El artista es siempre una persona inacabada, insatisfecha y con un alma atormentada. Y yo me identifico con eso
(Rodrigo Barrera Reyes, en La Segunda).- Fernando Chomalí Garib se mueve ágil por el centro de Concepción. El arzobispo penquista va con botines negros, parka Marmot oscura, un sombrero caqui, y va comiéndose una manzana a mordiscos. Parece más turista en San Pedro de Atacama que jefe de la iglesia de la VIII Región.
Mientras camina hacia las oficinas del arzobispado, junto a la plaza principal, un viento gélido entumece el rostro. Chomalí va feliz: «Acá hace menos frío que en Santiago, pero es más húmedo».
Hemos salido de su residencia en calle Cochrane rumbo a su oficina, ya que Chomalí ha insistido en que vea una serie de pinturas que encargó a artistas locales. «A cada uno le pedí un cuadro con su particular visión de un misterio del rosario». Cuando llegamos a la gran sala de reuniones, en el segundo piso, nos topamos con varias personas que analizan información sobre un telón que justo tapa las pinturas que el sacerdote quiere mostrar.
«Hola, chiquillos. ¿Los puedo molestar un momento? Es muy breve», se disculpa Chomalí, mientras se mueve a una esquina y aprieta un botón que hace subir el telón. «¿Qué te parece? Son preciosas, ¿no?», dice. Luego se vuelve a excusar, y abandona el salón.
Primeros acordes
Chomalí es un arzobispo intelectualmente multifacético (ingeniero civil, doctor en teología, máster en bioética y con estudios en arquitectura y música), heredero de un espíritu solitario forjado en su niñez y juventud, vencedor de una tartamudez y convencido del poder de la prédica a través del arte.
Un historial amplio y poco común para quien algunos señalan como posible sucesor de Ricardo Ezzati en el arzobispado de Santiago, el próximo año. Sería una doble coincidencia, ya que Chomalí reemplazó a Ezzati en Concepción en 2011.
Hemos estado conversando en su amplia casa de calle Cochrane, un lugar donde queda claro el espíritu de este «arzobispo artista». En las paredes solo cuelgan cuadros que él ha pintado; la gran mesa de la sala la hizo él con un maestro, y sobre una silla se apilan libros en delicado equilibrio: es una escultura creada por el propio Chomalí. Sobre una mesa, un pedazo de madera está fijado a una base metálica. «La recogí como basura, pero se convirtió en una obra de arte», cuenta.
La pasión de Chomalí por el arte tiene mucho que ver con su padre, Juan, un dentista y profesor universitario que era un coleccionista de pinturas, alfombras persas y relojes antiguos. Era la época en que el niño Fernando tocaba guitarra, su padre el piano y su hermano Jaime -actual embajador de Chile en Etiopía- flauta traversa.
«Como sacerdote, siempre me pregunto: ¿cómo puedo hablar más y mejor de Jesucristo? ¿Cómo puedo llegar con un mensaje de esperanza y de amor a quienes no tienen mayor vínculo con la Iglesia? Y el arte ha sido canal privilegiado para ello«, explica, mientras se entibia con una taza de té.
El «bombardeo»
Se ha mudado 15 veces. Ligero de equipaje, siempre ha estado acompañado de dos pertenencias inseparables: una bicicleta -que ubica en un rodillo y se transforma en su estación de trabajo una hora al día- y su querida guitarra Yamaha 225, que lo acompaña hace 40 años. Pero el instrumento nunca fue plus con las mujeres. «Tengo el recuerdo de cierta melancolía en mi juventud. Tenía que ver con varias cosas; una de ellas, mi tartamudez». Un problema que no solucionó ningún médico, pero que pudo superar de manera misteriosa al ingresar al Seminario.
Chomalí recuerda que uno de los lugares a los que llegó para tratarse era un centro médico que tenía como pacientes a varios niños con Down. Esa etapa que lo marcó, especialmente por la sencillez de los muchachos y su capacidad de ser felices con cosas simples. Y por ese recuerdo es que, a modo de gratitud, una de sus obras más comentadas en Concepción es Lavandería Industrial 21, donde trabaja una veintena de chicos con Down.
Después de conversar con Chomalí fui a conocer el lugar. Se trata de un sitio pulcro y lleno de energía. Mantienen convenios con hoteles y clínicas y hay lista de espera para integrar su equipo de trabajo. En las murallas se exhiben fotografías tomadas por Chomalí a distintos paisajes de la VIII Región. La selección de imágenes son parte de un trabajo que tituló «Dios anda por estos lados, yo lo he visto», y que Chomalí se encargó de exponer en la cárcel de Concepción.
«El arte saca lo mejor del ser humano. Es un reflejo del espíritu de Dios que habita en nuestro ser», explica. A mí las ideas me llegan, y empiezan bombardear mi mente, corazón y oración. Y llega un momento en que debo volcarlo en alguna forma artística».
Ese «bombardeo» fue el que originó su primera obra de teatro. Se inspiró en el relato de una alumna y las preguntas que se hacía tras saber que había nacido gracias a la fecundación in vitro. Chomalí quedó inquieto con la historia, y un día se levantó a las cinco de la mañana y comenzó a escribir. El resultado fue «Un hombre de catálogo», adaptación teatral que ha tenido tres versiones.
Su segunda obra, llamada «Al final», tuvo esta trama: un ejecutivo exitoso de 55 años al que se le descubre cáncer y debe lidiar con el fin de sus días.
Adelanta que su tercera obra será un monólogo.
Alma atormentada
Como con su primera obra de teatro, su primera pintura también comenzó de manera impulsiva. Ya le había llegado el «bombardeo», y fue a una librería y compró un gran lienzo. Demoró una semana en terminarlo. Era el 2012, y siguieron otras ideas bíblicas para poner en las telas: el hijo pródigo, los ángeles… Chomalí cuenta los cuadros que se reparten en su residencia. Son 16. Y ya tiene lista la idea de su próxima pintura: el aborto. ¿Sus pinturas preferidas? Dos: una que llamó «Ángeles» y otra titulada «Invierno».
En el sur Chomalí ha creado un fuerte vínculo con la comunidad artística de la VIII Región. A algunos de ellos les pidió pintar 25 sagrarios para después instalarlos en distintas capillas de la región. «El arte tiene una dimensión social, puesto que embellece el mundo frente a la agresión brutal del individualismo que nos acecha. Las obras sociales también van en esa dirección: embellecer el mundo». Y aprovecha de comentar su nuevo empeño: adaptar un bus para que se convierta en refugio móvil para los que pasan las noches en las calles de Concepción.
Antes de terminar la conversación, Chomalí lanza con sinceridad: «El artista es siempre una persona inacabada, insatisfecha y con un alma atormentada. Y yo me identifico con eso».
Sus pinturas parecen escucharlo en silencio.