"Los falsos dioses, los ídolos de la avaricia, del dinero, del poder lo corrompen todo"

Clamor del Papa contra el machismo: «No se puede normalizar la violencia contra la mujer»

A los niños del Hogar El Principito: "Ustedes son el reflejo de Jesús, y también son nuestro tesoro"

Clamor del Papa contra el machismo: "No se puede normalizar la violencia contra la mujer"
Francisco, con un joven indígena, en Puerto Maldonado Agencias

No nos es lícito mirar para otro lado y dejar que tantas mujeres, especialmente adolescentes sean «pisoteadas» en su dignidad

(Jesús Bastante).- «No se puede «naturalizar» la violencia hacia las mujeres, sosteniendo una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades». El Papa Francisco lanzó un fuerte mensaje contra el machismo en un breve encuentro con la población de la zona en el Instituto Superior Jorge Basadre de Puerto Maldonado.

Un breve encuentro (justo después acudió al Hogar El Principito) en el que participaron varios de los catequistas que día a día trabajan por inculturar el Evangelio en este rincón del mundo. «Nos visita en esta tierra tan olvidada, herida y marginada… pero no somos la tierra de nadie», señalaron Arturo y Margarita en representación de todo un pueblo.

Vinieron habitantes no sólo de la Amazonía peruana, sino también de otros países vecinos. Brasil, Bolivia, Colombia… Todo el Amazonas estaba allí. Francisco lo agradeció. «¡Qué linda imagen de la Iglesia que no conoce fronteras y en la que todos los pueblos pueden encontrar un lugar!«.

«Esta tierra tiene rostros: los tiene a ustedes», clamó Francisco, quien advirtió del «mal terrible de sentir que no le pertenecemos a nadie, ese sentimiento que nace cuando comienza a desaparecer la certeza de que pertenecemos a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios».

Frente a ellos, el Papa reivindicó el papel de la familia y de la comunidad, frente a los que quieren «una tierra anónima, sin hijos, una tierra infecunda. Un lugar fácil de comercializar y explotar». Nuevas víctimas de la cultura del descarte, «una cultura que no se conforma solamente con excluir, sino que avanzó silenciando, ignorando y desechando todo lo que no le sirve a sus intereses»; una «cultura anónima, sin lazos, sin rostros», denunció.

 

 

«Una cultura sin madre que lo único que quiere es consumir» y que trata igual a la tierra, devastando bosques, ríos y quebradas. También las personas, «usadas hasta el cansancio y después dejadas como «inservibles»«.

Y de ahí, a la trata de personas, aunque el Papa prefirió hablar «de esclavitud: esclavitud para el trabajo, esclavitud sexual, esclavitud para el lucro». «Duele constatar cómo en esta tierra, que está bajo el amparo de la Madre de Dios, tantas mujeres son tan desvaloradas, menospreciadas y expuestas a un sinfín de violencias«, subrayó Francisco, quien añadió, con dureza: «No se puede «naturalizar» la violencia hacia las mujeres, sosteniendo una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades». «No nos es lícito mirar para otro lado y dejar que tantas mujeres, especialmente adolescentes sean «pisoteadas» en su dignidad» clamó.

«Techo, tierra y trabajo», son razones para que muchas personas lleguen a la Amazonía, «buscando un futuro mejor para sí mismas y para sus familias», abandonando sus vidas «por la promesa de que determinados trabajos pondrían fin a situaciones precarias», por la extracción del oro. Un oro que «se puede convertir en un falso dios que exige sacrificios humanos».

 

 

«Los falsos dioses, los ídolos de la avaricia, del dinero, del poder lo corrompen todo«, gritó Francisco. «Corrompen la persona y las instituciones, también destruyen el bosque. Jesús decía que hay demonios que, para expulsarlos, exigen mucha oración. Este es uno de ellos».

Hay esperanza, que «no es genérica, ni abstracta». «Nuestro Padre mira personas concretas, con rostros e historias. Todas las comunidades cristianas han de ser reflejo de esta mirada, de esta presencia que crea lazos, genera familia y comunidad», culminó Francisco, que pidió a los habitantes: «Amen esta tierra, siéntanla suya. Huélanla, escúchenla, maravíllense de ella. Enamórense de esta tierra Madre de Dios, comprométanse y cuídenla. No la usen como un simple objeto descartable, sino como un verdadero tesoro para disfrutar, hacer crecer y transmitirlo a sus hijos».

 

 

 

Tras este encuentro, Francisco se dirigió hasta el Hogar El Principito, de niños y jóvenes huérfanos o abandonados. Una cita sumamente emotiva, pues el Papa pudo comprobar cómo estos chicos, que lo han perdido todo, siguen encontrando huellas, y luces, de esperanza. «No podía irme de Puerto Maldonado sin saludarles», apuntó, indicando que «ustedes, niños, son el reflejo de Jesús, y también son nuestro tesoro, el tesoro más lindo que tenemos que cuidar».

«Perdonen las veces que los mayores no los sabemos cuidar. Cuando sean grandes no lo olviden: sus vidas siempre exigen más trabajo para no volvernos ciegos e indiferentes ante tantos otros niños que pasan necesidades», añadió Bergoglio. «Ustedes son el tesoro más preciado que tenemos que cuidar».

«Gracias por ser luz de esperanza para todos nosotros», añadió, pidiendo a los jóvenes que «no se conformen con lo que está pasando, no renuncien a su vida ni a sus sueños (…). Estudien, prepárense, aprovechen la oportunidad para formarse. El mundo les necesita a ustedes, y los necesita como tal y cual son, no disfrazados de ciudadanos de otros pueblos. No se conformen con eser el vagón de cola de la sociedad. Los necesitamos como motor, empujando».

 

 

 

Palabras en castellano:

 

Queridos hermanos y hermanas:
Veo que han venido no sólo de los rincones de esta Amazonia peruana, sino también de los Andes y de otros países vecinos. ¡Qué linda imagen de la Iglesia que no conoce fronteras y en la que todos los pueblos pueden encontrar un lugar! Cuánto necesitamos de estos momentos donde
poder encontrarnos y, más allá de la procedencia, animarnos a generar una cultura del encuentro que nos renueva en la esperanza.
Gracias Mons. David, por sus palabras de bienvenida. Gracias Arturo y Margarita por compartir con todos nosotros sus vivencias. Nos decían: «Nos visita en esta tierra tan olvidada, herida y marginada… pero no somos la tierra de nadie». Gracias por decirlo: no somos tierra de nadie. Y es algo que hay que decirlo con fuerza: no son tierra de nadie. Esta tierra tiene nombres, tiene rostros: los tiene a ustedes.
Esta región está llamada con ese bellísimo nombre: Madre de Dios. No puedo dejar de hacer mención a María, joven muchacha que vivía en una aldea lejana, perdida, considerada también por tantos como «tierra de nadie». Allí recibió el saludo y la invitación más grande que una persona pueda experimentar: ser la Madre de Dios; hay alegrías que sólo las pueden escuchar los pequeños.[1]
Ustedes tienen en María, no sólo un testimonio a quien mirar, sino a una Madre y donde hay madre no está ese mal terrible de sentir que no le pertenecemos a nadie, ese sentimiento que nace cuando comienza a desaparecer la certeza de que pertenecemos a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Queridos hermanos, lo primero que me gustaría transmitirles -y lo quiero hacer con fuerza- es: ¡esta no es una tierra huérfana, es la tierra de la Madre! Y, si hay madre, hay hijos, hay familia, hay comunidad. Y donde hay madre, familia y comunidad, no podrán desaparecer los problemas, pero seguro que se encuentra la fuerza para enfrentarlos de una manera diferente.
Es doloroso constatar cómo hay algunos que quieren apagar esta certeza y volver a Madre de Dios una tierra anónima, sin hijos, una tierra infecunda. Un lugar fácil de comercializar y explotar. Por eso nos hace bien repetir en nuestras casas, comunidades, en lo hondo del corazón de cada uno: ¡Esta no es una tierra huérfana! ¡Tiene Madre! Esta buena noticia se va transmitiendo de generación en generación gracias al esfuerzo de tantos que comparten este regalo de sabernos hijos de Dios y nos ayuda a reconocer al otro como hermano.
En varias ocasiones me he referido a la cultura del descarte. Una cultura que no se conforma solamente con excluir, sino que avanzó silenciando, ignorando y desechando todo lo que no le sirve a sus intereses; pareciera que el consumismo alienante de algunos no logra dimensionar el sufrimiento asfixiante de otros. Es una cultura anónima, sin lazos, sin rostros. Una cultura sin madre que lo único que quiere es consumir. La tierra es tratada dentro de esta lógica. Los bosques, ríos y quebradas son usados, utilizados hasta el último recurso y luego dejados baldíos e inservibles. Las personas son también tratadas con esta lógica: son usadas hasta el cansancio y después dejadas como «inservibles».
Pensando en estas cosas permítanme detenerme en un tema doloroso. Nos hemos acostumbrado a utilizar el término «trata de personas», pero en realidad deberíamos hablar de esclavitud: esclavitud para el trabajo, esclavitud sexual, esclavitud para el lucro. Duele constatar cómo en esta tierra, que está bajo el amparo de la Madre de Dios, tantas mujeres son tan desvaloradas, menospreciadas y expuestas a un sinfín de violencias. No se puede «naturalizar» la violencia hacia las mujeres, sosteniendo una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades. No nos es lícito mirar para otro lado y dejar que tantas mujeres, especialmente adolescentes sean «pisoteadas» en su dignidad.
Varias personas han emigrado hacia la Amazonia buscando techo, tierra y trabajo. Vinieron buscando un futuro mejor para sí mismas y para sus familias. Abandonaron sus vidas humildes, pobres pero dignas. Muchas de ellas, por la promesa de que determinados trabajos pondrían fin a situaciones precarias, se basaron en el brillo prometedor de la extracción del oro. Pero el oro se puede convertir en un falso dios que exige sacrificios humanos.
Los falsos dioses, los ídolos de la avaricia, del dinero, del poder lo corrompen todo. Corrompen la persona y las instituciones, también destruyen el bosque. Jesús decía que hay demonios que, para expulsarlos, exigen mucha oración. Este es uno de ellos. Los animo a que se sigan organizando en movimientos y comunidades de todo tipo para ayudar a superar estas situaciones; y también a que, desde la fe, se organicen como comunidades eclesiales de vida en
torno a la persona de Jesús. Desde la oración sincera y el encuentro esperanzado con Cristo podremos lograr la conversión que nos haga descubrir la vida verdadera. Jesús nos prometió vida verdadera, vida auténtica, eterna. No ficticia, como las falsas promesas deslumbrantes que, prometiendo vida, nos llevan a la muerte.
La salvación no es genérica, ni abstracta. Nuestro Padre mira personas concretas, con rostros e historias. Todas las comunidades cristianas han de ser reflejo de esta mirada, de esta presencia que crea lazos, genera familia y comunidad. Es una manera de hacer visible el Reino de los Cielos, comunidades donde cada uno se sienta parte, se sienta llamado por su nombre e impulsado a ser artífice de vida para los demás.
Tengo esperanza en ustedes, en el corazón de tantas personas que quieren una vida bendecida. Han venido a buscarla aquí, a una de las explosiones de vida más exuberante del planeta. Amen esta tierra, siéntanla suya. Huélanla, escúchenla, maravíllense de ella. Enamórense de esta tierra Madre de Dios, comprométanse y cuídenla. No la usen como un simple objeto descartable, sino como un verdadero tesoro para disfrutar, hacer crecer y transmitirlo a sus hijos.
A María, Madre de Dios y Madre Nuestra nos encomendamos, nos ponemos bajo su protección. Y por favor, no dejen de rezar por mí.
Dios te salve, María…
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[1] «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños» (Mt 11,25).

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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