Peña Nieto definió a Francisco como "un líder visionario que está acercando a una institución milenaria a los jóvenes, un papa reformador que está llevando a la Iglesia al encuentro con la gente"
(Jesús Bastante).- «La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo». Francisco arrancó su viaje a México con un discurso duro pero esperanzado. Ante los poderes políticos, económicos y sociales del país, hizo un llamamiento a construir un mundo nuevo, lejos de la «cultura del descarte» y que respete una unidad basada en «la multiculturalidad».
No es demasiado amigo el Papa Francisco de los protocolos, ni de las ceremonias cerradas, ceremoniosas. Se le notó cuando acudió al palacio presidencial, rindiendo visita al presidente Enrique Peña Nieto. Se entonaron los himnos oficiales de México y el Vaticano, y se homenajeó a ambas banderas. La sintonía con Peña Nieto no es la misma que la observada, hace unos meses, entre el Papa y Evo Morales o Rafael Correa.
Sonaba extraño que la ceremonia de bienvenida se diera varias horas después de la llegada papal, sobre todo cuando el aterrizaje en Ciudad de México estuvo cargado de un espectáculo de luz y sonidos, primero, y del acompañamiento de una auténtica multitud por las calles de la capital hasta la Nunciatura.
En el Palacio Nacional fue el momento de los discursos. Antes, hasta llegar a la plaza del Zócalo, Francisco volvió a darse un baño de multitudes. La sintonía que tal vez falte con el presidente sobra con el pueblo, y se palpa claramente en el rostro de Bergoglio. Sobrio, serio, encorsetado en el palacio; alegre, dicharachero y explosivo en el contacto con la gente.
Tras quince minutos de reunión, y una visita al impresionante palacio, ambos mandatarios pronunciaron los protocolarios mensajes de bienvenida. El primero, el presidente de México, quien subrayó que «hoy es un día de entusiasmo y de enorme alegría. El pueblo de México está emocionado porque usted está aquí entre nosotros«.
Peña Nieto definió a Francisco como «un líder visionario que está acercando a una institución milenaria a los jóvenes, un papa reformador que está llevando a la Iglesia al encuentro con la gente», y señaló que «Mexico lo quiere, quiere al Papa Francisco por su sencillez, por su bondad, por su calidez. Usted tiene un hogar en el corazón de millones de mexicanos».
Al tiempo, pidió al Papa «un mensaje de aliento y esperanza», pues éste «es un tiempo de grandes retos», con grandes contradicciones y desigualdades. «Tenemos que renovar la esperanza en el futuro, estamos llamados a edificar un mundo mejor, trabajando en sintonía, porque la solidaridad es un modo de hacer la historia», porque «las causas del Papa son también las causas de México».
Por su parte, Bergoglio señaló su alegría por «poder pisar esta tierra mexicana, que ocupa un lugar muy especial en el corazón de las Américas». «Yo vengo como misionero de misericordia y paz, pero también como hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella», subrayó, al tiempo que rindió un «homenaje a este pueblo y a esta tierra, tan rica en cultura y diversidad».
La multiculturalidad fue uno de los ejes del discurso de Francisco, quien incidió en que la identidad del país «aprendió a gestarse en la diversidad, que constituye un patrimonio a valorar, estimular y cuidar«, ahora y en el futuro, especialmente en un país donde la mitad de la población son jóvenes. «La principal riqueza de México tiene rostro joven (…). Esto permite proyectar un futuro, un mañana, da esperanza. Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse».
La mirada hacia el futuro, continuó el Papa, obliga a «reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, que deseamos legar a las generaciones venideras», sobre la base de un bien común que «en este siglo XXI no goza de buen mercado».
«La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo», clamó el Papa, quien destacó los «grandes testimonios de ciudadanos que han comprendido que era necesario el acuerdo de las instituciones políticas, sociales y de mercado, y de todos los hombres y mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien común y la promoción de la dignidad de la persona».
«Seamos dignos actores de nuestro propio destino», añadió Bergoglio, quien reivindicó «vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz«. Y» esto no es solo asunto de leyes… sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro, como corresponde en la causa común de promover el desarrollo nacional».
«El Gobierno mexicano -concluyó- puede contar con la colaboración de la Iglesia católica» en pos «de la gran causa del hombre: edificación de la civilización del amor». «Me dispongo a recorrer este hermoso y gran país, como misionero y peregrino, que quiere renovar con ustedes la experiencia de misericordia como un nuevo horizonte de posibilidad que es inevitablemente portador de justicia y de paz».
Discurso del Papa:
Señor Presidente,
Miembros del Gobierno de la República,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Hermanos en el Episcopado,
Señoras y señores.
Le agradezco, señor Presidente, las palabras de bienvenida que me ha dirigido. Es motivo de alegría poder pisar estas tierras mexicanas que ocupan un lugar especial en el corazón de las Américas. Hoy vengo como misionero de misericordia y paz pero también como hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella.
Buscando ser buen hijo, siguiendo las huellas de la madre, quiero, a su vez, rendirle homenaje a este pueblo y a esta tierra tan rica en culturas, historia y diversidad. En su persona, Señor Presidente, quiero saludar y abrazar al pueblo mexicano en sus múltiples expresiones y en las más diversas situaciones que le toca vivir. Gracias por recibirme hoy en su tierra.
México es un gran País. Bendecido con abundantes recursos naturales y una enorme biodiversidad que se extiende a lo largo de todo su vasto territorio. Su privilegiada ubicación geográfica lo convierte en un referente de América; y sus culturas indígenas, mestizas y criollas, le dan una identidad propia que le posibilita una riqueza cultural no siempre fácil de encontrar y especialmente valorar. La sabiduría ancestral que porta su multiculturalidad es, por lejos, uno de sus mayores recursos biográficos. Una identidad que fue aprendiendo a gestarse en la diversidad y, sin lugar a dudas, constituye un patrimonio rico a valorar, estimular y cuidar.
Pienso, y me animo a decir, que la principal riqueza de México hoy tiene rostro joven; sí, son sus jóvenes. Un poco más de la mitad de la población está en edad juvenil. Esto permite pensar y proyectar un futuro, un mañana. Eso da esperanza y proyección. Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse; es una invitación a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro y, a su vez, nos desafía positivamente en el presente. Esta realidad nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones venideras. También a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este «bien común» que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.
El pueblo mexicano afianza su esperanza en la identidad que ha sido forjada en duros y difíciles momentos de su historia por grandes testimonios de ciudadanos que han comprendido que, para poder superar las situaciones nacidas de la cerrazón del individualismo, era necesario el acuerdo de las Instituciones políticas, sociales y de mercado, y de todos los hombres y mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien común y en la promoción de la dignidad de la persona.
Una cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el vuestro, tiene que ser la fuente de estímulo para que encontremos nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la construcción de «una política auténticamente humana» (Gaudium et spes, 73) y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte.
A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.
Esto no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras -siempre necesarias-, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional. Es una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto colectivas como individuales.
Le aseguro señor Presidente que, en este esfuerzo, el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor.
Me dispongo a recorrer este hermoso y gran País como misionero y peregrino que quiere renovar con ustedes la experiencia de la misericordia como un nuevo horizonte de posibilidad que es inevitablemente portador de justicia y de paz.
Y me pongo bajo la mirada de María, la Virgen de Guadalupe, para que, por su intercesión, el Padre misericordioso nos conceda que estas jornadas y el futuro de esta tierra sean una oportunidad de encuentro, de comunión y de paz.
Muchas gracias.