Rivera aparte, hay que hablar con los militantes mejor que con los dirigentes porque a muchos de estos les ha sobrevenido muy pronto el virus de la politiquería y el arribismo. La militancia en cambio aún refleja bien el espíritu del nuevo partido: profesionales y cuadros emergentes con vocación pública que se han sentido marginados por la endogamia partitocrática. Más que un Podemos de derechas, un Podemos de élites.
Pone en boca de ese militante que:
«Yo no tengo encuestas, tengo sensaciones. Y la sensación es que muchos de nuestros electores maduros van a volver al PP. Sí, el voto del miedo, temen que al final pase lo de Madrid, Sevilla o Valencia. Cuántos son no lo sé, pero se nota en lo que te dicen en el medio familiar o de los amigos. Los jóvenes, en cambio, se van a quedar; de 40 para abajo no hay quien le compre la burra a Rajoy. Y a Sánchez regular; o nos votan a nosotros o a Podemos. El bipartidismo es cosa de mayores; esa es la nueva brecha, la generacional. El marianismo no va a penetrar ya en las capas más dinámicas por mucho que busque nuevos líderes para quitarles la corbata y disfrazarlos de Ciudadanos».
Y asegura ese confidente a Ignacio Camacho que se teme la que le puede caer a Ciudadanos si permiten un gobierno de izquierdas ganando Rajoy las elecciones.
«Y sí, nuestro reto va a ser administrar ese voto de centro-derecha que está convencido de que haremos bloque automático con el PP. Hay mucha gente en el partido que lo que querría es pactar con el PSOE; y entre los socialistas ni te cuento. Pero para eso tienen ellos que ganar, quedar primeros, y eso está muy lejos. De ahí que haya surgido esa idea de condicionar un acuerdo a que se vaya Rajoy. Yo lo veo complicado. Sobre todo si saca un resultado aceptable; nos meterían una presión mediática sofocante y si permitiésemos un gobierno de izquierdas nos caería la del pulpo. Otra cosa es que ellos se queden cortos, que pierdan mucho apoyo, y entonces Rivera tendrá la sartén por el mango. Pero si eso sucede, en mi opinión, no habrá modo de sumar. Y por lo poco que entiendo es ahora mismo la hipótesis más probable. A nosotros nos va a penalizar la ley de Hont en las provincias con pocos escaños. Por eso no he entendido el apretón de mucha gente por estar en las listas: la mayoría va a ir de adorno».
David Gistau habla sobre la carta de Felipe González el 30 de agosto de 2015 en el diario El País y asegura que el tema catalán no supo manejarlo:
Supongamos que a través de Felipe habla su generación, y que es su generación la que ya recurre lastimosamente al chantaje emocional, que es el último estadio de las rupturas: «Sin ti no soy nada». Por generación de Felipe nos referimos a aquella que, llena España de un complejo de culpa posfranquista, transfirió a Cataluña la creación de un relato colectivo propio a menudo delirante y basado en el antagonismo con España y en la coartada singular. Nos referimos a aquella cuya izquierda no supo manejar sin complejos el sentido de pertenencia a España y permitió que sólo otros sentidos de pertenencia pasaran por románticos y progresistas. Nos referimos a aquella que consintió, en uno de los pactos inconfesables de la Transición, con los que no se hace pedagogía constitucional en los colegios, que en Cataluña un par de familias recibiera una patente de corso del Estado para construir una cleptocracia cuyas redadas llegan ahora, con décadas de retraso.
Y le da un tirón de orejas por preocuparse de una cuestión que debía haber atajado en su momento:
La carta de Felipe sirve para corregir la endeblez del socialismo actual, que se mortifica y se matiza a sí mismo hasta en el constitucionalismo bajo agresión. Pero es también la confesión tácita de la generación de la Transición de que dejaron sembrados conflictos que nos han estallado ahora con la oportunidad de la crisis. Haberse preocupado antes.
Salvador Sostres va a tener trabajo de sobra con Cataluña hasta el 27 de septiembre de 2015 e incluso después de lo que dictaminen las urnas. En esta ocasión habla de Ada Colau y su no a Artur Mas, presidente de la Generalitat, a acudir a la Diada.
Ada Colau no acudirá a la manifestación de la Diada por considerarla un acto electoral. Ada Colau, que ganó por un concejal pero fue investida alcaldesa por mayoría absoluta, con los votos de Esquerra, precisamente para que participara en celebraciones como ésta y para que involucrara a Barcelona en el proceso separatista. Pero eso a ella qué más le da. Y qué más le da a Junqueras. ERC no dudó en traicionar a CiU porque por mucha aventura independentista que compartan, la izquierda siempre es la izquierda lo que antepone, y no comprenderlo ha sido siempre el drama de la derecha catalana que ha acabado yaciendo en cunetas, morales o ensangrentadas cada vez que ha confiado en que el patriotismo unía más que la clase social.
Detalla sobre Mas que le pasará lo mismo que a Trías con Colau:
Lo que le ha pasado a Barcelona es lo que le pasará a Cataluña tras el 27S. La primera consecuencia del desprecio de Mas a la Ley fue que su partido perdiera la «capital», y a final de mes perderá la Generalitat porque la izquierda es la fuerza del desorden y Convergència no sabe manejarse en el caos.
El eterno error del catalanismo político es creer que quienes provocan el desorden son los que por defecto van a poder controlarlo, cuando la verdad es que la derecha controla el orden y la izquierda danza enloquecida sobre el incendio del caos.
Por mucho que Mas intente plantear sus elecciones como un plebiscito sobre la independencia, lo que como siempre que se pone en cuestión la Ley sucederá es que el populismo revolucionario asaltará los palacios y aplazará cualquier debate «nacional» en nombre de las urgencias proletarias, tal como Ada Colau la emprende sin rubor contra los hoteleros en particular y los empresarios en general y halla cualquier excusa para evitar comprometerse sobre la independencia.
Aunque resulte de difícil comprensión para la euforia localista de algunos ensimismados, el mundo hoy no se divide entre naciones, ni siquiera entre Estados. La gran línea divisoria es La Civilización, porque hay una sola civilización y adquirimos la fuerza de lo que conquistamos. La línea divisoria no está entre Cataluña y España sino entre el cristianismo alrededor del que florecen sociedades libres y democráticas y el islamismo con su mensaje de miedo, atraso y sangre.
Añade que:
La línea divisoria está entre los que creen en el valor indiscutible y supremo de la propiedad privada y aquellos que todavía creen que el problema del comunismo es cómo se ha aplicado.
Cada vez que la Lliga Regionalista (antes de la Guerra) o Convergència (desde la recuperación de la democracia) han creído que el todo o nada era la solución contra España y que podían hacer este viaje con Esquerra Republicana, el catalanismo político ha tocado el fondo, Cataluña se ha mareado en el abismo, y la izquierda ha pasado por la checa o por el tiro en la nuca a los que tan frívolamente les consideraron sus hermanos.
Ada Colau, como Pablo Iglesias o Pedro Sánchez, son las afueras de La Civilización y Mas ni llegará a batallar con España porque la izquierda unida en su pulsión más primaria aprovechará su desafío para reducirlo todo al viejo resentimiento de clase.
Raúl del Pozo, en El Mundo, se refiere a la carta de Felipe González en El País:
Este otoño va a ser una fiesta de gatos porque no logramos que desaparezca aquel odio celtíbero llamado africano que nos achacaron los catones y escipiones, confundiéndonos con los feroces cartagineses (Carthago delenda est). Las algaradas de las calles y las cacerías de las redes sociales, las maldiciones que nos dedican los señoritos descamisados de Cataluña, muestran que no hemos cambiado mucho desde que Ortega y Gasset analizó el odio como la morada íntima de la mala leche ibérica. «Los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor», escribió. Me lo comenta esta mañana un viejo amigo de los que oyen el tantán de la tribu con la oreja en el suelo: «A Felipe lo están poniendo de chupa de dómine por su carta napoleónica».
Explica que:
Nunca ha sido Felipe González santo de mi devoción, pero resulta raro que lo estén poniendo como chupa de dómine los que no quieren que Cataluña se vaya de España. Que los secesionistas le machaquen tiene lógica, porque el ex ha escrito una carta de Estado, mayestática, contra el delirio ilegal de esa pandilla de guindas, pero que es del género tonto que lo injurien los constitucionalistas, dejándose llevar por el patriotismo de siglas.
Y precisa que:
Cuando mi viejo amigo habla de napoleónico, no se refiere al bonapartismo de Napoleón el pequeño, sino al corso y a su sentido de la Historia. «Con su carta napoleónica apunta alto -me dice-. Está sentando las bases de la gran coalición en sintonía con Mariano Rajoy».
Arcadi Espada también analiza la carta de Felipe González en el diario de PRISA:
La carta del expresidente González a los catalanes no está libre de los tópicos insolventes sobre el nacionalismo. El principal gira en torno al reconocimiento de Cataluña. Al parecer hay un inefable hecho diferencial que las escrituras democráticas no tienen en cuenta y del que se derivan los problemas. Pero lo cierto es que el único hecho diferencial catalán, que ni la Constitución ni la realidad reconocen, es la escalada de deslealtad a la democracia y a sus instituciones emprendida por el Gobierno de la Generalidad. Y González sabe que no tiene respuesta pactada posible.
Y le interesa realmente un párrafo donde critica la equidistancia de la izquierda a la hora de tratar a quien cumple la ley, Mariano Rajoy, con quien se la salta a la torera, Artur Mas:
De ahí que sea interesante el párrafo de la carta de González donde desprecia la equidistancia con la que la izquierda se comporta frente a los presidentes Rajoy y Mas, uno con la ley y el otro contra ella. El párrafo supone también una severa advertencia a muchos socialistas, empezando por Pedro Sánchez y acabando por Miquel Iceta. Es verdad que el artículo es deudor del tópico y que sus vacilaciones llegan hasta el mismo borde de sus palabras sobre la equidistancia. Pero se trata, con todo, de una novedad. De una actitud hasta ahora solo reservada a disidentes como Leguina o Redondo. No es seguro que el conflicto nacionalista se hubiese atenuado de darse en el pasado esa voluntad de encuentro. Pero al menos los viejos líderes de los dos partidos podrían observar hoy la deslealtad nacionalista con la cabeza alta.