Isabel San Sebastián: "Iglesias, Colau, Errejón, Monedero, 'el Kichi', Bódalo, Rodríguez y Carmena. ¿Qué mejor Ejecutivo para España?"
Ideas para un ‘Gobierno del cambio’, las ocurrencias de Pedro Sánchez para generar empleo o la situación por la que atraviesa Venezuela y que ha sido vivida in situ por Albert Rivera son algunas de las cuestiones fundamentales que este 26 de mayo de 2016, un mes justo para las elecciones generales, podrán leer en las tribunas de opinión de la prensa de papel.
Arrancamos en ABC y lo hacemos con Isabel San Sebastián plantea con mucha sorna y mucha ironía el que para ella puede ser el llamado Ejecutivo del cambio para España. Dicho en otras palabras, sería como para echarse a correr a toda mecha:
Aprovechando las encuestas que asegura manejar Unidos Podemos, tan en línea con sus aspiraciones que incluso acarician el «sorpasso» al PP, me permito sugerir al líder de esa candidatura una lista de ministrables susceptibles de configurar un gobierno «del cambio» a imagen y semejanza de los que, para nuestra dicha, gestionan ya algunos de los principales ayuntamientos de España. Una experiencia semejante no puede desaprovecharse. Tamaña acumulación de aciertos merece alcanzar el vértice del poder político y regir, desde La Moncloa, los destinos de la Nación.
Inicia su sugerencia de esta guisa:
Al frente de ese Ejecutivo no habría de estar otro que el propio Iglesias, precedido por sus firmes convicciones democráticas. ¿Quién mejor que él, rendido admirador del comandante Hugo Chávez, para conducir a España hacia la meta ya alcanzada por esa Venezuela que, según sus propias palabras, constituye «un referente fundamental, una alternativa y un ejemplo para el sur de Europa»? Albert Rivera acaba de visitar ese referente y se ha encontrado los supermercados vacíos y a los líderes de la oposición en la cárcel o incomunicados. Una alternativa, es innegable, a la libertad subvencionada de la que gozan aquí el caudillo morado y los suyos.
Añade:
Pero sigamos con el Consejo de Ministros llamado a hacer realidad el sueño de tomar el cielo por asalto. En Interior, la figura idónea sería indiscutiblemente la de Ada Colau, a quien avalan éxitos sin cuento en Barcelona. Bajo su batuta, cualquier integrante de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad tendría la obligación de dejarse agredir impunemente por toda clase de delincuentes, como les ocurre hoy a los «mossos d´esquadra» a manos de manteros y manifestantes, para mayor gozo de un presidente que se emociona (sic) viendo apalear policías. La cartera de Educación debería ir a parar a Íñigo Errejón, con el fin de garantizar, en aras de la igualdad, que la concesión de becas de investigación quedara desvinculada de la obligación de investigar. Una imposición a todas luces fascista.
Hacienda no podría ser para otro que Juan Carlos Monedero, experto conocedor de la más sofisticada ingeniería fiscal. Cultura encajaría a la perfección con el perfil y cualidades de José María González Santos, más conocido como «el Kichi», de dilatada experiencia en las comparsas gaditanas de carnaval. Para Trabajo o Empleo el más idóneo sería Andrés Bódalo, concejal de Jaén en Común y dirigente del Sindicato Andaluz de Trabajadores, condenado a tres años de prisión por reiteradas agresiones contra rivales tan fieros como una heladera embarazada de seis meses. Las contrataciones crecerían exponencialmente si periódicamente recorriesen las empresas piquetes integrados por matones formados por él. ¿Alguien lo duda? Defensa, es de dominio público, recaería en Julio Rodríguez, ex Jefe del Estado Mayor de la Defensa en tiempos de Zapatero (otra mente preclara con la que debería contar para algún puesto relevante Iglesias), quien considera a la OTAN «un organismo obsoleto».
Concluye con:
Y dejo para el final Economía y Justicia, porque en ambas haría un sobresaliente papel doña Manuela Carmena, flamante alcaldesa de Madrid. Si en la capital ha conseguido paralizar los dos proyectos de mayor inversión que se encontró al llegar al despacho, ¿qué no haría si tuviera la oportunidad de dirigir el conjunto de las finanzas patrias? Claro que, puesta a gobernar a sus antiguos compañeros togados, su neutralidad sería tan exquisita como su equidistancia al tomar posición entre asesinos y víctimas en un informe del Gobierno vasco referido al terrorismo etarra. Gran dilema, por tanto. Iglesias, Colau, Errejón, Monedero, «el Kichi», Bódalo, Rodríguez y Carmena. ¿Qué mejor Ejecutivo para España?
Luis Ventoso se parte con la última ocurrencia de Pedro Sánchez, el de prometer un plan de contratar a parados como funcionarios sin contar el tremendo desajuste que eso le hará a las cuentas públicas:
Todos sabemos, y en Ferraz más, que el PSOE de Sánchez circula como el bólido bronquítico de Alonso. Corre el riesgo de ser adelantado por Toro Rosso, la coalición comunista de Iglesias y el gran Alberto Garzón (un fenómeno, el único político europeo que defiende la satrapía de Maduro). La implosión del socialismo moderado es una desgracia, para el PSOE y para España. Los socialdemócratas andan alicaídos en toda Europa, porque su gran idea, el Estado del bienestar, ya la comparte el centro-derecha y no tienen otra. Pero además la izquierda se ha visto forzada a ejecutar recortes como los conservadores (ahí están, machete en ristre, Tsipras Manostijeras y Hollande, los paladines contra «el austericidio»).
Apunta que:
La crisis socialdemócrata se agudiza en el PSOE por su afición a dispararse en el pie. Paga todavía su alarde de incompetencia en el zapaterismo y, sobre todo, su felonía en la defensa de España. La empanada federalista, que no es más que hacerles el caldo gordo a los separatistas, no vende un peine e irrita a miles de exvotantes socialistas que son patriotas españoles. Como guinda, la buena planta de su actual líder ha resultado inversamente proporcional a sus prestaciones; amén de que el hombre no cae bien, pues la arrogancia rara vez constituye el atavío de la simpatía (Mariano tampoco pita mucho, pero lo suyo atiende a cierta falta de contemporaneidad).
Y cuando el PSOE de Sánchez ve venir por el retrovisor a Unidos Podemos, ya toca en Ferraz la reunión de cerebros:
¡Qué viene Toro Rosso! Llamada a rebato en Ferraz. Qué acudan los cerebros de guardia: Jordi Sevilla, nuestro Keynes, y Luena, nuestro Giddens. Gran tormenta de ideas bajo el sereno liderazgo de Sánchez. ¿Y qué se les ha ocurrido? Lo de siempre: una fiesta de subvenciones imposibles de costear. Una propuesta de gasto que supone una tomadura de pelo en un país que acaba de firmar su peor dato de deuda pública en un siglo, que ha laminado la hucha de las pensiones y que está apercibido por la UE por desbordar el déficit (en parte debido al desmán autonómico y en parte porque Mariano aflojó en 2015 por interés electoralista). Sánchez quiere dar una salida a los 2,7 millones de parados de larga duración. Es loable. ¿Y cómo lo va a hacer?: contratando a dedo como funcionarios durante dos años a 217.000 desempleados, lo que costaría 2.600 millones en ese período, parte de un plan total bienal de 6.600 millones (por ubicarnos: cuando Rajoy suprimió una extra a los funcionarios ante una emergencia nacional se ahorraron 4.000 millones).
Y remata:
Sánchez dejaría temblando las arcas públicas a cambio de dar una solución eventual a solo el 8% de los 2,7 millones de parados de larga duración. Para nada arregla el drama. Pero casi lo peor es la filosofía que revela su propuesta: el PSOE, y no hablemos ya del neocomunismo televisivo, no asume que la solución al empleo solo puede darla la economía privada. El futuro de un país radica en crear más empresas y atraer inversión, no en la anestesia de emergencia del subsidio. Pero da igual. Al fin y al cabo, estamos en una España que tiene como alcaldesa de su capital a una señora que se ha cepillado el mayor proyecto inmobiliario del país, que arreglaba además un enorme solar desangelado, porque ve nuestro futuro económico… ¡en las churrerías!
Ignacio Camacho avisa de que el viaje de Albert Rivera a Venezuela ha terminado de destapar lo que ya eran más que evidencias, que el chavismo ha acabado con todo, con los alimentos, con los suministros médicos y, por supuesto, antes que nada, con la libertad:
Por solidarios que seamos los españoles con las cosas de Hispanoamérica, la sinceridad obliga a admitir que el interés de la opinión pública nacional en la crisis de Venezuela sería mucho más débil sin el protagonismo que en nuestra escena política ha alcanzado un partido de inspiración bolivariana. Podemos es ahora un ómnibus de la izquierda radical, pero surgió como una franquicia del chavismo, régimen del que además de dinero tomó el nombre de sus círculos, parte de la estructura embrionaria y numerosos principios ideológicos de su originario proyecto de refundación constitucional. Su parentesco y su deuda con el declinante sistema venezolano son tan palmarios que aún representan un obstáculo moral para que sus dirigentes lo condenen o simplemente se desmarquen de su manifiesto fracaso. Los sonrojantes elogios que Iglesias, Monedero y Cía repartieron hasta antier mismo a Chávez y sus epígonos legitiman el debate español sobre su admiración confesa por tan inquietante modelo social y político.
Por eso el viaje de Albert Rivera a Caracas no es sólo un necesario gesto de solidaridad y de coraje civil que enaltece al líder de Ciudadanos. Esa visita contiene un explícito mensaje en clave interna, un simbólico pronunciamiento antipopulista en defensa de los valores de la democracia liberal. Resulta electoralista en la medida que lo es cualquier decisión de un candidato en vísperas de elecciones; Rivera ha tomado con pleno derecho la de mostrar su compromiso con una causa que no es sólo humanitaria, sino intensamente política. Porque es la política del chavismo la que ha conducido a ese país, mediante una relación de causa y efecto, al abismo de la emergencia crítica. En Venezuela faltan comida, medicinas, electricidad y servicios esenciales porque antes ha faltado ese intangible llamado libertad. Una carencia es el origen de la otra, y resulta imprescindible llamar la atención sobre ese doble desengaño. El caos social bolivariano es mucho más que un fiasco económico. Se trata del colapso general de un proyecto autoritario que ha tratado de subvertir el orden democrático.
Y recuerda que:
Es lo que desde hace meses tratan de decirnos a los españoles los valerosos opositores venezolanos, algunos de los cuales pagan aún con la cárcel su rebeldía al delirio estrambótico de un Maduro aislado. Llevan tiempo clamando como casandras su advertencia de que ellos también pensaron que esa tragedia era imposible en un país próspero al que el hartazgo por la corrupción entregó en brazos de la demagogia populista. La visita ultramarina de Rivera tiene en ese sentido el valor instrumental de una requisitoria -electoral, sí, claro- y de un recordatorio. El de que Venezuela no es sólo una nación hermana en apuros, sino el espejo extremo de lo que una sociedad puede llegar a vivir cuando la decepción la empuja a confiarse a los profetas de un falso paraíso revolucionario.
En El Mundo, Raúl del Pozo elogia a Albert Rivera, pero también le da un par de sugerencias y consejos para que se ponga a tono de lo que es la política española en pleno siglo XXI:
La corrupción va a ser el gran argumento en las arengas y soflamas de la campaña electoral. Los partidos nuevos atacarán con razón y sin piedad al PP. Albert Rivera, después de su viaje a Venezuela, se presentará en Valencia, epicentro de Gürtel, donde más chorizos había.
La corrupción será la estrella de los debates, si es que los hay (Rajoy anunció ayer uno a cuatro bandas). Los candidatos antiPP, como en Timón de Atenas, relatarán cómo el saqueo y el soborno han conducido al escaño a senadores y diputados, y cómo la política se convirtió en una novela negra. Claro que los aparatosos discursos morales pueden dejar de tener efecto si es acertada la tesis del PP, según la cual el castigo por el pecado ya lo sufrieron en diciembre y está descontado para junio.
Los partidos nuevos quizás empiecen a dudar de si hay verdadera ira popular ante el fenómeno o si es una ira fingida, como confirman las encuestas, que aún le dan la mayoría al PP. Albert Rivera jura en una Santa Gadea voluntaria que jamás estará en un Gobierno que presida Mariano Rajoy porque no ha regenerado su partido y quiere formar una gran coalición con el PSOE para tapar la corrupción. O sea, que no va a haber Gobierno de centroderecha. Pedro Sánchez no quiere dormir en La Moncloa con su enemigo Pablo Iglesias. O sea, que no va a haber Gobierno de izquierdas. Seguirán clamando en el desierto hasta que Europa los ponga firmes. Albert Rivera tiene grandes cualidades políticas; habría que recordarle, sin embargo, que con sus dos ideas fuertes y modernas se ha quedado en el siglo XIX. Tercera España y Regeneración son dos sueños de aquel idealismo ético que se llamó krausismo y que, aunque era laico, acabó como el rosario de la aurora.
En el magnífico libro recién publicado de Alfonso Merlos, ‘Cristina Cifuentes. Sin ataduras’ se estudia el irresistible ascenso de Ciudadanos y de Albert Rivera. «Ellos -escribe Merlos- tienen una ventaja: son un partido sin pasado. Dicen que no son rojos ni azules, que son patriotas, mensajes muy bonitos, todo muy idealista». Vienen a regenerar, a que haya menos corrupción, más transparencia.
Y señala que:
Los nuevos partidos son producto de la crisis económica y de un sistema agotado. Pero para llegar al poder no basta con cartas morales como las de aquellos caballeros krausistas de escuela y despensa que lucharon contra los partidos turnantes; querían hacer santos a los españoles olvidando que muchos españoles son pícaros. La opereta de la regeneración se ha estrenado muchas veces con populismo verbal y canibalismo de partido. Aquel krausismo idealista no acabó con la corrupción, sino con la paciencia. Un poeta de entonces decía: «No hay un buzo que haya podido sacar una perla del Mar Muerto del krausismo».
Contra la corrupción no bastan los sermones y los mítines; hacen falta leyes, controles democráticos, jueces y leña al mono. Los delitos están escritos en los juzgados y la Justicia va despacio, pero firme. Ahora, los partidos tienen que decirnos qué Gobierno piensan hacer si alguien les vota.
Arcadi Espada habla sobre el corto recorrido que suele tener el populismo, especialmente cuando sus exponentes, caso de Ada Colau, acaban tocando pelo, es decir poder:
El populista empieza en la calle. Una mezcla de barro de barrio y testosterona. Desde allí lanza sus consignas, que pueden resumirse a la perfección en esta frase: «No obedeceremos leyes injustas». Las leyes que no van a obedecer pueden referirse tanto a los moros como a los bancos. Desahucios. Ésta es la palabra, exactamente, que vincula al partido Podemos con el Frente Nacional. En la calle el populista utiliza la violencia: incendia coches, rompe lunas y escrachea. A esas alturas el sistema suele reaccionar con la indiferencia de la porra, los grilletes y la evaluación de daños. Salvo que el sistema empiece a necesitarlos por alguna razón.
Dice que:
El sistema del alcalde Trías de Barcelona, por ejemplo. Recibió la instrucción, si es que debía recibirla, de que el Proceso katalán no podía permitirse un ápice de violencia. Y es así como les puso un piso a los okupas barceloneses. Su iniciativa se instalaba en un contexto más vasto: el pacto entre el nacionalismo burgués secesionista y el antisistema sistemático dio tres insólitos años sin incidentes callejeros en Barcelona. Lo que le hizo perder a la ciudad, por cierto, un gran atractivo turístico. Las necesidades de audiencia del sistema llevaron el populismo a la televisión. Y de allí al poder en un cierto número de comunidades y ciudades.
Y finaliza:
Ahora el populismo, que ha abandonado la calle y el disturbio, se ilusiona con la posibilidad de ganar las elecciones. En Francia, en América, en España y en otros lugares. Esa ilusión no llega más allá de las primeras 24 horas de estancia en el poder. En ese intervalo aún se puede oír a Ada Colau diciendo que no obedecerá las leyes injustas… que ella promulgue. Pero como se trata de un vómito de sentido ya no se le va a oír más diciéndolo. A partir de ese momento el populismo se disuelve. El último ejemplo global es el del azucarillo Tsipras. Hay quien le reprocha traición a los ideales y otros dramitas. ¡Quia! La conducta del griego está escrita en los genes del programa. En Occidente, el populismo solo sirve para acercarse al poder y a veces para alcanzarlo; pero jamás sirve para ejercerlo. Al margen de sus retóricas inflamadas con los nombres de las calles o los títeres de los niños, el populista solo tiene dos posibilidades: comportarse como un socialdemócrata de hipocresía redoblada o volver al barrio de pirómano de sí mismo.