La apocalípitica prensa española se levanta este 10 de noviembre de 2016 con la pesadez de no haber digerido el triunfo de Donald Trump en las elecciones norteamericanas.
Eso sí, llama la atención que a muchos articulistas la palabra «machista» la repiten como un mantra referido a Donald Trump. Sin embargo, ¿cuántos de ellos le dieron cera a Pablo Iglesias cuando dijo que azotaría a Mariló Montero hasta hacerla sangrar? –Así se refiere el totalitario ‘Pablenin’ a Mariló Montero: «La azotaría hasta que sangre»– ¿O qué columnas pusieron de vuelta y media a Pablo Echenique y su, con perdón, «chúpame la minga, Dominga»? –El feminista Echenique: «Chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia…»–
Sin nombrar directamente a Pablo Iglesias, Isabel San Sebastián hace un paralelismo en ABC entre el líder de Podemos y Donald Trump, asegurando como su verbo fácil y su don de camelar al personal le han hecho llegar hasta la Casa Blanca:
Por encima de todo, Trump ha identificado a Clinton como la representante de «la casta», y «la gente», esa «gente» convertida en masa hábilmente manipulada, se ha tragado el anzuelo hasta el fondo. Seguramente no fuese ella la mejor candidata que podían presentar los demócratas, aunque desde luego era mejor que él. Y no por ser mujer (aunque confieso que me habría gustado verla romper de una vez ese techo de cristal blindado), sino por resultar previsible. Ahora tenemos en la Casa Blanca a una estrella de la tele con mucho pelo, palabra fácil y don de «gentes». ¿Les suena? ¡Dios nos pille confesados!
Ignacio Camacho considera que al nuevo presidente norteamericano le toca desembarazarse del traje de bufón que le ha servido para ganar con contundencia las elecciones en Estados Unidos:
Ahora le toca a Trump vestirse de estadista; para el aterrizaje en la realidad ya no le sirve el disfraz de payaso agresivo y estrambótico. La existencia de sólidos contrapoderes no evita la inquietud de una deriva autoritaria: si ha roto todos los diques de contención bien puede hacer saltar también los del realismo político.
Luis Ventoso no rompe una lanza en favor de Trump, pero destaca una cualidad que aquí se ha perdido, que el mandatario norteamericano, sea como sea, nunca dejará de respetar la Constitución:
Trump es machista, lenguaraz y xenófobo. Cierto. Pero respeta la Constitución de su país, su unidad y sus valores (no quiere volarlo todo, como los pirómanos adanistas del neocomunismo español, que frivolizan hasta con la propia ruptura de España). Me incomoda Trump. Pero secretamente, como cuando me gusta una canción de Raphael o los Bee Gees, siento una punzada de placer culposo al ver como el raro, el «maverick», ha completado la insólita gesta de vencer a todos, desde su propio partido a la conjura universal de unos medios más plañideros y políticamente correctos que con la oreja en la calle y la vida.
Salvador Sostres no oculta su satisfacción por el triunfo de Donald Trump y valora que nunca abjurase de sus ideas aun pudiéndose ver perjudicado en las urnas. Visto lo visto, muchos norteamericanos han conectado con ese mensaje:
La parte más brillante de su victoria es precisamente esta: que ha ganado diciendo lo que piensa, sin sucumbir a los dictados de la corrección política: ha toreado a las feministas, ha cuestionado la creencia medioambientalista, y ha ridiculizado al cosmopolistismo con elocuentes e inequívocos discursos, tal vez estridentes, pero sin duda verdaderos. Y no ha temido presentarse al margen de la maquinaria de su partido -casi «contra» su partido- con una candidatura muy personal, y América se ha reconciliado con el individualismo.
ABC, en su editorial, apunta que la victoria de Trump también debe explicarse en que la candidata demócrata, Hillary Clinton, no era la más idónea:
Puede decirse que el mensaje de Trump es populista, pero tal evidencia no exime de preguntarse por qué ha ganado un candidato objetivamente inconveniente para presidir la primera potencia mundial. Por supuesto, porque tampoco su adversaria era mejor opción. Pero además habrá que aceptar que en Estados Unidos había una voluntad de cambio que representaba mejor Trump que Clinton, mejor el Partido Republicano -el Viejo Gran Partido- que el Partido Demócrata, percibido como el partido de los ricos, del establishment, de Wall Street y de la arrogancia urbanita de la costa Este.
Al editorial de El País sólo le falta decir que el triunfo de Trump ha sido propio de cualquier proceso electoral en la Venezuela chavista. Sí, señor Caño, ya sabemos que a usted como a millones de personas no le gusta el nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero Washington no es Caracas, para alivio de muchos:
Conceder la victoria, como ha señalado Hillary Clinton, no significa hacer dejación de responsabilidades. Aunque Trump, en su discurso de inauguración, haya ofrecido un perfil conciliador y moderado, sería ilusorio pensar que de ese discurso se desprende que una vez lograda la victoria y llegado a la Casa Blanca, Trump se va a reinventar como un dirigente moderado, respetuoso de todas las creencias, razas e ideologías. Todos los hechos, promesas y amenazas que jalonan su camino hasta la Casa Blanca son tan graves y tan alarmantes que las personas de bien, en EE UU o fuera de él, lejos de conceder un voto de confianza a Trump, deben unirse y lanzar un mensaje de rotundo rechazo y firmeza sin fisuras ante cualquier intento de Trump de -aprovechando su victoria en las urnas- pasar por encima de los derechos fundamentales de los estadounidenses.
En El Mundo, Arcadi Espada entiende que Trump asesta un golpe de toxicidad letal en las democracias:
Trump, histérica melancolía con twitter, es el producto brutal de una publicidad engañosa, distribuida a través de billones de sinapsis en el dominio catódico y digital, que no se ha visto obligada a someter su tráfico a la aduana discriminatoria de verdad y mentiras que fue una vez el periodismo. El daño que Trump pueda hacer a América está por ver. Pero su tremenda victoria introduce un tóxico letal en las democracias. Ya no son un territorio seguro, regido por la autoridad y una red de contrapesos más o menos sutiles. Las sociedades abiertas han cumplido un ciclo. Y del mismo modo que han tenido que rearmarse logística y moralmente contra el terrorismo exógeno y esporádico deben hacerlo ahora frente a la amenaza endógena y sostenida del populismo. La larga paz peligra más por éste que por aquél.
Teodoro León Gross avisa al PSOE de los efectos que tiene tener una mala o corta cantera de candidatos. Si a Hillary se la comió Trump, en España Podemos puede engullirse a cualquier socialista que no sea firme en sus convicciones:
Más allá del caudal arrollador de memes y humoradas sobre el viaje de Sánchez a EEUU o el show viral del vocerío histriónico de Iceta, el Partido Socialista tendrá que ser, como siempre desde la Transición, un factor clave de estabilidad. Los datos del CIS detectan su moderación con 4,46 en una escala 1-10 mientras se percibe una polarización de Podemos (2,18) y PP (8,35); pero de momento no parece haber, entre pedrosanchistas y otros partidarios de un congreso rápido, determinación de rearmarse tras el cisma. Hay ganas de sangre. Hoy tienen a mano el efecto mal candidato, como Hillary, a pesar de su currículum colosal. Y en Ferraz andan muy cortos de banquillo meritocrático.
Raúl del Pozo tiene claro que la política no va a poder acabar con Trump:
Populista, antisistema, racista, un personaje de reality, tendrá en sus manos gran parte del arsenal nuclear del universo y será comandante en jefe del Ejército más poderoso del mundo. No forma parte de ningún debate parlamentario, no esta expuesto al voto de censura, no tiene escaño en el Capitolio. La política difícilmente va a acabar con él. Sólo puede caer si es acusado de delitos graves.
El Mundo, sin llegar al nivel del editorialista de El País, también se sorprende del triunfo de un personaje como Trump que llega al poder sin tener realmente un programa definido:
Trump despierta hoy una absoluta incertidumbre mundial. Porque, más allá de salidas de tono y de un puñado de propuestas demagógicas nada articuladas, el republicano se ha presentado a las elecciones sin un verdadero programa. Curtido en realitys de televisión, se ha limitado a venderse a sí mismo. Y eso le ha bastado. Explotando, eso sí, un relato populista teñido de mensajes xenófobos y ultranacionalistas -«América para los americanos», simple y efectista- que ha exorcizado todas las contradicciones a las que se enfrenta la sociedad estadounidense en una época tan convulsa.
En La Razón, Alfonso Ussía se troncha del muy cenizo de Pedro Sánchez:
El formidable Giovanni Guareschi, creador de Don Camilo y Pepón, principió así uno de sus textos periodísticos: «El señor Golfieri besó con cariño a su esposa, le dijo que viajaba a Milán, subió al tren de Roma y se marchó». Creo que este sencillo párrafo ha inspirado al asesor de viajes de Pedro Sánchez, que anunció su inmediata presencia en Washington para apoyar a Hillary Clinton, cuando el cuartel general de Hillary Clinton estaba en Nueva York. Sánchez se ha pasado el lunes, el martes y el miércoles – ya vuela hacia Madrid-, buscando a Hillary en Washington cuando la derrotada señora Clinton, desde Nueva York, ha asumido que Washington le queda muy lejos. Se sabía que Sánchez era gafe, pero no tanto.
El editorial de La Razón señala que, aunque el discurso de Trump tras el recuento electoral estuvo empañado de moderación, sus mensajes durante la campaña aún están demasiado presentes como para olvidarlos de raíz:
Tal vez, el discurso conciliador del inesperado vencedor de las elecciones -pronunciado apenas el recuento confirmó que había alcanzado el número de compromisarios- haya servido para calmar a los mercados internacionales y frenar el temido desplome de las bolsas, pero las buenas palabras, el nuevo talante de Donald Trump, no debería hacernos olvidar lo que ha sido el leitmotiv de su campaña: la vuelta a las políticas proteccionistas, el control de la inmigración y la revisión de las relaciones internacionales, en clave aislacionista.