El País fue el primer diario nuevo que pudo ver la luz tras la muerte del dictador, en mayo de 1976
El 4 de mayo de 1976, el día en que El País salió a la calle por primera vez, Juan Luis Cebrián recibió dos llamadas por la mañana temprano: una de José María de Areilza para darle la enhorabuena -no era para menos ya que aparecía su foto en portada- y otra de Manuel Fraga para echarle una bronca de narices.
La fraguista no era la única familia de accionistas molesta con la línea que estaba tomando el periódico. Los liberales orteguianos se subían por las paredes. Los accionistas con Julián Marías al frente pidieron la cabeza de Cebrián pero Juan Luis aguantó el chaparrón hasta que llegaron refuerzos: Jesús de Polanco, el accionista con mayor mentalidad empresarial y el único que había arriesgado su dinero en esa aventura incierta pagando de su bolsillo nóminas y nuevas rotativas, y el director gerente, Javier Baviano.
Ambos echaron su cuarto de espadas y salieron a apoyar a Cebrián. Allí se bendijo la santísima trinidad de El País que controlaría el periódico con mano de hierro y la fidelidad perruna de una redacción casi convertida en secta.
El alineamiento del editor con la dirección y la redacción fue el comienzo del fin de los orteguianos en El País. El éxito rápido y fulminante del diario en poco meses reforzó a Cebrián.
El País fue el primer diario nuevo que pudo ver la luz tras la muerte del dictador, en mayo de 1976. Su principal rival, Diario 16, no saldría hasta meses más tarde y su editor, Juan Tomás de Salas, solía quejarse de la «ventaja decisiva» que para el periódico de Polanco había supuesto ser el primero en aparecer, cronológicamente, del posfranquismo.
Paco Umbral cayó rendido ante la joven promesa del periodismo español: «No tuvo sino que recoger una bandera que estaba tirada en mitad de la calle, y por encima de la cual había pasado, sin verla, las multitudes del funeral franquista: era la bandera de las libertades, la democracia, el progresismo y el futuro. Cebrián tuvo dos talentos: recoger esa bandera antes que nadie y hacer con ella un periódico pulcro, europeo, objetivo, imparcial y democrático».
POLANCO Y SU CAÑÓN BERTHA
Ya en esos tiempos Polanco se refería a El País como su cañón Bertha, el arma letal de los alemanes con la que aterrorizaron a los franceses y los británicos en la Primera Guerra Mundial.
Se hizo con el poder accionarial del periódico cuando supo que su fundador José Ortega Spottorno –honorable hijo del filósofo– estaba entrampado hasta las cejas por sus por no pagar a Hacienda ni cotizar en la Seguridad Social con Alianza Editorial y Revista de Occidente, «hasta el punto de que cuando estalló el escándalo -escribe Jesús Cacho-había acumulado ya más de dos años de deuda para hacer frente a la cual no tenía ni un duro en caja. Y todo ¿por qué? Pues estaba convencido de que el apellido lo protegía de cualquier asechanza. Nadie se iba atrever a meterle mano al hijo de don Ortega y Gasset. Así de simple».
LA IDEA DE CARLOS MENDO
La idea original de El País le pertenece al periodista Carlos Mendo. A comienzos de los setenta Mendo, un periodista muy cercano a Manuel Fraga, fue repescado por el ABC de Guillermo Luca de Tena tras ser destituido como director de EFE. En ABC Mendo hizo muy buenas migas con Darío Valcárcel, un joven monárquico juanista, íntimo amigo de José María Areilza, conde de Motrico y posible candidato a ser designado por el Rey presidente de Gobierno.
«Mendo y yo comenzamos a hablar casi todas las tardes, de ocho a diez, y muchas noches, hasta la madrugada. No sabría decir cuál de los dos imaginó primero un nuevo periódico. Franco moriría pronto, el momentum estaba ahí», recuerda Valcárcel.
Ambos jóvenes veían un espacio político por ocupar entre la derecha cerril e inmovilista y la izquierda marxista y revolucionaria. Allí debía estar El País. Se lo fueron a decir a Fraga, el hombre del porvenir, la esperanza blanca del posfranquismo. A Fraga le gustó la idea de un órgano de expresión que sirviera de plataforma reformista del régimen. Pero en lugar de señalar a Carlos Mendo –su hombre de confianza– como director cayó rendido a los encantos del hijo de Vicente Cebrián, director de la agencia Pyresa, que viajó a Londres especialmente para hacerle un reportaje en la revista Gentleman. Fraga se arrepentiría de por vida.
CEBRIÁN, PASTOR DE ALMAS
El sueño de ese ingeniero de almas llamado Juan Luis Cebrián, preceptor de conciencias acostumbrado a dirigir y pastorear equipos humanos, -quizá a causa de una primera vocación sacerdotal, reprimida muy tempranamente– se plasmó en el golpe de Estado del 23-F, aquel día en que El País estuvo con la Constitución.
Pero el sueño duró muy poco. El tándem Polanco-Cebrián devino en comparsas de vedettes. En Polanco había un empresario que sabía utilizar al Gobierno para la promoción de sus productos, hasta que llega a un punto que es él quien promociona al Gobierno para beneficio extraordinario de sus intereses, y entrará en barrena cuando ese pacto del gran poder se desmorone. Lo contó bien Gregorio Morán en ‘El precio de la Transición’.
Hoy El País sale a la calle con la misma portada que lo hizo hace cuarenta años. Juan Luis Cebrián, salpicado por el escándalo de los papeles de Panamá, lo celebra en un suplemento especial con un artículo titulado ‘Para la Libertad’ donde pontifica sobre la libertad de expresión y la llegada de la democracia que –según él– tanto le debemos los españoles a Polanco y a él mismo.
Burla de destino, el mismo día que El País cumple cuarenta años el diario El Mundo no sale por primera vez en su historia por huelga. Poco que celebrar en la prensa de papel, a la que el mismo Cebrián le dedicó este epitafio: «está muerta, solo que ella, como los zombies, no lo sabe». Desde PD nuestras sinceras felicitaciones a la redacción de El País que, pese a los malos augurios de su primer director, sigue resistiendo por no morir.