Ahora estoy empeñado en la lucha por la causa de los pobres labradores indefensos, pueblo oprimido en las garras de los latifundios. ¿Si yo me callo, quién los defenderá? ¿Quién luchará a su favor?
(Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en Brasil).- Defender a los que no cuentan siempre fue arriesgado y provoca incomprensión y persecución. En la Iglesia Católica no es diferente. Este 10 de mayo se han cumplido 30 años del martirio del Padre Josimo Morais Tavares.
Él sabía, como pronunció el 27 de abril de 1986 en la Asamblea Diocesana de Tocantinópolis, estado de Tocantins, región norte de Brasil, pocos días antes de su muerte, que ésta estaba anunciada y encomendada. De hecho habían pasado pocos días desde que el 15 de abril su coche recibiese cinco disparos en cuanto se desplazaba entre las ciudades de Agustinópilos y Axixá.
Sus palabras reflejan que entendía que ser sacerdote y asumir el compromiso profético que debe formar parte de la vida de todo discípulo, tiene sus consecuencias: «Quiero que vosotros entendáis que lo que viene sucediendo no es fruto de ninguna ideología o facción teológica, ni por mí mismo, o sea, por mi personalidad. Creo que el porqué de todo esto se resume en tres puntos principales: por haberme llamado Dios con el don de la vocación sacerdotal y yo haber correspondido, por el Señor Obispo, Don Cornelio, haberme ordenado sacerdote y por el apoyo de la gente y del párroco de Xamboiá, entonces el Padre João Caprioli, que me ayudaron a superar los estudios».
Al fin y al cabo, la suerte de quien quiere caminar con Jesús de Nazaret, conlleva situaciones semejantes a las que el propio Cristo vivió: «El discípulo no es mayor que el maestro. Si me persiguieron a mí, han de perseguiros a vosotros también«. Movido por la fe en el Resucitado, el padre Josimo, no dudaba en afirmar que: «Tengo que asumirlo. Ahora estoy empeñado en la lucha por la causa de los pobres labradores indefensos, pueblo oprimido en las garras de los latifundios. ¿Si yo me callo, quién los defenderá? ¿Quién luchará a su favor? Yo por lo menos no tengo nada a perder. No tengo mujer, hijos, ni riqueza siquiera, nadie llorará por mí. Sólo tengo pena de una persona: de mi madre, que sólo me tiene a mí y a nadie más. Pobre, viuda, pero vosotros quedáis ahí y cuidaréis de ella».
Las palabras del sacerdote muestran lo que desde la serenidad de ánimo asumía como consecuencia de una forma de vida a partir del proyecto cristiano: «Ni el miedo me detiene. Es hora de asumir. Muero por una justa causa. Ahora quiero que vosotros entendáis lo siguiente: todo esto que está pasando es una consecuencia lógica resultante de mi trabajo en la lucha y defensa de los pobres, en pro del Evangelio, que me llevó a asumir hasta las últimas consecuencias. Mi vida no vale nada en previsión de la muerte de tantos labradores asesinados, agredidos y expulsados de sus tierras, dejando mujeres e hijos abandonados, sin cariño, sin pan y sin hogar. ¡Es hora de levantarse y marcar la diferencia! Muero por una causa justa.»
Humanamente resulta inexplicable la actitud del Padre Josimo. Sólo desde una profunda experiencia de Dios se pueden asumir semejantes palabras, un Dios que se hace presente en la vida de los pequeños a través del compromiso de quien realmente cree en Él hasta las últimas consecuencias. Su vida, sus escritos y testimonios, muestran que la actitud que fundamentó su vida fue el servicio al Reino de Dios, que se expresaba en la proximidad con los más necesitados, en su caso con los agricultores pobres expulsados de sus tierras por los grandes terratenientes locales.
Fueron estos terratenientes quienes dictaminaron su muerte, encargada a Geraldo Rodrigues da Costa, el mismo que había disparado contra el coche del sacerdote el 15 de abril del mismo año. Cuando llegaba al edificio donde trabajaba como Coordinador de la Comisión Pastoral de la Tierra de la Región Araguaia-Tocantins, en el centro de Imperatriz, interior del estado de Maranhão, en cuanto subía las escaleras, fue sorprendido por el asesino que le disparó dos tiros que le dejaron herido de muerte. Trasladado al hospital de la ciudad murió dos horas después. Había muerto con sólo 33 años el «padre negro de sandalias gastadas», como era conocido por los labradores a los que acompañaba.
Su muerte alcanzó una gran repercusión en un país que ese mismo año había restaurado el sistema democrático y la investigación del asesinato, por petición expresa de José Sarney, el entonces Presidente de la República, se convirtió en una prioridad nacional, cosa poco común en muchos otros casos sucedidos en el país. De hecho el entierro del religioso contó con la presencia de diez obispos y del Ministro de la Reforma Agraria, Nelson Ribeiro. La mayoría de los implicados, antes o después fueron condenados.
La memoria de Josimo, el poeta, el músico, aquel que con su temperamento tranquilo le gustaba escuchar las historias del pueblo, sigue viva entre los campesinos pobres de Brasil y en la Iglesia de Base, en la mente y el corazón de todos los que luchan para que la tierra sea liberada de las garras del latifundio y dividida entre las familias campesinas que encuentran en ella la fuente de su sustento. Muchos asentamientos de Reforma Agraria, a lo largo y ancho de país recibieron y continúan recibiendo su nombre, las Comunidades Eclesiales de Base siempre lo recuerdan como uno de los «Mártires de la Caminhada», sabiendo que no existe amor mayor que dar la vida por los amigos.
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