Es el tema del día y de los siguientes, el descabezamiento por parte del juez Llarena de los (ir)responsables políticos que han perpetrado el golpe en Cataluña. Los editoriales y artículos de la prensa de papel de este 24 de marzo de 2018 celebran el auto del magistrado del Supremo.
El editorial de ABC es claro y contundente, elogios al juez Llarena y palo soterrado al Gobierno por cobardear con el 155 a la hora de atar en corto a los golpistas:
Políticamente puede decirse que la Justicia ha producido el efecto catártico que las medidas adoptadas al amparo del artículo 155 no han provocado. Los jueces han llevado la racionalidad democrática, en su forma de imperio de la ley, allí donde la política no ha sabido o podido llevar su efecto regenerador. Quizá las cosas debieron suceder de otra manera, con un 155 más a tiempo y más incisivo. Ahora depende del presidente del Parlamento catalán asumir que el proceso separatista ha tocado a su fin o perpetuar un conflicto que acabará ganando el Estado.
Salvador Sostres afirma que la sentencia de Llarena simplemente refleja lo que Cataluña ha querido ser en estos últimos años, una autonomía que ha optado por la senda de la ilegalidad hasta que se le ha cortado el paso:
Lo más duro del auto de procesamiento del juez Llarena no son los delitos que imputa ni las penas que llevan asociadas, sino el retrato de una Cataluña que si ha podido ser engañada es porque ha suplicado ser engañada, que si ha acabado rota es porque ha preferido romperse a aceptar la verdad, asumirla, administrarla y tratar de mejorarla.
David Gistau se fija en un detalle importante, el que los fugados y encarcelados golpistas catalanes parecen tener derecho a la lágrima fácil al verse separados de su familia, algo que no sería considerado en modo alguno ni permitido a los Álvaro Pérez o los Urdangarines de turno:
La vigencia del imperativo sentimental se nota en que oímos hablar constantemente de las familias que dejan atrás y desatienden los fugados y los encarcelados. Conocemos las cartas de despedida, las mentiras piadosas a los hijos, las soledades. Se trata de un chantaje emocional concebido para ablandar a la opinión pública que invita a la compasión por primera vez desde que España comenzó a purgarse a base de redadas, manos en el cogote y juicios sacados adelante en una atmósfera social jacobina. Sus delitos no tienen coartada política ni salvoconductos progresistas pero, aun así, quién le habría dicho a Urdangarín, mientras le pedían guillotina por las calles, que de él a nadie le importaría qué dirá a sus hijos cuando tenga que ingresar en prisión, que a él nadie le reconocerá el vínculo improfanable con una familia a pesar de ser ésta tan numerosa y tan rubia. O a Álvaro Pérez. O a cualquier otro condenado de la corrupción. Todos ellos son y tienen familia, todos ellos ocupan un espacio en una urdimbre sentimental. Y no por ello les alivió nadie de la responsabilidad penal contraída ni se les consintió que abusaran del melodrama para escudarse en un sentimentalismo al borde del llanto donde termina de delatarse el infantilismo inconsciente de todo el motín indepe.
Ignacio Camacho considera que los golpistas han conseguido en parte lo que querían con el encarcelamiento, aunque seguro que aún le están dando las ‘gracias’ a la fugada Marta Rovira:
La prisión preventiva es una medida dura que los encarcelados deben agradecer en buena parte a su colega Rovira. Su espantada egoísta dejaba a los demás sin argumentos para negar el riesgo de huida. El escándalo que perseguían seguirá vivo pero la lógica judicial ha de ser y es impermeable a la lacrimógena costumbre nacionalista de violentar la ley y presentarse como víctima.
El diario El País considera que los golpistas se han devorado a sí mismos y le han puesto en bandeja la redacción del auto al magistrado Llarena:
La autoantropofagia ha sido más mortal para esa dirigencia que la propia dinámica judicial. Si Carles Puigdemont no hubiese mantenido viva la llama del golpe antidemocrático, y si Marta Rovira (tan pródiga en el llanto cuando en octubre clamaba por culminar el golpe) no hubiese puesto a la hora de la verdad los pies en polvorosa, habrían desaparecido algunos de los motivos que justificaban, o al menos explicaban, las medidas cautelares de prisión. Oriol Junqueras nada tiene que agradecerles, sino todo lo contrario: ni a su exjefe ni a su exsegunda.
La Razón celebra el contundente auto del juez Llarena donde deslinda la responsabilidad concreta de cada autor en el golpe perpetrado en Cataluña:
La impecable instrucción del proceso independentista catalán llevada a cabo por el magistrado del Tribunal Supremo, Pablo Llarena, ha deslindado objetivamente la responsabilidad individual de cada uno de los intervinientes en la intentona golpista, elaborando un relato judicial coherente, sostenido en los sólidos indicios que han reunido los investigadores de la Guardia Civil y la Policía Nacional. El resultado, como no podía ser de otra forma, es un auto de procesamiento que encausa por delitos de rebelión, malversación y desobediencia a cada uno de los investigados, según su grado de participación en los hechos. No hay, pues, causa general alguna contra la Generalitat de Cataluña o su Parlamento autonómico.
Para Cristina López Schlichting, Marta Rovira se ha comportado como una auténtica rata:
Marta Rovira ha huido de la Justicia como una rata. Peor, porque rara vez los roedores huyen solos. Se ha largado aportando además su granito de arena a la prisión preventiva de sus compañeros. Hay muy poca dignidad en todo esto. Si has arengado a las masas para que voten contra la ley, si has instado a ignorar las sentencias judiciales y la Constitución, no puedes largarte cuando los que te flanquean pagan por ello. Así yo también me hago golpista. La verdad es que el espectáculo de estos líderes de pacotilla diciendo al juez «donde dije digo, digo Diego», repitiendo que la declaración de independencia fue simbólica, que el referéndum no tenía fuerza legal, es patético. Qué compañía tan poco gallarda.
El editorial de El Mundo saca a la superficie la cobardía y la flojera que les ha entrado a los ‘bravos’ golpistas en cuanto un juez les pone firmes:
El independentismo se hartó de agitar en las calles el lema ‘no tenim por’ (‘no tenemos miedo’), pero la realidad es que la descomposición de sus dirigentes ante la acción del Estado de derecho supone una vergonzosa exhibición de irresponsabilidad personal e inmadurez política.
Manuel Arias Maldonado afirma que los separatistas han tardado en entender que el procaz estaba muerto desde hace tiempo:
Que el procés había muerto, algunos solo lo han empezado a comprender más tarde. De hecho, demasiado tarde: de ahí las dramáticas fugas, los ardides procesales, el cortocircuito institucional. La espantada de Marta Rovira, quien dice huir «para alzarse contra el Gobierno del PP» desde algún lugar del continente, es la enésima demostración de que la historia reciente del independentismo es ante todo la historia de una negación de la realidad. Y la realidad, como suele ocurrir, se va cobrando su venganza.