LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

¿Qué se puede esperar de una alcaldesa como Ada Colau que llamó «criminales» a los banqueros e «indecentes» a los policías?

Ignacio Camacho: "El presunto carisma populista de la alcaldesa de Barcelona ha hipnotizado a la izquierda"

Hermann Tertsch: "Nuestras ciudades y nuestras instituciones se han convertido en inmensos kindergarten dirigidos por seres no adultos y tiranos"

Ada Colau y los destrozos de los antisistema en el barrio de Gracia, en Barcelona, es la cuestión principal que ocupa (sin k) y preocupa a los columnistas de opinión de la prensa de papel este 27 de mayo de 2016. Más de uno teme que ese vivero a nivel local acabe siendo un estallido a nivel nacional si no se ata y se controla a ese colectivo de subversivos, máxime cuando son algunos (ir)responsables políticos los que les ríen las gracias a esos muchachuelos con facilidad para reventar escaparates.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Hermann Tertsch, que detalla lo que ha sido este primer año de gobiernos populistas en las principales ciudades españolas y la conclusión no puede resultar más desoladora. Habla de un balance dedicado a la gamberrada y a gobernar como seres no adultos y tiranos:

Había quienes calculaban que les vendría bien a los españoles una breve experiencia de verse gobernados por la política más insensata. Porque así verían que hay cosas peores que los incumplimientos de programas y promesas, la traición a los principios, la corrupción y el desprecio a las inquietudes de los propios votantes o de los españoles en general. Por eso algunos pensaron que unas municipales medio año antes de unas generales supondrían un buen aviso y escarmiento. Y neutralizaría el peligro del Frente Popular para el gobierno.

Resalta que:

Bueno, pues el Frente Popular ha sido municipalizado con toda normalidad, es decir, con toda brutalidad, en la mayoría de las grandes ciudades españolas. Pero el carácter disuasorio de los inmensos desaguisados nacionales que ya ha causado son más que discutibles. Los daños que, por ejemplo, ha causado, no ya a Madrid, a España entera, el gobierno municipal de Manuela Carmena con su sórdido equipo son tan inmensos que se hace difícil creer que hayan logrado tal marca en tan poco tiempo. La paralización y muerte de los grandes proyectos urbanísticos de Chamartín, Campamento y Edificio de España es una catástrofe de enormes y múltiples dimensiones, que acaba con las esperanzas de una reactivación de la construcción y por ello del único empleo posible para una población trabajadora de decenas de miles de madrileños en los últimos tres lustros de edad laboral. A los responsables no les importa. Dicen que llega el «urbanismo de la gente». Estos proyectos, que podrían haber supuesto cerca de 150.000 puestos de trabajo, no se van a hacer. Eso no lo entienden quienes jamás han tenido una relación con el mundo laboral más allá de sus trampas, irregularidades y fraudes en microcosmos de la Universidad, como no perciben que la lumpenización general de la ciudad es un fenómeno que asusta a quienes no frecuentaron el modelo de convivencia delincuencial del «Patio Maravillas».

La estampida del grupo Wanda es un desastre para toda España. Porque Wang Jianlin, el dueño del grupo, no solo vende el edificio España y suspende sus demás proyectos. Ha hecho saber por todos los cauces posibles que se va ofendido. Esto va a tener serias consecuencias sobre la actitud hacia España de todo el poder económico chino, para el que Wang Jianlin es un ídolo. Todavía le insultarán, como hacen con el español que más riqueza genera, Amancio Ortega. Pero eso ya da casi igual. El chino que más riqueza iba a crear en España se va asqueado y asegura que le costará mucho volver por aquí. España puede haber quedado estigmatizada definitivamente para las inversiones de la segunda potencia mundial. No está mal para empezar, Carmena. Podríamos hablar del «Kichi» y su preferencia por los delincuentes frente a su propia Policía. O de Ada Colau, que logrará convertir esa gran joya española del Mediterráneo que es Barcelona en una ciudad lumpen y cada vez más pobre y violenta. Aunque ya le había preparado el camino el Ayuntamiento nacionalista. O de los personajes de Zaragoza, o de los de las ciudades gallegas.

Sentencia que:

Lo cierto es que la municipalización del Frente Popular, como pasó en la II República, ha puesto en marcha un movimiento de inercia de lo peor sin que haya una reacción real de las fuerzas defensoras del Estado de Derecho, de la ley y, sobre todo, del sentido común. Por eso nuestras ciudades y nuestras instituciones se han convertido en inmensos kindergarten dirigidos por seres no adultos y tiranos que, con desprecio al sentido común, las vidas, las haciendas y los intereses de millones de españoles, se dedican a sus excesos y experimentos como si fueran meras gamberradas. Como si la vida no fuera en serio, parafraseando a Gil de Biedma.

Ignacio Camacho asegura que poco se puede esperar de una alcaldesa como Colau que llamó «criminales» a los banqueros y tachó de «indecentes» a todos los policías:

Los desórdenes del barrio barcelonés de Gracia son, como todos los episodios de borroka nocturna, muy fotogénicos. La guerrilla urbana siempre produce estampas de impacto visual potente: el fuego, los escaparates rotos, los cascos brillantes de los guardias. Buen material para las portadas y los telediarios, que son la primera victoria de los alborotadores. A partir de ahí, el Estado -o sea, las instituciones, que en Cataluña también representan al Estado aunque no quieran- puede hacer dos cosas: ceder, como hizo en Gamonal aquel pusilánime alcalde de Burgos, o aguantar, como sucedió en los años duros del País Vasco. Perder o ganar. Lo que no existe son términos medios. Cuando irrumpe la violencia o la barbarie, todo acuerdo o diálogo es una victoria de los bárbaros.

Explica que:

Por debajo de la vistosa fotogenia de los disturbios, en Barcelona hay sin embargo otro elemento de conflicto latente que consiste en que su alcaldesa procede del sector ideológico que está arrasando la calle, y por tanto su tibia actitud como autoridad (?) local ante el conflicto se impregna de la indisimulable empatía de fondo que siente con la causa de los incendiarios. Ada Colau, que fue al Congreso a llamar «criminales» a los banqueros y que tiene declarado que no hay un policía decente, ganó las elecciones y es probable que hoy las volviese a ganar con más margen. Su presunto carisma populista ha hipnotizado a la izquierda y su partido, plataforma o lo que sea, fue la primera fuerza en las generales de diciembre. No cabe llamarse a engaño: si eliges alcaldesa a una activista okupa no te puedes sorprender de que la ciudad refleje su modelo social y urbano. Votar conlleva responsabilidades y por ello la cuestión esencial de este ruidoso problema estriba en que la opinión pública catalana tiene dificultades para aceptar las consecuencias de sus actos.

Esa consecuencia es la radicalización que está destruyendo la estabilidad del sistema político catalán y ha jibarizado el peso específico de su tradicional burguesía moderada. Las CUP que apoyan a los borrokas de Gracia no sólo son socios de Colau; tienen la llave del Gobierno autonómico porque el partido-guía del nacionalismo prefirió pactar con un estrambótico grupo anarco-trotskista para no torcer su rumbo de secesión. El delirio independentista ha arrastrado toda la política de Cataluña a un extremismo fangoso en el que coexisten -porque convivir no pueden- fuerzas sistémicas con organizaciones antisistema, cohesionadas por la voluntad provisional de separarse de España. Eso no puede funcionar porque responde a dos proyectos sociales distintos, y la tensión estalla a la menor ocasión en incidentes, tumultos y algaradas. Se trata de un proceso con antecedentes cíclicos. Si la memoria histórica significa algo, el subconsciente colectivo barcelonés debería tener presente la de la Rosa de Fuego.

Carlos Herrera tiene claro que los antisistema no se van a conformar con la ‘okupación’ de locales, acabarán asaltando palacios, sino tiempo al tiempo:

Cuando un antisistema particularmente pelma alcanza el nirvana del sistema, es decir, llega a representar a los suyos en los foros contra los que lleva luchando siempre, ve aflorar como brote de primavera la contradicción de su vida, que no es otra que llegar al palacio que quería destruir. Los palacios, dicen todos estos acalorados, se toman por asalto, y por ahora se ha producido mediante recuento de votos, pero viendo la forma de conducirse ante los sucesivos asaltos urbanos en el barrio de Gracia en Barcelona, caben algunas dudas acerca de que siempre vaya a ser así. La antisistema absurda que gobierna (es un decir) el Ayuntamiento barcelonés se ha topado con sus propios métodos, que son los incendiarios, dándose la circunstancia de que debe impedirlos merced a la responsabilidad que conlleva la autoridad. Y solo balbucea.

Insiste en que:

Vayan haciéndose a la idea de que el asalto al poder es algo más factible de lo que parece, y que los mismos que se amotinan en un barrio de Barcelona para «reconquistar» un territorio robado a sus legítimos dueños son los que pueden «cabalgar contradicciones» y alcanzar el poder mediante el asalto de los votos. En Cataluña, avanzadilla de tantas cosas, cargos públicos electos se mezclaban hace dos noches con los delincuentes que quemaban contenedores y cajeros bancarios, y lo hacían con la contundencia de quien cree que lo justo es asaltar la propiedad privada, vivir del cuento, destrozar el mobiliario urbano y sembrar el pánico en el vecindario. Entre ellos ese animal llamado Garganté, concejal de la CUP que lleva tatuada la palabra «odio» en los dedos de la mano. La CUP es pieza imprescindible para el gobierno en la comunidad autónoma, recuerden.

La alianza total de los antisistema se visualiza por abajo en la revuelta callejera de los esforzados de la okupación, tan comprendidos y exculpados por medio arco parlamentario, y también por arriba con la UTE formada por Podemos e Izquierda Unida. Esa sí que es una pinza. Una pinza que ya, afortunadamente, no puede disfrazarse de socialdemócrata como hasta ahora venía realizando una de sus facciones: hay que agradecerle a IU el impedir camuflajes a la otra mitad. En virtud de ello se comprende y abraza a delincuentes callejeros como los del barrio de Gracia, a encarcelados violentos como el concejal Bódalo o a terroristas como Alfon, aquel angelito pillado con una mochila repleta de explosivos.

Y pone el ejemplo de lo que sucede en Venezuela y como Podemos ha dejado en el país caribeño la simiente de lo que le gustaría reproducir en España:

Ni siquiera Venezuela, la válvula de escape del disimulo podemita, va a seguir siendo territorio difuso. Vuelve Albert Rivera de un interesante viaje de apoyo a los demócratas venezolanos y deja en evidencia a quienes solo van a Venezuela a cobrar dinero y apoyar liberticidas. Hasta Alberto Garzón reivindica la prisión para Leopoldo López, lo que da una idea de lo que haría con todos nosotros si ostentara el poder. La ocurrencia de escape de última hora la ha protagonizado Errejón, que es el supuestamente listo de la banda: en Venezuela hay colas porque hay dinero y porque a la gente le gusta esa manera de relación social. Y así. Hablando de ello: ¿saben ustedes qué colectivos nacionales son los que solicitan asilo en España en mayor medida? No son los sirios, curiosamente, a los que reciben con pancartas algunos ayuntamientos; son los ucranianos, en primer lugar, y los venezolanos en segundo. Y creciendo. Son datos de Acnur. Recordemos que el estatus de refugiado se concede no a quien huye de la pobreza, sino a quien es perseguido. Esa misma extrema izquierda defiende, asesora o se financia del régimen político del que huyen los venezolanos solicitantes de asilo. Pues esa misma izquierda antisistema es la que se está acercando de forma nada sigilosa al poder. Primero se okupan locales, luego palacios.

En El Mundo, Victoria Prego tiene claro que lo que está sucediendo en Barcelona no es más que el fruto del entreguismo a la radicalidad de las CUP, que ha dejado sin autoridad tanto al Gobierno catalán como al de Ada Colau en la Ciudad Condal:

El Gobierno autonómico catalán y el Consistorio de la ciudad de Barcelona han quedado definitivamente atrapados por la CUP. Ninguno de los dos gobiernos puede dar un paso sin la autorización y el respaldo de sus representantes, lo cual es tanto como decir que es ese partido el que ocupa en solitario el poder en Cataluña.

Conscientes de esa posición de privilegio, facilitado deliberadamente por Puigdemont y Junqueras en la Generalitat y por Colau en el Ayuntamiento, los cuperos han puesto sobre la mesa con total claridad sus exigencias. Que consisten, por lo que se refiere al Gobierno, en que pase inmediatamente de las musas al teatro y ponga en marcha a la orden de ¡ya! todas las medidas inverosímiles que CDC y ERC aceptaron firmar en el Parlament en el mes de noviembre. Es decir, que se sometan ante quienes tienen la sartén por el mango y están blandiéndola ahora sobre sus cabezas con la amenaza, muy cierta, de darles con ella en el occipucio. Y ahora contemplamos al independentismo catalán emparedado ante el muro de la legalidad constitucional y el incendio que avanza a sus espaldas y cuya mecha prendieron ellos mismos en su día pensando que apenas arderían unos matojos.

Sin una mayoría de votos en aquellas elecciones que plantearon como plebiscitarias y dependiendo parlamentariamente de sus carceleros políticos para aprobar los presupuestos, el Gobierno de la Generalitat ha perdido cualquier atisbo de autoridad política para seguir adelante con su fantasía. Porque no puede poner en marcha los disparates que firmó y porque, si no los pone, tampoco podrá aprobar los presupuestos que se suponía que iban a servir para empezar a levantar las famosas «estructuras de Estado», elementos que, junto con un aumento del gasto social, habían convencido al iluso Junqueras de que serían suficientes para obtener el sí de Anna Gabriel y los suyos. Pero la señora y sus compañeros han dejado las cosas meridianas: o se hace lo que ellos dicen o dejan de apoyar a un Gobierno que ya les está resultando un obstáculo para sus planes de asaltar el cielo catalán subidos en el carro de todas las izquierdas. Los sucesores de Mas han caído en el fondo de su propia trampa. Ahora no queda más que esperar a ver si son capaces de deshacer ese nudo y con qué resultados.

Detalla que:

Claro que si nos fijamos en la deriva que está cogiendo la señora Colau, podemos hacernos una idea de lo que cabe esperar de sus vecinos de la plaza de Sant Jaume. Porque la alcaldesa, que tiene a algunos concejales sumándose a los participantes en los disturbios causados por los okupas desalojados de un local -cuyo alquiler, ojo, estuvo pagando en secreto su antecesor, Xavier Trias, para que los tales okupas se mantuvieran tranquilos-, se está plegando a las exigencias de la CUP y ya está pidiendo a los Mossos d’Esquadra que se corten y procuren no causar problemas. Los Mossos, no los okupas, que a esos ni a rechistarles se atreve. Y, claro, los agitadores le han tomado la medida y ni le contestan a las cartas, así que ella se ha rendido y ha pedido a los vecinos que se hagan cargo de la negociación. A eso se llama asunción de la responsabilidad de gobernar. Menudo espectáculo.

En La Razón, Abel Hernández habla sobre los nuevos partidos y los escasos logros que han conseguido después de un tiempo razonable en político. Dicho de otro modo, que se les ven más que las costuras:

Todo lo nuevo se hace viejo por el uso y por el paso del tiempo. El tiempo devora las cosas, dice Ovidio. La política no es una excepción. Ahí están los nuevos partidos. Les pasa como a los pantalones vaqueros. Cuanto más roce y más exposición a la lluvia, al aire y al sol, antes se desgastan, pierden color y dejan de ser novedad. En un año, desde su irrupción, han sufrido tantos roces y tanta exposición pública, han ido tantas veces a la lavandería, que ya no se distinguen de los que llevaban tiempo en el mercado de la política.

Dice que:

Se atribuye a Pi i Margall, presidente de la I República española, la siguiente obviedad: «Las convicciones políticas son como la virginidad: una vez perdidas no vuelven a recuperarse». Lo que quiero decir es que tanto Podemos como Ciudadanos -los dos partidos prefabricados apresuradamente a base de remiendos de acá y de allá- han perdido la virginidad política, la gracia y la curiosidad del estreno. Incluso, apenas estrenados, ya lucen, como los viejos partidos, algunos lamparones y vemos cómo se les posan las moscas en la bragueta. ¿Saben por qué España es el único país en el que no hay un monumento al soldado desconocido? ¡Pues porque aquí nos conocemos todos!

Unas preguntas. ¿Alguien sabe qué piensa ahora de la «casta» Pablo Iglesias, aliado electoral del Partido Comunista y tirando los tejos al viejo PSOE para gobernar juntos? ¿En qué ha quedado la transversalidad de Errejón? ¿Qué reptiles venezolanos guardan en el arcón? Los famosos círculos ¿eran sólo círculos de tiza borrados por la lluvia? En fin, ¿qué queda de aquella aparente inocencia bautismal? En cuanto a C’s de Albert Rivera, con vocación de bisagra, partidario hace seis meses de apoyar al partido más votado, pero que luego se alió para la investidura con el PSOE, el gran derrotado, cubierto de arrugas y cicatrices, ¿sabe alguien qué hará dentro de un mes cuando se abran otra vez las urnas? ¿Seguirá Albert Rivera negociando a la vez con unos y con otros en mesas separadas, con todos menos con Rajoy?

Remacha que:

En resumidas cuentas, lo nuevo, ¿es revulsivo purificador o incordio? Hasta ahora la única aportación comprobada de Podemos y Ciudadanos ha sido la destrucción del sistema bipartidista, que funcionaba razonablemente bien en un país poblado de seres individualistas y de políticos cainitas.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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