Trabajen para que esta sociedad que usa y tira a la gente no siga cobrándose víctimas
(José M. Vidal).- El Papa Francisco se despide de México en la frontera de las fronteras, en Ciudas Juárez, la ‘Lampedusa del desierto’. En medio de un clima profundamente emotivo, con muchos presos llorando de emoción, el Papa les invita a «ser profetas», a «abrir la puerta al futuro», a perdonar a la sociedad «de usar y tirar» que no supo auyudarlos y a «levantar la cabeza oara ganar ese espacio de libertad anhelado».
Nada más entrar en el recinto, antes de saludar a las autoridades, se dirige a la gente, que le abraza y le dice: «Te queremos, Papa, te queremos»
Una vez dentro del complejo, el Papa vuelve a subirse a un cochecito de golf, para acercarse hasta el lugar donde están los presos, mientras de fondo suena un corrido de gracias al Padre.
Se trata del Centro de Readaptación Social Estatal 3 (Cereso), una cárcel mixta donde lo esperan 600 reclusos hombres, 100 mujeres, 250 familiares de internos, 50 miembros de la pastoral penitenciaria y 50 más de la fiscalía responsable de las penitenciarías de Chihuahua.
A un lado de la explanada, donde están ya sentados los reclusos, la capillita, blanca inmaculada con su pequeño campanario. El Papa le regala a la capilla un Cristo de cristal a la capilla de los presos.
«Les agradezco todo el bien que hacen aquí. Mil maneras de hacer el bien que no se ven. Se van a encontrar conmucha fragilidad. Por eso quise traer una Cristo de cristal, lo más frágil, se rompe enseguida.- Cristo es lo más frágil de la humanidad ym sin embargo, nos ama y nos ayuda y nos da fuerzas para seguir adelante. Sepan sembrar semillas de esperanza y de resurrección», improvisa el Papa en el interior de la capillita.
Y con trodos los voluntarios reza el avemaría, mientras los presos y las presas en la explanada se levantan. El Papa imparte la bendición y sale de la capilla, para dirigirse a los presos de esta cárcel y de otras 400 cárceles de México y Estados Unidos.
Saludo del obispo responsable de la pastoral penitenciaria: «Bienvenido a traer consuelo. Sus palabras serán bñasamo en el corazón de tantos hermanos y también en el ánimo de las autoridades civiles, que la cárcel no sea la única medicina para aquellos que cometen delitos menores».
Toma la palabra una interna: «Su presencia es un llamado a la obra de misericordia. Es también un llamado para lso que se olvidaron que aquí hay seres humanos. Aqauí se pone a prueba la fe y la fortaleza del espíritu. Donde todos somos iguales hasta en nuestra vestimenta. Aquí, uno no es dueño de su presente ni de su futuro. Vamos a clases, para no volver a ser víctimas de la ignorancia. Aprendemos un oficio. No todo ha terminado aquí. Es una pausa en nuestras vidas. Un tiempo de reflexión. Que nuestros hijos e hijas no repitan nuestra historia. Somos personas pacientes. Que a donde vayamos llevemos amor. Su visita será histórica y alimento de fe y esperanza. Gracias por tomarnos en cuenta y traernos la caricia de Dios. HOy, Su Santidad, se hizo uno de nosotros en la cárcel. Benditos los pies que vienen en nombre de Dios».
Y la reclusa se funció en una abrazo emocionado con el Papa, mientras lloraba a raudales.
Salen 40 reclusos a saludar al Papa y le entregan regalos, mientras el coro de la cárcel toca el «Bésame mucho» y el «Canta y no llores». Hasta que el último preso de la fila le regala un báculo de madera hecho por los reclusos de una cárcel de Chihuahua.
Algunas frases del Papa
«Concluyendo mi visita a Médxico. No quería irme sin venir a saludarlos y celebrar el jubileo de misericordia con ustedes»
«En Bangui pude abrir la primera puerta de la misericordia para el mundo entero de este Jubileo»
«Hoy, junto a ustedes y con ustedes quiero reafirmar, una vez más, la confianza a la que Jesús nos impulsa, la misericordia que abraza a todos y entod slo srinconces»
«No hay espacio ni persona a la que su mie¡sericordia no pueda llegar»
«Romper los círculos de la violencia y de la delincuencia»
«Varias décadas persidas pensando que todo se resuelve encarcelando, sacándonos los problemas de encima»
«Nos hemos olvidado de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra verdadera preocupación: las vidas de las personas»
«Las cárceles son un síntoma de cómo estamos en la sociedad, un síntoma de silencios, de omisiones que han provocado una cultura del descarte, de una cultura que ha dejado de apostar por la vida y de una sociedad que ha ido abandonando a sus hijos»
«La reinserción comienza afuera en las callas de la ciudad. Comienza creando un sistema de salud social, una sociedad que busque no enfermar»
«Un sistema de salud social que busque una cultura»
«Pareciese que las cárceles se propusieran incapacitar a las personas»
«El problema de la seguridad no se agota encarcelando.Hay que afrontar las causas estructurales de la inseguridad del entramado social»
«Capacidad de incluir a los pobres, emfermos y presos está la posibilidad de que ellos puedan sanar sus heridas»
«La reinserción social comienza insertando a todos nuestros hijos en las escuelas y a sus familias en trabajos dignos»
«Aprender a abrir la puerta al futuro, al mañana y creer que las cosas pueden ser diferentes»
«Invitarlos a levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de libertad anhelado»
«Repetir esa frase que acabamos de escuchar: ‘Pregúntate para que estás aquí’. Que este para qué nos lleve adelante y nos haga saltar las vallas de ese engao social que cree que la seguridad y el orden sólo se logra encarcelando»
«Sabemos que no se puede volver atrás. Que quede claro que eso no quiere decir que no haya una posibilidad de escribir una nueva historia hacia adelante»
«Sufren el dolor de la caída, sienten el arrepentimiento de sus actos y buscan rehacer esa vida desde la soledad»
«Han conocido la fuerza del dolor y del pecado. No se olviden que también tienen a su acance la fuerza de la misericordia divina, que hace nueva todas las cosas».
«Luchen desde acá dentro por revertir las situaciones que generan más exclusión»
«Ayuden a frenar el círculos de la violencia y de la exclusión»
«El que experimentó el infierno puede volverse un profeta en la sociedad»
«Trabajen para que esta sociedad que usa y tira a la gente no siga cobrándose víctimas»
«Les hablo desde la experiencia de mis propias heridas, errores y pecados, que el señor quiso perdonar»
«Siempre me pregunto, al entrar a un cárcel: ¿por qué ellos y no yo?»
«Es un misterio de la misericordia divina»
«Pueden ser signos de las entrañas el Padre. Nos necesitamos unos a otros»
«Oremos en silencio todos juntos»
«Perdonar a la sociedad que no supo ayudarnos y tantas veces nos empujó a los errores»
«Que Dios nos ayude a creer en su misericordia»
Y la oración se hace silencio, con los presos recogidos en su interior. Algunos lloran a lágrima viva.
Y estalla una larga y emotiva ovación. El Papa dice adiós, se sube a su cochecito, mientras suena ‘Color esperanza’. Saluda a los ereclusos y, a la altura del coro, se para y estrecha las manos largo rato a algunos de ellos, emocionados hasta llorar.
Texto completo del discurso del Papa
Queridos hermanos y hermanas
Estoy concluyendo mi visita a México y no quería irme sin venir a saludarlos, sin celebrar el Jubileo de la Misericordia con ustedes.
Agradezco de corazón las palabras de saludo que me han dirigido, en las que manifiestan tantas esperanzas y aspiraciones, como también tantos dolores, temores e interrogantes.
En el viaje a África, en la ciudad de Bangui, pude abrir la primera puerta de la misericordia para el mundo entero. Hoy, junto a ustedes y con ustedes, quiero reafirmar una vez más la confianza a la que Jesús nos impulsa: la misericordia que abraza a todos y en todos los rincones de la tierra. No hay espacio donde su misericordia no pueda llegar, no hay espacio ni persona a la que no pueda tocar.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es recordar el camino urgente que debemos tomar para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra preocupación: la vida de las personas; sus vidas, las de sus familias, la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de la violencia.
La misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de cómo estamos como sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios y omisiones que han provocado una cultura de descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que ha ido abandonando a sus hijos.
La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que comienza antes, comienza «afuera», en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social.
A veces pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos más que promover los procesos de rehabilitación que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a determinada actitud. El problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social
La preocupación de Jesús por atender a los hambrientos, a los sedientos, a los sin techo o a los presos (Mt 25,34-40) era para expresar las entrañas de la misericordia del Padre, que se vuelve un imperativo moral para toda sociedad que desea tener las condiciones necesarias para una mejor convivencia. En la capacidad que tenga una sociedad de incluir a sus pobres, sus enfermos o sus presos está la posibilidad de que ellos puedan sanar sus heridas y ser constructores de una buena convivencia. La reinserción social comienza insertando a todos nuestros hijos en las escuelas, y a sus familias en trabajos dignos, generando espacios públicos de esparcimiento y recreación, habilitando instancias de participación ciudadana, servicios sanitarios, acceso a los servicios básicos, por nombrar sólo algunas medidas.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es aprender a no quedar presos del pasado, del ayer. Es aprender a abrir la puerta al futuro, al mañana; es creer que las cosas pueden ser diferentes. Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es invitarlos a levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de libertad anhelado.
Sabemos que no se puede volver atrás, sabemos que lo realizado, realizado está; por eso he querido celebrar con ustedes el Jubileo de la misericordia, ya que eso no quiere decir que no haya posibilidad de escribir una nueva historia hacia delante. Ustedes sufren el dolor de la caída, sienten el arrepentimiento de sus actos y sé que, en tantos casos, entre grandes limitaciones, buscan rehacer su vida desde la soledad. Han conocido la fuerza del dolor y del pecado, no se olviden que también tienen a su alcance la fuerza de la resurrección, la fuerza de la misericordia divina que hace nuevas todas las cosas. Ahora les puede tocar la parte más dura, más difícil, pero que posiblemente sea la que más fruto genere, luchen desde acá dentro por revertir las situaciones que generan más exclusión. Hablen con los suyos, cuenten su experiencia, ayuden a frenar el círculo de la violencia y la exclusión. Quien ha sufrido el dolor al máximo, y que podríamos decir «experimentó el infierno», puede volverse un profeta en la sociedad. Trabajen para que esta sociedad que usa y tira no siga cobrándose víctimas.
Quisiera también alentar al personal que trabaja en este Centro u otros similares: a los dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todos los que realizan cualquier tipo de asistencia en este Centro. Y agradezco el esfuerzo de los capellanes, las personas consagradas y los laicos que se dedican a mantener viva la esperanza del Evangelio de la Misericordia en el reclusorio. Todos ustedes, no se olviden, pueden ser signos de la entrañas del Padre. Nos necesitamos los unos a los otros para salir adelante
Antes de darles la bendición me gustaría que rezáramos un rato en silencio. Que cada uno pida a Dios, desde la intimidad del corazón, que nos ayude a creer en su misericordia
Y les pido que no se olviden de rezar por mí.