Sacerdote, músicos y monaguillos demostraban que, en la iglesia de San Antón, el altar es de todos
(Lucía López Alonso).- «Todos necesitamos querer y que nos quieran», dijo ayer el Padre Ángel, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz, para dar comienzo a la misa de doce por la festividad de San Valentín en la iglesia de San Antón. La parroquia, en el madrileño barrio de Chueca, custodia las reliquias del patrón de los enamorados, por lo que para la fecha se invocó al «Dios de las sorpresas», como dijo el Padre, para lograr entre todos un domingo especial.
La celebración dio comienzo en la iglesia abierta las 24 horas cuando entraron los acólitos, esos monaguillos adultos cuya presencia ya es habitual en San Antón desde que el Padre Ángel le abrió las puertas preferentemente a las personas sin hogar. Uno de ellos, que camina con dificultad, contó que la noche anterior había estado en el teatro, viendo el espectáculo de Pedro Ruiz, gracias a que el artista había querido invitar «a las personas a las que ayuda el Padre Ángel». Gracias, en definitiva, al sacerdote. Pero el show del sábado por la noche no le impidió madrugar el domingo para llegar a San Antón, vestirse y portar el incienso. Porque en el templo del Padre Ángel los sintecho son los reyes que acuden al pesebre.
Un globo en la verja
Como los candados en los puentes romanos, Mensajeros puso a disposición de fieles y visitantes unas pequeñas cintas en las que escribir, para colgarlas en la verja que custodia las reliquias del santo de los enamorados. «San Valentín murió mártir por casar a contra decreto, enfrentándose al Imperio Romano», explicó el Padre Ángel, «porque sólo se es digno siendo libre y sólo se es libre si se ama». Y con esa libertad, la de cada actividad que tiene lugar en San Antón, las parejas se acercaban a escribir sus nombres abrazados en la cinta, pero también personas solas ataban el suyo (quizá como petición de un futuro amor) y alguien -tal vez uno de los muchos niños que acompañaban en la misa a sus familiares- había dejado atado a la verja, entre las cintas coloridas, un globo con forma de corazón.
«¿Para qué es esto, mamá?», preguntó un niño señalando la mesa camilla que tenía al lado, en la que había bandejas de chocolatinas y dulces. Entonces llegó el momento de la comunión y su madre, después de tomar el pan, cogió un bombón. Y el niño entendió. En San Antón las mascotas tienen asiento y galletas, las personas en situación de calle café y cama, y cualquiera que entre, compañía y el placer que brindan quienes se fijan en los pequeños detalles. Por eso el Padre Ángel recordó las palabras de la Madre Teresa de Calcuta: «Podemos vivir casi sin techo, casi sin pan, pero no sin amor».
El religioso dio la homilía en ese altar presidido por otro corazón (el del centro de la cruz que imita a la que el Papa Francisco rescató en Lampedusa) y habitado por tanta gente como había en los bancos: sacerdotes, monaguillos y la banda de Morata de Tajuña al completo demostraban que, en San Antón, el altar es de todos.
«El amor de todos los días es el verdadero amor con mayúsculas», subrayó el Padre Ángel, «porque está hecho de muchos detalles». «Esperarle para comer juntos, recordar la fecha en que os conocisteis, dejar de trabajar tanto…es practicar la alegría del sí para siempre«, dijo el presidente de Mensajeros de la Paz.
Por eso quiso también acordarse de las personas mayores a las que les falta el afecto cotidiano, y de los jóvenes que encuentran dificultades materiales para poder convivir con la persona a quien quieren. «Lo más importante no es acumular cosas», dijo, «sino que nunca nos falte el beso de entrada y el de salida». Como las canciones en la misa.