La archidiócesis guarda silencio sobre las causas de su extraño fallecimiento

La misteriosa muerte del rector del seminario de Valladolid

Hombre de confianza del cardenal Blázquez, era uno de los curas más queridos de la diócesis

La misteriosa muerte del rector del seminario de Valladolid
Fernando García Álvaro

Quizás la explicación de su muerte esté en una grabación que, según algunos curas, dejó en su teléfono móvil y en la cual parece que abre su alma y confiesa padecer una enfermedad mortal y galopante

(José M. Vidal).- Alto, bien parecido, simpático, líder, con don de gentes, Fernando García Álvaro (Valladolid, 1976) lo tenía todo para triunfar en la vida eclesiástica, que había elegido en contra de la opinión de sus padres. Pero, a las 41 años, lo encontró muerto un guarda forestal en la cañada de Valdestillas, una zona poco transitada del pinar de Puente Duero, a las afueras de Valladolid, el sábado, 7 de octubre, por la mañana. El lunes, día 9, fue enterrado, tras la misa exequial presidida por su amigo, el cardenal Blázquez, pero en torno al desenlace de su vida sigue planeando el misterio.

¿Cómo, por qué y en qué circunstancias murió el joven rector del seminario de Valladolid? El único dato que ha trascendido de la autopsia realizada al cadáver por la Policía Científica es que el cuerpo «no presentaba signos de violencia». Por lo tanto, si nadie le mató, sólo quedan abiertas dos hipótesis: o murió de muerte natural o se suicidó.

Lo lógico y transparente, como pide el Papa Francisco, sería que la archidiócesis de Valladolid, que regenta el presidente del episcopado, Ricardo Blázquez, comunicase las causas y las circunstancias de tan extraña muerte. Pero ha pasado ya una semana desde la aparición del cadáver, y en el obispado se sigue guardando el silencio más absoluto.

La opacidad eclesiástica provoca que se disparen las conjeturas. La muerte de Fernando García sigue siendo la comidilla de curas y fieles vallisoletanos, entre otras cosas porque era un cura de prestigio y muy querido tanto en la parroquia el Pilar de la que fue párroco, en el mundillo de las Cofradías de Semana Santa, muy potentes en la capital del Pisuerga, y en el universo que rodea a los seminaristas.

«Si hubiese fallecido de muerte natural, ya lo habrían dicho. Y si lo hubieran matado, también. Por eso, nos inclinamos a pensar que se suicidó y, como sabes, el suicidio sigue siendo tabú para nuestra Iglesia. Creen que, si lo confiesan, la gente se escandalizaría, cuando ya está escandalizada por la falta de transparencia y haciendo todo tipo de cábalas», confiesa un benemérito cura vallisoletano.

El suicidio entre sacerdotes es más habitual de lo que se suele pensar. Recientemente, el teólogo Xabier Pikaza publicaba un artículo en Religion Digital, contando el suicidio de tres de sus amigos sacerdotes.

«He conocido y querido al menos a tres sacerdotes (¡algunos más!) que en estos dos últimos años han preferido poner su vida directamente ante Dios, sin esperar la muerte (se han suicidado). Ciertamente, tenían problemas personales de ‘depresión’, pero tampoco han encontrado un lugar ‘cálido’ de trabajo y acogida, tras cuarenta o cincuenta años de servicio desprendido, gratuito, desinteresado, al servicio de la Iglesia y de los pobres».

Y añade el biblista:

«Eran de los mejores, quizá los mejores… No se han suicidado por falta de fe, sino por un tipo de fe diferente, la fe en un Dios distinto, al que habían entregado su vida, el deseo de encontrarse ‘ya’ ante ese Dios, sin protestar contra los hermanos, dejándoles silenciosamente… para decir con su gesto que sólo en Dios han confiado».

A Fernando García Álvaro no le faltó acogida ni acompañamiento eclesial. Hombre de confianza del cardenal Blázquez, a sus 41 años era uno de los curas más conocidos y queridos de Valladolid, y su nombre empezaba a sonar para las quinielas episcopales.

Quizás la explicación de su muerte esté en una grabación que, según algunos curas, dejó en su teléfono móvil y en la cual parece que abre su alma y confiesa padecer una enfermedad mortal y galopante.

Pero, por ahora y mientras la Iglesia no proporcione la versión oficial de los hechos, se trata de hipótesis oficiosas de círculos muy cercanos al sacerdote fallecido, muy querido por todos los sitios donde pasó, antes de ordenarse en Valladolid.

«Siempre fue un líder. Ya cuando estuvo aquí, con nosotros, en 1999, era un joven simpático, con don de gentes, extraordinarias cualidades humanas y espirituales y un gran sentido del humor. Se hacía querer», recuerda el padre Carlos Gutiérrez, actual prior del monasterio cisterciense de Sobrado dos Monxes y, entonces maestro de novicios.

Hijo de una familia bien situada económicamente, Fernando dio muestras de personalidad desde pequeño. De hecho, se puso a estudiar Filosofía Pura y, sin terminar la carrera, conoció a un monje cisterciense y decidió probar su vocación contemplativa. En el monasterio de Sobrado dos Monxes (La Coruña) pasó casi tres años. Primero, de postulante y, después de novicio, precisamente a las órdenes del actual prior del cenobio.

«Al final, tanto él como yo llegamos a la conclusión de que éste no era su camino. Necesitaba realizar su vocación en la vida activa, con una tarea más pastoral y en contacto con la gente. Y decidió irse al seminario de Valladolid, a pesar de la oposición de sus padres, que querían que se hiciese cargo del negocio familiar», cuenta el prior.

Ingresó en el seminario con 24 años y fue ordenado sacerdote por monseñor Braulio Rodríguez en 2005 y enviado a estudiar a Roma. Él mismo confesó, hace unos años, que le debía su vocación sacerdotal a monseñor Delicado Baeza y al sacerdote Enrique Peralta, ecónomo de la diócesis durante muchos años.

Regresó a Valladolid en 2007 y le encomendaron la parroquia del Pilar, un barrio periférico de la capital, donde pronto se ganó el respeto y el cariño de toda la gente. Tanto de los mayores como de los jóvenes, con los que tenía una capacidad de arrastre excepcional.

Fernando también comenzó a destacar entre el propio clero vallisoletano, de tal forma que el cardenal Blázquez le confió, en 2015, la dirección del seminario, una de las instituciones que los obispos cuidan como la «niñas de sus ojos».

Allí, entre sus seminaristas, la conmoción quizás sea mayor que en ninguna otra parte de la diócesis. Sus seminaristas lloran, se hacen cruces y no dan crédito. Se les ha ido, de una forma brusca e inesperada, su modelo, su referencia, su santo y seña. Y les ha dejado un poco huérfanos. Sobre todo, a los dos diáconos que se iban a ordenar el domingo, el día siguiente en que Fernando apareció muerto en el pinar, y cuya ordenación quedó suspendida.

El obispo auxiliar, Luis Argüello, se ha hecho cargo, al menos por ahora, de la dirección del seminario. Mientras tanto, los fieles, los curas y los seminaristas bucan respuestas al misterio de la muerte de Fernando García Álvaro. Porque, como dice el Evangelo, «no hay nada oculto que no haya de ser manifiesto, ni secreto que no haya de ser conocido y salga a la luz» (Lc. 8,17).

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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