Cataluña, sí, nuevamente Cataluña vuelve a ser este 10 de septiembre el tronco de esta sección. A pocas horas para que arranque no sólo la campaña electoral en esa comunidad, sino para que también tenga lugar un año más el ‘carnaval’ secesionista perpetrado por Artur Mas aprovechando la Diada del 11 de septiembre de 2015, los columnistas se centran en esta región desde varios puntos de vista.
Arrancamos en La Razón y lo hacemos con Alfonso Ussía que rompe una lanza en favor del ministro de Defensa, Pedro Morenés. Entiende el escritor que el titular ministerial no ha amenazado a Cataluña, sino que lo que ha hecho es simplemente recordar algo tan básico como que hay que cumplir la ley:
España es la única nación del mundo libre en la que recordar que cumplir con las leyes y los deberes se puede interpretar como una amenaza fascista. No entiendo el lío que se ha montado como consecuencia de las palabras del ministro de Defensa, Pedro Morenés. Escribí días atrás que en nuestras Fuerzas Armadas, calladas, abnegadas y disciplinadas – además de su admirable operatividad-, no se oyen ya los ruidos de sables en las residencias de oficiales o salas de banderas. Ecos silenciados de otro siglo. Pero a las Fuerzas Armadas hemos encomendado, con abrumadora mayoría e individualmente como sujetos constituyentes «garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional», actuando siempre a las órdenes del Gobierno. No hay ruidos de sables, pero tampoco olvido de los deberes encomendados.
Y resalta que:
El ministro Morenés no ha dicho ninguna barbaridad, ni ha amenazado, ni coaccionado, ni pretendido asustar a nadie. Ha respondido a una pregunta clara con una respuesta tan clara como la cuestión. «Si todo el mundo cumple con su deber, le aseguro que no hará falta ningún tipo de actuación». Y ya le han dicho golpista, fascista, energúmeno y demás lindezas.
Saca a colación un episodio con Felipe González y su mensaje claro y absoluto frente a quien quisiera romper la unidad de España:
Corrían los peores años del terrorismo etarra. Felipe González ocupaba la Moncloa y gobernaba con el apoyo de una mayoría parlamentaria abrumadora. Los españoles desayunábamos todos los días con la noticia de un inocente asesinado. Arzallus no había enloquecido del todo, y cuando un periodista le habló de la proclamación unilateral de la independencia del País Vasco, respondió con altanero desprecio. «¿Independencia? ¿Para qué? ¿Para plantar berzas?». Pero otros del PNV y del entorno del terrorismo no pensaban lo mismo. En una cena en la «Bodeguilla» – creo que estaba presente el gran José Luis Martín Prieto-, un invitado le preguntó a Felipe González: «Si El PNV declara la independencia, ¿mandarías al País Vasco los tanques?». Y Felipe González, primero serio y posteriormente irónico, vaticinó: «Por supuesto que lo haría. Se trataría de un deber constitucional. Y lo llevaría a cabo sin titubear. Por otra parte, aunque no mandara los tanques hacia arriba, ellos se irían solos».
Y sentencia:
No es contundente ni amenazador afirmar que las leyes y los deberes están para ser cumplidos, y que fuera de ellos, ni hay libertad ni hay democracia. Los golpistas son los que se saltan las leyes, no quienes las defienden. Y los energúmenos fascistas los que quieren obligar a más de la mitad de los catalanes y al resto de los españoles a someterse a sus mentiras e infecciones históricas.
Luis Ventoso, en ABC, le reparte una somanta de palos al ‘guapo’ y sonrisa Profidén de Pedro Sánchez:
Pedro Sánchez, un madrileño que se acaba de declarar «catalanista» y que considera que la culpa de que Artur Mas quiera destruir España la tiene Rajoy, demanda que la Constitución española reconozca la «singularidad de Cataluña». Cuando se habla de un concepto tan evanescente como el de «singularidad», a uno, sin saber por qué, le viene a la mente el doctor Duncan MacDougall, galeno de Massachusetts que en 1901 se propuso pesar el alma humana. MacDougall pasó por la báscula a varios enfermos terminales y luego repitió el peritaje con sus cadáveres. Tras su macabro experimento observó que en general el muerto perdía 20 gramos. ¡Eureka!, proclamó: ¡el peso del alma! Mucho me temo que el dislate del profesor MacDougall alberga un cierto paralelismo con las mediciones de singularidad del admirable señor Sánchez.
Cataluña presenta sin duda connotaciones singulares, que le otorgan un perfil distinguido. Es una comunidad mediterránea, con una lengua vernácula y que contó con instituciones medievales propias. Conserva una valiosa cultura y posee un formidable patrimonio artístico, paisajístico y gastronómico.
Y le recuerda que si se trata de singularidades, entonces cada región española posee la suya:
Pero vamos un momento a la pequeña Asturias. Vaya: ¡con la singularidad hemos topado! Resulta que estos tíos no tienen una región, sino un Principado, y cuando los árabes se enseñorearon de toda la Península eran el único reino cristiano que resistió. Cuentan con iglesias prerrománicas del siglo VIII; con un paisaje único, de cordillera sobre océano; el bable, los hórreos… hasta escancian la sidra a su bola y armaron una revolución en 1934. Sánchez, tenemos un problema: ¿qué hacemos con los asturianos?
Pero pasemos a Galicia. Lío total. Llegó a ser también un reino independiente -algo que jamás fue Cataluña-, cuenta con una lengua vernácula que se habla más que el catalán, un paisaje casi irlandés, unos vecinos la coña de raros, que ni suben ni bajan, y apenas ha recibido inmigración. Por tener, hasta tienen su propia pizza, la empanada, y la mayor multinacional textil del mundo. Anote Sánchez: singularidad constitucional extrema.
En cuanto a Navarra y el País Vasco… Uff, estos son ya el colmo. Conservan los fueros medievales, un idioma tan singular que no se sabe ni de dónde viene, unos apellidos tan raros como Goitiaburula-rrazabal y Barañanobasterretxea y han inventado el marmitako, las gulas prefabricadas y el frontón. Sánchez, enmienda constitucional clara. ¿Y Andalucía? Ay, Andalucía, con su flamenco, su humor, su Semana Santa, su guitarra y su fino, su puerto de Sevilla, que fue la puerta de América, su cultura única, insoslayable, que la convierte en el territorio con más personalidad de España.
¿Y Valencia? ¿No tienen también idioma propio, un pasado con instituciones locales como la Lonja de la Sed, paella, fallas, naranjos y hasta dos papas valencianos? ¿Y Canarias? Allá, frente a África, a tres horas de avión. ¿No debería Sánchez de echarles un ojo constitucional a aquellas islas tan gratas y singulares?
Y acaba llamándole oportunista por una mera cuestión electoralista:
Pero para singular de verdad, Sánchez. El único dirigente socialista europeo que pone en solfa la unidad de su nación por un oportunismo partidista y propone que haya ciudadanos de primera y de segunda.
Gabriel Albiac pone en duda las intenciones del expresidente de Felipe González respecto a Cataluña, especialmente tras el titular sacado con fórceps por La Vanguardia del 6 de septiembre de 2015 –«Estoy a favor de una reforma que reconozca a Cataluña como nación»-:
González es la maldición del PSOE. Y su fortuna. No es lo esencial leer eso que declaró a un periódico barcelonés y que desmintió luego. Los contenidos nunca tuvieron relevancia en el talante ético-estético del hombre que se soñó presidente perpetuo. Y al cual robo y crimen políticos acabaron descabalgando y sumiendo en un rencor tan mastodóntico como su vacua vanidad de antes. Los contenidos exigen rigor. Intelectual, primero: en eso no había duda, la endeblez académica del presidente era impecable. Tanto como el blindaje de impunidad, al abrigo del cual todo le estuvo permitido. También, acompañar hasta el umbral de la cárcel a su ministro del Interior y, tras una palmada en el lomo, darse media vuelta.
Saca a colación las mentiras sobre las que se basó la carrera política del expresidente:
La carrera de González se asentó sobre una viscosa retórica, hecha de mentirosa filantropía y de veracísimo engaño. González era el hombre que podía decir, al mismo tiempo, sí y no a la OTAN. González era el hombre que podía maldecir el terrorismo y presidir los sucesivos gobiernos del GAL. Y juzgar inadmisible que mortal alguno osara recordárselo. Lo de Barcelona, ahora, es lo mismo de siempre.
Olvidemos el contenido. No hay contenido en las palabras de González. Nunca lo hubo. Lo suyo era el énfasis: soltar la nadería más plana con reduplicación de acentos y voz de folletín de los cincuenta. Y repetir esa misma nadería un par de veces, en clownesca caricatura del aforismo conforme al cual una mentira, repetida con firmeza, acaba por ser tragada por todo el mundo como verdad evidente. Escuchemos la voz. Eso es él: voz campanuda de radionovela. Escuchémosle pasmarse, ofendido, ante la posibilidad de que alguien pueda siquiera preguntarse acerca de su convencida defensa de la «identidad nacional» de Cataluña. «Absolutamente», dice. Y repite, sin que nadie se lo pida, por supuesto, «absolutamente». Los signos de interjección pueden palparse. Y la voz suena indignada: tan mentirosamente indignada como siempre.
Victoria Prego habla en El Mundo sobre el veto sufrido por Josep Borrel en TV3, esa cara televisión que pagan todos los catalanes, pero que sólo es el altavoz de Artur Mas y sus colegachos secesionistas:
Esto no es nuevo, así que no es sorpresa lo que podemos esgrimir ante la noticia de que la televisión pública catalana ha vetado la entrevista programada al ex ministro socialista Josep Borrell, que publica ahora un libro en el que combate con argumentos y datos incontestables las falsedades del soberanismo. Les ha debido de parecer a los independentistas que, para adoctrinar a la población, no tienen bastante con ocupar todo el espacio a lo largo de la programación de todos los días desde hace décadas y no quieren intrusos.
A Borrell se la tienen guardada desde que dejó en estrepitoso ridículo a una de las estrellas mediáticas del soberanismo en una entrevista memorable en la que quedó procazmente al desnudo la ignorancia de la periodista y su posición tan impúdicamente alejada de la imparcialidad y el respeto a los hechos.
A Prego no le sorprende el veto, máxime porque el invitado podía volver a poner en evidencia las mentiras de separatismo:
Esta es la actitud mantenida por los medios públicos catalanes, dominados desde arriba e invadidos desde abajo por gentes que militan abiertamente, aunque no paguen las correspondientes cuotas a los partidos, en las formaciones independentistas. Esto tampoco es de ayer, es de hace muchos años, aunque haya alcanzado ahora las cotas más altas de sectarismo partidario.
Sucede, sin embargo, que es obligación ineludible de un medio de comunicación que se sostiene con los impuestos de todos los ciudadanos catalanes el ofrecer a esos mismos ciudadanos una visión que se opone razonadamente a las pretensiones y a «las cuentas y los cuentos de la independencia», que es como se titula el libro de Borrell. Y que es denunciable públicamente la excusa esgrimida por la televisión pública según la cual es un libro político y «están muy cerca las elecciones». Precisamente por eso debería ser obligada una entrevista, y amplia, al ex ministro del PSOE.
Sentencia que:
Ese es el comportamiento de los medios públicos catalanes, subvencionados con prodigalidad por un poder político que se cobra a reembolso los millones de euros en forma de una programación rigurosamente sometida a un estricto ideario: el que ha convertido en dogmas de fe las patrañas históricas, económicas y morales que el nacionalismo catalán ha conseguido fabricar e inocular, con el fervoroso apoyo de esos mismos medios, a una población desarmada a la que, por otra parte, nadie ha suministrado a tiempo y con el suficiente vigor los argumentos que desmontaran con solvencia ese montaje. Borrell ha sido uno de los pocos que, desde dentro, se ha plantado frente a ese montaje armado con un libro lleno de argumentos imbatibles. Y, claro, en TV3 no hay sitio para él.
Arcadi Espada reflexiona sobre las palabras de Felipe González en su entrevista en La Vanguardia y cree que no le disgustó del todo lo que dijo porque si no no habría estado callado durante dos días, desde el 6 de septiembre de 2015 al 8 de septiembre de 2015:
Una de las grandes especialidades catalanas es el acto público de contrición. Se produce cuando una personalidad cualquiera, preferentemente no autóctona, emite opiniones, juicios, que no gustan al ambiente dominante y que incluso le ofenden. Se la llama a capítulo y se le expone la necesidad de rectificar lo que fue fruto, sin duda, de la irreflexión o del malentendido. El argumento central de esa necesidad es evitar que la situación se complique. Nadie diría, en este punto del diálogo, que se trata de un chantaje. Y amablemente se pone a su disposición un medio de comunicación principal, su prime time o su primera página.
Recuerda que:
El último participante, por el momento, en estas ceremonias ha sido el ex presidente Felipe González. Escribió una carta donde criticaba el secesionismo y el asalto a la ley del presidente Mas. La carta incluía una referencia analógica al ambiente alemán en los años 30. Le llamaron de La Vanguardia y le dijeron que le enviaban al esforzado tercerista. González se comportó bien. Y en algún momento más que bien. Como cuando dijo, por ejemplo, que estaba a favor de que una reforma de la Constitución recogiera la identidad nacional de Cataluña: «Absolutamente, absolutamente».
Si hubiera sido una entrevista la cosa habría quedado ahí. Pero era un acto de contrición. Y eso es asunto de dos. El esforzado tercerista limpió, fijó y dio esplendor. Y puso «nación» donde debió poner «identidad nacional». Es extraño que no se dijera como cada día al levantarse desde hace 58 años: «Manca finezza». Pero la contrición no está por hostias.
La entrevista se publicó y nuestro contrito tragó durante dos días. Bien es verdad que el texto infame de Mas que apareció el mismo domingo le pondría de los nervios. ¡Contrito y apaleado! Así, en cuanto le pusieron un micrófono delante, dijo que él no había dicho. ¿Decir? Hombre, hombre. Qué importará lo que dijese. Es extraño en un político tan hecho y armado. Que no comprendiera que sólo había ido allí a arrepentirse y posar, absolutamente, absolutamente.