Procurar que ninguno de los hijos que me han sido confiados se pierda, ni se quede rezagado o herido al borde del camino (excluido)
La Catedral de Barbastro estaba repleta de cientos de fieles que quisieron mostrar su homenaje al nuevo obispo Angel Javier Pérez Pueyo. Las personas que no pudieron entrar en la Iglesia siguieron la ceremonia desde la calle donde se habían montado dos pantallas para poder seguir el acto.
La ceremonia comenzó con una procesión desde el Museo Diocesano a la Catedral donde concelebraron 40 obispos y doscientos sacerdotes de distintas diócesis e incluso desde fuera de España.
Al terminar la ceremonia el nuevo obispo saludó uno por uno a todos los sacerdotes, entre los que se encontraba el Padre Angel, presidente de Mensajeros de La Paz.
El nuevo obispo también agradeció especialmente su presencia a las personas que había venido desde diversos puntos del mundo.El Cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, presidía la ordenación episcopal y toma de posesión de Ángel Javier Pérez como nuevo obispo de la Diócesis de Barbastro- Monzón. Ricardo Blázquez entregaba al nuevo obispo el libro de los evangelios, el anillo, la mitra y el báculo, dándole posesión del ministerio episcopal en la diócesis de Barbastro-Monzón.
Durante la lectura de la homilía, Ángel Javier Pérez, destacaba la necesidad de que toda la comunidad de creyentes conformen el Obispado con implicación e ilusión. Mediante una historia de un campesino, invitaba a que todos los creyentes formaran esta nueva etapa de la Diócesis de Barbastro- Monzón sembrando buenos frutos.
El Gobierno de Aragón estaba representado por la presidenta Luisa Fernanda Rudi, acompañada por el alcalde de Barbastro y presidente de la DPH, Antonio Cosculluela, y las alcaldesas de Monzón, Rosa Mª Lanau, y de Ejea, Teresa Ladrero, además de muchas otras autoridades institucionales.
Texto íntegro de la homilía del nuevo obispo de Barnastro-Monzón
UN GESTO, UNA CONVICCIÓN, UN DESEO
Todavía emocionado por el MISTERIO de GRACIA que acabamos de celebrar quisiera abrir mi corazón para tener con cada uno vosotros, un gesto singular, expresaros una convicción y pediros un deseo.
En primer lugar, quisiera tener un gesto singular, el mismo que tuvo Don Alfonso Milián cuando se despedía la semana pasada de cada uno de sus diocesanos. Besó su anillo episcopal expresando con este gesto el beso que os daba personalmente a cada uno, signo inequívoco de su cariño, de sus desvelos, de su oración y de su abnegación pastoral durante estos diez años.
Cuando Don Ricardo me ponía el anillo episcopal, he vuelto a sentir el mismo escalofrío que cuando me dieron la noticia de mi nombramiento. No son rumores, Ángel. Acabas de ser desposado sacramentalmente con esta Iglesia de Barbastro-Monzón. Soy un afortunado. Lo sé. Y por ello doy gracias a Dios. El Señor me ha regalado una esposa hermosa. Por dentro y por fuera. Desde este momento, barbastrenses, montisonenses, soy vuestro. No me pertenezco. Contad conmigo (poseedme). Llamad a mi puerta siempre que me necesitéis para que pueda ser en cada caso, bálsamo de Dios, escuchándoos, confortándoos, sosteniéndoos, implicándome hasta donde sepa, pueda o me dejen.
Ya veis que al novio no lo han dejado solo. Viene muy bien acompañado. Son mi familia (mis tíos y mis primos que suplen orgullosos a mis padres y a mi hermana) y los amigos que el Señor me ha ido regalando como privilegiada mediación en cada uno de los lugares donde he ejercido el ministerio pastoral que la Hermandad de Sacerdotes Operarios me ha destinado: Plasencia, Tarragona, Salamanca, Madrid, Roma, Majadahonda. Algunos, de más lejos todavía, de Venezuela (Mons. Salvador Porras), de Colombia (Mons. Víctor Ochoa), de México (Madre Salud), de Francia (mis tíos), de Roma (el Director General de la Hermandad, Don Florencio Abajo, un puñado significativo de sacerdotes del Pontificio Colegio Español de San José, miembros del equipo de dirección y el presidente de la Asociación de Rectores de los Colegios Eclesiásticos de Roma, Mons. Erik)… compañeros sacerdotes de toda España que han compartido la hermosa tarea de formar a los futuros sacerdotes, algunos acompañados con sus propios seminaristas, mis compañeros de la provincia eclesiástica de Zaragoza.
Y media Ejea, mi pueblo natal, al que tanto quiero y tanto debo. La comunidad parroquial, la Corporación municipal en pleno, con su flamante alcaldesa. Y este puñado de jóvenes que componen la banda municipal, que celebra su centenario, y es un verdadero milagro obrado por su joven director Don Javier Comengé. Con cada uno he tenido una historia, un sufrimiento, un anhelo, un desafío compartido, donde el único protagonista fue siempre el mismo, Jesucristo. Gracias, por estar siempre a mi lado y haber sido la mediación privilegiada que el Señor me ha regalado para seguir creciendo como persona, como creyente y como sacerdote operario.
En segundo lugar quisiera expresaros una convicción. Cuentan que un agricultor conseguía siempre el primer premio en la feria del grano. A todos sus paisanos les llamaba la atención la costumbre que tenía de compartir sus mejores semillas con los demás agricultores. Intrigados por aquella prueba de generosidad, alguien se atrevió a preguntarle cuál era su verdadera motivación. Muy sencillo, respondió el campesino, todos sabemos que el viento traslada el polen de unos campos a otros. Si mis vecinos cultivan buen grano, todos salimos ganando. Este es el verdadero secreto evangélico, si ofreces lo mejor de ti mismo a los demás, todos nos enriquecemos. En mis 34 años de ministerio sacerdotal, he podido comprobar que no falla.
Por último, abusando de vuestro cariño y de vuestra confianza, quisiera pediros un deseo. Asociaros a cada uno a mi humilde pastoreo. A la salida, mis amigos del alma y la Asociación de fieles PROVIDENCIA, que han venido a acompañarme desde Almería, os van a entregar una réplica en pequeño del pectoral para que lo llevéis colgando por dentro. Y lo descubran con vuestro testimonio. No sólo para que sostengáis con vuestra oración mi humilde ministerio episcopal sino también para que cada uno visibilice a Jesucristo, buen pastor, para que salga a los caminos en busca del hermano que está solo, vacío, cansado, desorientado, perdido, herido, roto… y llegue a ser para cada uno verdadero alivio y caricia de Dios. Lo cargue sobre sus hombros y lo traiga de nuevo a casa, donde el banquete está apunto y el Padre lo aguarda con las sandalias, la túnica y el anillo.
Es el mejor regalo que podía entregaros a cada uno junto con la estampa, donde San Agustín, expresa magistralmente el sentir evangélico que el Papa Francisco nos pide no sólo a los Obispos, a los sacerdotes o a los consagrados sino a todos los cristianos. Os pido encarecidamente que seáis mi brazo extendido en cada uno de los ambientes donde difícilmente yo podría llegar, mi báculo prolongado para abrir juntos caminos, escudriñar todos los matojos y procurar que ninguno de los hijos que me han sido confiados se pierda, ni se quede rezagado o herido al borde del camino (excluido):
«De manera que seguiré llamando a las que andan errantes y buscando a las perdidas. Lo haré quieras o no quieras. Y aunque en mi búsqueda me desgarren las zarzas del bosque, no dejaré de introducirme en todos los escondrijos, no dejaré de indagar en todas las matas; mientras el Señor a quien temo me dé fuerzas, andaré de un lado a otro sin cesar. Llamaré mil veces a la errante, buscaré a la que se halla a punto de perecer».
GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, de corazón al Señor que me ha hecho partícipe de este inmerecido don, a la Iglesia en España representada en la persona del Sr. Nuncio de su Santidad, Don Enzo Fratini, que aunque de forma discreta y humilde, apenas imperceptible, hace visible y presente al Papa Francisco entre nosotros, a mis hermanos en el episcopado, cardenales, arzobispos y obispos, especialmente a Don Ricardo, Don Vicente y Don Alfonso, consagrantes principales, a mis hermanos de la provincia eclesiástica, que hoy me acogen en el colegio episcopal, a cada uno de los sacerdotes, seminaristas, religiosos, institutos de vida consagrada, monjes y monjas de clausura que nos han acompañado con su oración desde sus monasterios, cristianos de las diferentes comunidades del Sobrarbe, la Ribagorza, el Somontano, la Litera, el bajo Cinca y el medio Cinca que habéis venido, grupos apostólicos, cofradías, movimientos, miembros de la Prelatura o los que os habéis desplazado desde más lejos.
A cada una de las autoridades civiles locales y regionales, a las instituciones políticas, judiciales, académicas y militares. A los diversos medios de comunicación locales y regionales que comparten con nosotros el anhelo de serviros a todos y de construir un mundo si no más divino, al menos más humano y más justo. Que Dios os bendiga como sólo Él sabe hacerlo. Gracias.