Federico Jiménez Losantos: "ZP destrozó lo bueno del liderazgo del PP y agravó lo malo"
Los ‘logros’ de Podemos en las alcaldías que gobiernan desde 2015, las atrocidades que a los podemitas les gustaría copiar de Venezuela o los líos habituales del PP con Aznar incendiando el patio a un mes de las elecciones del 26 de junio de 2016 son los temas esenciales que podrán leer en las columnas de opinión de este 25 de mayo de 2016:
Arrancamos en El Mundo y lo hacemos con el gran Santiago González que, partiendo de cómo se han hecho las cosas en Venezuela para perpetuar el chavismo, falsificando todo tipo de pruebas contra los opositores para poder enchironarlos, acaba tachando de «imbéciles» a los seis millones de votantes de Podemos que no se creen que Pablo Iglesias y los suyos pretenden aplicar el mismo modelo en España:
Las juezas venezolanas son de armas tomar. Sólo daré dos nombres. El de Susana Barreiro, que condenó a Leopoldo López a 13 años y nueve meses de prisión por su participación en las manifestaciones de protesta de 2014 contra Nicolás Maduro. El fiscal del caso, Franklin Nieves, huyó y declaró que el 100% de las pruebas contra López eran falsas y que los testigos también fueron falsos porque fueron obligados a declarar como ellos querían.
La juez Barreiro no se consideró cuestionada por la confesión del fiscal. La presidenta del Supremo, Gladys Mª Gutiérrez, tampoco pensó que el asunto fuera con ella. Tiene un largo historial de servicios a la Revolución. Ya como presidenta del Supremo ha sido el brazo judicial de Nicolás Maduro para limitar al Parlamento su capacidad de controlar al Ejecutivo desde que la oposición ganó las elecciones legislativas de 2015. Tumbó la Ley de Amnistía junto a otras 15 resoluciones de la Asamblea que cuestionaban la voluntad de Nicolás Maduro.
Apunta que:
Ella tiene un pasado en España, donde hizo carrera diplomática. De consejera a cónsul en un año y, en dos más, embajadora. En 2006 volvió a Caracas para ser procuradora general e intervenir en la reforma de la Constitución. Ella redactó el artículo que rompía la limitación de mandatos, para que Chávez pudiera perpetuarse en el poder. Volvería después a España, donde sus amigos de Unidos y Unidas Podemos y Pamemas le prepararon un tribunal ad hoc en la Universidad de Zaragoza. Su director de tesis, Francisco Palacios, fue asesor de Chávez para asuntos jurídicos. En la universidad española las cosas son así: el director de la tesis elige un tribunal conveniente y éste califica a la doctoranda o al doctorando como apta o apto cum laude. En el tribunal que doctoró a Gladys estaban, oh, sorpresa, Monedero y el catedrático Pérez Collados, que optó a la dirección de Podemos en Aragón, recibiendo 124 votos que le auparon a una discreta, pero honrosa, plaza 76. Hay quien se casa por poderes y quien se doctora por Podemos.
Bueno, ya habíamos visto el enjuague del niño de la beca, que hace dos años y medio ponderaba las colas en una entrevista con El Correo del Orinoco, ese río que le fluía a Monedero por las carúnculas. Las colas eran un triunfo de la Revolución, que había aumentado la capacidad de consumo de la gente. El reconocido jurista Alberto Garzón cree de buena fe que España es una dictadura con presos políticos y Venezuela una democracia que sólo encarcela a terroristas y golpistas. Todos ellos, con Pablo al frente, preguntan por qué tanto interés por Venezuela. Muy sencillamente: porque ese es el retrato de su indignidad y su incompetencia. Y el de la nuestra, que estamos empezando a recorrer un camino que los venezolanos desandan. No está de más que nos asomemos a la revolución que ellos ayudaron a crear. Seis millones de votos, cuánto imbécil. A la universidad española habría que ponerle un cartel, un anuncio de lo que hay: «Se expenden títulos bolivarianos» o, alternativamente, «se cogen puntos de medias».
Casimiro García-Abadillo hace balance del primer año de los llamados ‘alcaldes del cambio’. El resumen de sus actuaciones es, directamente, desolador:
Ayer se cumplió un año de las elecciones municipales y autonómicas que supusieron un vuelco político histórico y el fin del bipartidismo en autonomías y ayuntamientos.
A un mes de las elecciones generales, el balance de la gestión de esos gobiernos del cambio se convierte en un elemento fundamental de la batalla política. Hasta tal punto, que Pablo Iglesias ha decidido colocar en las listas al Congreso a algunos alcaldes que, en su opinión, reflejan a la perfección lo que sería un Gobierno de Podemos.
Comienza con la primera edil de la capital de España:
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, se ha negado a seguirle el juego al líder de Podemos y no irá en la candidatura al Congreso. Hace bien. Ella juega a ser la alcaldesa de todos lo madrileños y eso la salva, en parte, de lo que ha sido un modo de gobernar marcado por el sectarismo y la ideología. Cristina Cifuentes, la presidenta de la Comunidad, estimó ayer en 160.000 los empleos perdidos por decisiones que han paralizado grandes proyectos urbanísticos. Aunque las cifras son siempre discutibles, está claro que este Ayuntamiento ha preferido poner coto a la generación de riqueza, que en Podemos se identifica de forma simplista con la especulación. En la memoria de los ciudadanos quedan las polémicas sobre el cambio de nombre de las calles, los tuits provocadores de un concejal y otras cuestiones por el estilo, que no han mejorado en absoluto su calidad de vida o mejorado la prestación de servicios.
Sobre Ada Colau y Kichi:
Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y José María González ‘Kichi’, regidor de Cádiz, sí han aceptado la propuesta de Iglesias de adjuntar sus nombres a las listas para «sumar», se supone que votos.
Colau gobierna en uno de los ayuntamientos del cambio que aún no tiene aprobados sus presupuestos. Esta semana, la alcaldesa vive justamente los peores momentos desde su nombramiento. Uno de sus concejales presionó a la abogada de la Guardia Urbana para evitar que una denuncia por agresión pudiera dar en la cárcel con un mantero, que golpeó en la cabeza a un agente con un palo. A ello se suman los incidentes en el barrio de Gràcia por el desalojo de una sucursal bancaria ocupada desde hace más de dos años.
Para evitar líos, el alcalde anterior había utilizado fondos municipales para pagar el local ocupado. Los afectados, al enterarse, han puesto el grito en el cielo por esa «decisión paternalista». Ellos no quieren favores, sino hacerse con una propiedad que, por su cuenta y riesgo, han decidido «expropiar».
Lo peor es que la alcaldesa, que ha criticado la violencia de los ocupas, ha justificado su protesta. Es decir, que considera lógico y hasta deseable que un grupo antisistema se apropie de forma ilegal de una sucursal bancaria, en un acto de justicia social.
Por su parte, el alcalde de Cádiz vive su particular semana de pasión a cuenta de unas declaraciones en las que manifestaba estar a favor de un vendedor ambulante y en contra de los agentes que le increparon. Todos los sindicatos policiales están en pie de guerra contra el responsable del Ayuntamiento.
«Hay que recordar de dónde venimos», decía ayer Colau en un tuit de autopropaganda conmemorativa. Ese es el problema. Muchos de los alcaldes del cambio han estado más pendientes de no defraudar a sus grupos de apoyo que de gobernar para todos.
Pedro Sánchez justificó ayer la entrada del PSC en el Consistorio de Barcelona como una forma de «acabar con el postureo».
La breve historia de los ayuntamientos del cambio ha sido suficientemente aleccionadora como para hacerse una idea de lo que nos espera si, finalmente, tenemos un Gobierno codirigido por Podemos.
Federico Jiménez Losantos critica a Mariano Rajoy (¡qué raro!) por haber desprovisto al Partido Popular del liderazgo necesario, por empeñarse día tras día en negar el legado de José María Aznar:
El PP tiene un clarísimo déficit de liderazgo, que paradójicamente coincide con un líder abrumador: Rajoy. Pero es que líder y liderazgo, aunque a veces coincidan, no son conceptos idénticos, ni siquiera complementarios. El Partido Conservador británico tuvo en Thatcher una líder que llevó a su partido al liderazgo político del país. Tan claro era éste que, cuando su propio partido la echó, su mediocre sucesor, John Major, siguió ganando elecciones y los laboristas sólo ganaron cuando un líder muy notable, Tony Blair, entendió que el Gobierno debía actualizar, no cambiar el rumbo o liderazgo político de los grandes asuntos nacionales. Y reconocer que el thatcherismo había sacado a Gran Bretaña del callejón sin salida en que, hipotecado por los sindicatos, la había sumido el laborismo.
Recalca que:
Un cambio de liderazgo, no de líder, supone una nueva política y eso suele conseguirlo un político brillante… o no tanto. En España hemos tenido durante cuatro décadas de andadura democrática tres liderazgos claros: el de Suárez, hasta 1978 compartido y hasta 1981 combatido por Juan Carlos I; el de González, de 1982 a 1996, ocupando el espacio dejado por el hundimiento del liderazgo centrista, que no llenó un líder arquetípico, Fraga, porque AP carecía de un proyecto o liderazgo más allá del personal; y Aznar, de 1996 a 2004, que sin ninguna de las cualidades típicas del líder, tenía un proyecto alternativo al liderazgo socialista, y como Thatcher, acabó con un modelo político corrompido y agotado: el socialdemócrata-mexicano del felipismo.
Pero Aznar no abordó en serio la cuestión nacional ni combatió la corrupción que acarrean la partitocracia y las autonomías. Para eso hay que despolitizar la Justicia y él pactó con el PSOE mantener esa lacra. Por el 11-M, incluso el liderazgo del PP, subordinado a su salida a hombros del poder, acabó fatal. Pero dejó una herencia muy valiosa en gestión económica y política internacional.
Concluye que:
ZP destrozó lo bueno del liderazgo del PP y agravó lo malo. Y Rajoy ha continuado esa tarea de demolición de un liderazgo político que sacó a España de la crisis y la metió en el euro. Hasta ZP reconoció el éxito del PP bajando impuestos y combatiendo el déficit: 7% en 1996; 1% en 2000. Rajoy niega ese mérito porque es un líder sin liderazgo, el sucesor de ZP y no de Aznar. Ése es el déficit del PP.
Ignacio Camacho saca a relucir las peleas existentes en el entorno del PP de Rajoy y el que representaba el de José María Aznar. Asegura que en estos momento el enfrentamiento es una catástrofe para la formación de Génova 13:
Un par de veces al año, más o menos, José María Aznar saca de paseo a sus demonios y los azuza para que muerdan los tobillos de sus sucesores en la dirección del PP. En general suele llevar razón, siquiera abstracta, en sus críticas al marianismo, basadas en el abandono relativista del proyecto ideológico que él alzó hasta la mayoría social; por ahí se le han desangrado muchos votos a este Gobierno. El asunto no pasaría de los típicos pescozones inoportunos de jubilado ilustre preocupado por su herencia política, si no fuese porque este Gabinete supura dificultades por la herida de una corrupción que ancla sus raíces en el período aznarista. Hay muchos ministros y dirigentes populares cabreados por tener que pagar esa factura con intereses de mora. Y alguno, como Montoro, se la ha intentado endosar al expresidente con el pellizco de monja de una inspección fiscal filtrada con intenciones de escarnio. Estas maniobras han irritado sobremanera al refundador del partido, que si ya antes no resistía la tentación admonitoria y hasta la de alguna conspira-cioncilla dinástica ahora se siente legitimado para devolver -véase la Tercera de ABC de ayer- las afrentas a estacazos.
Precisa que:
Se equivocan las dos partes. Aznar, porque es mal momento para desapuntalar la precaria estabilidad de sus herederos, y Rajoy -aunque intervenga por mano vicaria-, porque carece de logros suficientes para desautorizar el legado de su antiguo mentor. Para un partido cuya masa principal de votantes tiene más de 55 años, el aznarismo es el referente esencial de su imaginario político; la época en que el centro-derecha consolidó un prestigio de éxito incuestionable. Ese es un capital que no puede malversar un Gobierno poco sobrado de méritos electorales y con un severo problema de liderazgo abrasado. Sólo se lo podría permitir, y aun con reservas, si hubiese procedido a una renovación generacional completa y, sobre todo, si presentase a otro candidato.
Así que esta pelea de familias desavenidas es como escupir al cielo y ponerse a esperar que caiga el salivazo; te pongas como te pongas te va a estropear el peinado. El Partido Popular necesita sumar esfuerzos y recuperar apoyos de sectores sociales que lo han abandonado por maltrato. En ese aspecto la voz de Aznar dice cosas sensatas que no conviene desoír por orgullo sectario propio de organizaciones cerradas o, lo que es peor, acosadas. No se trata de la supervivencia amenazada de un clan ni de la hegemonía de un estilo, sino de la prevalencia de algo mucho más importante que es el proyecto del reformismo liberal, núcleo del moderantismo español. Que se ha bifurcado en dos partidos bajo el mandato de Rajoy, vaya por Dios la coincidencia. Cuando la izquierda radical se une al asalto del poder, la división del centro-derecha es una mala noticia, pero el encono personal entre facciones internas representa directamente una catástrofe.
Curry Valenzuela saca a sus topillos a pasear y asegura que en el seno del PP preocupa tanto o más las decisiones judiciales que están por venir que las críticas realizadas por el expresidente José María Aznar:
«Lo que le pasa es que se aburre». Es el lacónico comentario de un ministro. La respuesta oficial del Gobierno al empeño de José María Aznar plasmado en la Tercera de ABC de ayer de demostrar que Rajoy no ha reducido el déficit tanto como él es la expresada por Soraya Sáenz de Santamaría aludiendo a «la responsabilidad» muy similar de ambos gobernantes a la hora de cuadrar las cuentas públicas. Nótese el énfasis en «responsabilidad». En privado, en el Ejecutivo y en el PP están que trinan con el expresidente por irrumpir de esta manera contra el candidato de su partido en plena campaña electoral. Y de lo que le acusan es precisamente de irresponsable.
Añade que:
No habrá, sin embargo, más comentarios públicos sobre el tema. Los populares han impuesto la ley del silencio a cualquier controversia con Aznar, aunque no hace falta. Hasta el último de los candidatos sabe que las críticas del que fuera su líder les perjudican electoralmente en cualquier circunscripción. Pocas cosas causan más rechazo en el electorado que la división interna de un partido y esta bronca en el PP contrasta en exceso con la unidad, por falsa que sea, de todos los exdirigentes del PSOE en torno a la candidatura de Pedro Sánchez.
En privado, ya es otra cosa: el tema se ha convertido en lo más comentado entre los dirigentes del PP y si llega hasta Aznar el rumor de lo que están diciendo es bastante probable que le piten los oídos sin parar. Casi nadie le justifica. Alguno de sus allegados, hoy candidato, explica así la actitud del actual presidente de FAES: «Ha llegado a la conclusión de que la cúpula actual va contra él y se defiende. No está dispuesto a que se le acuse de cosas que no son ciertas. Y no va a dejarles pasar ni una».
Sentencia que:
Los responsables de la campaña de Rajoy esperan que el obstáculo Aznar pase a un segundo plano en unos días. Lo que más les preocupa a poco más de un mes de las elecciones es otro obstáculo mayor: el de las decisiones judiciales que vuelvan a colocar la cuestión de su corrupción pasada en primer plano conforme se acerca la cita con las urnas. Las últimas noticias, las de apertura de juicios orales al PP como responsable civil subsidiario por el caso Bárcenas y a más populares valencianos por la Gurtel les puede restar votos en las próximas encuestas. Pero aún les preocupan más actuaciones judiciales que esperan en las próximas semanas.