La fuga y ‘exilio’ de Anna Gabriel o el varapalo del Tribunal Constitucional a la llamada ‘Ley Wert’ para que el castellano no fuese marginado en Cataluña son las dos cuestiones que este 21 de febrero de 2018 vertebran las tribunas y editoriales de la prensa de papel.
El País afea a PP y Ciudadanos que hayan tratado de sacar rédito de la letra del himno de España que cantó el 18 de febrero de 2018 Marta Sánchez en su concierto en el Teatro de La Zarzuela (Madrid):
El afán de aprovecharse de la iniciativa de la cantante Marta Sánchez de ponerle letra al himno para sacarle rédito político es un gesto de lamentable oportunismo. No porque no se pueda discutir. Es que no toca ahora espolear los reclamos emocionales cuando lo que hacen falta son políticas que restituyan los puentes rotos con parte de Cataluña.
Bieito Rubido, en su billete de ABC, achaca el varapalo recibido por el Gobierno por parte del Constitucional a cuenta de querer defender la obligatoriedad del castellano a una excesiva dádiva competencial:
Se nos ha ido la mano en la descentralización y hemos construido una democracia acomplejada, precisamente, con los valores que la sustentan. Alguien debería enarbolar la bandera de la protección democrática. Toda España iría detrás.
Ignacio Camacho reconoce que la famosa Ley Wert no se adecuaba a derecho y claro, ha pasado lo que ha pasado, que un tribunal la acaba tumbando:
El Estado no puede desfallecer en ese esfuerzo. Está obligado a encontrar la manera de preservar su propia existencia sin resignarse al abatimiento. El veredicto del Constitucional no sólo demuestra que la Ley Wert estaba mal hecha sino también que acaso el reparto de competencias estatutarias haya ido demasiado lejos. Pero eso ya no tiene remedio. Lo que sí lo tiene es la sistemática voluntad nacionalista de implantar de forma unilateral su modelo. Y hay que hallarlo pronto porque ya se ha perdido demasiado tiempo.
Federico Jiménez Losantos, en El Mundo exige al Estado reasumir las competencia en Educación después del varapalo del Constitucional negándose a entrar en enredos con la ley lingüística en Cataluña:
Las competencias de la Generalidad en materia de enseñanza jamás deberían estar por encima de los derechos básicos de la ciudadanía, ni atentar contra el interés general. Y lo están. Y lo hacen. Y los politijueces lo saben, pero como culturalmente están al nivel de Carmen Calvo, han hecho lo que se les da mejor: no entrar en el fondo del asunto. La Ley del Catalán dejó al arbitrio de la Generalidad su aplicación: la oveja a merced del lobo. Sentencias posteriores quisieron parchear esa infamia, pero no hay parche posible: el Estado debe reasumir las competencias de Educación. Ya.
El editorial de El Mundo considera que el Ejecutivo, en materia lingüística, debe dejarse de parches y plantear medidas que luego no puedan ser anulables en el ámbito jurídico:
Contra reloj y al amparo del 155, como si no llevara en vigor más de cien días y como si fuera precisa una circunstancia extraordinaria para que la Constitución rija en toda España, el Gobierno baraja procedimientos -de momento no pasan de mera instrucción- para deshacer los abusos de la inmersión, pero corre el peligro de terminar urdiendo otro parche susceptible de anulación futura. Todo por exceso de precipitación en un asunto que requiere una intervención tan urgente como profunda.
Raúl Del Pozo recuerda la incoherencia constante en la que viven los separatistas y para muestra nos enseña el botón de Anna Gabriel:
Anna Gabriel, la efigie carismática de la CUP, con su flequillo-hacha, sus arillos y sus camisetas-consigna, se ha aparecido en Suiza sin uniforme antisistema declarando que no descarta pedir asilo. La agitadora empezó su odisea así: «Soy Anna Gabriel. Puta, traidora, amargada y malfollada por querer unos Països Catalans libres y feministas». Ha terminado escapándose como una reina. Pedro Sánchez la acusa de hipocresía; Juan Carlos Girauta, de irse a un país barato y discreto; Albert Rivera ve en la fuga de la anticapitalista la viva estampa de la cobardía y la «coherencia» de los políticos golpistas del procés.
El editorial de ABC apunta que el Gobierno de España no puede cobardear a la hora de exigir a Suiza que le entregue a la antisistema Anna Gabriel para que sea juzgada en España:
No sería asumible que la huida de Gabriel contribuyese a dar una imagen debilitada de nuestra Justicia. España está obligada a solicitar su entrega por más que ella trate de engañar a las autoridades helvéticas solicitando un asilo político inadmisible. No se la persigue por sus ideas, sino por sus presuntos delitos, y en Suiza están regulados delitos homologables a los de España cuando se trata de atacar la Constitución y poner en jaque el orden democrático.
Luis Ventoso, siempre ácido en sus tribunas, apunta el verdadero motivo del proceso catalán:
Anna ha hecho un capitán Araña («embarquémonos y váyanse»); como Rull, Turull, Forcadell, Romeva, Torrent, Rovira, los evadidos belgas… Todos se amilanaron tras descubrir que no habían estado jugando a la Play, como creían, sino que sus actos delictivos tenían unas inevitables consecuencias penales. Un elenco estrafalario y berlanguiano. En realidad, inaudito. Pasma que estadistas del caché de la cupera ginebrina mangoneasen hasta ayer el destino de los catalanes. El pueblo del seny secuestrado por una tropa antisistema. Anna disfruta del lago Lemán, mientras Cataluña ve volar a sus empresas. El procés. Qué maravilla. Ya hemos descubierto para qué ha servido. Para cambiarse de peinado.
José María Carrascal destaca de Anna Gabriel, igual que otros capitostes del separatismo, han acabado por renunciar a sus ideales separatistas… pero sólo para eludir lo inevitable, la pena de cárcel:
Los capitostes han escapado como conejos ante la perdigonada de la Justicia, unos desdiciéndose de lo que dijeron e hicieron, otros, metiéndose en una madriguera. El ejemplo más elocuente es Anna Gabriel, tan farruca por los pasillos del Congreso, en los mítines o en las ruedas de prensa, que ha saltado de Venezuela a la capitalista Suiza. ¡Cuidado Puigdemont! Esta chica promete como presidenta de la República Catalana. Dice que no confía en los tribunales españoles. Cuando lo que teme es precisamente un juicio justo, como les está ocurriendo a sus compañeros de aventura independentista, que alegan que la declaración de independencia no iba de veras, que era simbólica, ficticia, casi una broma.
El editorial de La Razón destaca que al final Puigdemont y la anticapitalista Anna Gabriel son más parecidos de lo que pudieran imaginarse:
El exilio -que incluso plantea solicitar- y la internacionalización entendida como desprestigiar a la democracia española es una estrategia que explotarán hasta lo insoportable, ahora que su capacidad política ha decaído. No deja de ser sintomático que la CUP y Puigdemont compartan la misma vía sin salida.