Desgarradora tribuna la que han publicado este 10 de octubre de 2017 el político y escritor Joan López Alegre y el politólogo y periodista Nacho Martín Blanco en El País anunciando su marcha de los medios públicos catalanes —El chaquetero independentista que se forra en TV3 a razón de 7.500 euros por programa clamando que España le roba–.
En su escrito, donde explican por qué han tomado la decisión de dejar de colaborar en los medios públicos catalanes, como venían haciendo habitualmente, hay frases reveladoras de cómo funciona el tinglado mediático separatista y el ‘modus operandi’ que allí aplican al discrepante–Girauta estalla contra TV3 y los del golpe de Estado en plena manifestación–:
Preferimos renunciar a nuestros emolumentos que seguir aguantando el desgaste emocional que supone participar en ese circo del odio a España y la carga moral de pensar que nuestra presencia lo legitima
La tribuna que mencionamos no puede tener un título más revelador: ‘Adiós al circo del odio‘.
Las causas (de cómo hemos llegado hasta aquí) son diversas, pero en Cataluña hay dos factores estructurales que, de forma sistemática, han favorecido la creación de un marco mental de alejamiento, cuando no de animadversión, hacia el resto de España: la educación y los medios de comunicación públicos y subvencionados por la Generalitat —La chorrada de Talegón para justificar el adoctrinamiento de TV3: «Los policías se llevaron cajas de juguetes de los coles en el 1-O» —
Los autores creen que su presencia en los medios públicos es contraproducente:
Como colaboradores habituales de los medios catalanes, representantes de lo que ignominiosamente se ha dado en llamar cuota unionista, hemos llegado a la conclusión de que nuestra presencia en las tertulias de TV3 y Catalunya Ràdio es contraproducente, pues solo sirve como coartada para demostrar su supuesta pluralidad y apuntalar la tesis dominante —Albert Boadella sobre Cataluña: «La solución es cerrar TV3 un par de meses»–.
La tesis oficial en Cataluña es que esta es una nación natural, telúrica, esencialmente buena, que desde hace al menos tres siglos vive una situación de opresión colonial insostenible dentro de un Estado artificial, pérfido y carpetovetónico, España, del que debemos escapar —Albiol se crece en terreno enemigo y canta las cuarenta a la TV3 en una entrevista en su plató–.
A tal efecto, todo vale. Se habla de Franco a todas horas y en cualquier formato de programa. Desde Catalunya Ràdio se preguntó a los oyentes si estaban dispuestos a impedir físicamente que se juzgara a Artur Mas.
Más recientemente, se les pidió que informaran sobre movimientos de la Guardia Civil en los días previos al referéndum ilegal del 1-O, información que luego se difundió en antena. Brigada de agitación y propaganda antiespañola, y ahora también oficina de reclutamiento y delación.
Ahora se van de TV3 una serie de tertulianos. Tras años de complicidad en legitimar el crimen. Y lo visten de gesta. En laSexta hay muchos.
— Hermann Tertsch (@hermanntertsch) 10 de octubre de 2017
Todos saben que TV3 tiene que ser cerrada por ser un engendro nazi que solo miente e intimida. Romper ahora con TV3 no es una gesta.
— Hermann Tertsch (@hermanntertsch) 10 de octubre de 2017
El ‘modus operandi’ en tertulias y espacios informativos es esclarecedor:
El tertuliano que no acepte la retahíla de falsedades que sustenta la opinión prevaleciente en los medios catalanes, y que se atreva a manifestarlo tantas veces como le parezca preciso, se verá indefectiblemente sometido a un agotador acoso y derribo por parte de sus contertulios, consentido e incluso alentado por el presentado —¡Qué vergüenza!: Los radicales catalanes de TV3 se cargan a Nuria Roca para que no hable del referéndum ilegal–.
Solo hay que repasar la hemeroteca para darse cuenta de que si el resto de los catalanes, los que nos sentimos en mayor o menor medida comprometidos con el proyecto común español, mostrásemos por los separatistas el mismo desprecio que ellos muestran por nosotros, la convivencia en Cataluña sería insostenible.
De ahí que muchos catalanes -posiblemente la mayoría- hayan decidido mirar hacia otro lado y prefieran no discutir con la Pilar Rahola o el Joan B. Culla de turno, no solo en las tertulias de radio y televisión sino también en las cenas y reuniones con amigos y familiares.
Cuando un medio público trata a parte de los ciudadanos a los que debería ofrecer su programación como malos catalanes, cuando no directamente como quintacolumnistas antidemocráticos, por no secundar la derogación del Estado de derecho que promueve el Gobierno autonómico, más vale denunciarlo y apartarse.