Carta abierta de un alumno del Seminario de Valladolid a Fernando García Álvaro

«He encontrado en ti un modelo de persona, de cristiano y de sacerdote»

"Te has ido a morir cuando más ganas teníamos de vivir a tu lado", se lamenta el seminarista

"He encontrado en ti un modelo de persona, de cristiano y de sacerdote"
Fernando García Álvaro (izquierda), con grupo de jóvenes en Clunia

No olvidamos tu sonrisa, reflejo de un alma entregada al servicio de Dios y de los hombres

(Álvaro Manzano García. Alumno de 1º bach) A Fernando: Marchaste a la casa del Padre el 7 de octubre de manera inesperada. En nuestros corazones, un vacío extraño, porque no acabamos de comprender… Tan solo estuviste a nuestro lado en el Seminario dos años, pero la huella que has dejado en nuestras vidas es profunda.

Si yo no logro retener las lágrimas cuando recuerdo algunos momentos a tu lado, no me puedo imaginar lo que estará pasando tu familia. A pesar del momento, le doy gracias a Dios por haber cruzado nuestros caminos.

Fue contigo, en el retiro que nos dirigiste antes de ser rector, cuando empecé a preguntar: «Señor, ¿qué quieres de mí?» Más tarde, ya como rector, cuando yo ya tenía ciertos indicios de lo que Dios me pedía, he encontrado en ti un modelo de persona, de cristiano y de sacerdote.

A tu lado he aprendido que una carcajada a tiempo arregla muchas cosas, y que el Espíritu Santo es experto en romper los esquemas. Que la comprensión siempre pasa por quitarme un poco de lo mío…

También he descubierto contigo el valor de la amistad, al lado de José, Montse, Aurora, Adelina, María Ángeles, Puri, Carmen… Uno de los momentos más entrañables de mi vida ha sido en Villalba de la Loma junto a vosotros. Aquello sí que fue un regalo de Dios… Ahora comprendo que fue nuestra despedida. Más que eso, un «hasta luego».

Me has enseñado que se puede seguir siendo un cura de barrio moviéndose en ambientes más «institucionales», que unos zapatos gastados deberían ser el símbolo de los cristianos (en especial de los sacerdotes)… Que todo es muy relativo, que es muy certero eso de que «no siempre lo urgente es lo importante». Y por supuesto, que es muy posible llorar a lágrima limpia después de haberse estado partiendo de la risa.

Solías decir que Dios había hecho contigo una vida de contrastes: también por esto eres ejemplo, pues te has ido a morir cuando más ganas teníamos de vivir a tu lado. Tu vida ha sido un canto de esperanza, un «carpe diem» con mucho significado: tu fe siempre te empujó a disfrutar la vida, a buscar la felicidad. Y tú la encontraste entregando la vida a quienes más te necesitaban en cada momento. Y en ellos veías a Dios.

Recuerdo también que una vez alguien me dijo que pedíamos la muerte cuando decíamos «venga a nosotros tu Reino». Nos has demostrado que nada más lejos de la realidad. ¡Amabas la Vida! Y creías que se puede construir el Reino aquí abajo. Que, gracias a Dios, esto no es solo un paseo. Y que también aquí está Dios.

Y estoy seguro de que nos seguirás diciendo a los que empezamos con el latín «Dominus vobiscum» con una carcajada en la boca. Y seguirás haciendo que el Señor esté con nosotros. Ahora, todo es un recuerdo que no quiero olvidar. Y quiero también que se pueda seguir tu ejemplo, por eso escribo.

El Señor te ha pedido las cuentas: estoy seguro de que son realmente favorables. Siempre dijiste que no entendías a los curas que decían que no veían los frutos, porque tú sí que los veías. Ahora, de hecho, sigues dando fruto. Tu vida es ejemplo a seguir para muchos, y tu muerte está siendo motivo de unión y fraternidad para sacerdotes y seminaristas.

En cuanto a tu familia, que ahora se encuentra desolada y vacía, rezo cada día por ellos. Decía alguien: «y estos, con la fe que tienen, ¿cómo lloran tanto?» Creamos o no, la muerte siempre es incomprensible y traumática (más en tu caso). Por ello, y ya que también debemos darles gracias a ellos por tu vida, me he prometido cuidar de tus padres. No creo que tenga forma de hacerlo físicamente, pero la oración está asegurada.

En fin, poco más. Doy gracias a Dios, porque su resurrección es motivo de esperanza para el reencuentro final con los que os vais marchando. Estoy seguro de que ya te encuentras junto al Padre, en la comunión de los santos (por fin junto a tu querido Enrique Peralta), y por eso te pido que intercedas por nosotros, por tu Seminario y por todos los que lloran tu muerte con el corazón en el puño. No olvidamos tu sonrisa, reflejo de un alma entregada al servicio de Dios y de los hombres.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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