Escritor, periodista y profesor de Comunicación Audiovisual en la URJC, Federico Utrera es autor del imprescindible ‘Los leones del Congreso’ (Esfera de los Libros, 2012), donde plasma 20 años de corresponsalía parlamentaria y describiendo las peleas, amores, pactos, amistades y vicios de los diputados.
Se suele decir que las guerras dialécticas de los diputados son más paripé que realidad. ¿Es verdad que la relación entre ellos es mucho mejor de los que reflejan sus batallas mediáticas? Utrera, corresponsal parlamentario durante 20 años para medios como El Sol, El Nuevo Lunes o Canarias 7, cree que sí:
El Parlamento es un órgano de representación. Estamos asistiendo a una representación de la política, de los ciudadanos. Es imposible que 40 ó 50 millones de personas se pongan de acuerdo hablando, por lo tanto los representantes tienen que dramatizar determinados personajes. Eso lleva a que, obviamente, como en cualquier escenario de representación, se produzcan trastiendas entre el actor y el papel que está desempeñando, como ocurre en todos los órdenes de la vida.
De ser así, ¿confirmaría esto la tesis de que se trata de una casta política donde, al final, todos defienden a una sus propios intereses? Utrera sostiene que los políticos son una casta igual que lo pueden ser los abogados y los periodista:
Es apropiado porque el sistema de estratificación social en las sociedades avanzadas y occidentales es exactamente igual que el sistema social de la India. Es cierto. La gente que se dedica a la esfera pública es una casta. Pero ahora yo me pregunto ¿los periodistas son una casta? ¿los profesores de universidad somos una casta? Los jueces, los abogados, los empresarios, ¿son una casta?
Utrera cuenta una anécdota fascinante sobre Almunia y un obediente e ignoto Zapatero en aquellos días donde no era nadie dentro del PSOE que esperó fuera en el pasillo a que acabara una entrevista para entrar en su despacho. ‘El último de la fila’ en esos años luego sería presidente durante dos legislaturas. ¿Los que ríen últimos ríen mejor en la política? Utrera, uno de los fundadores de la Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP), cree que sí y aporta datos muy precisos:
Ocurrió con el anterior presidente del gobierno pero también ocurrió con el actual presidente y ocurre con el antecesor de Zapatero, Jose María Aznar.
En este periodo concreto que coincide con el periodo que yo viví más intensamente en las Cortes, fueron tres casos muy claros los que, por decirlo también a modo bíblico, ‘los últimos eran los primeros’. Jose María Aznar era ‘el último de la fila’. Estaba en la comisión de presupuestos, la más árida y la menos luminosa de las cámaras.
Era una persona con grandes carencias dialécticas, con un bigote que aprecía que tenía una parálisis facial. A Zapatero le ocurría tres cuartos de lo mismo. Zapatero no tenía amigos y los periodistas no le hacían caso. Fue Julián Lacalle el único que le prestó atención. Por su parte, Mariano Rajoy, en la carrera por la sucesión de Aznar era el último, pues el gran favorito era Rodrigo Rato.
Utrera recuerda la primera impresión que le causó un desconocido diputado de Pontevedra llamado Mariano Rajoy:
Dicen los leones que conocieron a alguien que le entrevistó. Aquella era la primera entrevista que tenía Rajoy en un medio nacional. Había sido elegido vicesecretario del Partido Popular, no había alcanzado todavía el gobierno, y los periódicos conservadores ni siquiera sacaron su foto, sino que pusieron una foto de los más conocidos; Federico Trillo, Javier Arenas.. porque Mariano Rajoy era un desconocido, cosa que a él le encantaba, porque era una persona discreta, una persona con un gran sentido del humor, que sabe aprovechar esa discreción para vivir la vida de otra manera.
Hace un análisis descarnado de cómo personajes grises como Zapatero, Aznar y Rajoy, por los que nadie ‘daba un duro’ en sus comienzos en la primera fila politica, llegaron a los más alto. ¿Para llegar a presidente hay que ser el mejor o simplemente un supervivientes?
En cierta manera sí, pero no exactamente un superviviente. A los líderes de los partidos los eligen otros dirigentes, y la gente desconfía del demasiado inteligente, ambicioso y listo. La gente prefiere a un igual y parece que los ciudadanos también. No se elige al más brillante, sino al que menos desconfianza provoca.
En el libro de Utrera se puede leer una frase que llama mucho la atención: «El espejismo del poder no nos puede hacer olvidar que los grandes próceres fueron antes humildes de escaño en los que nadie reparaba». Es sorprendente cómo, por ejemplo, Zapatero, apenas tenía amigos, y después consiguió reunir a aglutinar la fuerza necesaria de apoyos para vencer a Bono:
Aznar, Zapatero y Rajoy tenían ese perfil bajo. Eran personas muy discretas, no habían desarrollado su faceta pública al 100%, y quizá esa discreción fue valorada por los que los eligieron. La discreción en este país tan dicharachero es algo que se valora. Ellos jugaron con esa discreción y les otorgó confianza a los que los eligieron. Yo en absoluto pensé que podían llegar a ser líderes. Fueron los diputados más jóvenes de su grupo, y supieron ver desde abajo del todo cómo se proyectaban las grandes figuras del Congreso y el Senado».
El actual colaborador en ‘Un idioma sin fronteras’ de RNE destaca la importancia en política de «la letra pequeña»:
Es el instinto de supervivencia. La carrera política es una carrera muy intensa, muy corta, y hay que desarrollar un instinto de supervivencia que no todo el mundo tiene. En política hay que ser un poco fajador, y si no estás dispuesto a fajarte dedícate a otra cosa. Vas a recibir los más grandes insultos que has recibido en tu vida y van a desconfiar de ti hasta los que creías que eran los más leales».
En el capítulo titulado «Enemigos públicos, amigos privados», Utrera cuenta la historia secreta de las guerras intestinas de las sucesiones en los dos grandes partidos políticos españoles. La más interesante: Rato y Aznar. Dice que Rato cometió un error: que se opuso en un consejo de ministros a ir a la guerra de Irak y que lo pagó muy caro. «Un error de cálculo, un pulso que lo pagó muy caro»
Aznar no era el arrollante triunfador que era Rato. Pero finalmente la gente no elige al guapo y adinerado Rato, sino que elige al funcionario gris y poco hablador que era Aznar. La amistad entre Rato y Aznar se rompió cuando este último escogió a Rajoy y no a Rato. El error, al final, es un error más bien histórico. Hay una letra pequeña, pero fuese por la Guerrade Irak o por la Guerra de las Rebajas, eso iba a estallar. Había dos grandes animales políticos que querían ocupar su espacio.
En el libro también se comenta un detalle poco conocido de la relación entre Aznar y Zapatero. «No se reconocerá nunca pero hubo un momento en la historia en el que Aznar sostuvo a Zapatero». El corresponsal de Periodista Digital en el Congreso, José Luis Heras, opina lo mismo pero de Rajoy y Rubalcaba y Utrera hace la siguiente reflexión:
Alguna percepción lejana sí que podía tener. Desde luego, se lleva muchísimo mejor con Rubalcaba que con Zapatero. Es cierto que las relaciones entre ellos son bastante sinuosas y se basan en conivencias que muchas veces no pueden salir. Aznar sostiene a Zapatero no solamente por el trato, sino porque le abre muchas puertas en medios de comunicación muy importantes.
Por ejemplo, cuando Zapatero entra en política como líder, no conoce absolutamente a nadie, y Julián Lacalle, su secretario de prensa, intenta abrirle puertas en las grandes empresas de televisión y mediáticas de este país, pero esas grandes empresas que dominaban entonces todo el espectro político en España, obviamente a un jóven izquierdista desconocido, no tenian porqué darle esa tregua, y Aznar facilita esa tregua hacia Zapatero.
Habían fracasado ya cuatro líderes socialistas, y Aznar pensó que lo que estaba en peligro era la alternancia. Es posible que abriera con alguna llave alguna de esas alfombras que luego utilizó Zapatero. Lo que dice su corresponsal tiene mucho sentido, porque entre Rubalcaba y Rajoy puede haber una connivencia. Me alegra que me diga esto, porque a España solo le salva ahora mismo una alianza entre populares y socialistas.
El lugar del correponsal en el Congreso es privilegiado porque permite percibir sensaciones, vibraciones e intuiciones que no se ven en las noticias. «En la cazuela del Congreso se cuecen acontecimientos futuros», escribe Utrera:
El corresponsal parlamentario es mediador de la información política y es el primer filtro que ocurre en este tipo de inormación. En cuanto llevas un tiempo en el congreso te das cuenta de lo que se puede publicar y lo que no. Nosotros percibimos sensaciones, vibraciones, tonos de voz. Eso es la almendra de la cuestión. Tu estás cerca y percibes esas sensaciones, por ejemplo, el amor irrefrenable de un político hacia la pillería, y te das cuenta que aunque tenga un discurso impecable, ese hombre, cuando entre en la caja, se va a llevar todo.
Con la colaboración de Sandra Besga.