La Vanguardia vuelve a las andadas. Regresa la versión ‘Antich’ del diario de Godó: la Cataluña que dice ¡Basta!, la Cataluña que exige épica y momentos solemnes. El primer aviso lo tuvimos con el fulminante despido de Gregorio Morán por dejar en ridículo a toda la prensa subvencionada en un artículo que fue censurado por Màrius Carol, el entrevistador amable de Carles Puigdemont.
Este director que supuestamente venía a encarrilar a La Vanguardia después de los tiempos tumultosos de Antich y Enric Juliana ha mostrado que tras la piel de corderito esconde la bestia que afila sus colmillos. El segundo aviso lo tuvimos en esa entrevista administrativa a Puigdemont en la que se le presentaba como un estadista: «Todo el mundo sabe íntimamente que esta vez va la vencida».
Resumiendo: para La Vanguardia el problema no es el fin sino el medio. Para este periódico el medio es la imagen y la imagen que se dio este 6 de septiembre de 2017 ha sido de «barullo», según Juliana y critica «la asfixia reglamentaria de la oposición y la imagen de la mitad del hemiciclo vacío en el momento de la votación construyen una narración claramente negativa para el soberanismo catalán».
A Forcadell se le escapó de las manos una sesión muy difícil y tuvo que ser auxiliada por Marta Rovira, de ERC, promesa de una futura política de orden, modulada por el expectante Oriol Junqueras. La oposición practicó el filibusterismo y exageró su actuación para acentuar la sensación de desbarajuste.
El problema no es la desobediencia sino la imagen de la mitad del hemiciclo vacío. Eso es lo que le ha quitado épica según Lola García, que este vez nos ha decepcionado con sus contorsiones semánticas para decir lo que no quiere decir.
En el Parlament, decíamos, no hubo épica. Si la ley del Referéndum debía ser la expresión máxima de la democracia según los partidos independentistas, su aprobación no se hizo con el empaque que requiere una norma semejante.
Otra vez: el problema es el empaque, no la sedición. No hay golpe sino «conflicto parlamentario». Tensión, en lenguaje julianesco.
La Vanguardia, el diario del Conde de Godó, grande de España que a través de sus diario pero sobre todo de su RAC i, su radio, ha estado alimentando el proceso soberanista marcando sus líneas maestras le pide cordura y buenas maneras al separatismo (al que llama siempre ‘soberanismo’).
Fueron los ideólogos de la fórmula de Junts pel sí pero se desmarcaron cuando Artur Mas quedó en manos de los antisistemas. Le intentaron salvar hasta el último minuto pero ya era tarde. Convergencia estaba tocada de muerte. Tocaba rearmarse y madurar un nuevo plan. Y el plan ahora es potenciar a Puigdemont para que los convergentes tengan alguna oportunidad en las próximas autonómicas. El peligro es Ada Colau, a quien el conde no puede ver ni en pintura.
Al final, vuelven a lo que han hecho siempre: apuntalar al poder y mantener el status quo. Un diario de poder, que necesita del manguerazo público como el comer. Y eso exige un peaje que el conde siempre está dispuesto a pagar. ¡Si Gaziel levantara la cabeza!