Cataluña sigue siendo el tema del día. Entre Quim Torra y el insulto de la justicia belga a la española negándose a extraditar a los exconsejeros golpistas fugados inundan este 17 de mayo de 2018 las tribunas y editoriales de la prensa de papel.
El editorial de ABC se harta de las mentiras de los golpistas catalanes que, además, ya no se tapan a la hora de ofrecer su verdadera cara:
El nacionalismo catalán ya no se apoya en sentimientos, sino en vísceras, como la del odio y el supremacismo, fruto todo ello también de la tolerancia que se ha tenido desde el resto de España y del Estado, en general, hacia los procesos de mitificación y falseamiento históricos sobre Cataluña. No es banal que Quim Torra sea presentado como el 131 presidente de la Generalitat, porque el empeño del nacionalismo es hundir su legitimidad en la noche de los tiempos, y cuanto más oscura, mejor, para facilitar la mentira. Ni la Generalitat fue un órgano de gobierno de los catalanes, ni ha tenido antes que Torra 130 presidentes. No es irrelevante que esta mentira sea consentida.
Gabriel Albiac considera que lo que hace peligroso a Torra es su sinceridad, el creerse sus propias palabras y reflexiones:
El terror ante una mítica amenaza es tanto más eficaz cuanto más lo interiorice su fantaseador y más haga de él una evidencia incuestionable. Yo no pienso que Joaquín Torra sea un cínico ni un mentiroso. Tampoco pienso que lo fueran Gobineau, ni Rosenberg. Ni siquiera Adolf Hitler. Lo que hacía de esos sujetos temibles máquinas de inducir al asesinato era precisamente su sinceridad, la firmeza pétrea de sus creencias: esa proyección sobre el frágil mundo humano de una blindada fe en los dioses patrios. Pensaban de verdad que su adorable edén racial de fraternales seres superiores estaba amenazado por chusmas genéticamente ínfimas, cuya mezcla acabaría por destruir la belleza del natal paraíso de sangre, tierra y lengua.
Isabel San Sebastián le exige a Rajoy firmeza y que se deje de dialogar con el golpista Torra:
El Gobierno no debió haber consentido nunca la elección por voto delegado de Quim Torra ni debe tolerar ahora sus afrentas a los españoles. Rajoy nada tiene que dialogar con un autoproclamado golpista, ni mucho menos esperar a que cumpla sus amenazas para actuar contra él. Eso es lo que hicieron Chamberlain y Daladier frente a Hitler, y su cobardía desencadenó la tragedia. España merece un presidente que la defienda. Alguien con arrestos para decir ¡basta ya!
La Razón le aconseja al juez Llarena no desistir a la hora de exigir a la Justicia belga la extradición de los ex consejeros catalanes fugados de la acción de la ley española:
No compartimos el posible rechazo del Tribunal Supremo a incoar otro procedimiento de extradición ante los tribunales belgas, puesto que es preciso que los políticos separatistas sean llevados ante los jueces, con todas las garantías de nuestro Estado de derecho, para responder de sus acciones. La verdad, la Justicia y la razón están de nuestra parte y, al final, prevalecerán.
Cristina López Schlichting tiene claro que Torra va a saltarse toda la legalidad en cuanto ocupe su despacho (o el que le dejen) de la Generalitat de Cataluña:
Ha prometido la restitución de las iniciativas que el TC proclamó ilegales, y la CUP no le va a permitir andarse por las ramas. Más pronto que tarde el de la cabra catalana se echará al monte. Lo suyo no es la sutileza. Abrevado en las doctrinas fascistas de Estat Catalá y el racismo de Feuerbach, a Quim Torra le va la acción. Hay fotos de su rebelión contra los mossos de escuadra, cuando cumplieron la sentencia y devolvieron los bienes de Sigena sacándolos del museo de Lérida. También las hay de su presencia entre los alborotadores que apoyaron a Sánchez en Ferraz cuando sus compañeros le cortaron la cabeza. «Por el federalismo», escribía en sus tuits.
Arcadi Espada considera que la Justicia española ha cobardeado en tablas desde la famosa consulta de chichinabo de Artur Mas, allá por un 9 de noviembre de 2014 y que desde entonces separatistas y tribunales europeos nos vienen sacudiendo la del pulpo:
El arrogante error del juez Llarena no atendiendo las previas advertencias de la fiscalía belga ante los defectos de su euroorden es el último de una instrucción errática, contradictoria y que parece poco meditada y menos trabajada. Tanto los jueces belgas como los alemanes, y ya veremos los ingleses, amenazan con dejar en lugar muy delicado el sintagma justicia española cuando esta tenga que pronunciarse sobre los insurrectos catalanes. El panorama de una justicia europea que absuelve y otra española que condena sería puramente letal. Habría múltiples explicaciones para semejante fracaso. Pero una fundamental sería que desde las vísperas del 9 de noviembre de 2014 la justicia española lleva haciendo política, inevitablemente espuria, con el Proceso.
El editorial de El Mundo cree que la justicia belga se ríe de la española y eso lo van a aprovechar los separatistas:
Tan peregrino modo de discurrir no solo supone una extralimitación, sino que bordea el desafío a un Estado miembro de la Unión. A decir verdad no sorprende demasiado semejante actitud, tratándose de un país a menudo cuestionado por sus fallas de seguridad, y escogido justamente por eso como primer destino de fuga de Carles Puigdemont. El Supremo ya temía este resultado cuando, en un gesto de insólita desconfianza, la Fiscalía de Bruselas le solicitó información complementaria a la euroorden, demanda que Llarena atendió aclarando que el auto de procesamiento en el que se basa la euroorden refleja su decisión de no modificar la orden de prisión que había acordado la juez de la Audiencia. Pero ha dado lo mismo, y a buen seguro la defensa de Puigdemont tratará de extender idéntico criterio exculpatorio a su cliente.