Variedad de temas este 30 de noviembre de 2016, día de San Andrés, en las tribunas de opinión y editoriales de la prensa de papel. Desde los funerales por la muerte del dictador cubano Fidel Castro al boicot al cineasta Fernando Trueba o las movilizaciones anunciadas por los sindicatos UGT y CCOO en un contexto donde hay menos motivos que nunca para salir a incendiar la calle:
Federico Jiménez Losantos, en El Mundo, habla sobre el supuesto boicot a la película de Fernando Trueba. Como muy bien se pregunta, ¿dónde están las pruebas gráficas que demuestren que se ha impedido a los espectadores acudir a ver ‘La reina de España?:
Indignadísimos están El País, salvado por Soraya, y el buscaesclavos Jordi Évole, empeñado en encontrarlos en Zara y Mercadona y no en Cuba, por el fracaso de taquilla de la última película de Fernando Trueba, que no puede deberse, eso jamás, a falta de calidad o a la libertad de los españoles para ir al cine, sino al boicot y la polémica montada por grupúsculos ultras. Por desgracia, El País no dice qué cines han sido cercados al modo de las sedes del PP el 13-M, ni qué grupúsculos son esos que, inspirados por los escraches podemitas y los piquetes sindicales, impidieron a las masas ávidas del genio de Trueba el acceso a los muchos cines que la estrenaban. Ni una foto, ni una prueba del boicot.
En El País, en cambio, Fernando Trueba encuentra a un defensor acérrimo, Manuel Jabois, que dice abiertamente que en realidad los españoles no estamos boicoteando su película sino, ¡ojo al dato!, la libertad de expresión del cineasta:
Se trata de una polémica recurrente que delata una educación de riesgo: cuando alguien expresa una opinión que no le gusta, decide no consumir sus productos culturales, anima a los demás a boicotearlos y, al final de una peligrosa senda de autodestrucción, dedica su tiempo libre a predicar que no se lea, que no se vea cine y que no se escuche música. -¿Por qué? -El autor no siente los colores. El boicoteo a Fernando Trueba, y a todos los que le antecedieron, no tiene por objetivo su película, que los boicoteadores no la iban a ver por cuestiones aún mayores que su patriotismo. Lo que se boicotea siempre es la libertad de expresión, empezando por la primera de todas, que es una de las razones que permiten estar orgulloso de un país: meterse con él sin consecuencias. Hay algo más que tiene que ver con una forma compacta e inofensiva de entender la realidad para no transformarla nunca. Cuando hay que protestar, boicotear e indignarse, los patriotas lo hacen por España, nunca por los españoles.
En ABC, Jaime González, su jefe de opinión, nos hace un relato de lo obvio, que para las izquierdas Fidel Castro no era ningún dictador:
Para la izquierda, Fidel Castro no fue un dictador, sino un revolucionario. Y como un revolucionario está facultado para encarcelar o exterminar a quienes piensan distinto durante todo el tiempo que sea necesario para dar continuidad al proyecto, los dictadores de izquierda pueden dejar en suspenso los derechos humanos durante casi sesenta años sin que podamos llamarles asesinos. La inmensa mayoría de las dictaduras que existen en el mundo son de izquierdas, tal vez porque las detestables dictaduras de derechas no responden al viejo concepto marxista de revolución y, en cuanto que constituyen una gravísima amenaza, hay que combatirlas por una elemental razón de dignidad. La dignidad, para la izquierda, es un gigantesco embudo. Tanto que la muerte de Fidel les ha nublado la razón. Rectifico: ya la tenían nublada. Algunos llevan así sesenta años.
David Gistau se sorprende por el debate que se ha organizado en torno a si es o no conveniente la presencia del rey emérito Juan Carlos I en los funerales por la muerte del dictador Fidel Castro:
Entre otros sí ha cundido la desazón por el hecho de que Castro se haya ido «de rositas», salvado por su propia muerte de un final a lo Ceaucescu. Las tertulias españolas debatían ayer si el exRey nuestro, contemporáneo de Castro, debía o no acudir a su funeral en representación española. Es curioso que esto se debata ahora después de décadas de fluidas relaciones bilaterales -salvo alguna tensión diplomática esporádica- entre los dos países y de convivencias en las numerosas cumbres iberoamericanas organizadas por España y en las que Don Juan Carlos coincidió con Castro sin que a nadie se le ocurriera pensar que debía, o no ir, o aprovechar la oportunidad para darle una patada de kárate letal. Esto de ahora suena a primer síntoma de voluntad a destiempo de deponer a un sátrapa ya muerto: lo del mozo de estoques y Despeñaperros. O sea, aislar a Castro cuando Castro está muerto y de lo que se trata es de jugar un papel en la salida cubana hacia su transición.
El editorial de El País es propio de un cabreo de mona con el Gobierno de España por entender que no se ha enviado a la mitad de los ministros, al presidente y, si me apuran, hasta a Iker Casillas:
La presencia de don Juan Carlos en la capital cubana no puede ocultar que el Gobierno ha optado por tener una representación que refleja, si no indiferencia, sí una preocupante dejación de sus obligaciones en defensa de los intereses de España, algo que en las relaciones con la isla entendió hasta el dictador Francisco Franco.
El envío como máximo representante del Gobierno español del secretario de Estado de Cooperación y para Iberoamérica, Jesús Gracia, es absolutamente insuficiente. La excusa de que el ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, se encuentra en Portugal acompañando a don Felipe en un viaje oficial sencillamente no es de recibo. Dastis podría haber viajado a La Habana sin restar un ápice de importa
Ignacio Camacho considera que la ley de educación que salga en esta legislatura, por muy fruto del consenso que sea, quedará liquidada en cuanto la izquierda vuelva al poder:
Sentado este principio de hegemonía cultural, el clima político está listo para la convivencia y el entendimiento, eufemismos de la deconstrucción y del trágala. Ya se puede pactar. La ideología liberal, si es que tal cosa existe, sólo será tenida en cuenta -y parcialmente- a la hora de ajustar los presupuestos. El célebre consenso consiste en que la derecha queda obligada a renunciar a sus convicciones y a su proyecto para aceptar los de sus adversarios en aras de un ambiente llevadero. Y ello, por descontado, hasta que la izquierda vuelva al Gobierno y liquide de manera unilateral y desacomplejada todo vestigio que quede en la legislación vigente de cualquier cosa parecida al pensamiento ajeno.
El editorial de ABC hace un retrato de Pablo Iglesias después de su última ocurrencia, la de cómo feminizar la sociedad:
No respeta a los muertos, como Rita Barberá, y apoya a dictadores, como Castro, o terroristas, como Otegui. Defiende a violentos, como el sindicalista Andrés Bódalo. Propugna la discordia y el enfrentamiento como alternativa a la política institucional. Iglesias se ha ganado a pulso las comparaciones con Trump, aunque al líder de Podemos aún le falta ganar unas elecciones. Y quien vote a Iglesias ya sabe lo que vota: a una izquierda totalitaria, misógina y antihistórica. Su idea sobre cómo «feminizar» la sociedad es una antigualla, como su marxismo, propia de regímenes patriarcales, en el sentido estricto del término, que reducen a la mujer a sus actitudes maternales.
Julián Cabrera, en La Razón, señala que las movilizaciones de los sindicatos para la segunda quincena de diciembre de 2016 tienen poco que rascar:
Pero los tiempos para quienes tratan de pescar ahora en el caladero de un pretendido descontento social no son ya precisamente los mejores. Los peores años de nuestra crisis económica no sólo no fueron rentabilizados por unos sindicatos sin credibilidad, reclutando liberados para llenar las manifestaciones del 1 de mayo y enfangados hasta las cejas en escándalos como los ERE y los cursos de formación. Fueron más allá nuevas opciones como la de Iglesias, quienes acabaron naciendo al albur de esa crisis. Al Gobierno de Rajoy ni siquiera le hace falta a día de hoy marcar claras líneas rojas en el plano económico y dejar entrever de vez en cuando el «botón nuclear» de un adelanto electoral. Son los interlocutores de la reunión de este lunes, Toxo y Álvarez por CC OO y UGT y Fernández por el PSOE, quienes saben que, en el país que más empleo viene creando en toda la unión europea, el terreno para una gran contestación ya no está tan abonado, salvo que quiera caerse, eso sí, en el centrifugado de la máquina podemita.