A un mes escaso para que conozcamos si nos vamos o no a unas nuevas elecciones generales, fijadas para el 26 de junio de 2016, las columnas de opinión de la prensa de papel vienen surtidas este 30 de marzo de 2016 con los intentos de negociación de Pedro Sánchez con quien sea para alcanzar la Moncloa, la salida de Alierta al frente de Telefónica o los podemitas que protegen como si en ello les fuese la vida al ejemplar que tienen en Jaén, un tal Bodalo, que parece tener la fea costumbre de zanjar sus disputas sacando a pasear los puños. ¡Angelito!
Arrancamos en El Mundo y lo hacemos con Federico Jiménez Losantos que se centra en esta salida en tromba de los podemitas protegiendo al mamporrero y macarra de Andrés Bódalo:
Como hicieron para pedir la libertad de ‘Alfon’, el terrorista que ha sido condenado en firme por el Supremo a cinco años de cárcel por llevar una mochila con varios litros de líquido inflamable y quilos de tornillería para atacar a los policías que defendían el Congreso de los ‘demócratas’ de Podemos (partido financiado por Irán y Venezuela, pero telepatrocinado por Rajoy para torpedear al PSOE), Iglesias y su pandilla iniciaron ayer una campaña para defender a su correligionario, quiero decir camarada, Bódalo, condenado por golpear al alcalde socialista de su pueblo, en Jaén. El sujeto de marras es como una fotosíntesis de García Ferreras y Diosdado Cabello, el gran propagandista y el presunto allegador de fondos para Monedero, al que los USA acusan oficialmente de ser el jefe del narcotráfico venezolano.
Añade que:
Por supuesto, ninguna de estas imputaciones tiene nada que ver con la verdad, que detentan en exclusiva el Leninín de la Complu y su cadena amiga la Sorayexta. ‘Alfon’ llevaba la mochila de paseo, el Supremo miente, Cabello es Gandhi -si tiene un programa de televisión con un mazo es para advertir contra la violencia de los USA- y el pobre Bódalo es víctima de una sañuda persecución judicial por su abnegado celo sindical. Baste decir que ha sido condenado siete veces en doce años por actos que sólo una dictadura burguesa podría llamar violentos.
Y sentencia:
Hay en el gremio periodístico esforzados podemitas capaces de decir que al hablar de Iglesias enseguida sale la vil reacción con lo de siempre: que son totalitarios, que cobran de Irán y Venezuela, que defienden que haya presos políticos en Caracas y, la peor calumnia de todas: que Iglesias ha defendido que la guillotina es la raíz de la democracia. Lástima que, como Santiago González recordó la semana pasada, sea exactamente eso lo que dijo Iglesias en la televisión pagada por Irán y lo que repiten sus acólitos y acólitas. Lástima del vídeo de Iglesias en una ‘herriko taberna’ elogiando la inteligencia de la ETA al despreciar -a bombazos y tiros en la nuca- la Transición, o sea, la democracia. Lástima que ‘Alfon’ llevara una mochila capaz de matar policías cuando cercaron el Congreso. Y lástima que ‘Snchz’ no sea capaz de apartar a los socialistas de la peligrosa cercanía de Bódalo, Iglesias y el partido ‘morado’. Tal vez por las moraduras que produce.
Raúl del Pozo asegura que en la España de hoy en día se ha incrementado el rencor y que sólo muy pocos políticos, entre ellos Albert Rivera, abogan por la reconciliación:
Dicen las encuestas que ha aumentado el rencor entre los españoles después de la crisis económica y de las diferencias de trato entre clases. Pintan un panorama sombrío: trincheras ideológicas, partidos desprestigiados por la corrupción y la financiación ilegal, cientos de políticos procesados, nuevos reinos de taifas -unos contra otros-, un Gobierno autonómico que pide la independencia de Cataluña, bloqueo político e imposibilidad de hacer mayorías y, además, un constante y renovado fanatismo con la búsqueda de los podridos huesos de la Guerra Civil.
A esa pasión por las exhumaciones le dio un corte el escritor Stanley Payne durante la conferencia que impartió hace unas semanas, en la que se refirió a la Ley de Memoria Histórica como a «un invento, un movimiento político arqueológico, semisoviético».
Asegura que:
Los propios historiadores dicen que no podemos desprendernos de aquel odio, consecuencia directa del fanatismo político. El tiempo no ha puesto la palabra «fin» en la Guerra Civil; ha sido durante 30 años una película de sesión continua, y no como el cine de los Estados Unidos, donde las películas entre las tropas yanquis y sudistas tienen vocación épica y de reconciliación, sino cargando las tintas en el esperpento y la crueldad. Uno de los estigmas que tenemos en lo alto los españoles es que somos el pueblo de las guerras civiles.
Y realmente hubo muchas. Desde aquella en que el héroe trágico llamado Pompeyo el Grande -el Alejandro romano para unos; para otros, el gran carnicero- entró a cuchillo en la ciudad de Valencia, arrasándola; luego, el general comentó que los hispanos prefieren la guerra al descanso y si no tienen un enemigo exterior, lo buscan en casa. Realmente, un cínico, porque aquella no era una guerra entre hispanos, sino entre dos facciones de Roma. Hubo otras contiendas entre hermanos: las de las Germanías, las de las Comunidades y, más tarde, la incesante carnicería de los carlistas y los liberales, hasta llegar a la del año 36, que tampoco la protagonizaron sólo los españoles, sino los batallones que se enfrentaron en la Guerra Mundial.
Y recuerda que:
Aquella historia de liberales-conservadores, izquierda-derecha, el exilio y el reino, maestros contra curas, rojos contra nacionales, lápidas en las cunetas, cruces entre lagartos… ha convertido la memoria en la eterna canción de la ametralladora. Unos y otros olvidan el mal que han hecho y sólo se acuerdan del que han sufrido, convirtiendo el pasado en debate político de actualidad. «Cuídate -dice el poeta- de las calaveras sin tibias y de las tibias sin calaveras». Pero no se han cuidado.
De entre los nuevos políticos, sólo Albert Rivera, como hicieron los comunistas del éxodo, vuelve a hablar de reconciliación. Rivera apuesta por buscar la síntesis de dos equivocaciones. «Hay mucha gente que no es ni roja ni azul, el ‘guerracivilismo’ se ha acabado», dice. En España siempre se nombraba en plural: las Españas; luego se redujeron a dos y después llegaron los de la Tercera España. Y ahora hay cuatro Españas.
Antonio Lucas habla sobre la vuelta al primer plano de la actualidad política de Íñigo Errejón y cómo éste regresa con el freno de mano echado (de momento) en cuanto a criticar al líder todopoderoso se refiere, es decir Pablenin Iglesias:
Cien días más tarde de las elecciones generales, en Podemos disimulan fingiendo la paz. Es el acontecimiento más claro en la algarabía de pactos, citas a las que no acude nadie y llamadas perdidas entre los candiatos. Errejón, por encima de desafectos, despliega ahora la doctrina de la hermandad como sucede en la base misma del cristianismo. Tal cual. A su bronca, que es un pseudónimo de la democracia, ellos le dicen «discusión en abierto», pero no deja de ser (del partido hacia fuera) un mosqueo de los de toda la vida porque a uno de los hechiceros le han movido las plumas a traición. En su regreso (como los Pecos, pero saliendo a escena sólo uno), la psique principal de Podemos (el liderazgo es otra cosa) habla de la formación como «la más parecida a España». Eso inquieta, porque España tiene algo de país sin acabar, de milagro ya muy minimizado.
Apunta que:
Cómo de lejos está la posibilidad de un «Gobierno del cambio» que esta hora de la agenda política la llena el combate entre dos de los jefes del partido más joven. Eso es lo que suele pasar cuando la política ya está hecha, pero no si un país camina encordado a un Gobierno de suplentes. Errejón es la cabeza más despejada de su clan. El de más largo alcance en las ideas. El más discreto. Sabe que en democracia los mitos suelen griparse pronto, basta con tener gente competente o capaz que los vaya dejando en evidencia. Aquellos que cortan sus partidos por donde quieren forjan equipos de hospicianos que se disuelven cuando el líder único huye, se marcha o se traspapela. Errejón tiene un secretario general, pero si uno estudia los movimientos de Errejón es consciente de que lo tiene a tiempo parcial, pues la mitad de la verdad del otro es cosa suya y en cualquier momento podría ponerlo a tiritar.
Podemos cree fieramente en las elecciones (que están al caer), pero desconoce aún cómo llegarán a ellas. Irse de campaña sale caro en pasta y en lo otro. El secretario general ha ganado la guerra de las sillas, pero Errejón prefiere la batalla ideológica porque no descuida las bondades del freno de mano. Lo mejor de no creerse dios es saber que a los milagros se llega por una sola vía: pensando en vez de esperando. Y lo único que no exigen es creérselos. Así se juega a largo plazo. Matiza, adjetiva, puntualiza, pero separa el dril de la pana. Es consciente de que las buenas duplas políticas (como los humoristas) son aquellas que conviven en falso. Ahí están los Underwood de House of Cards.
Subraya que:
Podemos arrancó como una necesidad inaplazable y lentamente fue virando a una realidad como otras tantas. La visibilidad escandalosa del principio les ha llevado a que hoy algunos ni los odien ni los amen. Y eso es fatal, porque no excitan tanto o no han encontrado la síntesis real de su personalidad. Están los primeros en todos los reclutamientos morales, pero dentro de casa están a portazos de la cocina al baño. En política las guerras siempre las suelen perder todos a la vez, aunque unos lo hacen antes que otros. A Errejón no se le escapa este detalle. Es la parte del Politburó que no conecta directamente con la mocedad, sino que los espera más adelante. Es de los que saben desfallecer según por dónde les dé el sol. Se ha dejado chulear, pero para imponer su ley no su accidente. Algún susto viene a dar.
Rosa Belmont, en ABC, se parte la caja con Teresa Rodríguez, la secretaria general de Podemos en Andalucía por su defensa y comparaciones literarias respecto del mamporrero José Bódalo:
Ya podía Teresa Rodríguez haber leído «Cristina Guzmán», como la Pasionaria. Le habría aprovechado más la novela de Carmen de Icaza que el pobre Miguel Hernández. Cuenta Mercedes Formica en sus memorias que Dolores había prestado en Moscú su ejemplar a Lourdes, hija de Constancia de la Mora (mujer del jefe de la aviación republicana). «Al parecer, la terrible Pasionaria se había emocionado también con las peripecias de la aristócrata arruinada». Peripecias que fueron publicadas en «Blanco y Negro». También es verdad que Teresa Rodríguez considera a Miguel Hernández un modelo político, así que no sabemos qué habrá leído. Que sí, que es profesora de Lengua y Literatura. Pero también dice implementar. La Rigoberta guapa se presentó ayer en Jaén con sus pendientes de calcular espaguetis para apoyar al concejal de Jaén en Común Andrés Bódalo, condenado por agresión y a la espera de que lo trasladaran a prisión. La sentencia de la Audiencia de Jaén lo condena a tres años y medio por un delito de atentado con la agravante de reincidencia. Según los hechos probados, participó en una paliza al concejal del PSOE en Jódar Juan Ibarra durante una protesta del SAT. Bódalo siempre lleva una gorra del revés con una estrella en homenaje al Che («un día me dije que llevaría la gorra mientras estuviera en este mundo»). También tiene la guasa de vestir casi siempre un jersey de rayas horizontales. Ayer le faltaba la bola.
Dice que:
La secretaria general de Podemos en Andalucía había publicando antes un tuit: «¿Sabéis a quién me recuerda hoy Miguel Hernández? A Andrés Bódalo». Hasta Ferreras le afeó la comparación. «Desde luego al niño yuntero sí me recuerda», se defendió ella. De acuerdo. El poeta de Orihuela tuvo que abandonar pronto la escuela para ponerse a trabajar. De Bódalo había dicho que empezó a trabajar con 9 años y lleva treinta años de sindicalista. Como mérito. A Hernández, tras terminar la Guerra Civil, lo condenaron a muerte. Pena que le conmutaron por treinta años que no cumplió porque murió de tuberculosis en 1942 en la prisión de Alicante. En su obra hay influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz. En Bódalo hay influencias de los simpáticos Golfos Apandadores.
Considera que:
Los de Podemos han tomado a Bódalo por su Dreyfus. Y Rodríguez, que está a la izquierda del Pecos y de Podemos, se ha convertido en su más vehemente defensora. Que no puede ser que Rita Barberá esté paseándose por el Senado y Bódalo esté en la cárcel. Mujer, yo no me quedaría sola en una habitación con este señor, y con Rita Barberá sí. Bueno, no sé. Rodríguez ha venido a justificar las acciones del concejal dentro de la lucha sindical. Que lo mismo dará la lucha estudiantil que destruye puertas del siglo XVIII en el Rectorado de Sevilla. Teresa Rodríguez era portavoz del MAPU (Movimiento de Acción y Participación Universitaria) cuando miembros del grupo participaron en lo que el fiscal consideró desórdenes públicos (los catorce asaltantes detenidos fueron absueltos). A los del MAPU los conocían como «los rompepuertas».
Y concluye:
Bódalo era menos conocido que Sánchez Gordillo y Cañamero (el político español más sexy, según Teresa Rodríguez), pero formaba parte de la pandilla que operaba al margen de la ley y dentro de Carrefour. Y seguramente tiene razón Rodríguez con que hay mucha gente que debería ir a la cárcel antes que un luchador jornalero. Teresa Rodríguez pidiendo ayer el indulto en la tele parecía Poldark pidiendo clemencia para el furtivo Jim Carter. Murió en la cárcel de tifus. Mira, se parecía este más a Miguel Hernández.
Ignacio Camacho habla sobre la decisión de César Alierta de dejar la presidencia de Telefónica y de paso le sirve para recordar que de los pocos de su edad que aspiran a relevarse a sí mismos en un cargo está Mariano Rajoy, que insiste en permanecer en la poltrona de la Moncloa resistiendo todo relevo generacional:
A efectos de historicidad, el siglo XXI comienza en la vida pública española con la abdicación de Juan Carlos I. El relevo en la Corona fue el arranque de un proceso de saltos generacionales en la clase dirigente que han ido sustituyendo -también por razones biológicas- a una nomenclatura política, financiera y empresarial proveniente de la centuria anterior y en gran medida protagonista del último gran ciclo expansivo que finalizó en la crisis de 2008. Entre sucesiones controladas y decesos, en dos años han desaparecido de la primera línea figuras de enorme influencia en las últimas décadas, y ese ciclo de remplazo perfila la idea de una nueva transición con mucha mayor fuerza que las tímidas reformas legales. Una España que renueva sus estructuras a través de un cambio de guardia en sus élites.
Señala que:
El retiro de César Alierta es el penúltimo de estos episodios jubilares. El presidente de Telefónica ha sido un factor clave en las decisiones de poder del período reciente, capaz de proyectar su influyente sombra tanto en el plano económico como en el mediático… y en el político. Acostumbrado a una interlocución directa con las cúpulas ejecutivas, tropezó con el carácter gélido e impermeable de un Rajoy hermético, y tal vez por eso haya aprovechado el interregno de provisionalidad en el Gobierno para orquestar su sucesión sin interferencias ni presiones. El mal momento personal que atraviesa desde su reciente viudez no le ha hecho perder el instinto para manejar los tiempos; deja al frente de la primera multinacional española a un heredero de su propia elección que no le debe el puesto a la mano larga de una política siempre proclive a la tentación del intervencionismo. Telefónica es hace tiempo una corporación independiente, pero el que crea que en ciertas esferas no existen injerencias está desinformado o es un ingenuo. Y Alierta tiene demasiada experiencia para ser cualquiera de las dos cosas.
Y finaliza asegurando que:
Su marcha alivia de años a un Íbex de tendencia gerontocrática y por su alta relevancia de opinión pública envía a la sociedad un mensaje inequívoco: nuevas personas para nuevos tiempos. Los grandes transatlánticos de la economía española han renovado el puente de mando y modernizado sus cuadros directivos. Ya no viven ni Botín ni Isidoro Álvarez; Amancio Ortega ha delegado su peso funcional y hasta la simbólica Casa de Alba adquiere sin Cayetana un rumbo distinto. En la política domina un viento adolescente, casi adanista, de liderazgos tan recientes que avientan sospechas de prematuros. Del Trono abajo, la España analógica es un dominó de fichas que se derrumban sobre un tapete de cierta impaciencia colectiva. Sólo Rajoy resiste este impulso sociológico de transformación, amarrado al mástil de su estilo impávido, superviviente de una generación en tránsito, empeñado en el improbable desafío de sucederse a sí mismo.