Los puentes entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez han volado con las últimas riadas políticas. España parece que se introduce en un nuevo periodo de frio invierno entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición.
Desde La Moncloa, fuentes fiables advierten a El Semanal Digital de que «Rajoy considera un caso perdido a Sánchez».
El presidente es un dirigente moderado, previsible, defensor de los consensos y muy respetuoso con las formas. Un político que (por estar curtido en mil y una batallas) trata de huir de las algaradas.
Entonces, ¿qué necesidad tenía él de propinar al líder del PSOE tan desabrida despedida en el debate sobre el estado de la nación?: «No vuelva usted aquí a hacer y a decir nada. Es patético».
Pues por sorprendente que parezca, la frasecita de marras no fue fruto de un calentón, sino una respuesta calibrada y madurada con sus próximos.
Exacto: al entorno presidencial, al contrario que al resto de los mortales, no le ha extrañado en absoluto el estallido de Rajoy contra Sánchez. Al revés, «lo raro es que no lo hiciera antes», se apunta.
El Gobierno, y su presidente a la cabeza, se han declarado incapaces de cogerle el aire al secretario general de los socialistas. Mucho menos han acertado a predecir su hoja de ruta.
Al final, la conclusión que sacan algunos VIP monclovitas ante la trayectoria de Pedro Sánchez es que su único guion es intentar sobrevivir a las turbulencias dentro del PSOE.
Lo cierto es que Mariano Rajoy está defraudado con Sánchez. Nunca se le pasó por la cabeza al presidente del PP que el líder socialista renunciase a la crítica, ¡sólo faltaría!, pero sí que ambos pudiesen ir de la mano en la defensa de las tres décadas de alternancia política que han ofrecido a España las más altas cotas de prosperidad de su historia.
Más cuando acecha para el sistema el riesgo del grito de Podemos. Una formación, además, que lleva camino de consolidarse como el principal adversario del PP en detrimento del PSOE.
La inquietud de Rajoy ha ido en aumento al recibir los pronósticos que machaconamente otorgan al populismo ultraizquierdista de Pablo Iglesias un mínimo del 19% de los votos en unas futuras elecciones generales.
De ahí precisamente la determinación del inquilino de La Moncloa de tejer una suerte de «red de seguridad» del bipartidismo con cierta alternancia en el poder.
Para Mariano Rajoy, la posición de Pedro Sánchez en la última cita parlamentaria sólo ha evidenciado «su total entrega a los influjos populistas», señalan las fuentes consultadas. ¡Con todo lo que está en juego!
Esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia del líder popular, después de la propuesta socialista de Sánchez en relación con el artículo 135 de la Constitución, su tajante negativa a suscribir un pacto global contra la corrupción o su confusa posición en Cataluña.
De hecho, tales suspicacias llevan a La Moncloa a aventurar (si cabe) una mayor complicidad futura con el PSOE que mira a Susana Díaz.
En cualquier caso, Rajoy mantiene abiertos los contactos con socialistas históricos asustados también ante las aventuras rupturistas de Podemos. De ahí que el propio presidente del Gobierno aprecie cada vez más los discursos, como el de la presidenta andaluza, que abogan por la centralidad.
Sánchez no es Díaz. Claro. Ni tampoco Alfredo Pérez Rubalcaba. Por más que Mariano Rajoy lo lamente en un escenario como el actual.
Al fin y al cabo, el PP es muy consciente de que la debilidad del PSOE es el aire que impulsa a Pablo Iglesias.