Lo que un día fue llevado a cabo con mano de obra esclava, salida de quienes aquí vivían y de quienes fueron traídos de Africa amarrados con cadenas, hoy se realiza con grandes máquinas
(Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil).- La situación por la que pasan los indígenas brasileños es preocupante. Las tentativas de acabar con ellos, abierta o veladamente, es una realidad que acompaña la vida de los pueblos originarios de estas tierras desde que hace más de quinientos años llegaron los primeros europeos a lo que hoy se conoce como Costa del Descubrimiento.
Esa persecución sólo está aumentando en los días de hoy, en una situación que se agrava cada día más como consecuencia de un gobierno declaradamente anti indígena y que hace la vista gorda, y muchas veces apoya, a las constantes tropelías que grupos organizados cometen contra estos pueblos. La situación es tan dramática que diversos organismos internacionales han denunciado las agresiones institucionalizadas que muchos indígenas están sufriendo.
Teniendo en cuenta esta coyuntura, este 19 de abril, en que se celebra el Día de los Pueblos Indígenas, tiene que ser un momento de lucha por los derechos que la Constitución Federal brasileña de 1988 garantiza a los pueblos originarios de esta tierra, y que poco a poco han sido robados, provocando altas dosis de sufrimiento y muerte en los diferentes rincones del país.
La gran mayoría de los organismos que deberían velar por los derechos y cuidados de los pueblos indígenas estan envueltos en esquemas de corrupción o sin recursos para llevar a cabo su trabajo cotidiano. La Fundación Nacional del Indio, FUNAI, el Distrito de Salud Especial Indígena, DSEI, y tanto otros, hace mucho tiempo que han dejado de llevar a cabo su trabajo y hoy son foco de escándalo a nivel local y nacional.
La llegada de la cultura occidental supuso un cambio de paradigma en unos pueblos que habitaban estas tierras milenarmente. El deseo de explotar los recursos naturales a cualquier precio chocó de frente con una cultura de cuidado y preservación que estaba presente en la forma de entender la vida de los moradores originarios y eso, con el paso del tiempo, sólo fue aumentando, hasta convertirse en un drama en la actualidad.
Lo que un día fue llevado a cabo con mano de obra esclava, salida de quienes aquí vivían y de quienes fueron traídos de Africa amarrados con cadenas, hoy se realiza con grandes máquinas. Grandes empresas mineras, madereras, agrícolas, ganaderas…, se quieren convertir, si es que ya no se han convertido, en dueñas de unas tierras y unos recursos que no les pertenecen, lo que provoca el éxodo de un pueblo sometido a condiciones de vida humillantes.
La despoblación de las áreas indígenas en la Amazonia brasileña es una realidad cada vez más preocupante, pues nadie va a cuidar mejor de esta región que quien en ella nació y creció, que quien siempre sintió la naturaleza como su propia Madre. La salida de quien está dispuesto a cuidar deja vía libre a quienes quieren entrar, devastar, recoger el lucro e irse para siempre, dejando atrás sólo muerte y destrucción.
Muchas veces la salida de las comunidades es la única solución, o al menos la más fácil, pues quienes allí viven son literalmente abandonados por el poder público. Uno, en las visitas a las comunidades, se depara con que la educación es prácticamente inexistente y sólo crea analfabetos funcionales, que difícilmente saben algo más que escribir su nombre, la sanidad pública no se hace presente, pasan meses sin ver un médico, inclusive en lugares donde la ley dice que debería haber uno de forma permanente.
La gente tiene que viajar, casi siempre de forma muy precaria y por varios días, para resolver cuestiones elementales, con el consiguiente desgaste y sufrimiento, lo que tiene como consecuencia final el abandono de las comunidades.
Ante esta dramática situación, todavía surgen voces que pretenden defender a los pueblos indígenas. La Iglesia católica brasileña, siguiendo los apelos del Papa Francisco, voz profética que cada día nos llama a asumir la defensa de la Casa Común y una ecología integral que tenga en cuenta a los más pobres, está convirtiéndose en uno de los principales altavoces contra un sistema social y un gobierno que masacra constrantemente a los indígenas.
Al trabajo constante del CIMI, Consejo Indigenista Misionero, por sus siglas en portugués, cuyos misioneros son perseguidos y amenazados de forma cada vez más clara y evidente, se unen las manifestaciones de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, CNBB, quienes se han posicionado contra el gobierno y sus reformas, pues éstas son contra la vida de los más pobres, entre los que se encuentran los pueblos indígenas.
La sociedad brasileña debe conocer una realidad que muchas veces pretende ser escondida a la opinión pública. En los colegios, los más jóvenes deben aprovechar este Día de los Pueblos Indígenas para algo más que pintarse la cara. Son las futuras generaciones quienes pueden construir una sociedad diferente, donde la exclusión no sea elemento cotidiano.
Como cristianos, como discípulos misioneros, no podemos callarnos ante una realidad que provoca dolor y sufrimiento en nuestros hermanos y compañeros de caminada. Quedarse callado es hacerse cómplice de un sistema que mata.
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