Me dirijo ahora a todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, como quien quiere ser portador de esperanza: que las dificultades no los opriman, que la violencia no los derrumbe, que el mal no los venza
(Jesús Bastante).- Tras su primer discurso en Colombia, el Papa se dirigió a la catedral de Bogotá, donde le fueron entregadas las llaves de la ciudad. En la plaza Simón Bolivar, donde se sitúa el templo, una auténtica multitud esperaba a que el Papa fuera a saludarles. Bergoglio les bendijo brevemente, antes de entrar al templo, donde tuvo lugar una oración solemne. Y, después, comenzó «el lío».
Al entrar en la catedral, y durante diez minutos, el Papa se mantuvo en silencio, en oración profunda, ajeno a todo. Pensando solo frente al cuadro de la Virgen de Chiquinquirá, a la que posteriormente le puso un rosario de oro, el regalo del Pontífice a la patrona.
Tras la oración, Francisco se dirigió hacia el balcón principal del palacio cardenalicio, desde donde saludó a decenas de miles de jóvenes, cuyos ensordecedores gritos enardecieron aún más el empuje de un Papa que ya se siente en casa.
Así lo hizo saber en sus palabras, interrumpidas una y otra vez con risas, aplausos y gritos (¡Esta es la juventud del Papa!). Ahí salió el Papa catequista, haciendo participar una y otra vez a los jóvenes de un vibrante discurso en el que Bergoglio se presentó como «un peregrino de paz y esperanza» que «deseo vivir estos momentos de encuentro con alegría, dando gracias a Dios por todo el bien que ha hecho en esta nación».
«Y vengo también para aprender: sí, aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad, porque ustedes saben que el obispo, y el cura, tienen que aprender de su pueblo. Por eso vengo a aprender, soy obispo y vengo a aprender», improvisó Francisco, recibiendo una de tantas ovaciones.
El Papa recordó que «han vivido momentos difíciles y oscuros, pero el Señor está cerca de ustedes, en el corazón de cada hijo o hija de este país». Porque «el Señor no es selectivo, no excluye a nadie. El Señor abraza a todos, y todos somos importantes y necesarios para él».
Esa es, para el Papa, «la verdad más importante: que Dios nos ama con amor de padre, y nos anima a seguir buscando y deseando la paz, aquella paz que es auténtica y duradera». Al ver la inmensidad de chicos y chicas que lo seguían, Francisco señaló que «tenía escrito que veía aquí a muchos jóvenes, pero… aunque tuviera los ojos vendados, sé que este lío solo lo pueden hacer los jóvenes».
«Mantened viva la alegría, es signo del corazón joven, del corazón que ha encontrado al Señor. Si mantienen viva la alegría con Jesús, nadie se las puede quitar, ¡nadie!», proclamó Bergoglio, quien insistió en la alegría, que es «suficiente para incendiar el mundo entero».
«¿Cómo no van a poder cambiar la sociedad?», señaló a los jóvenes. «No tengan miedo al futuro, atrévanse a soñar a lo grande. A ese sueño grande yo los invito». También, a «reconocer el sufrimiento de los otros». «Dejen que el sufrimiento de sus hermanos colombianos les abofetee y les movilice. Ayúdennos a los mayores a no acostumbrarnos al dolor y al abandono. Ayúdennos a esto, les necesitamos».
En ese momento, el Papa alertó del riesgo de «caer en una atmósfera de relativismo», aunque pidió «entender el dolor de los que han sufrido». Y es que «ustedes tienen la capacidad no sólo de juzgar y señalar desaciertos, sino esa otra capacidad hermosa y constructiva: la de comprender».
«Comprender incluso que, detrás de un error, que es error y no hay que maquillarlo, hay un sinfín de atenuantes o razones. Cuántos les necesita Colombia para ponerse en los zapatos de quienes no supieron hacerlo», pidió el Papa.
Los jóvenes, que son el vivo ejemplo de la «cultura del encuentro». «Ustedes pueden enseñarnos a los grandes que la cultura del encuentro no es pensar, vivir ni reaccionar todos del mismo modo. No, no es eso: la cultura del encuentro es saber que más allá de nuestras diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos trasciende. Somos parte de este maravilloso país».
La juventud tiene, recordó el Papa, otra capacidad para hacer «algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido«. «Ustedes nos ayudan en el intento de mirar adelante sin el lastre del odio, nos hacen ver todo el mundo que hay por delante, toda Colombia que quiere seguir adelante y desarrollándose, esa Colombia que los mayores se la debemos a ustedes».
«Precisamente por esta capacidad de perdonar, enfrentan el enorme desafío de ayudarnos a sanar nuestro corazón», prosiguió el Papa, quien pidió «estar dispuestos a darle a los otros una segunda oportunidad».
«Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y le llenen de utopía saludable. Muévanse, arriesguen, miren la vida con una sonrisa nueva, vayan adelante, no tengan miedo, sólo así se animarán a descubrir el país que se esconde detrás de las montañas, el que no aparece en la preocupación cotidiana por estar tan lejos. Ese país que no se ve y que es parte de este cuerpo que nos necesita. Ustedes, jovenes, son capaces de descubrir la Colombia profunda».
«Estoy seguro de que ustedes tienen el potencial necesario para construir la nación que siempre hemos soñado. Los jóvenes son la esperanza de Colombia y de la Iglesia, en su caminar y en sus pasos adivinamos los de Jesús, mensajero de la paz, aquél que siempre nos trae noticias buenas», culminó el Papa, quien concluyó dirigiéndose a todos los que «quieren ser portadores de esperanza».
«Que las dificultades no los opriman, que la violencia no los derrumbe, que el mal no los venza. Creemos que Jesús con su amor y misericordia, que permanecen para siempre, ha vencido el mal, el pecado y la muerte. ¿Lo repetimos? Solo basta salir a su encuentro. Salgan al encuentro de Jesús. Los invito al compromiso, no al cumplimiento, cumplo y miento (…). Salgan a ese compromiso en la renovación de la sociedad para que sea justa, estable, fecunda».
Saludo del Papa a los jóvenes:
Queridos hermanos y hermanas:
Los saludo con gran alegría y les agradezco la calurosa bienvenida. «Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!». Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes» (Lc 10,5-6).
Hoy entro a esta casa que es Colombia diciéndoles, ¡La paz con ustedes! Así era la expresión de saludo de todo judío y también de Jesús. Porque quise venir hasta aquí como peregrino de paz y de esperanza, y deseo vivir estos momentos de encuentro con alegría, dando gracias a Dios por todo el bien que ha hecho en esta Nación, en cada una de sus vidas.
Vengo también para aprender; sí, aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad. Han vivido momentos difíciles y oscuros, pero el Señor está cerca de ustedes, en el corazón de cada hijo e hija de este País. Él no es selectivo, no excluye a nadie sino que abraza a todos; y todos somos importantes y necesarios para Él. Durante estos días quisiera compartir con ustedes la verdad más importante: que Dios los ama con amor de Padre y los anima a seguir buscando y deseando la paz, aquella paz que es auténtica y duradera.
Veo aquí a muchos jóvenes que han venido de todos los rincones del País: cachacos, costeños, paisas, vallunos, llaneros. Para mí siempre es motivo de gozo encontrarme con los jóvenes. En este día les digo: mantengan viva la alegría, es signo del corazón joven, del corazón que ha encontrado al Señor. Nadie se la podrá quitar (cf. Jn 16,22). No se la dejen robar, cuiden esa alegría que todo lo unifica en el saberse amados por el Señor. El fuego del amor de Jesucristo hace desbordante ese gozo, y es suficiente para incendiar el mundo entero. ¡Cómo no van a poder cambiar esta sociedad y lo que se propongan! ¡No le teman al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande! A ese sueño grande los quiero invitar hoy.
Ustedes, los jóvenes, tienen una sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de otros; los voluntariados del mundo entero se nutren de miles de ustedes que son capaces de resignar tiempos propios, comodidades, proyectos centrados en ustedes mismos, para dejarse conmover por las necesidades de los más frágiles y dedicarse a ellos. Pero también puede suceder que hayan nacido en ambientes donde la muerte, el dolor, la división han calado tan hondo que los hayan dejado medio mareados, como anestesiados: Dejen que el sufrimiento de sus hermanos colombianos los abofetee y los movilice. Ayúdennos a nosotros, los mayores, a no acostumbrarnos al dolor y al abandono.
También ustedes, chicos y chicas, que viven en ambientes complejos, con realidades distintas y situaciones familiares de lo más diversas, se han habituado a ver que no todo es blanco ni todo es negro; que la vida cotidiana se resuelve en una amplia gama de tonalidades grises y esto los puede exponer al riesgo de caer en una atmósfera de relativismo, dejando de lado esa potencialidad que tienen los jóvenes, la de entender el dolor de los que han sufrido. Ustedes tienen la capacidad no sólo de juzgar, señalar desaciertos, sino también esa otra capacidad hermosa y constructiva: la de comprender. Comprender que incluso detrás de un error -porque el error es error y no hay que maquillarlo- hay un sinfín de razones, de atenuantes. ¡Cuánto los necesita Colombia para ponerse en los zapatos de aquellos que muchas generaciones anteriores no han podido o no han sabido hacerlo, o no atinaron con el modo adecuado para lograr comprender!
A ustedes, jóvenes, les es tan fácil encontrarse. Les basta un rico café, un refajo, o lo que sea, como excusa para suscitar el encuentro. Los jóvenes coinciden en la música, en el arte… ¡si hasta una final entre el Atlético Nacional y el América de Cali es ocasión para estar juntos! Ustedes pueden enseñarnos que la cultura del encuentro no es pensar, vivir, ni reaccionar todos del mismo modo; es saber que más allá de nuestras diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos trasciende, somos parte de este maravilloso País.
También vuestra juventud los hace capaces de algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido; es notable ver cómo no se dejan enredar por historias viejas, cómo miran con extrañeza cuando los adultos repetimos acontecimientos de división simplemente por estar atados a rencores. Ustedes nos ayudan en este intento de dejar atrás lo que nos ofendió, de mirar adelante sin el lastre del odio, porque nos hacen ver todo el mundo que hay por delante, toda la Colombia que quiere crecer y seguir desarrollándose; esa Colombia que nos necesita a todos y que los mayores le debemos a ustedes.
Y precisamente por esto enfrentan el enorme desafío de ayudarnos a sanar nuestro corazón; a contagiarnos la esperanza joven que siempre está dispuesta a darle a los otros una segunda oportunidad. Los ambientes de desazón e incredulidad enferman el alma, ambientes que no encuentran salida a los problemas y boicotean a los que lo intentan, dañan la esperanza que necesita toda comunidad para avanzar. Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables.
Sólo así se animarán a descubrir el País que se esconde detrás de las montañas; el que trasciende titulares de diarios y no aparece en la preocupación cotidiana por estar tan lejos. Ese País que no se ve y que es parte de este cuerpo social que nos necesita: descubrir la Colombia profunda. Los corazones jóvenes se estimulan ante los desafíos grandes: ¡Cuánta belleza natural para ser contemplada sin necesidad de explotarla! ¡Cuántos jóvenes como ustedes precisan de su mano tendida, de su hombro para vislumbrar un futuro mejor!
Hoy he querido estar estos momentos con ustedes; estoy seguro de que ustedes tienen el potencial necesario para construir la nación que siempre hemos soñado. Los jóvenes son la esperanza de Colombia y de la Iglesia; en su caminar y en sus pasos adivinamos los del Mensajero de la Paz, de Aquél que nos trae noticias buenas.
Queridos hermanos y hermanas de este amado País. Me dirijo ahora a todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, como quien quiere ser portador de esperanza: que las dificultades no los opriman, que la violencia no los derrumbe, que el mal no los venza. Creemos que Jesús, con su amor y misericordia que permanecen para siempre, ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Sólo basta salir a su encuentro. Los invito al compromiso, no al cumplimiento, en la renovación de la sociedad, para que sea justa, estable, fecunda. Desde este lugar, los animo a afianzarse en el Señor, es el único que nos sostiene y alienta para poder contribuir a la reconciliación y a la paz.
Los abrazo a todos y a cada uno, a los enfermos, a los pobres, a los marginados, a los necesitados, a los ancianos, a los que están en sus casas… a todos; todos están en mi corazón. Y ruego a Dios que los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.