Fue un cristiano de fe arraigada, pero sin ostentaciones, una fe vivida en la normalidad de la vida diaria en la familia, en el trabajo y en la convivencia social
(Celso Morga, arzobispo de Mérida-Badajoz).- Deseo agradecer al periódico HOY y, en concreto, a su director la posibilidad que me ofrece de mostrar mi agradecimiento públicamente a todos mis diocesanos por las muestras de dolor y de pésame que, con motivo de la muerte de mi padre, me han hecho llegar; en especial, quiero agradecer a mis hermanos sacerdotes de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz, de cuyo presbiterio me honro de formar parte, las muestras constantes de afecto, amistad y cercanía que, durante estos días, me han manifestado y, sobre todo, las santas misas ofrecidas en las parroquias de la Archidiócesis por su eterno descanso.
También a las instituciones públicas, tanto civiles como militares, de nuestra Autonomía. Son muestras de fraternidad y amistad que no olvidaré. Me apena no poder corresponder como merecen.
Mi padre, Elías Morga Narro, nació el 18 de agosto de 1922 en Huércanos, un pueblo de la Comunidad Autónoma de la Rioja, en el seno de una familia cristiana. Fueron cinco hermanos, uno de ellos sacerdote, llamado también Celso, que desarrolló su ministerio en la Diócesis de Calahorra y la Calzada-Logroño y, durante 20 años, en Brasil (Rio de Janeiro y San Pablo). Tuvo también una hermana religiosa, Hija de la Caridad, que vive en Logroño en su comunidad.
Su padre, Aurelio Morga, fue alcalde durante los difíciles años de la guerra civil y recuerdo que, con orgullo de hijo, mi padre me contaba que, en el pueblo, no se produjo ninguna muerte violenta ni represalias por ninguno de los bandos.
Mi padre fue un esposo fiel y padre ejemplar, cariñoso, amable, servicial, alegre, con un buen humor envidiable. Trabajador en sus viñedos, con la ilusión renovada cada año de producir un vino excelente. Amigo de sus amigos -no recuerdo que tuviera enemigos- habitualmente, después de comer, echaba su partida de cartas, mientras tomaba su café y fumaba su puro, hasta que su salud se lo permitió.
Fue un cristiano de fe arraigada, pero sin ostentaciones, una fe vivida en la normalidad de la vida diaria en la familia, en el trabajo y en la convivencia social. Durante los años de trabajo participaba en la Eucaristía los domingos y fiestas; cuando se jubiló, participaba diariamente en la Santa Misa recibiendo habitualmente la sagrada comunión.
Estoy moralmente seguro que vivió habitualmente y murió en gracia de Dios. El Señor me ha concedido la gracia de tenerle entre nosotros tantos años y su recuerdo permanecerá en mí como un remanso de consuelo, de paz, de buen ejemplo humano y cristiano. Me consuela también que muriera el día de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, patrona de nuestra Extremadura. Pido al Señor que lo tenga en su gloria.