LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Ignacio Camacho le saca las cuentas a Rajoy para seguir gobernando: «O saca 150 escaños o se despedirá del poder»

"El récord negativo de Aznar en 1996 -156 diputados- parece un listón alto al día de hoy"

Ignacio Camacho le saca las cuentas a Rajoy para seguir gobernando: "O saca 150 escaños o se despedirá del poder"
Mariano Rajoy. EP

Miscelánea de columnas este 4 de octubre de 2015. Las hay desde que siguen con el tema catalán, otras que ya se fijan en lo que puede suceder el próximo 20 de diciembre de 2015 o las que también ponen la vista en la actuación de esos guardias civiles que nunca dejaron de investigar quién podría estar tras el brutal asesinato de la joven Eva Blanco en 1997 en Algete (Madrid).

Arrancamos en el ABC con Ignacio Camacho que le hace las cuentas a Mariano Rajoy para que este renueve su mandato al frente de La Moncloa. La operación es bien sencilla. O saca alrededor de 150 diputados o se verá abocado a abandonar el poder:

En la cena de Nochebuena se hablará de política este año; la discusión sobre los pactos post-electorales estará sobre los manteles junto al cava y el pavo. Es muy probable que cuando el Rey asome en la televisión el 24 de diciembre no se sepa aún quién va a gobernar España en 2016, un encargo que corresponde efectuar a la Corona a la vista de los resultados. Pero Felipe VI se va a encontrar un cuadro complicado, con un ganador muy lejos de la mayoría y acaso varias posibilidades de alianzas alternativas. Por mucho que Rajoy insista en la enorme inestabilidad de los estados de opinión pública, que dan vueltas de mes en mes, casi de semana en semana, de las urnas del 20-D va a salir un Parlamento muy dividido y con un liderazgo poco claro. Cuarteado el bipartidismo tradicional por la aparición de potentes fuerzas emergentes, el récord negativo de Aznar en 1996 -156 diputados- parece un listón alto al día de hoy; la hipótesis más verosímil es la de un vencedor pírrico, con el menor número de escaños desde la restauración democrática.

Camacho pone el dedo en la llaga al constatar que el electorado no está por la labor de aferrarse al llamado voto útil:

La clave de esta precampaña reside en que arranca con un electorado menos propenso que nunca al voto útil, por hartazgo de la partitocracia clásica. La huella de la crisis en el ánimo popular desdibuja los perfiles históricos del comportamiento electoral e introduce en la escena política nuevos actores con un papel decisivo en el desenlace de la formación de Gobierno. El convencionalismo cotiza a la baja, sobre todo entre los sectores jóvenes, que desean darle una oportunidad a la regeneración y hasta a la ruptura. Las elecciones de diciembre son una batalla de la tradición contra la novedad y del pragmatismo contra el voluntarismo.

Y avanza que el líder del PP obtiene alrededor de 150 escaños y una ventaja sólida sobre el segundo o tendrá que ir haciendo las maletas:

Para defender su vocación hegemónica, los dos grandes partidos sistémicos van a plantear una estrategia de espejos en refuerzo de su carácter utilitario. Se necesitan para continuar establecidos como mutuos adversarios; al mismo tiempo a ambos les interesa que al rival se le escapen votantes hacia sus respectivos spinsoff, las nuevas minorías que les disputan el espacio. Después del recuento se celebrará un baile de parejas en el que estará más cómodo el PSOE sabiendo que siempre puede contar con Podemos como seguro partenaire de emergencia. De las tres grandes combinaciones de alianzas posibles -PP y C`s, PSOE y C´s o un bloque de izquierdas con eventual colaboración nacionalista- los socialistas se benefician de dos. Para neutralizar esa desventaja el marianismo necesita ganar con una distancia concluyente y aproximarse lo más posible a los 150 diputados. Si su debilidad permite una división pronunciada del centro derecha no sólo quedará fuera del poder sino condenado a cambiar de proyecto o refundarlo. De la capacidad de Rajoy para mantener, o más bien recuperar, la cohesión de su electorado natural depende que esta Navidad se sirva en Moncloa turrón dulce o amargo.

Luis Ventoso recrea una situación, la de un Artur Mas sentado en el diván del psicólogo o del psicoanalista (más bien le haría falta un psiquiatra) contando cómo ha destrozado Cataluña con él al frente de la Generalitat:

Año 2017. Un pequeño grupo forma un anillo de sillas en una sala discreta de iluminación amortiguada. Se encuentran en un centro de asistencia social con una psicóloga y van a iniciar una terapia de grupo. La terapeuta, una mujer cincuentona con quevedos y un acento reposado similar al de Jorge Valdano, toma la palabra: «Se trata de que hagan una exposición sencilla de sus pautas de conducta para que aflore el conflicto. Del reconocimiento saldrán la liberación y el crecimiento personal. Comiencen presentándose y cuenten con sinceridad radical su historia. Vamos a empezar por usted», dice señalando a un hombre en sus primeros sesenta, de mandíbula cuadrada con hoyuelo, que antaño debió ser retadora y afirmativa, pero que ahora se acomoda sobre el pecho en un gesto de recogimiento introspectivo. El hombre yergue la cabeza y deja ver un flequillo-tupé enhiesto, que ya va caneando. Retira sus gafas de quita y pon, carraspea y arranca con su historia:

«Me llamo Artur y fui político. He dividido a familias, he engañado a sabiendas y he arruinado a los míos». El hombre respira hondo, menea la cabeza pesaroso y calla. «Continúe, por favor».

Sigue el relato:

-He creado odios donde no los había. He enfrentado a familias enteras, padres e hijos enojados por un desafío xenófobo que desaté sin necesidad alguna. He sido incongruente, obcecado y caprichoso. En el año 2002 yo mismo decía que el independentismo era algo anticuado, oxidado, un camino que sería frustrante e irresponsable. Pero luego… No sé qué me pasó. Me asaltó el prurito de ser Moisés y emprendí un camino que ha sido mi ruina, la de mi partido y una herida en el corazón de mi país. En 2010 gané con 62 escaños. En vez de darme por satisfecho, me dejé llevar por aquella obsesión separatista y solo dos años después convoqué elecciones otra vez para que el pueblo respaldase por todo lo alto mi proyecto. Pero perdí doce escaños. Solo tres años después, en 2015, lo volví a intentar.

Detalla que:

Quemé las naves y rompí la coalición con la que siempre habíamos gobernado en Cataluña. Siendo un partido burgués y democristiano nos aliamos en una lista única con Esquerra. Aquello fue un disparate. Yo era el candidato a presidente pero iba de cuarto; quisimos convertir unas elecciones autonómicas en un referéndum… Fue un error. Pese a toda la propaganda desde el poder, la fruta no estaba madura y perdimos. Por el camino engañé mi pueblo. Les decía que separados seríamos más ricos, cuando la verdad es que ni podríamos pagar las pensiones. Mentí también sobre la Unión Europea, me hice el loco sobre la corrupción del 3% y la de los Pujol, cuando yo era arte y parte en aquel mundo. Intenté destrozar la legalidad del Estado con una consulta prohibida, siendo yo el máximo representante del Estado en Cataluña y sabedor de que no hay democracia en el mundo donde eso no te lleve al juzgado (y en las más serias, a la cárcel). He gestionado mal, siempre con los presupuestos fuera de plazo, con la deuda catalana convertida en bono basura. Me llamo Artur, sí, y creo que la he…

-Suénese y beba un poco de agua. Creo que por hoy ya es más que suficiente..

Hermann Tertsch expone en su tribuna por qué Ciudadanos atrae la atención del electorado a la par que ha perdido el interés en votar al Partido Popular:

La principal diferencia hoy sin duda está en el liderazgo. Albert Rivera supone una inmensa aportación para su partido como hombre joven, presente y despierto, con empatía, actual y preocupado. Rajoy es un lastre tremendo para el PP como frío, aislado, miedoso, viejo por canoso de barba y poco sincero por teñido el pelo, indolente, sin reflejos, ausente y carente de empatía con la ciudadanía. Rivera es un plus total para Ciudadanos y Rajoy es un «minus» rotundo.

Por lo demás, Ciudadanos es nuevo y no paga aún ni su indefinición ideológica ni lo que es un evidente error como su líder de Andalucía ni sus acciones controvertidas como el apoyo al PSOE andaluz. Que se ha producido con manifiesta condescendencia si se compara con su actitud de fiscalización implacable hacia el PP en la comunidad de Madrid.

Apunta que la formación de Rivera está rompiendo las expectativas acumulando éxito tras éxito:

Por el contrario, sus éxitos son espectaculares. Y si éxito fue el resultado en Cataluña, este se vio multiplicado por las imágenes televisivas de la celebración, con los coros de «Yo soy español, español, español» o el «España unida jamás será vencida». El PP jamás se habría atrevido a esas declaraciones más o menos espontáneas. Pero además es probable que no se hubieran celebrado igual. Esas imágenes son impagables. Como lo son los momentos en los que Albert Rivera rompió el tabú de muchos años de hablar en español en el Parlamento de Cataluña. Por supuesto que Ciudadanos ha disfrutado especialmente de la calamitosa trayectoria de Sánchez Camacho a la cabeza del PP y sobre todo desde su célebre comida de la Camarga y el inaudito acuerdo para guardar silencio con la agencia de detectives. Aquello debió zanjarse con su inmediata dimisión. Que no fuera así resultó demoledor para la ya escasa credibilidad y atractivo del PP catalán.

Concluye que el problema del PP es su falta de renovación y de personajes demasiado relacionados con la corrupción:

El PP se antoja un partido desarbolado en el que priman intereses cuestionables privados, muy anquilosado en épocas pasadas lo que se agrava con la permanencia de personas como el propio Rajoy pero también otros como Arenas, Fernández Díaz o Margallo que son personajes del pasado para la mayoría de los jóvenes. Además se percibe que está paralizado por sus interconexiones con la corrupción. Ciudadanos en cambio, pese a su evidente superficialidad y falta de enjundia en sus planteamientos, es vista como una organización joven, básicamente sincera y sin intereses que condicionen su lealtad a promesas de reformas. Los jóvenes en el PP son vistos como títeres de los viejos que defienden sus intereses, silencios y compromisos sospechosos. Mientras en Ciudadanos son vistos como garantía de sinceridad de sus planteamientos.

Alfonso Rojo, en La Razón, hace un elogio del denuedo de unos guardias civiles que no cejaron hasta dar con el facineroso asesino de la joven Eva Blanco, sucedido en 1997 en Algete. Al mismo tiempo hace una reflexión, ¿cómo puede ser que en España un delito de estas características prescriba a los 20 años y, en cambio, un choricero como el que practican algunos políticos no lo haga?

No sé si es pasmo o consternación, pero además me indigna comprobar una vez más que en este país al que tanto queremos, el sentido común brilla por su ausencia. Han pasado tres días desde que saltó la noticia, pero todos tenemos vívidamente grabada en la retina la cara angelical de Eva Blanco.

A Eva la cosieron a puñaladas el 20 de abril de 1997. Tenía 17 años y estudiaba primero de BUP. Regresaba a casa desde una discoteca de Algete, un pueblo de Madrid, cuando se la vio por última vez. Encontraron el cuerpo en un descampado al día siguiente y la autopsia reveló que había sido violada. No había pistas ni testigos y el caso se evaporó de periódicos y noticieros de radio y televisión. Parecía irresoluble pero la Guardia Civil siguió trabajando en silencio,atando cabos, y la tarde del pasado jueves, 18 años después, capturó al asesino. El tipo, un español de origen marroquí, vivía en Francia, ajeno a la red que los agentes tejían a su alrededor. Produce admiración la paciente y concienzuda labor de la Guardia Civil pero lo que me ha dejado de piedra ha sido escuchar que faltaban menos de dos años para que el crimen prescribiera y el facineroso se fuera de rositas.

Recalca que:

En nuestro Código Penal, que tanto énfasis pone en la reinserción del delincuente, la responsabilidad criminal se extingue por diversos motivos, que pueden ir desde el fallecimiento del reo al cumplimiento de la pena, pasando por el indulto. Y vivimos en una sociedad, donde los creadores de opinión repiten que figuras como la prescripción nos honran y demuestran la grandeza del sistema, porque la gente cambia con el correr de los años y hay que ser generosos. Es evidente que quien no tiene oportunidad de «cambiar» es la víctima acuchillada en la espalda y me pregunto si es de recibo premiar al malvado, cuando además de asesinar es suficientemente hábil como para ocultar su fechoría durante 20 años.

Y pone debajo del foco la siguiente reflexión:

En España, si violas a tu vecina, la estrangulas, emparedas el cadáver entre la cocina y la despensa y tapas el «pastel» a lo largo de dos décadas, podrías ir muy repeinado a una cadena de televisión a hacer caja relatando con detalle la tropelía o de firmar un contrato en exclusiva con una editorial para escribir un libro de memorias. Pero si tienes en el extranjero, en una cuenta secreta el dinero negro que te pasó de matute tu abuelo, eso no prescribe nunca. Como lo oyen.

David Jiménez, director de El Mundo, saca a relucir cómo está el panorama político en España a dos meses y medio de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015:

Tiene su sentido que las elecciones generales vayan a celebrarse en diciembre, al menos para los gorrones de la política que esperan estas citas con la incertidumbre navideña de qué les traerán, si asesoría, despacho o subvención. Me lo resumió bien un diplomático al que pregunté hace algunos años cuál sería su próximo destino: «Depende: si ganan los míos, París; si pierden, una república bananera».

En la política de la tortilla, donde unos se lo cocinan hasta que los otros consiguen darle la vuelta, la primera regla es elegir trinchera, que tarde o temprano te tocará algo. Convencido medio país de que la culpa de todos sus males la tiene la otra mitad, y viceversa, ya tienes un bipartidismo con coartada para ignorar el interés general, entregarse al clientelismo y eludir responsabilidades. ¿Para qué regenerarse, si el origen de todos los problemas está en el bando contrario?

Todo esto explica por qué los herederos de las dos Españas, incluidos algunos de sus nuevos actores, tiran cada vez con más fuerza de nosotros, reclamando militancia sin fisuras y propagando el sectarismo que tanto ha contaminado la vida pública. Suerte a los no alineados: les aguarda la travesía del desierto de quienes fantasean con la tercera España de Salvador de Madariaga, al que Agustín de Foxá afeó su palidez ideológica diciendo que era un desertor «híbrido como las mulas, infecundo y miserable».

Explica que hemos revivido esa costumbre del insulto y andanada fácil, sin gracia y sin originalidad cuando se trata de atacar al adversario:

Si la cita electoral de diciembre pone tan nerviosos a los conseguidores y potenciales benefactores de los dos partidos que hasta ahora se lo habían llevado crudo es porque esa tercera España de Madariaga ofrece algunos signos de vida. De hecho, la ha revitalizado una política que ha sustituido las propuestas por el insulto -sin ingenio-, la meritocracia por el enchufismo y el sentido de Estado por el qué hay de lo mío.

Hay una España, menos ruidosa y difícil de encasillar, cansada de darle oportunidades a los partidos de siempre y que sin embargo no está dispuesta a echarse en brazos del populismo de izquierdas que ve un modelo de país en la Venezuela chavista. Es una España que no tiene reparos en defender en el mismo párrafo la economía del libre mercado y la justicia social. Habla sin complejos de la unidad de España. Prefiere el pacto en Educación a bloquearlo en sectarios debates sobre cuántas horas de religión o ciudadanía deben estudiarse en las aulas. Es menos ideológica y más pragmática. Dice estar dispuesta a pactar con cualquiera de las otras dos Españas, con tal de que el matrimonio termine en una sola, nueva y más limpia.

Esa es la España que Ciudadanos dice representar y su triunfo en Cataluña de la mano de Inés Arrimadas ha lanzado con fuerza su campaña nacional, presentando su proyecto a la vez como la primera línea de defensa ante el independentismo y de la regeneración democrática. Los nervios se han apoderado del Partido Popular, donde voces internas desesperan ante el inmovilismo de Rajoy y coinciden, en cuchicheos de salón, con las advertencias de José María Aznar y su mensaje de los cinco avisos: el sexto, temen, podría traerles carbón por Navidad.

Y subraya que Rivera es el personaje a la par odiado y deseado por el bipartidismo:

Es pronto para decir si Albert Rivera representa a esa tercera España o si ésta sobrevivirá a las elecciones generales. El bipartidismo ha demostrado una inmensa capacidad de supervivencia y cuenta con la Ley Electoral, el dinero y la infraestructura de los partidos tradicionales a su favor. El líder de Ciudadanos no ha gobernado nada y está por testar. Aunque eso, en esta España herida por la crisis y fatigada de vieja política, difícilmente puede ser una desventaja.

Los populares tienen por delante la complicada misión de intentar destruir a Rivera como alternativa y no dañar su única opción de pacto tras las elecciones. Los socialistas también ven una amenaza en el avance de Ciudadanos y quieren dejar abierta la puerta a un acuerdo. Quizá por eso PP y PSOE hacen todo lo posible por mantener vivo su duelo goyesco a garrotazos. Contra la otra España se vive mejor.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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