Nadie se atrevía a decirlo hasta que llegó David Gistau. Tres años y nueve días después, Letizia Ortiz (44 años) volvía al Congreso de los Diputados ya como reina de España. Captó todas las miradas en los fastos del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas tras el franquismo.
Y defraudó. Como dice Gustau, el único que se atrevió a decirlo y nada menos que desde un diario monárquico, la esposa de Felipe VI está «cada vez más desdeñosa y fruncida».
La prensa rosa, siempre obsecuente, alabó que llevara un vestido rojo, ese que «lo reservaba para aquellas ocasiones en las que la reina quería deslumbrar», y que tiene «una elevada carga carga emocional y un significado de pasión, fuerza y patria en el imaginario colectivo español», dice El Español que ya la bautiza como la «reina roja».
Los pijiprogres de Vanity Fair, incondicionales de la reina, celebran la elección de ir vestida de rojo pasión por «socialista» y con zapatos de Prada («tacones de vértigo»). El PSOE viste de Prada para la revista de la beautiful de la izquierda.
Pero lo cierto es que Letizia ha desaprovechado otra oportunidad para seducir a los españoles. Su frialdad, rigidez y falta de espontaneidad la siguen alejando de la gente. Una reina que da lecciones de elegancia con una apatía e indiferencia que raya la soberbia.