GRECIA EN UNA BANDA

La otra casta griega de la que Pablo Iglesias no quiere hablar

En Grecia ha habido una pillería, insolidaridad, caradura y pereza que se pagaba pidiendo dinero a Europa y escondiendo luego desde el Gobierno la magnitud del agujero financiero

La otra casta griega de la que Pablo Iglesias no quiere hablar
El líder de Syriza, Alexis Tsípras, con Pablo Iglesias.

Los griegos son una banda. Conviene no ser demasiado sutiles con quienes, desde la neopolítica triunfante, no lo son nada y se han aplicado, en Grecia o en España, la vieja teoría de Gramsci sobre cómo ganarse la hegemonía en tiempos en que la violencia está mal vista: repantigarse en el sofá durante una entrevista en televisión para simular campechanía castiza, vestir de Alcampo para parecer un currito, presentarse como un producto de «los de abajo» frente «a los de arriba» aunque hayas vivido toda la vida de la política o de la Universidad; utilizar un lenguaje simple como el mecanismo de un chupete pero eficaz como el fast food con los niños y, en fin, colonizar al respetable conectando con la cultura del momento a través de las herramientas tecnológicas, retóricas y mediáticas del presente del presente.

Hay que ser igual de radical, pues, yendo a la raíz: los griegos son una banda que han elegido a un tipo que les dice que tienen derecho a serlo… con el dinero de los demás. Detengámonos en un preámbulo sobre el sufrimiento de la población: existe, es cierto, inducido por una élite corrupta que, como en todos los casos, es reflejo de una sociedad corrupta. En ningún sitio los políticos proceden de Marte; son reflejo distorsionado de los valores y principios de la sociedad de la que han salido.

Pero ese sufrimiento no se arregla con las mismas recetas que lo han provocado, como la resaca no se pasa bebiendo más güisqui, que es lo que proponer Tsipras y lo que compran los indolentes griegos: el inexistente derecho a disfrutar de un tipo de vida pagado por otro sin cambiar las razones que han provocado el desastre.

Grecia es poco mayor que Andalucía, pero debe 270.000 millones de euros, un 10% de esa cifra a España. El 20% de su población activa vive de la Administración Pública, gasta en militares como casi nadie en Europa (un 4%), tiene hasta cuatro veces más profesores que Finlandia -el mejor país en los informes PISA- y, entre otras muchas costumbres, se ha dedicado con contumacia a crear empleo público artificial para, a continuación, regalárselo a los amigos del partido de turno y, por último, dotarlo de unas condiciones laborales y económicas superiores a las de Alemania.

No termina ahí la cosa: el sistema de permite jubilarse a los 61 años con el 96% de pensión e, incluso, hacerlo anticipadamente a los 55 en el caso de los hombres y a los 50 en el de las mujeres: un europeo dispone, de media, de 18 años pensionados antes de morir; un griego de 24. Pueden añadir más despropósitos, uno de especial gravedad y simbolismo para retratar el ecosistema griego: uno de cada cuatro ciudadanos no ha pagado impuestos en su vida; cuando hay elecciones locales la recaudación fiscal retrocede hasta un 30% para comprar votos con exenciones impositivas ilegales y la plaga de insolidaridad fiscal incluye, o ha incluido, hasta a dos tercios de los médicos que, según los datos oficiales del fisco heleno, declaraban menos de 12.000 euros de ingresos anuales para evitarse la declaración de la renta.

Y no es el único atraco en el ámbito sanitario: el gasto en suministros era, con mucho, superior a la media europea pese a que la tasa de enfermedades es la misma; debido a la costumbre de los profesionales sanitarios de llevarse a casa, o a la clínica privada, ingentes cantidades de material médico e higiénico.

Añadan sueldos desbocados en empresas públicas -la Renfe o el Metro griego llegaron a tener salarios, entre pluses y flautas, de 70.000 euros, que llevaron a un viejo ministro de Finanzas a afirmar que saldría más barato pagarle un taxi a cada griego-; costosísimas empresas, chiringuitos públicos y enchufes en masa (desde un observatorio sobre el Lago Kopais, desecado en 1930; hasta la contratación de 40 jardineros para las cuatro macetas del Hospital Evangelismos de Atenas o la creación de una pensión de mil euros para las hijas solteras de empleados públicos fallecidos) y una pillería, insolidaridad, caradura y pereza que, de arriba abajo y de abajo arriba, se pagaba pidiendo dinero a Europa y escondiendo luego desde el Gobierno la magnitud del agujero financiero: nadie como Grecia recurrió a la burbuja financiera para costearse artificialmente un gasto insoportable; y nadie como el país de Platón maquilló primero tanto sus cuentas para engañar a la UE y después recibió, pese a ello, tanta ayuda y auxilio. De ello da cuenta un hecho insólito: a diferencia de en el resto del mundo, en Grecia los bancos quebraron por culpa del Estado en lugar de a la inversa.

Tan absurdo, en fin, es sostener que la culpa de los males griegos es de la troika, la malvada Merkel o la insolidaria Unión Europea como adjudicarle sólo a los sucesivos gobiernos griegos o a su élite dirigente y empresarial un desaguisado en el que han participado todos, cada uno con arreglo a su posición y papel en la sociedad griega: si las élites eran corruptas es porque las bases también lo son.

Tsipras, ahora, esconde las complicidades del conjunto de los griegos y vende, como irresponsable remedio, una imposible vuelta a las andadas, presentadas como derechos hurtados inhumanamente por un tercero que, en realidad, se ha portado con los griegos mejor que con sus propios paisanos: ahí tienen a España prestando 27.000 millones de euros mientras alargaba la edad de jubilación o empezaba a cobrar las muletas a una anciana.

Renegociar plazo, interés y hasta principal forma parte de la vida cotidiana entre acreedores y deudores y ése es el único margen maniobra que Grecia, como España, Portugal o cualquier empresa privada, ha de saber explorar. Pero buscar un culpable externo, amenazar con el impago y alimentar un victimismo vergonzoso en un país fallido y derrochón no sólo es inútil e injusto, sino también poco pedagógico, empobrecedor y contagioso en una época de falta de liderazgos políticos y de exceso de demagogos televisivos.

Hay que auxiliar a Grecia, o seguir haciéndolo, claro. Pero con condiciones y, sobre todo, con una pedagogía de la verdad que entre otras cosas evite que prospere en Europa una idea tan peligrosa como la que en realidad intentar extender Syriza o Podemos: la responsabilidad siempre es de otro y el esfuerzo también.

El «me enfado y no respiro si no me compras la play station», resumen del lenguaje infantil de todos estos partidos y dirigentes presuntamente hipster pero rabiosamente reaccionarios; no puede ser la guía política, intelectual y cultural de ningún país que quiera ganarse el futuro: denunciar a la casta y estar dispuesto a reformarla es necesario en todo el continente; exigir que todo el mundo forme parte de ella es una horrorosa manera de educar a la ciudadanía y de condenarla a vivir un páramo en el que, cuando se acaben los culpables, sólo quedarán plañideras sin hombro para llorar.

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