A los Pastores de la Iglesia nos ha dejado retos muy grandes que, en primer lugar, nos interpelan y nos piden revisar el estilo de nuestra vida y nuestra labor apostólica
(Cardenal Alberto Suárez Inda, en L’Osservatore Romano).- Después de un mes de la visita del Papa Francisco a México seguimos saboreando, rumiando y asimilando lo que este acontecimiento de gracia significa para la Iglesia y para el pueblo de México.
Sin duda que la clave de este viaje nos la dio el mismo Santo Padre al quedarse sólo un buen rato ante la imagen de santa María de Guadalupe, contemplándola y dejándose contemplar por Ella. El espíritu mariano le da al servicio petrino su autenticidad católica. Además de la solidez de la roca y de la firmeza de las columnas apostólicas, se necesita la ternura y confianza que inspira la Madre. Fue un momento conmovedor el tiempo que pasó el Papa en silencio en el camerino de la Virgen, pero sobre todo fue un signo teológico y pastoral decisivo.
Desde el primer discurso en el Palacio Nacional hasta su despedida en el Aeropuerto de Ciudad Juárez, constantemente se refería el Papa a la Guadalupana, llegando a decir en el Angelus del domingo 21 de febrero, ya de regreso en el Vaticano, que el Santuario del Tepeyac fue «el baricentro» espiritual de su peregrinación.
En la raíz de nuestra identidad como Nación está el acontecimiento guadalupano; un encuentro de culturas y dignificación de un pueblo llamado a tener un lugar especial en el mundo. Toda elección, lo sabemos, es gracia y es responsabilidad como sucedió con el Pueblo de Israel: «no hizo tal cosa con otra nación». Los mensajes dirigidos a diferentes grupos eclesiales, a familias y jóvenes, a indígenas y migrantes, a enfermos y reclusos, nos hacen ver que la Iglesia debe ser incluyente y tiene que preocuparse por todos sin distinción, como una madre que no ignora ni desprecia a ninguno de sus hijos.
Los encuentros con Autoridades Civiles, con Rectores de Universidades y con Ministros de otras Confesiones Religiosas, nos impulsan a mantener una actitud de diálogo respetuoso construyendo puentes y compartiendo, con todos, los ideales comunes a favor de la sociedad. Algo notable es el estilo comunicativo del Papa, su lenguaje directo y comprensible y, sobre todo, los gestos y acciones más elocuentes que muchos discursos.
Nos ha quedado una gratísima impresión de este acontecimiento histórico, sobre todo en los lugares que por primera vez visitó el Obispo de Roma. Nuestra tarea es seguir cultivando las semillas de misericordia y de paz que fue esparciendo por doquier el Papa Francisco. De otro modo no fructificaría el gran esfuerzo que implicó para él un viaje maratónico de frontera a frontera, yendo a las periferias geográficas y existenciales.
A los Pastores de la Iglesia nos ha dejado retos muy grandes que, en primer lugar, nos interpelan y nos piden revisar el estilo de nuestra vida y nuestra labor apostólica. A los laicos, especialmente a los jóvenes, les ha abierto caminos para realizar su misión con esperanza y valentía. Ante las situaciones negativas que nos pueden desalentar, el Santo Padre nos ha llamado a recuperar la confianza y defender nuestra dignidad de hijos de Dios.
Agradecidos con Dios que, a través del Vicario de Cristo, nos ha hecho experimentar su gran misericordia, pedimos al Espíritu Santo siga inspirándolo y fortaleciéndolo en su ministerio y a nosotros nos conserve en comunión de fe y caridad.