LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

El zasca de Ignacio Camacho al «despilfarrador» de Mariano Rajoy

"El Gabinete al que sólo le importaban las cifras ha terminado derrotado por ellas"

El zasca de Ignacio Camacho al "despilfarrador" de Mariano Rajoy
Ignacio Camacho y Mariano Rajoy. PD

Seguro que este 2 de abril de 2016 Mariano Rajoy no querrá ver ni en pintura la prensa. Y es que hasta el muy progubernamental ABC le ‘obsequia’ con alguna columna en la que le recuerda que su gestión en los cuatro años de presidente ha estado trufada no sólo por los casos de corrupción que se han venido sucediendo en determinadas autonomías, sino también por el derroche que se ha hecho a troche y moche con el tácito consentimiento del ministro de Hacienda, el ‘sagaz’ Cristóbal Montoro.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho que le sacude una somanta de palos a Mariano Rajoy:

Se suponía que sanear el déficit era el gran objetivo incomprendido del Gobierno. El que justificaba la ausencia de empatía política, el autismo y el énfasis economicista que ha devastado al marianismo. Cuadrar las cuentas, «no gastar más de lo que se tiene», el mantra que repetía Rajoy al comienzo de la legislatura. «Yo no estoy aquí para ser simpático», aducía a su vez Montoro, un ministro que desconoce que para estar en el poder hay que captar el voto de los ciudadanos, además de su dinero. Pues bien: la legislatura ha acabado con un punto largo de déficit -diez mil millones de euros- por encima del objetivo fijado por la UE. 5,26 frente a 4,2. El Gabinete al que sólo le importaban las cifras ha terminado derrotado por ellas.

Resalta que:

La culpa es de las autonomías, dice el argumentario oficial. Verdad hasta cierto punto. Las autonomías gastan más porque en ellas reside la mayor parte de la capacidad de gasto. Es cierto que la llegada de gobiernos de izquierda el año pasado ha disparado los costes de personal en casi 4.000 millones. Y que los virreinatos han sido incapaces de reducir su hipertrofiado aparato administrativo. Sólo que en tres de los cuatro años de legislatura el PP gobernaba en la mayoría de las comunidades. Y que el Ministerio de Hacienda -sí, el de Montoro- tenía la obligación y el mandato de embridar su despilfarro.

La realidad es que el Gobierno de la nación tampoco ha sido capaz de reducir ese gasto desproporcionado que caracteriza nuestro Estado subvencional. Que de los 42.000 millones en que se ha reducido este cuatrienio el descomunal déficit que dejó Zapatero, 26.000 corresponden al aumento de los ingresos, básicamente de la recaudación fiscal. Es decir, que el déficit lo hemos bajado nosotros. Los contribuyentes. Los empleados de nómina que pagamos los impuestos que subió… ¿adivinan quién? Montoro. Y que el sector público sólo ha ahorrado al final 16.000 millones. Pese a lo cual, y debido a ese proclamado desinterés por explicar las cosas y hacer política fuera de los despachos, el PP se ha consagrado ante la opinión pública como el partido austericida de los recortes, el asesino de los derechos sociales. Todo un éxito propagandístico.

Finaliza recordando que:

La realidad es que los ciudadanos que votaron a Rajoy para que corrigiese el desparrame socialdemócrata se han encontrado con una especie de socialdemocracia de derechas que, incapaz de adelgazar la Administración, ha aplicado una presión fiscal insólita. Por ahí se le han escapado al marianismo, corrupción aparte, millones de votos. El Estado, en todos sus niveles, sigue siendo un gigante del derroche, y encima muchos votantes han comprado el discurso de la izquierda sobre el carácter antisocial del Gobierno. Y el contribuyente responsable y puntual, el ahorrador esquilmado, se encuentra tras este fracaso ante una izquierda que pretende ahora gobernar… ¡¡subiendo los impuestos!!

Luis Ventoso también sacude al Gobierno por no haber hecho los deberes con respecto al gasto, pero también se pregunta que si Rajoy, empeñado en esta tarea de controlar el déficit, no ha podido, ¿qué pasaría con el que él denomina el «trío la, la, la»:

La vaca ya no da leche para todo. Tras la Segunda Guerra Mundial, los países europeos occidentales más punteros comenzaron a inflar el colchón de sus estados del bienestar. Buena y sensible idea de los socialdemócratas, que contó con la luz verde -y los dólares- de Estados Unidos, pues entendieron que la protección social podía suponer un antídoto eficaz contra la propagación del comunismo, que ya amenazaba a Italia. En España se completó más tarde y constituyó la gran aportación de Felipe (luego inventaría el paro del 23% y la corrupción galopante).

Subraya que:

Hoy la idea del Estado del bienestar es aceptada por los conservadores, que también la han hecho suya. La diferencia radica en lo práctico. La derecha cree que si no se vigilan las cuentas el sistema se tornará inviable, quebrará, por lo que controlan más el gasto y suelen restringir la creación de nuevos derechos. La socialdemocracia, sin discurso económico alternativo, se ha quedado con la ampliación de las subvenciones y los servicios públicos como su única bandera. Apuestan por una generosidad expansiva, tan bondadosa como insostenible. El resultado final es que, tras bramar contra el pérfido «austericidio» de la derechona, los socialistas que llegan al poder acaban topándose con la testarudez de las cifras y asumen ajustes similares a los del centro-derecha (le ocurrió al Zapatero final, le está pasando a Hollande y les sucede hasta a los radicales de Syriza, que ya han recortado las pensiones).

Volvamos a la vaca. El rozagante animal europeo de los sesenta, setenta y ochenta ha enflaquecido. Su leche ya no da para todos los cuencos que hemos añadido a la mesa. La crisis trajo años de recesión y estancamiento, y, salvo excepciones como la española actual, los crecimientos en la UE son anémicos, lo cual merma los ingresos para costear los inmensos gastos sociales asumidos. Además, hay una sencilla razón que engrosa la carga del Estado del bienestar: tenemos menos hijos y vivimos más. Sociedades muy envejecidas, donde se desmanda la factura en pensiones y sanidad (cuando llegó González en 1982, los españoles vivíamos 6,8 años menos que ahora).

Concluye que:

Epílogo: no salen las cuentas. El año pasado, gobernando un PP tachado de «austericida» por intentar controlar el desmadre, España se gastó 55.000 millones más de lo que ingresó. Doparse a golpe de déficit no resulta inocuo: pérdida de prestigio exterior, financiación más cara y, en último extremo, quiebra y Troika (anteayer mismo paseábamos por ese abismo y ya estamos de parranda). Si los números no les han salido a Mariano, Windows y Montoro, los supertacañones austericidas, ¿qué pasaría gobernando el Trío La, La, La? Albert y Pedro proponen 7.000 millones más de gasto social. Además, el gran Sánchez quiere abolir la enmienda constitucional que fijó un techo de gasto (rapto de lucidez de Zapatero). Pablo hablaba de disparar el gasto social en 90.000 millones, pero ahora parece que lo dejará en 60.000 (esa alegre horquilla de 30.000 millones da idea de su pericia contable). Como solución, Pedro & Pablo exigirán a la UE que afloje con el déficit. Lo que viene a ser como si yo les pido a AC/DC que me toquen «La Misa en Si menor» de Bach. Pajaritos.

En La Razón, Alfonso Ussía se parte la caja, literalmente, con Pablo Iglesias y su renuncia a un cargo que nunca tuvo y que nadie le ofreció, la vicepresidencia del Gobierno:

Para no ser menos que el generoso Pablo Iglesias, que ha renunciado a ser vicepresidente del Gobierno de España, ayer dediqué todo el día a renunciar. La relación de mis renuncias no es breve ni baladí. Me puse en contacto con Ada Colau a la que transmití mi decisión de renunciar a la primera tenencia de alcaldía del ayuntamiento de Barcelona. Ada Colau se mostró consternada por mi renuncia, si bien se tranquilizó cuando le hice ver que mi abnegación era consecuencia de un meditado proceso de repudio al poder. Todavía con la emoción acelerando mi riego sanguíneo, me puse en contacto con el Jefe de la Casa de S.M. El Rey, Jaime Alfonsín, para proporcionarle el disgusto que, por otra parte, ya esperaba. «Jaime, hazle llegar al Rey mi renuncia a ser Infante de España». Me agradeció el gesto y nos despedimos cordialmente. Ya lanzado, llamé a Ana Botín. «Lo siento, Ana, y lamento proporcionarte este inesperado dolor. Renuncio a la vicepresidencia del Banco de Santander». «Me dejas de piedra», me dijo un segundo antes de clausurar nuestra conversación. Con motivo del artículo en el que elogié, con toda justicia, el espíritu conciliador y neutral de la República de San Marino durante la Segunda Guerra Mundial -sus ejércitos no participaron-, me fue generosamente concedida su máxima distinción, la Gran Cruz del Imperio Latino. He renunciado a ella, y en San Marino están que no se lo creen, literalmente asombrados. También he renunciado a la oferta de ser el representante en España de Karmele Marchante. No obstante, y para no faltar a la sinceridad que me caracteriza, me apresuro a reconocer que esta última renuncia no me ha dejado herida alguna. Creo que Karmele puede seguir triunfando en la vida sin mi colaboración y consejo. Pierdo, eso sí, el atractivo encanto de su cercanía.

Apunta que:

Pero en las renuncias, como ha demostrado Pablo Iglesias, no valen las medias tintas. Hay que renunciar a todo. Y así, a las 16,45 horas de la tarde, me puse en contacto con Zidane: «De lo que hablamos el pasado lunes, nada de nada «Zizou». Saca a Benzemá en mi lugar». Lo hice por el Real Madrid. Creo que Benzemá, hoy por hoy, está en mejores condiciones físicas que yo. De cualquier manera, viajaré a Barcelona por si Zidane me necesita en los últimos minutos como revulsivo.

A lo único que no he podido renunciar, por impedimentos contractuales, es a escribir mi artículo diario. La ventaja es que tendré más tiempo disponible, porque no ser Infante de España, ni Teniente de Alcalde de Barcelona, ni vicepresidente del Banco de Santander, ni verme obligado a viajar a San Marino, ni sentirme ligado a Karmele Marchante, ni saltar al «Camp Nou» en la alineación titular del Real Madrid, me deja más horas libres para dedicarlas a la familia. Por otra parte, y en el apartado de «pequeñas renuncias», también he presentado mi dimisión del Consejo Regulador de Sombreros en España, del Comité de Asesores de Femen, del Jurado del Premio de Poesía «Juan Carlos Monedero», y de la vicepresidencia de la Asociación del Distrito de Chamberí de Amas de Casa, asociación a la que me siento muy íntimamente ligado desde su fundación.

Y remata:

Cuando un político de la talla de Pablo Iglesias, demuestra públicamente que es capaz de renunciar a la vicepresidencia del Gobierno de España, hay que seguir su estela de generosa resignación. Está en el Nuevo Testamento: «Reparte todo lo que tienes, y sígueme». Y yo he decidido seguir a Pablo, ejemplar en sus renunciamientos y en la defensa de los hombres de paz injustamente perseguidos por la Justicia. Así que firmo el artículo, y acudo raudo a visitar a Alfon y posteriormente a viajar por carretera a Jaén para llevarle un libro de Miguel Hernández al compañero Bódalo. A eso, no puedo renunciar.

En El Mundo, Lucía Méndez hace una curiosa y acertada comparación entre La Moncloa de Mariano Rajoy y la Casa de Bernarda Alba, la genial obra teatral de Federico García Lorca:

Mariano Rajoy es un hombre de 60 años con algunas dificultades para entender el mundo en el que vive. No se lo reprocho. Yo tampoco entiendo muy bien lo que sucede. Sin embargo, procuro esforzarme. Petrificarse es cómodo, pero no sale a cuenta. Tarde o temprano, el aire del tiempo abre las ventanas y acaba sacudiendo los cimientos de lo que parecía inmutable.

Rememora que:

Después de las elecciones municipales, Mariano Rajoy hizo cambios en el PP, en contra de sus deseos y sólo porque le pusieron la cabeza como un bombo. La nueva política exigía salir en las televisiones y la dirección andaba algo escasa de telegenia. Aunque no le pareció muy serio -nada se lo parece de un tiempo a esta parte- nombró a cuatro vicesecretarios jóvenes como los dirigentes de Ciudadanos. Pero sólo los quería para que fueran a la tele, obedecieran sus órdenes y glosaran sus virtudes como líder. Es decir, para que hicieran lo mismo que hace Soraya Sáenz de Santamaría.

No se le ocurrió que sus vicesecretarios podían llegar a pensar por sí mismos y abochornarse públicamente por la corrupción rampante del PP. Mucho menos pensó que tuvieran la osadía de poner en cuestión a Rita Barberá, la mujer a la que prometió amor político eterno, en la salud y en la corrupción. Tal vez los vicesecretarios -voluntariosos e ingenuos- se tomaron en serio que eran dirigentes del PP. O incluso pensaron que pertenecían al equipo de Rajoy, cuando su jefe nunca ha necesitado equipo.

Dice que:

La Moncloa de Rajoy -según relataron ayer en este diario Marisa Cruz y Jorge Bustos- ve con malos ojos que «los Casado, Maroto y Eva Levy» -así los llama su jefe con cierto desdén- sean tan duros contra la corrupción. El sanedrín quiere cortar de raíz los brotes verdes. Contra la corrupción sólo se puede decir lo que digan Rajoy y Sáenz de Santamaría. Ni una palabra más. Se empieza por criticar a Rita Barberá y se puede acabar dudando del amado líder.

Y sentencia:

La Moncloa ha cerrado las ventanas al aire fresco. Mejor un partido muerto que un partido vivo. En la última escena de La casa de Bernarda Alba, la autoritaria madre ordena cerrar las ventanas tras el suicidio de Adela y dicta órdenes. «Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio! ¡Silencio he dicho! ¡Silencio!». Los valientes vicesecretarios han roto el silencio.

En El País, Manuel Jabois alaba el mérito de Pablo Iglesias para haber conseguido instalar en el subconsciente de muchos la idea de que él y sólo él ha renunciado a la Vicepresidencia del Gobierno. No la tuvo en ningún momento…pero eso es secundario cuando muchos acólitos han comprado ese discurso de la renuncia:

Una de las virtudes de Pablo Iglesias es la comunicación, por tanto la capacidad de instalar en el ambiente una realidad paralela gracias a sus poderes de persuasión. De esta manera, durante unas semanas Iglesias fue vicepresidente del Gobierno ante el escándalo de unos y la euforia de otros. Como siempre ocurre, fue el empecinamiento de sus enemigos el que más contribuyó a darle verosimilitud a su fantasía. El último fin del odio es convertir la ficción en realidad para no dejarlo huérfano; si el odio se queda en tierra de nadie, regresa a su lugar de origen como un bumerán.

Recuerda que:

Iglesias le dijo al Rey que en un Gobierno con Podemos él sería vicepresidente, y el Rey hizo con Pedro Sánchez lo que la prensa hacía con González: contárselo. Algo ha avanzado el PSOE en 20 años. Esta semana, sin embargo, Iglesias dimitió de su cargo. Dejó la cartera en la puerta del ministerio y se fue a su casa, trasladando una imagen de humildad que ha hecho estragos entre sus fans, acostumbrados a que los políticos del PP se mantengan en su cargo pase lo que pase.

Podemos ha ganado una baza negociadora. Da igual que el juego sea de rol: lo que importa es la sensación. El amor siempre se construye desde arriba, como el desamor. Ya se sabe que el cocido maragato consiste en comerse primero lo bueno por si viene el enemigo. Hace unas semanas Fernando Savater relató lo ocurrido a un personaje de Umberto Eco, que se encontraba participando en una orgía (en las orgías, como en el casino, se participa). Cuando estaba en faena con una mujer empezó a darse cuenta de que la chica le gustaba de verdad, le resultaba interesante y le apetecía mucho conocerla. Así que dijo, mientras hacía el amor con ella, una de las mejores frases de la historia: «¿Qué haces después de la orgía?».

Y acaba con esta reflexión:

El personaje de Eco quería algo tan romántico como tomar el primer café con ella, o encontrársela por la calle casualmente, o quizás no haberla conocido nunca. Un amor Benjamin Button en el que se empieza haciendo el amor y se acaba dejando en la primera mirada. Iglesias sabe el efecto que produce retirarse de un lugar en el que nunca se ha estado. No habrá nadie que le reproche su vicepresidencia: ha sido, en consecuencia, la más ejemplar de la democracia. Dentro de dos semanas empezará a reivindicar su gestión y habrá quien se lo reconozca. Quizá tenga razón; quizá la mejor manera de no corromperse en España sea gobernar así. Claro que se puede.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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