Envuelta en sangre vino a la vida, y es el mismo manto, el que cubre ahora su ida
(Antonio Ramos, México).- Apenas si pude dormir esta noche. Sería como la una de la madrugada, hora del desayuno y la lectura de prensa en Madrid. Desperté bruscamente de manera sorpresiva y angustiado, cosa que no es usual en mi sueño. En un primer momento creí que amanecía de una pesadilla, sin recordar su contenido. Las ensordecedoras e intermitentes explosiones me trasportaron a reconocidos sonidos estridentes del pasado. No tuve duda, se trataba de disparos a ráfaga de un fusil de asalto Kalashnikov.
Me asome a la ventana y pude observar entre la densa niebla de polvo, cómo se encendían algunas luces de las casuchas de cartón piedra, y de ellas, al igual que los zombis del cine de terror, aparecían algunos vecinos sorprendidos por los truenos infernales de esta noche. Algunos niños harapientos y semidesnudos se desperezaban adormecidos. El panorama se fue dibujando poco a poco, con la parsimonia propia del «ahorita mexicano».
A los seres de ultratumba le siguieron los graznidos arrítmicos y luminosos de la ambulancia. Unido a ello el rally de varios vehículos todo terreno de la policía judicial del Estado, levantando todavía más, la densa polvareda de la calle aún sin pavimento de la colonia Buenos Aires. En el suelo tendida una mujer yace sobre un lecho de sangre y tierra. Bisbisean los vecinos que María se marchó al fin del «valle de las lágrimas». Su roja vida corre entremezclada, en perfecta malgama, junto a las aguas negras e infectas del pequeño arroyuelo que desciende calle abajo. Envuelta en sangre vino a la vida, y es el mismo manto, el que cubre ahora su ida.
¡Maldito perfume de la madre tierra humedecida con el plasma que nutre la existencia! ¡Pérfido aroma del preciado fluido de las venas, rodando por los suelos! ¡Despreciable polvo blanco e inútil sangre derramada! Hoy, en nombre de la dignidad del ser humano, nuevamente, tierra mojada, yo te condeno.
Dicen que María se dedicaba al «narco-menudeo». Muchos lo hacen en esta antesala del infierno, para los más parias de la tierra. No ven más salida. Escasas opciones para una vida digna. La elección no es fácil: vivir bajo el interminable yugo de horas de sol mal pagado; maquilar para empresas del primer mundo dejándose los ojos y las manos a precio de saldo; ser la mucama de la mujer del gran ranchero de jet privado; ejercer como amante nocturna del mejor postor a cambio del sustento diario y de lágrimas, muchas lágrimas… y golpes, muchos golpes.
Vestir el vestido corto multicolor de una magdalena cualquiera al encenderse las luces de neón de la zona de tolerancia, donde repostaran muchos de los camioneros y machos de tres al cuarto. Al final sucumbir. Abrazarse como adolescente hiperhormonal a la otra «maría», «yerba», «mafú», «pasto» o al polvo blanco recién llegado de las selvas colombianas. Ser «burrera», pasar la «mota» a las órdenes del caballo del Herodes de turno. Paradójicamente buscar refugio y protección en la charca del infierno: meter la mano en el cobijo de la cascabel.
María está sola, muy sola, en la morgue fría y sola del Seguro Social. Me ha impresionado verla sobre la mesa de acero inoxidable donde se realizan las autopsias. No es la primera vez que asisto a un panorama como éste, pero agraciadamente no me acostumbro. Observo su cuerpo desnudo atravesando el desierto del rigor mortis. Sus pechos erguidos parecen querer salirse del lugar de las sombras. Puntiagudos se asemejan a las cuatro balas calibre 7,62 x 39 mm alojadas en el centro de su tórax y que le partieron el alma, ya dañada del pasado.
María es una banda sonora que se repite con frecuencia en la tierra de los pobres. Pongamos que hablo de Nogales.
Mientras tanto allá en Madrid seguirán pendientes de cómo amaneció el Euribor o de si Syriza se salió o no de la Zona Euro.