(José M. Vidal).- Rogelio Livieres, ex obispo de Ciudad del Este (Paraguay) se despide en sendas cartas de los fieles y de lo seminaristas de la que, hasta su remoción por el Papa, había sido su diócesis.
El prelado comienza reconociendo los hechos. «Ya ven ustedes que, súbitamente, he dejado de ser su obispo». Y tras la constatación, pasa a las consecuencias. «Esto podría provocar mucho dolor a una persona poco empapada de la Doctrina de Cristo. Para nosotros ‘todo es bien’, como escribe san Pedro. De manera que todos sacaremos abundantes frutos de santidad propia y ajena, que es lo que buscamos».
A pesar del «dolor», monseñor Livieres invita a los fieles a que «obedezcan a la legítima autoridad». Porque, «si no lo hicieran, sería para mí una desilusión y un dolor, ya que creo haberles instruido siempre a estar muy cerca del obispo, que ahora soy yo, decía, pero luego vendrán otros también necesitados de la oración de ustedes, de su obediencia y de su cordialidad».
Y concluye su misiva a los fieles pidiéndoles que recen por él, «para que sea bueno y fiel hasta el final».
En su carta a los seminaristas, monseñor Livieres les insta a seguir estudiando «siempre pegados al Magisterio y a la Tradición».
Y les da un par de consejos más. Por un lado, les invita a estar preparados para «estas vueltas que da la vida, para no desconcertarse». En segundo lugar, les invita a estar siempre alegres, porque «la alegría debe estar siempre presente».
Además, para preservar en su vocación, les pide que «sean muy sinceros con quienes dirijan sus almas». Más aún, «transparentes, así desenmascararán al diablo, que siempre quiere turbar la claridad de nuestras vidas«.
Les amonesta, asimismo, que se quieran micho unos a otros y «también a aquellos que cueste amar, porque no van bien». Y concluye, asegurándoles que «los llevo en el alma a todos…y no se olviden de rezar por mí».