Tras un recitativo en tono místico, los oboes del alma por sí sola se elevan "senza continuo"
(Jose Gallardo Alberni).- Te lo creas o no ya hemos alcanzado más de la mitad de todas las cantatas de Bach. Al menos de las conocidas y que se han conservado porque se sabe que se han perdido casi otras tantas como las que conocemos. Las que conservamos son un verdadero tesoro imperdurable e inmortal que nos hace disfrutar muchísimo cada vez que las escuchamos. Es el caso de hoy.
Para este domingo, Johann Sebastian Bach (1685-1750) nos trae la cantata Bringet dem Herrn Ehre seines Namens, BWV 148, esto es, «Dad al Señor la gloria debida a su nombre». Fue estrenada en Leipzig muy probablemente en 1723 para el decimoséptimo domingo tras la Trinidad. El evangelio de ese día se refiere a cómo Jesús cura en sábado a un enfermo. Pero la cantata gira en torno no a ese hecho sino a cómo ese día de descanso está dedicado a Dios. Algunos estudiosos piensan que el texto del libreto pudo ser escrito por Christian Friedrich Henrici, conocido como «Picander»; sin embargo no hay unanimidad en esta afirmación.
La obra consta de una instrumentación muy festiva para ser compuesta para un domingo normal, quizá el motivo era engrandecer el texto con la música. En el primer coro aparecen fragmentos fugados interrumpidos por todo el coro, en una técnica también habitual en el maestro (por ejemplo, basta recordar el «Fecit potentiam» del «Magnificat»). El siguiente movimiento es un aria con figuraciones del violín solo para mostrar la alegría del cristiano. Luego viene un recitativo casi en tono místico. Conduce a otro aria con acompañamiento de tres oboes con algunas secciones «senza continuo», quizá simbolizando el alma que por si sola se eleva a Dios. Un recitativo «secco» conduce a un sencillo coral a cuatro partes, una habitual forma de Bach de terminar sus cantatas.
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