Deseamos para esta Iglesia de Guipúzcoa la primavera que parecía haber florecido con la elección del papa Francisco, pero ya no nos quedan muchas esperanzas de que nos llegue
(A. Beizama).- A finales del mes de julio, un número importante de sacerdotes pertenecientes al presbiterio de la diócesis de San Sebastián, rubricaba un documento en el que expresaba claramente su desacuerdo con el estilo y modo en que D. José Ignacio Munilla ejerce su ministerio episcopal. Estilo y modo caracterizados por su arbitrariedad y autoritarismo.
Recientemente, en el pasado septiembre, un grupo de laicos, miembros del Consejo Pastoral de la diócesis, hacían llegar al obispo otro documento el que se describe y analiza la metodología y los contenidos en que se han desarrollado los encuentros del Consejo Pastoral durante los últimos años. A la lectura atenta de este documento queda de manifiesto que, el Sr. Obispo, ha hecho uso de todos los instrumentos a su alcance, -canónicos y no canónicos-, para, manipulando ese órgano de participación, desactivarlo y conducirlo al más absoluto ostracismo, con la consiguiente decepción de muchos de los consejeros que se abstienen de participar en las convocatorias.
El Consejo Pastoral existe, pero ni siquiera se aplican los Estatutos que aprobara, en su día, el mismo Obispo D. José Ignacio. Des este análisis realizado por los miembros del Consejo Pastoral se desprende igualmente que, el Obispo, no desea trabajar por una Iglesia local sinodal; no quiere un laicado comprometido, participativo y corresponsable; no promueve una comunidad de cristianos adultos, sino de seguidores incondicionales de sus criterios y su persona.
Pues bien, a todo este enrarecido y tumultuoso contexto, hemos de añadir el que está viviendo el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Pío XII de San Sebastián. En la gestión del mismo y haciendo caso omiso su estructura y normativa, el Sr. Obispo, a través de repetidas intervenciones abusivas, ha dado muestras claras de que no hay nada ni nadie por encima de su voluntad.
Así, a principios del mes de septiembre, un profesor del Instituto, enviaba sus compañeros y amigos una carta en la que relataba cómo, tras dos décadas ejerciendo la docencia en el mismo, era expulsado del claustro de profesores sin que recibiera una aclaración o explicación. Emergía así a la luz pública algo que iba sucediendo, de manera encubierta, los últimos años.
El resultado es que Sr. Obispo ha excluido a aquellos docentes que, en su opinión, no se ajustan a la doctrina oficial de la Iglesia, -identificando la ortodoxia de la Iglesia con su criterio subjetivo-, sin que los eliminados hayan recibido prueba alguna de su supuesta «heterodoxia».
Pero, además, el Sr. Obispo también ha intervenido en lo concerniente al plan de estudios, alterándolo a su arbitrio. Todo ello ha generado una situación que ha hecho necesaria la implicación de las autoridades académicas de la Facultad de Teología del Norte de España, con sede en Vitoria, a la que se halla adherido el centro de estudios de San Sebastián.
Ya no se trata de la reacción de un grupo de sacerdotes o laicos de la diócesis que, en opinión de algunos, sienten una irracional animadversión hacia su obispo, sino de las autoridades académicas de la Facultad de Teología. El Consejo de la misma, presidido por su Decano, se ha visto obligado a celebrar una reunión de urgencia con un único punto en el orden del día: las irregularidades descubiertas en el funcionamiento del Instituto de Ciencias Religiosas de la diócesis guipuzcoana.
De esa sesión, emana un documento, formal pero categórico y contundente, que se remite al Instituto y en el que se solicita a la dirección del mismo que corrija las anomalías en el plazo de tiempo establecido y que su funcionamiento vuelva a regirse estrictamente por los Estatutos del Centro y la Normativa de la Congregación para la Educación Católica sobre los Institutos de Ciencias Religiosas.
Obviamente, en el texto remitido por el Decano de la Facultad en nombre del Consejo, no se hace mención alguna del Sr. Obispo, ni se le apunta con el dedo acusador. La finalidad del mismo consiste en dar inicio al proceso necesario encaminado a la reparación de las infracciones detectadas, y sus remitentes no se detienen a realizar un análisis con el fin de buscar el origen de las mismas.
Pero, a los profesores expulsados, a los que no lo han sido, a los que han sido requeridos para sustituir a los depuestos y al director del Centro, Sr. Iraundegi, les consta, aunque algunos de ellos se mantengan en un interesado mutismo, que estas irregularidades e incumplimientos se deben al proceder abusivo y autoritario del Sr. Obispo.
Como consecuencia de lo que hemos presentado, observamos con gran preocupación la situación en la que se encuentra esta Iglesia particular. Creemos que en un momento en que, por motivos diversos, la evangelización es tarea especialmente difícil y exigente en esta diócesis, su deteriorada situación, debida a los problemas que hemos descrito, genera dificultades añadidas.
La superación de los enormes obstáculos para llegar a un consenso amplio, en que tengan cabida las diversas sensibilidades presentes en la diócesis, se revela como algo imposible. Se constata que, en las respuestas a los documentos a los que hemos hecho referencia, no existe, ni la certeza de que se hayan tomado en serio, ni el menor atisbo de autocrítica, por parte de la autoridad diocesana y su equipo de gobierno.
En este escenario, tan enconado, es ilusorio pensar que la solución se encuentre en el cambio de conducta de unos y otros, ya que «de facto» la negativa a un diálogo serio se hace recurrente. ¿Por qué caminos transitar para salir de este atasco?. Deseamos para esta Iglesia de Guipúzcoa la primavera que parecía haber florecido con la elección del papa Francisco, pero ya no nos quedan muchas esperanzas de que llegue hasta este punto del mapa. Sin embargo, queremos seguir esperando más allá de las humanas esperanzas. El Espíritu de Jesús puede abrir nuevos caminos donde los hombres no vemos sino un desierto inmenso que recorrer.